23. El sabor de lo prohibido
Carlos observó los labios de Marina, tan cerca y tan apetecibles que no podría resistir mucho más tiempo la tentación de saborearlos. Cerró los ojos, aspiró su aroma y lanzó un suspiro que escondía mucho más de lo que sus palabras podrían decir. Ansiaba volver a besarla, pero temía por lo que pudiera suceder después.
—No quiero rechazarte... —murmuró cuando la boca de la chica estuvo a punto de rozarse con la suya.
—No lo hagas.
Antes de avanzar los dos se contemplaron. El cuerpo de Marina temblaba y Carlos, en un intento por relajarla, desplazó sus manos por la espalda sin ser del todo consciente de lo que eso provocaba en ella.
—No miento si te digo que ansío hacer mucho más contigo que solo besarte.
Marina lo miró entre confusa y complacida.
—¿A qué te refieres?
Él sonrió y acarició su mejilla con la punta de los dedos. No le pasó desapercibido el temblor de su voz al hablar, por eso quiso reconfortarla con ese gesto. Pero lejos de lograrlo, su nerviosismo aumentó aún más.
—Creo que ya te lo imaginas...
—¿Estás seguro? Es decir, ¿desde cuándo?
—Pues no sabría decirte desde qué momento, pero no dejo de pensar en ti. Me resulta extraño porque prácticamente te he visto crecer...
Marina era consciente y por eso intentaba no ilusionarse más de la cuenta con él. Además la amistad entre Carlos y sus padres lo complicaba todo un poco más.
—Hace muchos años que soy amigo de tus padres y te conozco desde siempre, por eso no quiero meter la pata —confesó—. Ni contigo ni con ellos. Además no quiero hacerte daño.
Por primera vez en mucho tiempo, fue sincero consigo mismo sin sentirse avergonzado de admitirlo en voz alta. Bajó la mano que estuvo acariciando el rostro de la chica y la colocó de nuevo en su espalda.
—¿Por qué piensas que me harás daño?
—Tienes mucho que vivir y yo ya tengo una edad. No quisiera que te ilusionaras conmigo en vano...
Marina colocó el dedo índice sobre los labios de Carlos para que callara. Él dejó de hablar y aprovechó la situación para chuparlo y meterlo en su boca sin dejar de observarla. Ella entreabrió los labios, sorprendida por su atrevimiento. Cuando liberó el dedo, la chica bajó la mano con lentitud. Posó sus ojos sobre los de él, pero al instante los bajó hasta los labios y recordó aquel primer beso en la oscuridad.
—Dime una cosa, por favor.
—¿Qué quieres saber?
—¿Lo de esa noche fue real?
Carlos pasó la lengua por sus labios, atrayendo de nuevo la atención de Marina sobre esa zona, y recordó ese beso que tanto le hizo sentir.
—Lo fue —admitió—. Aún recuerdo el sabor de tus labios esa noche...
Con esas palabras terminó de demostrarle que sabía a lo que se refería con su pregunta.
—Llegué a pensar que fue algo irreal y como tampoco mencionaste nada hasta ahora...
—Lo siento —se disculpó, bajando la mirada y separando su cuerpo del de ella—, me costó asimilarlo. Ya sabes por qué, antes te lo he dicho.
Marina entrelazó sus manos y las miró antes de hablar.
—Te entiendo, no creas que no. No dejo de pensar en ello desde hace años... —Levantó la mirada de nuevo y encontró sus ojos sobre ella—. Es decir, en que eres amigo de mis padres y me sacas más de diez años, que no debería haberme fijado en ti y que debería olvidarte, pero es difícil, la verdad.
Entre los dos se hizo el silencio y solo quedó lugar para las miradas. Carlos tragó saliva con dificultad.
—No sabes lo mucho que deseo que vuelvas a comerme la boca —se sinceró Marina.
Movido por un impulso, Carlos se acercó a Marina y, como aquella noche, volvió a aferrarse a su nuca para besarla. Sus dedos se enredaron en algunos de sus mechones rizados mientras situaba la otra mano en su cintura. Como ambos pudieron comprobar ella no era la única que anhelaba aquello, pues él también soñó muchas noches con la posibilidad de volverla a besar. Y lo peor de todo era que ya no le bastaba con eso ni con soñar que sobrepasaba la línea con ella, necesitaba dar un paso más. La atrajo para sentir su cuerpo y ella notó que su propia excitación era equiparable a la de él.
