38. El pasado que los une

Hace cinco años...

Era curioso como el amor podía dejar esa huella en Marina. Una huella invisible que solo se manifestaba por dentro, en sus pensamientos, en su alma. La huella imborrable de un amor imposible, de algo platónico que empezaba a idealizar en su mente. Conocía a Carlos desde que tenía uso de razón porque pasaba bastante tiempo con sus padres, pero con los diecinueve años que tenía supo que todo aquello no servía de nada. Lo que sabía de él podía encerrarse en un tarro de cristal minúsculo y, aun así, seguiría habiendo espacio vacío alrededor.

Algo en su pecho dolía mientras, ese fin de semana, intentaba concentrarse en una de las asignaturas de la universidad. Era incapaz de estudiar porque la imagen de Carlos la perseguía, inundaba su cabeza con los buenos recuerdos y las fantasías que no debería desear que se cumplieran. Ella tenía diecinueve y él treinta y tres, jamás se fijaría en ella como tanto ansiaba porque la diferencia de edad era demasiado grande. Tan grande como debía ser su...

No. No podía estar pensando en eso cuando tenía cosas importantes que hacer.

Se llevó las manos a la cabeza y enredó sus dedos entre algunos mechones del pelo que se había esmerado en alisar. Tiró, suave y sin hacer demasiada fuerza, mientras enterraba la cabeza poco a poco entre sus brazos. ¿Desde cuándo? ¿Desde cuándo era incapaz de ver las cosas con claridad? Debía convencerse de que el sentimiento que pudiera albergar por él no llegaba a ninguna parte. Jamás sería correspondida.

Y entonces lo escuchó. El sonido de la puerta al abrirse, las risas de su padre y la voz de su mejor amigo. Carlos. «¿Qué hace aquí?». Olvidó por un instante que era tan allegado a la familia que ese tipo de situaciones se daban más a menudo de las que ella podía contar.

—Haced menos ruido, Marina está estudiando.

Su madre, como siempre, siendo la voz de la conciencia de los dos. Durante mucho tiempo observó la relación entre los tres con una curiosidad más allá de lo habitual, llegando a preguntarse, en ocasiones, si ella llegaría a tener algo así en su vida. Lo máximo que había conseguido era un grupo de amigas, pero no existía ningún chico en su vida con el que tuviera algún tipo de amistad. De hecho, desde que se dio cuenta de sus sentimientos por Carlos hubo muchos con los que se desquitó, pero con ninguno llegaba a sentir esa chispa, ese fuego que la abrasaba por dentro cada vez que la miraba o le dedicaba algo de atención. Sin embargo, no dejó de intentarlo. Y no lo hizo porque pensaba que en algún momento llegaría quien pudiera reemplazarlo, quien le robara el corazón tan ferozmente que le arrebatara a Carlos su puesto privilegiado. Aún creía en la posibilidad de olvidarlo, aunque no lo hiciera de la mejor forma posible. Por mucho que lo hubiera escuchado, un clavo no sacaba a otro clavo y de eso era muy consciente. Lo supo desde la segunda noche que intentó ahogar sus penas en los brazos de otro hombre que, para su desgracia, ni siquiera le ponía.

Ya no era virgen, pero tampoco le importaba. La experiencia fue tan abrumadora y traumática que decidió olvidarla lo antes posible con cualquier otro que le llamara la atención. Porque enamorarse no, pero sentirse atraída por otros sí. Una atracción efímera que se iba en cuanto el polvo se terminaba. Un círculo vicioso que nunca parecía terminar y que ya cansaba a Marina. ¿Tendría que insinuarse a Carlos para poner a prueba sus sentimientos? ¿Serviría de algo? Posiblemente no.

El sonido de la puerta abriéndose, sin llamar, la sacó de sus pensamientos y de la vorágine de emociones que empezaba a consumirla. Se irguió justo a tiempo para que, quienquiera que fuera, no la viera tan abatida.

