25. Prioridades
Varias semanas después, pasada la Semana Santa, Marina se preparaba para una competición de baile en solitario a la que se apuntó antes de la festividad. Como Raquel estaba ocupada estudiando ese sábado, decidió ir de compras con Patricia.
—¿Cómo te va con tu rollete? —curioseó Marina mientras buscaba entre las medias de rejilla de una tienda de ropa interior.
—Como cualquier rollete, ya pasó. Resultó que estaba casado y yo no estaba dispuesta a continuar.
—¿Y si hubiera dejado a su esposa por estar contigo?
—Esa posibilidad es inexistente, Marina. Nunca te fíes si un hombre casado te dice eso y luego no te enseña la demanda de divorcio firmada por ambas partes. La próxima vez agradecería que fueran sinceros desde el primer momento porque yo no me mezclo con hombres casados.
—¿Y serías sugar baby de alguno?
Tras hacer la pregunta, miró directamente a Patricia, que puso los ojos en blanco al escucharla.
—No, nunca.
Marina volvió a su búsqueda y encontró unas de su talla que le gustaron.
—¿Qué te parecen?
—Maravillosas. ¿Para qué las vas a usar? ¿Para seducir a Carlos?
Levantó y bajó las cejas en un movimiento rápido que hizo reír a Marina.
—Es para una competición de baile. ¿Sabes qué estuve pensando? —Al ver que Patricia negaba con la cabeza, continuó—. Que estaría bien si las cuatro bailáramos la canción que estoy ensayando. Una pena que sea individual porque podríamos petarlo.
La castaña rio.
—Sabes que a mí solo se me da bien la danza del vientre, ¿qué te parecería añadir a Raquel y dejarme a mí fuera? Eso sí, iría a veros encantada ¿eh?
—No sé yo si estaría preparada para algo así, pero podría hablarlo con ella. Se me ocurre que quizá Elena me ayude para que hagamos una exhibición, ¿qué te parece la idea?
—¡Fantástica! Joder, ya estoy entusiasmada y yo no voy a bailar...
—Y eso que aún no sabes la canción de la que te hablo... —comentó Marina con media sonrisa.
—No sé a qué esperas entonces.
Marina permaneció callada y avanzó hacia la caja para pagar las medias. Mientras esperaba en la pequeña cola que había, miró a su amiga.
—Lady Marmalade. Esa es la canción.
—¿Y vas a invitar a Carlos a la competición para que te vea?
—Pienso hacer algo muchísimo mejor... —Dejó a medias la frase porque le tocó pagar y no agregó nada más hasta que estuvieron fuera de la tienda—. Voy a enseñarle la coreografía en privado.
—¿En serio? —Patricia se detuvo en medio de la calle.
—Totalmente —aseguró la chica antes de pararse también. Se volteó para mirarla—. Solo le enseñaré el baile, nada más.
—Sí, claro, como que no estás pensando en hacer algo más que eso con él...
—Por supuesto que lo pienso, pero mi intención inicial es, únicamente, enseñarle la coreo y que me diga si tengo algo que mejorar. Me vendrá bien su punto de vista inexperto.
Patricia calló unos instantes, pero no dejó de observarla. De todas, ella era quien mejor conocía a Marina y sabía que con esas palabras solo se mentía a sí misma. Si era cierto que estaba enamorada de Carlos, ¿por qué no intentar algo para llamar su atención?
—Hay algo que no me estás contando, ¿verdad? —cuestionó Patricia con los ojos entrecerrados. La manía de Marina de morderse el labio la delató y su amiga hizo un gesto de victoria con la mano—. Cuéntame, anda, que ya sabes que yo no diré nada al resto.
Marina retomó la marcha y la castaña hizo lo mismo.
—Ya han pasado muchas cosas entre nosotros, Patri... —resumió, recalcando la palabra «muchas»—. Pero desde hace unas semanas lo he notado más distante y no sé por qué. Me da miedo preguntarle porque no quiero enfrentarme a su respuesta.
—Los hombres se complican mucho la vida y cuanto más mayores, peores son, créeme. Hay excepciones, por supuesto que sí, pero a veces parece que solo se cruzan en nuestro camino idiotas que nos marean —explicó Patricia mientras recordaba a algunos hombres que pasaron por su vida—. No quiero decir que Carlos lo sea, que conste. Para él tiene que ser difícil enfrentarse a lo que sea que sienta. Imagínate la situación: es amigo de tus padres y te conoce desde que eras pequeña. Te ha cuidado cuando tus padres no podían y seguramente en ningún momento ha pensado en ti más allá de lo familiar. ¿No crees que es normal que esté hecho un lío? ¿Tú no lo estarías?
