26. Solo ha sido un error
Cuando Marina regresó a su casa, se probó las medias y comprobó lo bien que le quedaban. Tuvo la tentación de fotografiarse con ellas, pero lo pensó mejor y se abstuvo de hacerlo. No le encontraba el sentido, mucho menos si Carlos se comportaba de esa forma tan extraña con ella. Sacó el móvil de su bolso y lo tiró sobre la cama antes de desnudarse por completo y guardar de nuevo las medias. Fue hasta el armario y sacó un pijama de color rosa pálido ideal para la época primaveral. Avisó a sus padres de que esa noche no cenaría, pues ya se tomó algo con Patricia poco antes de la despedida, y se metió en la cama para descansar hasta el siguiente día.
No pudo hacerlo tan pronto como quería porque alguien insistía en contactar con ella.
—¿Quién es?
Ni siquiera vio quién la llamaba.
—Sé que debería ser sincero contigo, pero no sé cómo hacerlo, Marina.
Abrió los ojos de la sorpresa y separó el móvil de la oreja solo para asegurarse de que era quien ella creía y no producto de una ensoñación.
—¿Carlos? —preguntó entre susurros—. ¿Cómo se te ocurre llamarme a estas horas sabiendo que mis padres están en casa?
Él suspiró al otro lado del teléfono.
—No lo sé, quizá no lo pensé bien. —Arrastró la última sílaba más de lo normal y eso fue lo que notificó a Marina que algo iba mal.
—Vale, estás borracho, ¿no? —Siguió hablando en voz baja para que sus padres no la escucharan.
—¿Por qué hablas así? Apenas te escucho... ¿Están ahí...? ¡Dios!
—¡No! No te preocupes, estoy sola en mi habitación —aseguró sin alterar el tono de su voz.
—Así que en tu habitación ¿eh? En ese caso podremos hablar con tranquilidad... Estoy yendo a tu casa.
—¿Cómo? No estarás conduciendo en ese estado ¿verdad?
—Me está llevando un amigo...
—No cometas una locura, Carlos... Dile a tu amigo que te lleve a tu casa. Ya hablaremos mañana cuando estés mejor, o en el momento que quieras.
—No le hagas caso, se ha cogido un ciego impresionante —intervino Julián cogiéndole el móvil a Carlos y poniendo el altavoz aprovechando que el semáforo estaba en rojo—. Intenté que no bebiera tanto, pero no me hizo caso... Menos mal que le dije de llevarlo a casa sino seguiría en ello...
Ella suspiró al saber que, en efecto, no estaba solo.
—Ojalá hubiera seguido bebiendo... —dijo Carlos creyendo que pensaba en voz alta.
—Lo siento, estoy conduciendo y no he podido evitar que te llamara —explicó Julián—. Se le metió entre ceja y ceja, supongo que ya sabrás cómo es... En fin, siento las molestias, Marina.
—No te preocupes, tampoco me ha despertado ni nada...
—Está bien, intentaré que no vuelva a molestarte esta noche. Menos mal que es sábado, así tendrá todo el día de mañana para recuperarse. No se lo tengas en cuenta, ¿vale? Te dejo que el semáforo se va a poner en verde...
Y colgó antes de que ella pudiera despedirse.
···
Al día siguiente por la tarde, Marina se presentó en casa de Carlos. Podría haber buscado cualquier excusa para estar furiosa, pero no se sentía capaz. Su preocupación era más fuerte. Llamó al timbre alargando el toque lo mínimo para que él pudiera saber que alguien esperaba tras la puerta. Esperó uno o dos minutos y cuando la puerta se abrió, encontró al otro lado a un hombre que no se había molestado en arreglarse un domingo. Entró en la vivienda tras ver en su mirada algo que la instó a hacerlo, pues Carlos no abrió la boca.
—¿Eres consciente de lo preocupada que me dejaste? —inquirió en cuanto la puerta se cerró, situándose en medio del salón con los brazos cruzados y de frente a él—. No he podido pegar ojo en toda la noche.
Carlos se restregó el rostro con las manos y pasó una de ellas por su pelo, despeinándolo más en el proceso.
—No deberías preocuparte —dijo lo más firme que pudo.
Marina alzó una ceja y reforzó su postura.
—Ah ¿no? ¿Y dónde quedó aquello de que fuéramos amigos?
Vio que se acercaba a ella poco a poco, como si midiera cada paso que daba. Extendió el brazo derecho, pero después lo bajó.
