37. Cuenta pendiente
Marina se cambió de ropa allí mismo para no perder tiempo mientras iba y volvía de la habitación. Carlos la contempló desde el sofá, disfrutando de la visión de su cuerpo desnudo y de cada movimiento que realizaba mientras se vestía de nuevo a lo Christina Aguilera. No fue maquillada, ni pensaba hacerlo porque sabía que sería un esfuerzo innecesario si su intención distaba mucho de participar en una exhibición de baile. Cuando terminó, colocó las manos sobre sus caderas y observó al hombre con una sonrisa.
—¿Qué te parece?
Carlos se relamió antes de responder.
—Ahora estás mucho más sexy que esta mañana. —Mientras hablaba, se levantó del sofá y se acercó para tomarla de la cintura. La atrajo hacia él y Marina dejó escapar un jadeo en el proceso. Carlos subió una de sus manos para acariciar sus labios y la barbilla—. Eres la única en este mundo que puede ponerme de esta forma.
Marina pudo comprobarlo porque sus cuerpos estaban tan pegados que el bulto de su entrepierna se clavaba en la zona baja de su vientre. Sus miradas conectaron y los dos se perdieron en ellas.
—Comprueba por ti mismo lo que tu sola presencia provoca en mí.
Estaba temblando ligeramente por su forma de tocarla, aunque también era consciente de que ese movimiento delataba las ganas de que hiciera con ella todo lo que ansiaba desde hacía tiempo. Igual que Marina, que ansiaba hacerle gritar su nombre cuando llegara al orgasmo.
Carlos la besó y la condujo hasta el pasillo, pero en lugar de ir a su habitación, se quedaron allí y dejó que ella se apoyara en la pared. Sus besos se desplazaron hasta la mejilla, después bajaron por el cuello y al final volvieron a subir hasta la oreja, donde se detuvo para susurrarle:
—¿Qué fantasías tienes? —Sus manos no dejaban de acariciar el cuerpo de Marina, estuviera o no cubierto por las prendas—. Dímelas.
Mordió con suavidad el lóbulo de su oreja antes de continuar con los besos por toda la piel expuesta de la chica. Marina, por mucho que quisiera responder, no fue capaz porque su mente se quedaba en blanco con cada caricia del hombre. Durante unos instantes, este se separó de ella para contemplarla de nuevo en su totalidad. Cuando sus ojos se encontraron de nuevo con los de Marina, un impulso primitivo se apoderó de él y la besó de nuevo. Sus manos recorrieron el contorno de su cuerpo y cuando llegó al muslo derecho, lo agarró para subir su pierna de forma que la apoyara sobre su lado izquierdo.
—He tenido muchas fantasías contigo a lo largo de todo este tiempo, pero ahora tengo la mente en blanco —reconoció entre jadeos.
Carlos besó el hueco entre el cuello y la clavícula.
—No te preocupes, ya me lo dirás.
Su voz sonó distinta a oídos de Marina, que quedó impresionada con ese cambio. Se preguntó si la suya también cambiaría cuando la excitación se apoderara de ella, pero no encontraría respuesta a menos que él se lo confirmara de alguna forma.
—¿Te gustaría que lo hiciéramos aquí mismo? —preguntó Carlos en cuanto esa idea cruzó su mente.
Imaginó que la alzaba y que ella se sujetaba a él con los brazos y las piernas, de forma que él tuviera un buen acceso a su intimidad.
—¿Te refieres a tener sexo aquí, contra la pared? —Sus ojos brillaban y de eso se dio cuenta él mientras asentía—. Cualquier sitio me gustaría siempre que sea contigo.
Era una declaración en toda regla, lo máximo que ella se atrevía a decirle de forma abierta, pero en ese momento era difícil pensar en ello como lo que era. Sin embargo, Carlos sonrió y le aseguró:
—Cualquier lugar es bueno si se trata de ti.
No podía olvidar lo sucedido en el cine y en su coche y, a su manera, era otra declaración oculta entre las connotaciones sexuales tanto de la situación como de su conversación.