—Hola, Marina.

Esa voz. Otra vez esa voz grave que tantas sensaciones le provocaba. Un escalofrío recorrió su espina dorsal desde lo más bajo hasta su nuca y no pudo evitar que su cuerpo se sacudiera. Inspiró hondo y se giró en la silla para verle. Estaba apoyado en el marco de la puerta con una sonrisa que le hacía aún más atractivo. De las pocas veces que le veía sonreír, esa fue una de sus favoritas. Una de las que guardaría en su memoria para siempre.

—¿Y esa cara? —preguntó, sorprendido.

Marina le observaba con una expresión entre enfadada, confusa y un poco decepcionada, pero la decepción era consigo misma, no porque él apareciera en su habitación como si nada y luego ni se dignara a entrar. «¿Qué hace aquí?», no dejaba de repetirse en su mente. Y aunque no pensaba responder a su pregunta, al final lo hizo sin saber por qué.

—No lo sé.


···


No sabía si estaba más emocionada por la entrevista que tuvo por la mañana o porque cenaría con Carlos. Tampoco comprendía cómo fue capaz de escaparse de casa para acudir a la del profesor, cuando sus padres podrían pillarlos si se les ocurría hacerle una visita improvisada. El riesgo estaba ahí siempre que lo visitaba, pero disfrutaba de la adrenalina que le proporcionaba el peligro de ser descubiertos. Algo que, sin duda, él también empezaba a hacer. Llamó al timbre y esperó, sorprendida cuando Carlos se descubrió ante ella. La recibió con una camiseta negra que se ajustaba a la perfección a su torso y unos pantalones claros que le sentaban demasiado bien.

—Bienvenida —le dijo, invitándola a entrar.

Cuando avanzó y estuvo al otro lado de la puerta, Carlos la cerró y no dejó que continuara andando porque la agarró por los hombros. Marina llevaba una chaqueta fina y una blusa de manga corta debajo, por eso notó que el calor de las manos del hombre penetraba a través de las dos telas. Él se acercó a ella para aspirar su olor y cerró los ojos en un intento por controlar sus impulsos.

—Creo que ya no concibo la idea de que cambies de perfume —susurró en su oído.

Marina levantó la cabeza y la apoyó sobre él, con los ojos cerrados también.

—El único motivo por el que lo uso eres tú —confesó sin poderlo evitar.

Carlos abrió los ojos y volteó la cabeza para mirarla. Ella también los tenía abiertos, pero su mirada se perdía en el techo de la vivienda, a la espera. Ese fuego que sentía por él era difícil de extinguir. Cada vez que la hacía gozar tenía una falsa sensación de satisfacción y luego ese calor volvía a emerger desde lo más profundo de su ser. Notó su nariz en el cuello que se desplazaba poco a poco hasta que los labios la sustituyeron para dejar besos por la zona. Marina dejó escapar un jadeo antes de pronunciar su nombre con voz queda. Las manos, inquietas, no se detuvieron en sus hombros y se desplazaron por su cuerpo, ansioso por llegar a más con ella. No obstante, era consciente del motivo por el que ella estaba ahí, por eso regresó a la realidad antes de que los dos se dejaran llevar por la pasión que los desbordaba.

—La mesa ya está puesta, solo hace falta servir los platos. ¿Me ayudas? —susurró de nuevo, consciente, o no, de lo que eso provocaba en ella.

Marina recuperó la respiración que creyó perdida instantes antes y respondió con un movimiento de cabeza. Carlos se separó a duras penas y avanzó por delante de ella hacia el salón y después hacia la cocina. La chica lo siguió sin decir nada, intentando contener sus impulsos de lanzarse sobre su boca y devorarlo a él en lugar de la comida. En el fondo no distaba mucho de sus fantasías de adolescente, solo que al fin tenía la oportunidad de cumplirlas todas.