Aunque no querían hacerlo, se alejaron para recuperar la respiración y mantuvieron sus miradas conectadas instantes antes de que Carlos volviera a atrapar los labios de Marina con los suyos. Poco a poco la condujo hasta el sofá y, antes de que ella pudiera reaccionar, le desabrochó el pantalón y se lo bajó junto con la ropa interior. Escuchó el jadeo proveniente de la boca de Marina y gruñó, completamente excitado. La empujó con suavidad para que se sentara y ella obedeció sin rechistar, observándolo con un brillo especial en los ojos. Bajo su atenta mirada, Carlos terminó de quitarle las prendas que se habían quedado en los tobillos. Marina subió las piernas y se acomodó al mismo tiempo que él se arrodillaba ante ella. Verlo hacer eso provocó que se humedeciera más.
—Desde que te pillé masturbándote en mi cama no he dejado de pensar en cómo sería hacerte gemir con mis dedos y mi lengua —confesó—. La otra noche en el cine pude hacer realidad la primera parte y ahora me gustaría hacer lo mismo con la segunda.
Marina se mordió el labio recordando esos días y temió llegar antes de lo que esperaba al orgasmo. Él la encendía demasiado, pero tenerlo a su disposición era otra cosa.
—En todo momento te he imaginado a ti mientras me tocaba y...
Dejó de hablar al verlo tan cerca de su intimidad. Carlos alzó el rostro para mirarla a los ojos.
—¿Y? —insistió.
—Y estoy deseando que todo lo que he imaginado se haga realidad —concluyó.
Con esa confirmación, él sonrió y acarició en círculos la zona ya húmeda de Marina. Aquellos movimientos provocaron en ella varios jadeos que se intensificaron cuando la lengua masculina fue la que le proporcionó placer. De vez en cuando veía los ojos de Carlos puestos sobre ella y eso la enloquecía mucho más. Los jadeos se transformaron en gemidos en cuanto la intensidad de sus caricias aumentó y él decidió en ese instante dejar de torturarla con su lengua para volver a sus dedos. La besó de nuevo con ganas y ella pudo notar su sabor en la boca masculina.
—¿Te gusta? —preguntó él en un susurro cuando se separó.
Ella gimió al notar cómo introducía dos dedos en su interior.
—Me gusta mucho.
Acortó la poca distancia que había entre los dos para morderle el labio y eso provocó otro gruñido en Carlos.
—No vuelvas a hacerlo...
Pero lo hizo.
—Te gusta ser una chica mala ¿eh? —comentó antes de volver a besarla.
El ritmo frenético de los dedos de Carlos no la dejaba pensar con claridad y mucho menos hablar, solo podía hacer ruidos inconexos entre los que había jadeos y gemidos. No dejaba de mirar esos ojos verdes que tanto le gustaban y ser consciente de que él también la contemplaba era mucho más de lo que había llegado a imaginar durante todo ese tiempo. ¿De verdad estaba pasando todo eso o lo estaba soñando?
Un teléfono empezó a sonar y Marina calló, asustada por la sorpresa. Por si fuera poco reconoció el tono y supo que era el suyo.
—Tengo que cogerlo... —dijo con una voz que a él le resultó de lo más sexy.
—No lo hagas.
Continuó con lo que estaba haciendo y ella, al borde del éxtasis, dejó que siguiera sonando mientras se dejaba llevar por las sensaciones. Alzó la barbilla y apoyó la coronilla en el respaldo del sillón mientras su cuerpo temblaba debido al orgasmo. Carlos escuchó sus gemidos y repartió besos por su cuello antes de parar y dejar sus dedos aún dentro.
—Eres mucho más ardiente de lo que pensé. Y bastante ruidosa, sí.
Marina sonrió mientras intentaba recuperar el ritmo normal de su respiración.
—Para que veas que no te mentía, aunque ya lo supieras cuando lo preguntaste...
