32. La fragancia de azahar

No, no era solo la lencería. Marina lo excitaba de cualquiera de las formas, pero también albergaba otros sentimientos por ella. Cualquier otra persona podría despreocuparse o centrarse más en su propio placer, pero para Carlos era impensable hacerlo con ella porque lo que más disfrutaba, sin contar con el hecho de verla en ropa interior, era contemplar su rostro durante el orgasmo y sentir su cuerpo tembloroso dejándose llevar por las sensaciones.

—No creo ser el único, pero reconoce que ha sido arriesgado. —Acarició sus brazos desde las muñecas hasta los hombros y después hizo lo mismo con su cuello. Marina cerró los ojos y jadeó al notar cómo sus manos rodeaban esa zona de su cuerpo—. Por suerte tengo suficiente con lo que pasó la otra noche...

Ella abrió los ojos y se mordió el labio.

—Yo no tuve suficiente, pero sé cuándo parar.

—Ah ¿sí?

—Claro. Si no hay preservativo, no se continúa.

Carlos sonrió y la abrazó. Paseó los dedos por el pelo rizado de Marina y hundió la nariz en su cuello.

—¿Por qué has seguido usando la colonia que te regalé? —indagó con curiosidad.

Marina se separó sin dejar de tocarlo y sonrió antes de responder.

—Porque me gusta. No es solo porque me la regalaras y se convirtiera en algo importante para mí... La verdad es que me encanta cómo huele mi piel cuando me la echo.

Él se entretuvo con uno de los mechones más cercanos de su rostro antes de que sus dedos tocaran su mejilla.

—Tu olor me vuelve loco... Toda tú, si he de ser sincero. —Contempló los ojos marrones de Marina, que no dejaban de observarlo también—. Cuando te la regalé no pensé que llegaría a pasar.

—Y estoy segura de que tampoco pensaste que llegaríamos a estar así ¿verdad?

—Por supuesto que no, ni siquiera me había hecho pajas pensando en ti hasta hace relativamente poco.

—Voy a cambiarme.

Y, aunque no quería separarse de él, se marchó a la habitación de Carlos para cambiarse de nuevo. Él la siguió y la esperó fuera, aunque la puerta estaba completamente abierta y podría ver cómo se desnudaba. Por algún motivo no quiso asomarse, aunque Marina no era tonta y sabía que estaba allí.

—Pasa si quieres, total, ya me has visto desnuda aunque fuera por partes...

Carlos cerró los ojos e inspiró hondo antes de entrar en su cuarto. La encontró sentada en la cama mientras se quitaba los zapatos.

—Quizá sea mejor que me vaya...

Volvía a ser consciente de lo hermosa y sexy que estaba Marina con ese atuendo y su mente se nubló por unos instantes.

—¿Por qué? No me molesta tu presencia, tranquilo.

—Si me quedo es posible que acabemos en la cama.

Aquellas palabras la sorprendieron unos instantes, pero después esbozó una sonrisa.

—¿Y no quieres que eso pase? Porque yo lo anhelo desde hace mucho tiempo... —Carlos tragó saliva mientras veía cómo ella se levantaba de la cama y se acercaba—. Pero ahora mismo lo que más deseo es besarte de nuevo.

A él no le dio tiempo a hablar porque Marina lo atrajo por la nuca y lo besó. Fue corto, pero intenso, de esos que te dejan sin aliento y con ganas de más.

—Cámbiate, te estaré esperando en el salón.

Abandonó el lugar y una vez que estuvo fuera de su alcance, suspiró. Marina se quedó en la habitación con la mirada perdida y sin entender por qué lo había hecho. «Por una vez que no quiero que me respete...», pensó. Para su sorpresa ni siquiera estaba enfadada por eso, sino más bien decepcionada. «Ojalá me hubiera tirado sobre la cama». Reprimió una risa tonta y se terminó de cambiar de ropa.

Cuando se reunió con él en el salón, lo vio sentado en el sofá. Carlos levantó la mirada hacia ella y sonrió, aunque no vio que ese gesto llegara a sus ojos y se preocupó.

—¿Pasa algo?

—Me gustaría hablar contigo...

—Si es para decirme que te arrepientes, mejor ahórratelo. —Se cruzó de brazos en medio de la sala.

—No, no es eso. Quiero contarte algo que ni siquiera tus padres saben.

Marina bajó los brazos.

—¿En serio?

—Sí. Ven aquí, siéntate conmigo —dijo mientras le indicaba que se pusiera a su lado.

—Es... ¿Es algo malo? —indagó.

—De momento solo quiero que puedas conocerme mejor y creo que eso no es nada malo ¿verdad? —Ella hizo un movimiento con la cabeza indicando que no—. Lo primero que quiero que sepas es que, aunque no lo parezca, no estoy todo el tiempo pensando en sexo cuando estamos juntos. Sí, me pones mucho, pero eso no quiere decir que solo quiera tenerte en mi cama.