Una vez que los platos estaban servidos y ellos sentados a la mesa, empezaron a cenar. Entre bocado y bocado, Marina no perdió detalle de los gestos de Carlos, que parecía imitarla. Era imposible ignorar esa tensión, pero lo intentaron iniciando una conversación contraria a las ganas que se tenían.

—¿Cómo te fue en la entrevista? —inquirió, curioso.

Marina bebió un poco de agua y después lo miró directamente.

—Bien, bien. —A pesar de todo estaba nerviosa, quizá demasiado ansiosa para mantener una conversación que consideraba trivial—. Tengo buenas sensaciones, creo que me darán una oportunidad, aunque no soy la única entrevistada... Las cosas no podían ser tan fáciles como parecían.

—Yo creo que te llamarán. Eres más válida de lo que crees, Marina, y estoy seguro de que lo harás bastante mejor que cuando estabas de becaria.

—Aún tengo mis miedos ¿sabes? —Pinchó con el tenedor un trozo de filete, pero no lo llevó a su boca, solo jugueteó con él un poco—. Mi experiencia como becaria me basta para saber que es un mundo aún más competitivo que el del baile. No digo que haya pisotones, pero es algo que nunca se debería descartar...

Carlos estiró el brazo para tomar la mano de ella.

—Nunca sabrás lo que pasará si no lo intentas —dijo mientras le acariciaba el dorso—. Date la oportunidad de demostrarte lo mucho que sirves para trabajar en la televisión.

Marina se mordió el labio, consciente por primera vez de aquellas palabras que también se encontraban en su mente.

—Soy consciente de lo capacitada que estoy, pero... —Suspiró y siguió jugando con el trozo de carne antes de llevárselo a la boca. Carlos la observó sin perder detalle de sus movimientos. Sus miradas conectaron—. ¿Y si resulta que al final yo...?

—No adelantes acontecimientos —la interrumpió él—, ya veremos lo que pasa. De momento deberías quedarte con que todo ha ido bien en la entrevista, lo demás ya llegará.

El resto de la cena permanecieron callados, pero mirándose la mayoría del tiempo. Carlos no dejó de darle vueltas a la posibilidad de hablarle del viaje a Lanzarote por su cumpleaños, pero ¿podrían llevarlo a cabo? ¿Qué excusa podría poner a sus padres? ¿Qué les diría él? Bajó la cabeza y se centró en lo poco que quedaba en su plato mientras lo pinchaba con el tenedor. Una vez culminó con su cena, apoyó los codos en la mesa y unió sus manos para posar ahí su cabeza. Sin embargo, duró poco en esa postura.

—Pronto es tu cumpleaños.

No era una pregunta.

—Sí —corroboró Marina, bajando la cabeza con una sonrisa.

—He pensado... —Carlos tragó saliva—. En realidad alguien me dio la idea, pero me pareció bastante buena y espero que para ti también lo sea. Me gustaría celebrarlo contigo viajando a Lanzarote.

—¿Cómo?

Él sonrió y buscó su mano de nuevo.

—Sé que no suelo tener mucho tiempo por mi trabajo en la universidad, pero he pensado que podríamos irnos el fin de semana que termina el cuatrimestre —expuso—. Me encantaría pasar unos días a solas contigo para que nos conozcamos mejor y podamos hacer todo lo que queramos sin temer nada. ¿Qué me dices? Solo me queda comprar lo billetes de avión porque la casa ya la tendríamos.

Marina contempló su rostro y repasó sus facciones como si fuera la primera vez que ponía atención a ellas. ¿Viajar con él? ¿A Lanzarote? ¡Claro que quería! Sería la oportunidad perfecta para acercarse más a él, probarse a sí misma y cumplir sus fantasías de una vez por todas. El problema estaba en lo que diría a sus padres. ¿Tendría que inventarse que era un viaje de amigas? Al fin y al cabo la única que estudiaba era Raquel y ese fin de semana podría estar ya de vacaciones... Pero ¿estaría bien mentir?

