28. O todo o nada
Carlos supo que no podría retroceder y volver con sus amigos en el momento en el que Marina estuvo a escasa distancia de su cuerpo y, por si fuera poco, sus pies no respondían a las órdenes de su cerebro. «Fantástico...», pensó.
—No me estás poniendo las cosas fáciles, Carlos.
Las mismas palabras que él usó con ella días atrás impactaron en su pecho y le provocaron un intenso dolor difícil de paliar.
—No te estoy siguiendo, si es lo que crees.
—Lo sé, pero este tipo de casualidades no son buenas para ninguno de los dos.
Una de las canciones favoritas de Marina empezó a sonar y sonrió. Dejó Carlos y avanzó hacia la pista para bailar; con un poco de suerte conseguiría poner la mente en blanco. Pero al contrario de lo que ella creía, el profesor se acercó y, aunque no se consideraba buen bailarín, se atrevió a moverse al ritmo de la música. La chica se giró y se detuvo durante unos segundos al ver a quien tenía delante, pero luego continuó como si no sucediera nada. Que Carlos estuviera bailando con ella era importante para Marina, aunque nunca lo hubiera visto hacerlo.
—¿Qué haces? —preguntó Marina mientras se acercaba más a él con la intención de que la oyera sin necesidad de hablar demasiado fuerte.
También lo hizo para aprovechar la situación.
—Bailar.
En realidad ni siquiera él sabía lo que estaba haciendo, pues se dejó llevar por un estúpido impulso. No era la primera vez que lo hacía tratándose de Marina, pero no dejaba de sorprenderle esa facilidad que tenía para ceder a sus impulsos por ella. Agitó la cabeza y vio que se acercaba un poco más a él para agarrarle de la nuca.
—Entonces bailemos.
Carlos se aferró a la cintura de Marina y siguió sus pasos, entregándose por completo a aquel baile sensual. Lo que ninguno de los dos esperaba era que los distintos movimientos y las sutiles caricias improvisadas generaran en sus cuerpos unas sensaciones tan intensas. No perdieron de vista los ojos del otro mientras estaban de frente, mientras que cerraban los ojos cuando ella se colocaba de espaldas a él para restregarse contra su cuerpo. Y de nuevo frente a frente sus ojos parecían manifestar a gritos lo que ellos no se atrevían a expresar con palabras. Marina abrió los labios con la intención de decir algo, pero se quedó a medio camino porque no le salían las palabras ni la voz. Carlos, por su parte, se acercó a su oído y el aroma tan característico en ella lo aturdió como otras veces.
—A veces no me reconozco a mí mismo —reconoció, hablándole en tono cómplice cerca de su oreja—, creo que ya te lo he dicho antes. No sé lo que haces conmigo, pero no puedo elegir entre tú y tus padres. No sería justo para ninguno de vosotros.
Marina jadeó al notarlo tan cerca.
—No tienes por qué elegir, Carlos —rebatió, pronunciando las palabras muy cerca del oído del hombre—. Podemos llevarlo en secreto.
Él se retiró del cuello de Marina para observarla con detenimiento. En ningún momento creyó que escucharía esas palabras de su boca. Ella lo atrajo hacia su rostro y lo giró un poco para volver a hablar.
—Pero si no quieres intentarlo siquiera, por favor, déjalo claro y ya no te molestaré más con el tema.
Cuando se separó, sus rostros quedaron a poca distancia mientras sus cuerpos continuaban moviéndose al ritmo de la música, que parecía no terminar nunca. Respiraron el mismo aire viciado de la discoteca, aunque fue el calor de sus alientos lo que ocasionó que ansiaran unir sus labios no solo en un beso, sino en todos aquellos que no se habían dado desde que ocurrió el primero.
Patricia y Elena, cada una desde su lugar, observaron a Marina y a Carlos con una sonrisa en sus rostros que aumentó cuando los vieron marcharse juntos de la pista.
—¿Adónde me llevas? —indagó Marina.
—A un lugar donde podamos hablar mejor.
La guio hasta el exterior del local, pero antes cogieron sus pertenencias del guardarropa. Ella, que conocía a Carlos lo suficiente, intuyó que no volvería a entrar en el lugar aunque su amiga quedara sola en el interior. Se alejaron de la entrada y de los grupos que se distribuían por los alrededores para tener algo más de intimidad.
—Lo que te dije hace un momento va en serio —aseveró, mirándolo a los ojos—. No hace falta que te diga lo que siento porque estoy segura de que ya te lo imaginas. Por mucho que quiera ocultarlo, mi cuerpo siempre me juega malas pasadas en ese sentido.