—Lo sé, pero yo llevo demasiado tiempo ocultando lo que siento y ahora que tengo la oportunidad no quiero desaprovechar ningún instante contigo. No pasará nada si nos acostamos y nos gusta.

—No, pero tampoco quiero que nuestros encuentros se limiten a eso. Nos conocemos, sí, pero me da la sensación de que yo te conozco más a ti que tú a mí.

Ella permaneció callada unos instantes, pensativa, con esas palabras haciendo eco en su mente. Si analizaba todos esos años de amistad entre él y sus padres, era cierto que lo máximo a lo que había aspirado siempre era a escuchar atentamente las conversaciones entre ellos, lo que no suponía que lo conociera lo suficiente. Y cualquier otro día de la semana, salvo excepciones contadas, apenas tuvo la oportunidad de tratar con él si no era por cuestiones de estudio. ¿Significaba eso que en realidad se había enamorado de la imagen mental de Carlos que se había hecho durante todos esos años?

—Quizá tengas razón... Y me gustaría conocerte más —admitió con una sonrisa que llegó a sus ojos.

Al fin se sentó a su lado y Carlos tomó las manos de Marina entre las suyas.

—¿Tus padres te han contado como nos conocimos? —Ella indicó que no, aunque en realidad deseaba escuchar de sus labios la historia—. Bien, entonces lo haré yo como comienzo de la historia... Conocí a Alberto el mismo año que entré en la universidad, me senté a su lado el primer día y desde entonces no nos volvimos a separar. Tu padre tenía algo que invitaba a confiar en él, a hablarle aunque no lo conocieras de nada, supongo que por eso fue delegado durante varios años... Incluso estuvo metido en la delegación del centro. Como bien sabes, tu padre me saca algunos años y me sorprendió que entrara el mismo año que yo en Matemáticas, pero ¿quién era yo para juzgar? Durante mi adolescencia no fui estudiante modelo, de hecho tengo varias manchas en mi expediente, pero los números siempre me han gustado y por eso decidí estudiar esa carrera. Alberto, por el contrario, era un estudiante modelo y, para qué mentirte, siempre lo tuve como uno al que seguir. Era el típico que estudiaba la mayor parte del tiempo mientras que yo aprovechaba todo lo posible para salir de fiesta algunas noches. —Suspiró—. Siempre le sorprendía que sacara buenas notas con el mínimo esfuerzo, ¿sabes?

» Conocimos a Alejandra ese mismo año, pero ella era de segundo curso. Un día vino Alberto diciéndome que había conocido a una chica bastante guapa en la cafetería y de alguna forma supo que pasaba mucho tiempo en la biblioteca, por lo que me animó a que le acompañara para observarla de lejos. Él era un poco tímido por ese entonces, pero, al tercer día, se armó de valor y se sentó a su lado para hablar con ella. Tiempo después me uní a ellos y así fue como la conocí. Desde el primer momento supe que la intuición de mi amigo no falló y... —Carlos se detuvo pues no sabía cómo continuar.

Marina lo contempló en silencio a la espera de que continuara con el relato, pero no lo hizo y no supo qué pensar al respecto. Hasta que un pensamiento fugaz atravesó su mente y abrió los ojos de repente. Apretó las manos de Carlos y de esa forma consiguió que él le devolviera la mirada.

—Y te enamoraste de ella... ¿no? —El corazón le latía muy deprisa y sus manos temblaban.

Él sonrió.

—No del todo... Es decir, me llegó a gustar en su momento, pero sabiendo que a mi amigo también no me veía capaz de sentir algo más. Decidí tomar distancia para que mis sentimientos se enfriaran y lo hablé con Alberto para que lo supiera. Él lo entendió perfectamente y, cuando me uní a ellos de nuevo, de lo que había ni siquiera quedaron brasas, cosa que agradecí bastante. No hubiera podido resistirlo mucho...

—Entonces, ¿mi padre sabe que te enamoraste de mi madre? ¿Y ella?

—Ambos lo saben. Siempre he ido de frente con ellos y, aunque en principio ella no supo nada, más adelante me sentí en la obligación de contárselo para que supiera lo que pasó en realidad durante mi distanciamiento. No sé si sepas los padres que tienes, pero son un tesoro.

—Lo sé.

Y, aunque sonrió, Marina no estaba demasiado feliz tras aquella revelación. «¿Qué significa que me haya contado esto? ¿Será cierto que olvidó a mi madre o...?». No quiso darle más vueltas porque sabía que no le iba a gustar el rumbo que tomaran sus pensamientos.


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