—Por mi parte así lo he intentado, pero no sé si puedo decir lo mismo de ti.
Arrastraba las palabras y Marina supo que le estaba costando hablar.
—¿Tienes alguna queja de mí? —cuestionó mientras alzaba el mentón.
Intentó controlar sus emociones para que ninguna lágrima consiguiera asomar por sus ojos.
—No, pero debes reconocer que no me has puesto las cosas fáciles.
—A ver si lo estoy entendiendo... —Marina frunció el ceño—. ¿Me estás intentando decir que por mi culpa todo se ha vuelto raro entre los dos? Porque yo no lo veo así, ni siquiera creo que esto sea raro salvo por tu actitud conmigo en los últimos días.
Carlos desvió su mirada hacia los labios de la chica, se relamió y unos segundos después recobró la compostura, centrando su atención de nuevo en los ojos marrones de Marina. Tragó saliva varias veces antes de responder.
—No creo que sea tu culpa y mentiría si te lo hiciera creer... Pero también es cierto que lo mejor sería que dejáramos aquí lo que sea que estaba empezando.
Ella abrió los ojos y bajó los brazos mientras sentía que el frío se apoderaba de una zona concreta de su pecho. Inspiró hondo.
—Me diste dos orgasmos impresionantes... ¿Y ahora pretendes que hagamos como si nada? —Siguió reprimiendo el llanto un poco más, pero no pudo evitar que lo siguiente que dijo sonara como un pequeño murmullo—. ¿Estás loco?
—Estoy loco por ti, Marina, pero no puede ser. Tienes que estar con alguien de tu edad o que al menos no te saque tantos años. Alguien que pueda hacerte tan feliz como mereces porque yo... Yo no sé si puedo hacerlo y no quiero hacerte daño.
—Pues ya es demasiado tarde para eso ¿no crees? Porque ya siento que duele, y mucho, pero si es lo que deseas... ¿Quién soy yo para negarme?
Poco a poco avanzó hacia la puerta y dejó a Carlos a su espalda; ya no pintaba nada allí.
—Podemos ser amigos.
Marina detuvo sus pasos.
—¿Y si yo no quiero ser solo tu amiga? —Giró la cabeza para mirarle por última vez—. ¿Podrás soportarlo?
Sin esperar su respuesta, abrió la puerta y se fue.
···
Durante la siguiente semana, Marina se esforzó por olvidar todo lo que tuviera que ver con Carlos y su última conversación con él. Se concentró en practicar con Álex durante todo el tiempo libre que tenían, mientras que el resto del tiempo la pasaba ensayando para su competición. Sin embargo, ese jueves no eran capaces de avanzar porque él tenía un pequeño problema que no era capaz de controlar.
—Estás... Te has empalmado. Nunca te había pasado antes, al menos no conmigo —comentó Marina al comprobar el bulto en los pantalones de Álex.
No estaba enfadada, solo un poco sorprendida. Se separó para darle algo de espacio y lo observó en busca de respuestas que no sabía si obtendría.
—Lo siento —se disculpó él—, no es algo que suela pasarme cuando bailo.
Una de las máximas de Álex durante el baile era mantener alejados sus pensamientos, pero hacía días que no dejaba de darle vueltas a algunas cosas. Una pregunta se repetía en su mente y no lo dejaba tranquilo. ¿Ese feeling especial que tuvieron desde el primer momento podría ir más allá del baile? Sentir el cuerpo de Marina bajo sus manos era de lo más exquisito, pero tenía que mantener la compostura y continuar como si nada. Lo que no entendía, igual que ella, era el motivo por el que estaba excitado. Como si antes no hubieran compartido espacio vital mientras bailaban kizomba.
—Últimamente te noto distraído, ¿pasa algo que tenga que saber?
—Nada que deba preocuparte. —Metió las manos en los bolsillos de su pantalón y caminó hacia el sofá para alejarse de Marina. Giró sobre sus talones y la observó desde la distancia. ¿Cambiarían las cosas si ella no estuviera pillada por otra persona?—. Creo que no hoy no tengo cabeza para ensayar. ¿Lo dejamos para otro día?
Marina frunció el ceño sin comprender qué ocurría.
—Está bien, al fin y al cabo aún queda para la exhibición. Mándame un mensaje cuando estés mejor. —Recogió sus cosas y fue hasta la puerta—. Hasta luego, Álex.
Cuando de nuevo quedó a solas consigo mismo en su propia casa, suspiró y se dejó caer sobre el sofá.
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