29. Un instante mágico y sensual

Tras dejar a Patricia en su casa, Marina y Carlos quedaron a solas en el coche. Lo único que se escuchaba era el sonido de la radio, aunque ninguno de los dos prestara atención a lo que decían los tertulianos. Ella miraba por la ventana y él tenía la vista fija en la carretera, las señales de tráfico y los semáforos. Al pararse en uno, cambió la emisora por una de música y Marina sonrió al escuchar la voz de Carlos Rivera por los altavoces. Los dos se miraron durante largo rato hasta que un coche pitó tras ellos.

—Tengo vagos recuerdos relacionados con esta canción... —comentó ella mientras seguía observándole.

—Los míos no son tan vagos. Recuerdo perfectamente lo que pasó esa noche y creo que empiezo a entender mejor algunas cosas... O más bien una en concreto.

Marina frunció el ceño.

—Me aseguraste que no había dicho cosas indebidas...

—Porque no las dijiste —concedió—, pero sí que se te soltó bastante la lengua... De otra forma dudo que me hubieras dicho que me querías.

La chica abrió los ojos y la boca ante aquellas palabras.

—¿De verdad dije eso?

—Sí, aunque no me lo tomé muy en serio. Pensaba incluso que lo decías como familiar.

—Bien por ti si quisiste creer eso. —Rio sin poder ocultar parte de su nerviosismo.

—¿Y qué querías que creyera, Marina?

Sintió un escalofrío al escuchar su nombre en los labios de Carlos.

—Nunca he sabido lo que piensas sobre mí y sigo sin saberlo.

—¿Y quieres que te lo diga?

El coche se detuvo cerca del portal de la casa de Marina. Se percató de que le quedaba poco tiempo con él y no estaba segura de querer separarse de Carlos aún.

—¿Tú quieres contármelo? —indagó.

Carlos apagó el motor del coche, suspiró y volteó la cara hacia Marina.

—¿Recuerdas lo que te dije la primera vez que salimos por ahí solos? Ese día te conté que no habíamos estrechado antes nuestra relación porque no quería que la gente pensara lo que no era. —Tragó saliva—. No quiero decir que desde tus dieciocho me fijara en ti... Simplemente llegó un momento en el que no pude mirarte como antes —explicó sin apartar su mirada de la de ella—. Tengo la teoría de que considerarte prohibida ha avivado mi fuego, pero no podría estar seguro.

—¿Quieres decir que si nos acostáramos podría apagarse ese fuego? —cuestionó.

—Es una posibilidad que no descarto.

Marina entrecerró los ojos y desvió su mirada hacia abajo, encontrándose con el bulto en los pantalones de Carlos. En un impulso, acercó su mano y acarició la tela.

—¿Y si te dijera que no me importa? —Clavó su mirada de nuevo en el rostro de Carlos, que la observaba con intensidad—. Somos adultos, ¿no crees? Podemos hablar las cosas, dejar todo claro, acostarnos y ya. Si queremos repetir, bien. Si no es el caso, también. ¿Qué tendría de malo?

Él aproximó su rostro un poco más al de la chica.

—¿Y si no quisiera que pasara solo una vez? ¿Y si me vuelvo egoísta y te quiero solo para mí?

—Entonces los dos seríamos egoístas porque yo solo te quiero para mí...

Jadeó al notar sus labios tan próximos que podría besarlos, pero en lugar de eso continuó con sus caricias sobre la entrepierna de Carlos. Él frunció el ceño con los ojos cerrados y emitió un pequeño gruñido que puso a cien a Marina.

—Para... Para, Marina —pidió él al notar las insistentes caricias.

—¿Por qué? Quiero dejarte tan satisfecho como tú lo hiciste conmigo la otra vez —susurró.

Él suspiró antes de devorar su boca de tal forma que provocó en ella un gemido inesperado.

—No puedo permitirte que lo hagas aquí —murmuró sobre sus labios—. Vamos a mi casa.

—Será algo rápido, no pienso llegar mucho más lejos contigo esta noche. Si lo prefieres podríamos irnos a algún lugar menos transitado...

Carlos aguantó su mirada sin decir nada, pensando en su propuesta, hasta que asintió y arrancó de nuevo el motor.

—Conozco un lugar cerca de aquí... —mencionó mientras volteaba la cabeza y se centraba en la carretera.

La chica no dejó de tocarle y él, sabiendo que no cejaría en su empeño, se desabrochó el botón del pantalón como pudo. Marina fue quien se encargó de bajar la cremallera e inclinó un poco el cuerpo hacia su lado para tocar la tela de los calzoncillos.

En el corto trayecto en coche hacia el lugar, Carlos reflexionó sobre lo que estaba a punto de suceder. Accedió a llevarla a un lugar medio recóndito en el que no se sintieran observados y que además estuviera lejos de la vivienda de Marina, pero ¿estaba bien? Lo que más temía él era arrepentirse y volver a hacerle daño. «Eso no tiene por qué pasar si de verdad estoy deseando que pase», se convenció a sí mismo. Y lo estaba deseando, porque de otra forma ni siquiera se le habría ocurrido proponerle que fueran a su casa.