—Pero nunca habría imaginado esto —objetó él, tragando saliva después.
—Eso es porque siempre me has visto como una niña. Es lo que tiene ver crecer a alguien que no tiene nada que ver contigo...
—¿Crees que te habría besado aquella vez si te hubiera visto de esa forma? —cuestionó.
Y ella no supo qué responder. Observó a Carlos con los labios entreabiertos y las inmensas ganas de besarlo que no la habían abandonado desde que comenzaron a bailar.
—Yo mismo te daré la respuesta: no, no lo habría hecho —añadió al ver que Marina no decía nada—. ¿Tienes idea de lo mucho que he luchado conmigo mismo para enterrar esto? —Cogió la mano de Marina y la acercó a su pecho para que notara el latido frenético de su corazón—. Podría engañarte con mis palabras, pero mi corazón jamás lo hará.
Si antes no fue capaz de hablar, en ese instante tampoco. ¿Cómo serlo si ni siquiera podía mantenerse en pie sin que las piernas le temblaran? Se sujetó a los brazos de Carlos como prevención y eso hizo que los dos se acercaran más.
—No tenemos por qué etiquetar lo que tengamos, solo intentar llevarlo más allá y dejarnos llevar por lo que sentimos. ¿Tan difícil es?
Él acarició la mejilla de Marina con la yema de sus dedos.
—Lo difícil es mantenerlo a escondidas de tus padres y tampoco creo que sea la mejor manera de tener algo...
—¿Entonces qué propones? Porque no sé cómo se lo tomarán cuando sepan que tenemos algo.
Soltó una risa nerviosa al imaginarse la situación.
—Yo tampoco lo sé, pero no podrá ser un secreto siempre, en algún momento se enterarán de lo que sucede...
—No deberíamos preocuparnos por eso ahora, hay otras cosas que considero más importantes, como saber si quieres o si no. Entenderé si me dices que no así que tampoco debes angustiarte por eso.
Necesitaba pensar las cosas, pero no tardar demasiado para evitar que ella pensara de forma negativa, por eso la abrazó y enterró el rostro en su cuello para seguir deleitándose con su aroma. Tal vez no fuera lo mejor teniendo en cuenta lo que aquella fragancia provocaba en él, pero ¿no tenía derecho a tomar decisiones arriesgadas?
—Está bien, probemos a llevarlo en secreto y si funciona ya pensaremos en lo que hacer con tus padres.
Marina sonrió y cerró los ojos para evitar que las lágrimas de la felicidad se deslizaran por sus mejillas. Su corazón latía demasiado deprisa y sus piernas temblaron un poco más, logrando que todo su cuerpo hiciera lo mismo.
—¿Tienes frío? —le susurró al oído.
Ella abrió los ojos antes de responder.
—Un poco... —No era una mentira, pero tampoco la verdad completa.
Carlos se separó el tiempo suficiente para quitarse la chaqueta negra de cuero y colocársela sobre los hombros, sobre la que ella llevaba. Marina la aceptó sin rechistar, aunque no pudo evitar preocuparse por él.
—No te preocupes, soy una estufa humana —le aseguró con un guiño. La chica se quedó mirándolo durante un rato sin decir nada hasta que él volvió a decir—: Anda, ven aquí.
Tomó su mano y la acercó de nuevo a su cuerpo para abrazarla en un intento de que entrara en calor. En ese instante salieron Patricia, Elena y su marido y se quedaron plantados mientras observaban la escena a lo lejos. Cuando Carlos se percató de ello, sonrió y los tres le devolvieron el gesto. La pareja se marchó, mientras Patricia sacaba el móvil para enviarle un mensaje a Marina para que no se preocupara por ella antes de marcharse también en la misma dirección que los amigos del profesor.
—¿Te llevo a casa?
Marina se separó de Carlos y lo miró a los ojos.
—Estaría muy bien, pero tendría que avisar a Patri...
—Tranquila, sabe que estás en buenas manos. Además, acaba de irse.
Sacó el teléfono, pues notó la vibración segundos antes, y comprobó lo que Carlos le dijo.
—Igualmente tendré que hablar con ella, no ha estado bien que la dejara sola allí dentro... —insistió.
—No hace mucho que se ha ido, si quieres puedes hacerlo ahora, incluso podría llevaros a ambas, no tengo ningún problema.
—Vale, entonces espérame aquí y se lo digo.
Y Marina salió corriendo en la misma dirección en la que Patricia caminaba.
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