—Me gustaría muchísimo, no te lo puedo negar.


···


Hace dos años...

La noche anterior, durante la cena, sintió la mirada insistente e intensa de Marina. Era dulce y en parte agradable, aunque recordó sentirse intimidado en algunas ocasiones. A pesar de la conversación que mantenía con Alejandra y Alberto, la chica era tan insistente que notaba cómo lo atravesaba. No entendía si lo odiaba, le desagradaba o qué, pero de ser así ¿por qué se sentía él de esa forma? Atraído por esa misteriosa mirada que causaba una gran curiosidad en él.

Por eso estaba allí otra vez, con una excusa estúpida para verla aunque fuera de pasada. Llamó al timbre y esperó a que le abrieran, con la sorpresa de que lo recibió Marina con el pelo rizado y en pijama. ¿Cuánto tiempo hacía que no la veía con el pelo sin alisar?

—Ho-hola, Carlos.

—¿Está Alberto?

—No, pero si quieres puedes esperarle aquí. Ha ido con mi madre a comprar y creo que no tardarán demasiado en volver.

—Está bien, aunque no quisiera molestar...

—No, tranquilo, a mí por lo menos no. Dudo que a mis padres les moleste conociéndote de toda la vida.

Carlos entró en la vivienda y ella cerró. Dirigió sus pasos hasta el salón mientras Marina le pisaba los talones con el cuerpo tenso. El hombre se sentó en el sofá y ella lo acompañó sin saber hacia dónde mirar o qué hacer, lo que no pasó desapercibido para él. Volteó la cabeza y la contempló, fijándose por primera vez en sus rasgos femeninos y adultos. Ya no había rastro de la niña que fue, ni siquiera en su busto, del que apenas se había percatado hasta entonces. Como Marina no era capaz de sostenerle la mirada, al menos no durante demasiado tiempo, continuó con su repaso visual. Sin embargo, al llegar a la altura de su pecho no se permitió continuar. «Por ahí no tienes permitido pasar». Subió su mirada hasta el rostro de Marina justo en el instante en el que ella se atrevía a levantarla de nuevo.

—¿Quieres ver la tele?

Era tan maravillosa que dolía. Y dolía de verdad. Algo en su pecho pareció dar un vuelco que se intensificó al recordar las miradas que le dirigió durante la cena, cuando creía que no se daría cuenta.

—¿Cómo te va en la universidad? —indagó, indicando así que no le interesaba entretenerse de otra forma.

—Bien —respondió con una sonrisa—, ya me queda menos para terminar. Estoy muy emocionada ¿sabes?

—¿Por qué?

—Porque estoy deseando trabajar de esto.

Vio el brillo en sus ojos marrones, que también reflejaban su felicidad, tal vez ingenua.

—¿Y el baile?

En el rostro de Marina se reflejó la confusión de manera momentánea, pero se recompuso rápido.

—Estoy pensando en dejar el ballet para probar con otro estilo, pero aún no he tomado una decisión...

—¿Y no podrías compaginar ambos estilos? ¿O es por los estudios? —indagó.

Permaneció callada unos instantes antes de responder:

—Podría hacerlo, pero me queda este y otro año más, no sé si sería capaz de tanto.

—La decisión es tuya, yo solo puedo aconsejarte, igual que tus padres.

Marina esbozó una sonrisa amplia que le llegó a los ojos y después se lo agradeció, no solo con palabras, también con un beso tímido en la mejilla. Carlos volteó la cara y por un segundo, sus rostros quedaron a escasa distancia. Tragó saliva y cayó en la trampa de bajar su mirada hacia los labios gruesos de la chica. Con la mandíbula y los puños apretados, se retiró a tiempo de caer en la tentación que hasta ese momento jamás había sentido. A tiempo también de que Alejandra y Alberto no pudieran ver lo que podría haber sucedido.



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