24. La cita tan esperada
Marina se fue y dejó a Carlos, por voluntad propia, con las ganas de algo más. Su lado racional no le permitía avanzar más con ella, mientras que el impulsivo le recriminaba que no lo hiciera. Inspiró hondo mientras iba hacia el dormitorio e intentó que la imagen de ella se esfumara de su cabeza, pero no pudo. Resopló al atravesar el marco de la puerta y fue directo hasta el cajón donde guardó la prenda íntima de la chica. La cogió con la mano derecha, la observó detenidamente durante un rato y después desvió la mirada para alejar la tentación, pero sentir el tacto del delicado encaje entre sus dedos provocó en él una excitación que se acrecentó al imaginar a Marina con lencería. «Estás jodidamente enfermo», le dijo su conciencia, aunque más que eso era él mismo recriminándose por lo que estaba a punto de hacer. No concebía el hecho de sentirse tan atraído por ella sin pensar que estaba traicionando a dos personas tan importantes para él como eran Alberto y Alejandra.
—Algo tengo que hacer con esto... —pensó en voz alta mientras miraba hacia abajo.
No podría aguantar mucho más sin hacer algo al respecto. Era saciarse de una vez o dejar de pensar en cosas obscenas, pero Marina no le daba tregua en su mente. «A la mierda todo», pensó, tirando la prenda sobre la cama y quitándose toda la ropa que le estorbaba para su propósito. Su miembro se irguió solo, cosa que no le sorprendió en absoluto, y lo tomó con la mano derecha. «Estoy seguro de que si la hubiera dejado tocarme...», no fue capaz de terminar su pensamiento porque imágenes fugaces de ella haciéndolo empezaron a torturarlo aún más. Para calmar su instinto, movió su mano a lo largo de toda su extensión y aumentó la intensidad de sus caricias poco a poco. Observó la pieza de lencería que estaba sobre la cama hasta que finalmente se atrevió a tocarla de nuevo. Y una idea fugaz atravesó su mente tan rápido que apenas le dio tiempo a asimilarlo. ¿Qué pasaría si se tocara con ella? «No. Eso sí que no...», se dijo a sí mismo, pero su mano parecía tener vida propia y acercó la prenda a su miembro. No tardó mucho en descargarse entre gemidos sobre la colcha de la cama.
···
Al día siguiente por la tarde, Álex esperaba a Marina y a sus amigas en el centro comercial de Plaza de Armas. Tras diez minutos esperando vio aparecer a tres chicas y le costó reconocer a Marina porque, por primera vez desde que la conocía, se había alisado el pelo y lo llevaba recogido en una coleta. No podía negar que también le sentaba bien. Ella fue la primera en acercarse a saludarlo con dos besos y una sonrisa. Después hizo las presentaciones y fueron las otras dos chicas quienes se acercaron a hacer lo mismo.
—Así que tú eres el bailarín que deja embazada a cualquiera sin necesidad de quitarle la ropa ¿eh? —comentó Jimena sin quitar la vista de él.
Marina le dio un codazo mientras él la observaba con una sonrisa.
—¿En serio les dijiste eso?
—Solo dije la verdad. —Marina se encogió de hombros.
Le dedicó un guiño a su amiga y luego se fijó en la rubia, que no dejaba de mirarlo con una pequeña sonrisa.
—¿Adónde os apetece ir? Yo había pensado en que tomáramos algo por aquí —dijo él.
Las tres chicas siguieron a Álex y entraron en el centro comercial en busca de algún bar asequible en el que tomar algo y pasar el rato. Durante unos minutos compartieron anécdotas, sobre todo entre quienes no se conocían, y Marina permaneció en segundo plano apoyando a sus amigas antes de que él pudiera conocerlas por separado. Eligió a Sandra la primera y tanto Jimena como Marina se fueron para dejarles intimidad durante una hora, que fue lo que establecieron con anterioridad.
—Ahora que estamos solos déjame decirte algo —Sandra se puso misteriosa y eso agradó a Álex—: solo estoy aquí para hacer rabiar a Jimena. Es mi amiga, pero a veces se pasa de intensa y caprichosa.
—¿Eso quiere decir que no te intereso en realidad?
—Tampoco es eso... —Ella sonrió—. Eres un chico muy interesante, pero el problema es que me gustan las mujeres.
Aquella revelación fue completamente inesperada para él, pero le hizo sonreír.
—¿Y eso lo saben tus amigas? —cuestionó mientras se acomodaba en la silla.
Sandra retiró la mirada de él y la centró en el vaso que tenía delante.
