༺Meteoritos༻
Su último año en la primaria estaba a punto de culminar.
Todos temían de Ochako Uraraka;
Por momentos era alguien agradable, amable incluso linda y sobresaliente. Pero de repente se volvía un demonio andante, terminaba siendo encerrada en un salón mientras empujaba con fuerza la puerta y hacía levitar el todo.
Ashido Mina era la salvación de todos, aunque no era tan eficiente como el antiguo estudiante Shinso Hitoshi, pero lograba calmarla con cantos y palabras mágicas que sólo ella sabía al demonio de Chocolate.
Todos los maestros apuntaban a que ella tenía un enorme potencial que no podía ser explotado por todo lo que conlleva interactuar con ella. Incluso la misma Mina salía de vez en cuando muy herida: mordida, rasguñada, una vez con el tabique roto.
Ahora, muchos padres de familia habían presentado una carta oficio dónde pedían que la niña fuera excluida del salón.
Amai miró al director, y asintió saliendo de ahí.
—Mina Ashido, eres mi planeta rosa favorito —dijo robotizada.
Mina miró levemente a la madre de Ochako que la miraba con una cara harta.
La pequeña gruñó. —Amai, Escorpión dice que te marches.
Ashido sonrió cuando la mujer salió detrás azotando la puerta. Sabía que Ochako, Tauros, Libra, Escorpión y Orión odiaban a Amai.
—Mina, eres mi galaxia favorita —dijo la castaña sonriendo amable.
Estaba hablando con Ochako, y emocionada la tomó de las manos.
—Eres mi estrella fugaz favorita, Ochako.
Ambas niñas se abrazaron con fuerza. Uraraka ya sabía lo que era dar amor físicamente y quería demostrarle a su galaxia rosada que era especial para ella.
Sonrió enérgica separándose.
—Quiero darte algo especial.
Ashido sonrió —¿Qué es?
La miró a los ojos, aquellos ojos tan alienantes. Le encantan a ella y Cygnus. Profundos como el universo, tan vivos como el cosmos. —Es un secreto.
Ashido levantó una ceja, y Ochako tomó sus manos de nuevo: jalándola a ella y pegándose frente a frente.
—Los planetas no pueden llevarse con las estrellas fugaces, pero las estrellas fugaces adoran conocer las galaxias —dijo con los ojos cerrados. Apretó más las manos de Mina. —Por eso, ésta supernova es para ti.
Ashido dejó que Ochako rozara sus labios contra los de ella. No era la primera vez que sucedía, y siempre que sus labios rozaban era cálido y azucarado.
Ochako siempre podía alagarla de una forma que sólo ella sabe.
Ochako se separó soltándola, levantó su mano diciendo adiós y salió de su vista.
Dejó de orbitar su galaxia, y le dolía.
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Kuri la peinó, Amai preparó su mochila y ahora Ochako miraba furtivamente el espejo.
—¿Por qué debo amarrar mi cabello? —dijo,— a horas no le gusta, ni a sábado.
—Es tu primer día de secundaria —dijo Amai.
—Y es un día especial.
La vida de su Ochako era una moneda al aire. Sus choques de psicosis eran sumamente agresivos y un día podría jamás regresar de uno.
El Flash iluminó su cuerpo.
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—Soy Ochako Uraraka —dijo seria— es un placer conocerlos.
Caminó a su asiento, ignorando al perro sin cabeza que seguía sus pasos. Pasando por alto al lado del hombre que intentaba subir a una butaca sin tener piernas.
—Un gusto, soy Sero Hanta —miró al chico.
Tomó asiento a su lado y respondió el saludo con un asentimiento de cabeza. Miró al maestro y aburrida escondió su rostro entre sus brazos.
—Señorita Uraraka —habló el maestro.
Sero movió levemente el hombro de la castaña. Uraraka levantó la vista.
—Su comportamiento está siendo inadecuado para--
—¿Lo escuchas? ¿Los escuchas? —se dirigió a Sero ignorando al maestro.
Ochako empujó la butaca y salió corriendo del salón.
Las voces eran ensordecedoras, las constelaciones explotaban y los gritos de planetas fragmentandóse la hacían chocar contra las paredes. Apretó los dientes sentía sus oídos sangrar.
—Hey, ¿Qué te pasa? ¿Eres retrasada? Nadie tiene permitido salir así del salón a media clase, serás castigada. En ésta institución no se permite ese comportamiento.
Cetus Borealis se detuvo frente a ella, elevó su cabeza de venado en dirección a la chica que le decía tales palabras a su contelación.
—Es un meteorito, tu odias a los meteoritos —dijo.
Ochako se dió la vuelta para encararla. Tenía razón, sus ojos huecos como los agujeros de gusano y el cabello oscuro lo terminaba de confirmar.
El meteoro la tomó de la muñeca y la jaló fuertemente hasta el lugar donde residía el director.
Tenía que escapar.
Cetus iba con ella, Uraraka se detuvo, tenía que huir de cáncer, tenía que escapar ante de que él la obligará a ingerir insectos.
—Quiero irme —masculló. Había jurado hacer todo bien.
—¿Qué? Avanza.
—Cancer está aquí.
La chica de tercer grado miró como la castaña se teñía de terror.
La obscuridad se coló por sus venas, y la noche negra surcó su mirada. Jaló más fuerte pero ella se negaba a dejarla. Las voces le gritaron que escapara.
—¡No irás a ninguna lado, esas son las reglas!
Ella rompió a llorar y con más fuerza jalaba —¡Le dije a papá que haría las cosas bien, déjame ir, tengo miedo!
—¡Ochako Uraraka, comportate!
—¡Soy cáncer!
La chica la soltó de inmediato y deformó su cara a una de asco. Uraraka se había orinado del miedo.
La mirada café se crispó y llevó las manos a su cuello.
—Papá ¡Ayúdame! ¡Por favor! ¡Ayúdame! —gruñía.
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