Patricia era de esas personas que sabían qué palabras usar y en qué momento. Era una consejera ideal, además de confidente. Marina sopesó sus palabras en silencio mientras seguía caminando y giraba a la izquierda para adentrarse en otra calle en busca de una tienda de lencería en particular.
—Lo estaría... Lo estoy ahora mismo, aunque mi situación no sea la misma que la de él —admitió—. Siento algo tan fuerte que me oprime el pecho de tal manera que tengo que aguantar las ganas que tengo de gritarlo a los cuatro vientos. —Suspiró—. Pero lo peor de todo es que ahora que sé que de alguna forma me corresponde, intuyo que no podré contener mis impulsos cada vez que lo tenga delante. Eso es un problema ¿sabes? No puedo hacer nada cuando viene a mi casa porque están mis padres. Lo último que deseo es perjudicar su amistad con ellos.
Llegaron a la tienda que buscaba Marina y entraron en busca de algún conjunto negro y sexy que fuera a juego con las medias.
—¿Y has pensado en lo que tú quieres o en lo que él desea? Porque si piensas así jamás serás feliz. No lo serás si no lo intentas.
Ella sabía bien de lo que hablaba, aunque aún hubiera cosas que no pudiera hacer para conseguir esa felicidad que anhelaba.
—Llevo mucho tiempo pensando en todo eso, al menos en lo que yo quiero, pero tampoco quiero ser egoísta. Además ¿no podríamos ser felices teniendo todo? ¿O eso es aún más egoísta?
Patricia se encogió de hombros.
—A veces no tenemos más remedio que tomar decisiones difíciles.
···
Desde que su amigo le presentó a la chica que estaba conociendo, no dejó de darle vueltas a su propia relación con Marina. No quiso verla durante unas semanas, sin contar los viernes que acudía a su casa a cenar, aunque tampoco la veía esas noches porque ella siempre tenía planes. Carlos no era tonto y sabía a la perfección el motivo de que le esquivara: todo se debía a su propia actitud. ¿Quién en su sano juicio se distanciaba de otra persona a la que días atrás estuvo a punto de llevarse a la cama? Necesitaba hablar con alguien que le dijera lo capullo que estaba siendo porque él ya se lo había dicho muchas veces delante del espejo.
—¿Qué pasa, tío? —El saludo de Julián lo sacó de sus pensamientos.
Carlos sonrió.
—Pensativo desde que me presentaste a tu novia.
—En realidad no es mi pareja aún, pero me encantaría que lo fuera —comentó con una sonrisa.
—Para el caso es lo mismo —rebatió Carlos.
Emprendieron la marcha hacia el bar en el que solían tomarse algo con el resto de la cuadrilla, aunque ese día solo fueran ellos dos.
—¿Y qué has estado pensando? ¿Es sobre lo que me contaste hace tiempo?
—Sí y desde entonces han pasado muchas cosas. Demasiadas —recalcó—. Un día estuvimos a punto de follar, pero el timbre de su teléfono nos interrumpió. Casi agradezco que su madre la llamara... No sabes lo mal que me siento desde entonces.
Como era de esperar, no comentó nada acerca de su obsesión con la ropa interior de Marina. Ya le avergonzaba demasiado pensar más de la cuenta en ello como para expresarlo en voz alta.
—Creo que le estás dando demasiadas vueltas a todo, Carlos. Ella es mayor de edad y tu amistad con sus padres no debería impedirte hacer lo que quieras si es consensuado. Y por lo que he entendido, ella desea tanto como tú que pase lo que tiene que pasar.
Carlos pasó una mano por el pelo y suspiró.
—Tú lo ves todo fácil porque apenas tienes relación con la familia de tu chica...
—Somos vecinos —lo interrumpió Julián— y conozco a su familia.
—Pero no de la misma forma que yo. Sigo pensando que todo esto es una locura a pesar del gran paso que di con ella, aunque haya retrocedido casi hasta el punto de partida...
—Si no estás seguro de lo que sientas, sea lo que sea, no la ilusiones. Eso podría ser peor, no por ella, sino por tu amistad con Alejandra y Alberto. ¿Crees que seguirán siendo tus amigos si haces daño a su hija? ¿Cuál crees que sería su prioridad?
Aquellas palabras lo atravesaron de tal forma que pudo sentir el dolor imaginario de una daga en su pecho. Julián tenía razón: ¿qué podía haber peor que traicionar a sus mejores amigos de esa forma?
—Marina —murmuró.
En ese momento fue consciente de lo estúpido que estaba siendo al alejarse de ella. ¿Cómo podría arreglarlo sin meter aún más la pata?
Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top