—La verdad es que no, no quiero que piensen que soy un bicho raro o que me miren como tal... Tampoco quiero que crean que en cualquier momento me han gustado o me gustarán. Son mis amigas, no puedo verlas como algo más que hermanas, aunque no lo sean en realidad. —Se mordió el labio inferior, pensativa, y luego habló de nuevo—. Sé que es raro que te haya contado esto porque no nos conocemos, pero prefiero ser sincera contigo antes de que avancemos. ¿Te importaría guardarlo en secreto hasta que sea capaz de contárselo a ellas?
—Tranquila, mi boca estará sellada. —Le guiñó el ojo.
Después de eso siguieron conversando para conocerse mejor, aunque fuera como amigos, y en cuanto pasó la hora estipulada Jimena entró. Sandra se despidió de Álex con una sonrisa, pagó por su consumición y se reunió con Marina, dejando a Jimena a solas con el chico con el que no había dejado de soñar desde que supo de su existencia. Él la observó detenidamente a la espera de que hablara, pero al ver que no lo hacía, comenzó él.
—Veo que no eres de tomar la iniciativa... —Inclinó el cuerpo hacia delante, sobre la mesa. Ella abrió un poco más los ojos—. No te preocupes, eso no hace que yo pierda el interés.
—Oh, no, no. Como antes pudiste comprobar soy de las que toman la iniciativa, aunque tenerte solo para mí es un poco intimidante, no puedo negarlo —comentó con una sonrisa.
Jimena llamó al camarero y pidió una nueva bebida para ella. Minutos después la tuvo en la mesa y contempló el líquido del vaso antes de beber un poco.
—¿Por qué querías conocerme? ¿Por lo que dijo Marina sobre mí?
—Bueno, no del todo, es decir... —Soltó una pequeña carcajada por los nervios—. Me pareció interesante lo que nos contó sobre ti, aparte de lo que te dije antes, y tras saber que no le interesabas me dije: ¿por qué no? Si a ella le hubieras interesado ni siquiera me lo habría planteado.
—¿Y crees que ha valido la pena? —indagó él con una sonrisa de medio lado.
—Sí.
···
Marina se reunió con Álex cuando terminó la cita con Jimena, que se despidió después de pagar lo suyo y antes de irse con Sandra. Los dos amigos quedaron a solas en el lugar.
—¿Te parece que demos una vuelta? Así me cuentas cómo ha ido.
Él estuvo de acuerdo y pagó antes de que los dos salieran a la calle. Permanecieron callados durante un buen rato hasta que Marina chasqueó la lengua.
—¿Qué te parecen mis amigas?
—Son dos chicas muy interesantes...
—Pero no te han gustado ¿verdad? —lo interrumpió, deteniendo sus pasos.
Álex hizo lo mismo y la encaró.
—¿Cómo voy a saberlo si acabo de conocerlas? —Encogió sus hombros.
—Si ninguna de las dos te ha generado algo ya, será difícil que lo hagan en el futuro...
—Eso es una tontería —rebatió él—, además he tenido un buen feeling con ellas. No descarto seguir conociéndolas.
—¿Incluso a Sandra? —inquirió y como respuesta él solo movió la cabeza de arriba abajo—. Pensaba que solo le gustaban las mujeres...
—¿Lo sabes?
Y tan rápido como habló, se arrepintió de hacerlo.
—¿Entonces es cierto? Patricia y yo lo sospechamos desde hace tiempo, pero ella nunca ha dicho nada al respecto. Tampoco es que nosotras la avasallemos para que nos lo diga, pero esperamos que algún día lo haga. Somos amigas, no vamos a tratarla de otra forma porque le gusten las mujeres.
—Me dejas más tranquilo, la verdad. —Suspiró—. Sandra me ha pedido que no os diga nada, y no lo haré con Jimena porque intuyo que ella no lo sabe, pero si vosotras dos sí no tiene sentido que me haga el loco.
—Yo tampoco le diré que tú me has confirmado las sospechas, ni le diré nada a Patricia directamente, así que puedes estar tranquilo. El secreto está a salvo.
Volvieron a ponerse en marcha sin un rumbo fijo hasta que tiempo después Álex se detuvo al lado de un coche rojo.
—Te llevo a tu casa, venga.
—No hace falta, hombre —Ella sonrió.
—No es molestia para mí —insistió el chico.
—Bueno, venga... Vale.
Rodeó el coche y se introdujo en el interior a través de la puerta del copiloto. Álex se unió a ella y puso música antes de arrancar el motor. Tenía sentimientos encontrados por lo ocurrido durante la tarde y era consciente de que daría vueltas a muchas cosas durante la semana. Lo peor era que los ensayos con Marina lo complicarían todo.
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