Mientras Carlos volvía a repartir besos por la piel tostada de Marina, el sonido insistente de un teléfono móvil llegó a los oídos de ambos. Un sonido que ambos conocían bastante bien, pues ya había interrumpido otro momento candente entre los dos.
—Deberías cogerlo... —dijo él, resignado.
Ella, aunque no quería detenerse ahí, se separó de la pared y de él para acercarse de nuevo al salón en busca de su móvil.
Era su madre. Otra vez.
—¿Qué pasa, mamá? —preguntó en cuanto aceptó la llamada.
Carlos la escuchó hablar desde el pasillo, sin moverse del sitio, y su mente de nuevo le jugó una mala pasada. ¿Estaba haciendo bien manteniendo en secreto lo que tenía con Marina? ¿Estaba bien tocarla de la forma en la que ya lo había hecho tantas otras veces? ¿Estaría bien que tuviera sexo con ella? Cerró con fuerza los ojos y las manos e inspiró hondo en un intento por dejar la mente en blanco, pero no pudo. Además tenía que afrontar todos sus miedos si de una vez por todas quería ser feliz y hacer feliz a alguien.
—Tengo que irme, Carlos —se disculpó Marina en cuanto cortó la llamada.
Él se relajó y la miró.
—¿Qué ha pasado?
—Mis padres quieren que vaya a cenar con ellos y no he podido negarme. ¿Te importa que lo dejemos para otro momento?
Y de nuevo aquella mirada de disculpa en Marina y el arrepentimiento en Carlos.
—Claro, cámbiate y vete. Hay mucho tiempo por delante para que yo cumpla con mi palabra, incluso si no vas así vestida. —Le guiñó el ojo.
Marina sonrió y se apresuró a cambiarse de nuevo. Él la observó mientras lo hacía y se aseguró, en cuanto terminó, de que no dejaba nada en su casa. Se despidieron con un beso en los labios y Carlos la vio marcharse con una sensación agridulce.
···
El lunes por la mañana, Marina recibió una notificación en su móvil que la puso nerviosa. Pulsó sobre ella y leyó con atención para no pasar nada por alto. Su currículum les había parecido adecuado y querían entrevistarla lo antes posible, a ser posible el miércoles, y ella respondió con un agradecimiento y la confirmación de que ese día estaba disponible. Concertaron la hora y el intercambio de correos terminó cuando el contacto de Jimena envió el último para afianzarlo todo.
Marina tiró el móvil sobre la cama en cuanto lo bloqueó y reprimió un grito, aunque estaba sola en casa porque sus padres se fueron temprano al centro de investigación. Tenía ganas de contárselo a alguien, a pesar de que no estaba asegurado que la contrataran. El simple hecho de tener una entrevista de trabajo, y de lo suyo, era razón suficiente para alegrarse.
Marina López:
Tengo noticias... ¡El miércoles por la mañana tengo una entrevista de trabajo!
Carlos Villanueva:
¿De lo que has estudiado?
Marina López:
¡Sí! Jimena me dio la oportunidad después de la competición, por eso me fui con ella y con Patri... ¡Estoy tan contenta!
Carlos Villanueva:
No me extraña, es algo que siempre has querido, ¿no? Dedicarte a lo tuyo, aunque no dejes el baile... Me alegro mucho por ti, guapa.
Cuando leyó el último mensaje de Carlos, el corazón le latió aún más deprisa. Sin embargo, no esperaba lo que le mandó a continuación.
Carlos Villanueva:
El miércoles te invito a cenar, aunque no se sepa si te contratarán o no. Este es un logro que tenemos que celebrar.
Marina López:
Estoy deseando que llegue ya ese momento.
···
Esperó a Jimena en la Plaza del Duque, en la parada de autobús, y su amiga no tardó mucho en aparecer tan bien vestida como siempre y con uno de sus bolsos de marca que tanto le gustaba usar.
—Cuánto me alegro de que te hayan dado esta oportunidad —le dijo como saludo.
Las dos se dieron dos besos en sus mejillas con una sonrisa.
—Todo es gracias a ti.