Él volvió a mover sus dedos unas cuantas veces más antes de retirarlos y se los llevó a la boca para lamerlos. Marina observó el gesto y se mordió el labio con la sensación de que volvía a humedecerse. Sin embargo, el sonido insistente de su móvil la sacó del trance, apartó a Carlos y se levantó en busca del aparato. En cuanto lo encontró, atendió la llamada con un gesto de sorpresa al saber que era su madre.
—¿Dónde te habías metido?
De nuevo se mordió el labio durante un instante antes de responder.
—Fui al baño y hasta ahora no te lo he podido coger —respondió.
Carlos se acercó por detrás y la abrazó por la cintura, provocando un pequeño sobresalto en ella. Acarició su pelo y retiró gran parte para besarle el cuello sin prisa.
—¿Cómo está Jimena? —preguntó Alejandra al otro lado del teléfono.
—¿Jimena? —preguntó confusa Marina, pero pronto recordó que mintió a su madre diciéndole que iría a verla y se apresuró a añadir—. ¡Ah! Bien, bien. Me ha invitado a comer, pero no sé si aceptar o no...
—Si te apetece, por nosotros no hay problema. Lo que sobre te lo dejaremos para la cena, ¿vale?
—Gracias.
—Bueno, entonces te dejo. Solo llamaba para saber si vendrías a comer a casa.
—Vale, mamá. Nos vemos luego.
—Hasta luego.
Separó el móvil de la oreja y pulsó el botón de finalizar llamada. Carlos siguió a lo suyo repartiendo besos por el cuello de la chica e introduciendo sus manos por dentro de la ropa para acariciar su piel ardiente. Marina suspiró y echó la cabeza hacia atrás.
—Así que ahora soy Jimena ¿eh? —comentó el profesor con una risita—. Pensaba que sabían dónde estabas de verdad.
—¿Y qué excusa habría puesto para venir a verte? —cuestionó con un jadeo.
—Tienes razón. —La giró para volver a tenerla de frente y la agarró por la cintura—. ¿Qué excusa habrías podido inventarte para venir?
Sonrió y la miró a los ojos mientras esperaba una respuesta.
—Que vine a por unas bragas que olvidé, ¿te parece buena excusa? —Alzó una ceja.
—Es muy buena, pero seguro que sonaría horrible para Alejandra y Alberto. ¿Qué pensarían?
—¿Te preocupa lo que pudieran pensar en caso de que decidiéramos estar juntos? —preguntó ella con curiosidad más que como un reclamo.
Él permaneció callado unos instantes antes de responder.
—Si me permites ser sincero, me preocupa mucho... —Centró su atención en algún punto situado por detrás de Marina—. Es algo que no deja de torturarme incluso en sueños. —La miró de nuevo alternando entre sus ojos y sus labios, que parecían gritar que los devorara—. Para mí no es tan fácil querer sacarme estas ganas que te tengo sin sentir que te estoy profanando.
Marina se quedó mirándolo unos segundos antes de lanzarse a sus labios. Con cada novedad que descubría en Carlos, más le gustaba y más la excitaba porque, aunque se sentía en parte correspondida, también era consciente de lo prohibido que era para ella. Lo entendía cuando decía que le preocupaba lo que sus padres pudieran pensar de él porque era lo mismo en lo que ella pensaba día y noche. Por desgracia, o por suerte, para ella eso no impedía que lo deseara de esa forma tan salvaje y primitiva.
Carlos separó a Marina de su cuerpo y la observó como un depredador lo hace con su presa. Ansiaba tantas cosas de ella que temía hacer las cosas mal o comportarse como alguien opuesto a todo lo que se había esmerado por mostrar a los demás.
—Por hoy ya hemos tenido suficiente ¿no crees?
—Pero tú no...
—No sería la primera vez que me desahogo solo —le aseguró con un guiño.
—¿Y por qué no dejas que por una vez sea yo quien lo haga? —preguntó, subiendo sus manos por el torso pecho de Carlos hasta llegar a su cuello y a su nuca, donde entrelazó sus dedos—. Me apetece muchísimo...
Vio cómo apretaba la mandíbula porque tensó la zona antes de tragar saliva varias veces. Él puso las manos sobre los brazos de la joven y poco a poco la separó de él.
—No me tientes, Marina.
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