Aparcó en el lugar más oscuro del descampado y apagó el motor otra vez para que ninguna luz pudiera delatarlos. Miró de nuevo a Marina y quedó prendado del atractivo que le daba la noche. Ella, por su parte, quedó maravillada con el brillo en los ojos de Carlos. ¿Podía ser la oscuridad más mágica de lo que estaba siendo en ese instante?

—¿Estás segura de que quieres hacerlo?

—No sabes cuánto... —respondió ella con una sonrisa.

Carlos se movió en el asiento para bajarse un poco los pantalones y la ropa interior. Marina, mientras tanto, se quitó el cinturón de seguridad y no esperó mucho para inclinarse hacia el miembro masculino, que parecía alzarse victorioso y sin un ápice de timidez que lo hiciera esconderse. Lo acarició primero con la mano de arriba abajo sin dejar de observarlo, como si no hubiera visto algo igual antes, y reconoció que a simple vista se veía mucho más apetecible de lo que había imaginado.

El hombre la contempló con el mismo deseo que se había apoderado de él en las últimas semanas. No la perdió de vista cuando su cabeza bajó poco a poco hasta su carne para introducírsela en la boca, no sin antes dedicarle caricias húmedas con la lengua.

—Oh... —suspiró al ver que se lo introdujo por completo en la boca.

Acarició su cabeza y dejó que fuera ella quien controlara los tiempos, aunque dejara la mano sobre sus rizos negros para enredar sus dedos en ellos. Marina consiguió arrancarle algunos jadeos por su forma de succionar y tocar tanto con su lengua como con su mano. Cerró los ojos y apoyó la cabeza sobre el respaldo para disfrutar de las distintas sensaciones que ella le provocaba. Perdió la cordura al notar el aumento de intensidad tanto en los movimientos de Marina como en su propio cuerpo, que le indicaba que el orgasmo estaba a punto de extasiarle. Su mente no ayudó a prolongarlo cuando la imagen de Marina en lencería lo asaltó y en cuestión de minutos un intenso hormigueo le recorrió por completo, sin siquiera darle tiempo a avisar. Sin embargo, lejos de escuchar quejas, la vio recibir todo en su boca mientras gemía.

—Lo siento —se disculpó él después, totalmente avergonzado—. No soy un adolescente que se deje llevar, debería haberte avisado porque no sé si...

—Tranquilo, Carlos —levantó la mirada hacia él—, no tengo ningún problema si eres tú.

Él la tomó por el mentón para acercarla a su boca y besarla. Introdujo su lengua y tanto la suya como la de ella batallaron hasta que los dos se separaron para recuperar el aliento. Carlos apoyó la frente en la de ella y cerró los ojos. No dejaba de pensar en una cosa.

—Antes de irnos haré que te corras si quieres.

Marina se relamió y observó sus ojos de cerca, ya que él los volvió a abrir. ¿Cómo podría negarse a algo así si estaba deseando que volviera a tocarla?

—No podría permitir que no lo hicieras con lo caliente que estoy ahora mismo... —Se abalanzó sobre él para besarlo solo unos instantes antes de añadir—: Además, si no lo haces sé que te quedarás con las ganas y eso no es nada bueno.

Le dedicó un guiño y antes de que él pudiera hablar, se bajó los pantalones y se situó cómodamente en el asiento.

—¿Vamos atrás mejor?

Ella asintió y volvió a subirse los pantalones antes de salir del coche. Se reunieron en la parte trasera en poco tiempo y repitió la operación para dejar que él tuviera un mejor acceso a su intimidad. Carlos observó la prenda de encaje blanco y se relamió.

—¿Siempre llevas lencería? —indagó con la voz un poco temblorosa.

Marina clavó su mirada sobre él.

—Nunca se sabe... Aunque también es cierto que disfruto mucho llevándola. Me siento muy sexy con ella, aunque no se vea.

—La lleves o no, eres sexy —confesó Carlos casi sin pensar.

Y durante unos segundos se quedaron mirando sin decir nada, hasta que ella en un rápido movimiento terminó de quitarse los pantalones y se sentó sobre él para besarlo otra vez. Aquello la encendió aún más y cogió sus manos para posarlas en sus caderas con la intención de animarlo a que la tocara cuanto quisiera.

—Creo que me he vuelto adicta a tus besos... —murmuró entre jadeos.

Carlos aprovechó para dedicarse por completo a su cuello, besando y mordiendo cada trozo de piel que encontraban sus labios. Los jadeos de la chica, junto a su olor, lo enloquecieron de tal forma que por su mente pasó una idea que tuvo que desechar de inmediato para no caer. Aquello era una tentación y besarla de esa forma tampoco ayudaba al poco autocontrol que tenía en esos instantes.


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