—Pero tú te lo mereces, Marina, no te quites mérito.
Caminaron en dirección a la Alameda de Hércules, sin prisa y en silencio. Marina estaba pensativa no solo por ese tema, también por todo lo sucedido y lo que quedaba por pasar. Tenía miedo por lo que sus padres pudieran decir sobre su relación con Carlos, pero estaba dispuesta a todo para estar con él. También era consciente de que no podría ocultarlo durante mucho más tiempo a sus amigas, ya que aunque Raquel y Patricia ya lo sabían, Jimena y Sandra no. ¿Qué pensarían? ¿La perdonarían por ser las últimas en enterarse? Pero tenía razones de peso para no hacerlo: evitar que a cualquiera de las dos se les escapara algo delante de sus padres. Recordó el día de la exhibición, lo cercanos que estaban a Jimena y a Patricia y lo que la primera le ofreció una vez anunciados los primeros puestos.
—¿Puedo confesarte algo? —Jimena asintió—. Me he enfocado tanto en el baile que había olvidado lo que realmente deseo, que es trabajar en la televisión.
—Lo sé, por eso te he echado una mano.
Marina se sintió mal por todo lo que le estaba ocultando a su amiga, pero no quería contar nada hasta que los dos comprobaran que era posible tener una relación. No obstante, lo peor para ella era no poder pedirle consejo sobre todo lo que asaltaba su mente sobre él.
—Tengo algo que contarte y que no me atrevo a decirle al resto... —dijo Jimena, trayéndola de nuevo a la realidad.
Marina la observó y vio reflejada la tristeza en sus ojos.
—Cuéntame, sabes que puedes contar conmigo.
Y sus propias palabras provocaron que volviera a sentirse mal por no hacer lo mismo con Jimena.
—Mis padres se van a separar.
Marina detuvo sus pasos en mitad de la calle y de la calzada. Abrió los ojos un poco más e hizo lo mismo con la boca con la intención de hablar, pero no le salieron las palabras. Jimena también se paró al comprobar que su amiga no la seguía y volvió sobre sus pasos para ponerse frente a ella. Bajó la mirada y centró su atención en sus piernas y en las de Marina mientras hablaba.
—Mi padre ha estado engañando a mi madre durante mucho tiempo, ¿sabes? —No tuvo intención de decirlo así, de esa forma, ni siquiera el contenido, pero no se pudo contener. Igual que no pudo contener sus lágrimas cuando se enteró de todo—. No pensaba que la cosa fuera tan grave, hasta que los escuché una vez de casualidad. No era mi intención hacerlo, pero ellos tampoco se cortaron al hablar del tema a mi lado. En ese momento me dio un ataque de ansiedad porque en mi mente algo hizo clic, algo me dijo que las cosas no iban bien, pero ellos intentaron ocultármelo... Como si yo fuera estúpida.
Todo el desagrado que sentía lo notó Marina gracias a cómo le contó todo. A pesar de la tranquilidad que desprendía su voz, era evidente que todo aquello le molestaba bastante.
—Pero ¿cómo? Si tus padres eran un ejemplo en ese sentido...
—Pues ya ves... Las cosas cambian. La verdad es que hace tiempo que no me hablo con mi padre por esto, por mucho que él ha intentado que no sea así.
Marina la observó, inquieta, sin saber qué más decir. Entendía en parte su dolor aunque no lo mostrara, pero nunca había estado en esa situación y no sabía cómo reaccionar ni qué decir.
—Lo siento...
—No te preocupes —Jimena intentó esbozar una sonrisa—, es algo que poco a poco estoy asimilando. Me costará, pero sé que con el tiempo lo superaré, igual que también sé que mi padre se arrepentirá de todo esto. El tiempo pone a cada uno en su lugar, ¿no es así?
Su amiga asintió y la abrazó, ya que era lo mejor que podía hacer por ella en ese instante.
—Puedes contar conmigo para lo que necesites, lo sabes, ¿verdad? —le recordó Marina, abrazándola aún.
—Muchas gracias —se limitó a responder Jimena.
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