10. Poner distancia debería ser lo mejor
Al día siguiente, cuando Marina se levantó de la cama, fue a ducharse y se cambió de ropa en el mismo cuarto de baño. Era temprano, las diez y media de la mañana, y encontró a Carlos sentado en la mesa del comedor con el portátil. Estaba vestido con una camisa blanca y el pelo lo tenía hacia atrás, pero sin rastro de gomina, por eso le caía un poco a ambos lados de la cabeza. La muchacha se quedó mirándole con la boca abierta, pero reaccionó justo antes de que él alzara la vista hacia ella.
—Buenos días, Marina.
—¡Buenos días! —exclamó ella demasiado efusiva.
De fondo empezó a sonar una canción de Chayanne que escuchó desde donde estaba. Se acercó a la mesa y se colocó detrás del profesor.
—Pensé que serías más de heavy metal —comentó ella divertida mientras posaba sus manos sobre los hombros de Carlos.
Observó la pantalla del ordenador y vio que tenía un documento abierto. Intuyó que sería el trabajo de algún alumno o algún documento de investigación.
—¿Qué es lo que te ha hecho pensar eso? —cuestionó sin girarse.
Inclinó su cuerpo hacia delante para alejarse de ella.
—Los tatuajes y ese look de metalero que tienes...
Carlos volteó la cabeza para mirarla con el ceño fruncido.
—Sabes que juzgar a alguien por su aspecto está mal, ¿verdad? —la reprendió—. De todas formas, pensaba que mi look era normal.
A pesar de la seriedad demostrada, soltó una carcajada para que supiera que no se había enfadado por su comentario; sería estúpido si lo hiciera. Marina se situó a un lado de la mesa para verle mejor y observó su camisa abrochada hasta el cuello, los puños impecables y los pantalones de color mostaza. Quizá sí que estaba vestido como un profesor normal y se estaba dejando llevar por sus recuerdos. Poco a poco subió la mirada por su cuerpo hasta que desembocó de nuevo en los ojos claros de Carlos.
—Lo es. No sé en qué estaba pensando...
—Yo sí; pensabas en mi forma de vestir de hace años. La verdad es que el heavy metal también me gusta, pero las canciones de Chayanne me ayudan a concentrarme cuando corrijo exámenes y trabajos.
Marina imaginó cómo sería la misma escena con música heavy y reprimió una carcajada que habría sido sonora de haberla emitido.
—¿Has probado alguna vez a corregir con otro tipo de canciones?
—También escucho a Carlos Rivera.
Ella soltó una risita que ocultó tras su mano derecha.
—Me refiero a que si lo has intentado alguna vez con canciones más heavys. Creo que Carlos Rivera es más o menos del estilo de Chayanne, ¿no?
—Sí, pero ambos me gustan. —Carlos se encogió de hombros—. Nunca he probado a corregir con los que mencionas, si te soy sincero.
Marina apoyó la mano izquierda sobre la mesa y asentó la cadera en el lateral. Inclinó la cabeza hacia el mismo lado que su punto de apoyo sin dejar de observarlo con una sonrisa. Decidió cambiar de tema.
—Tengo curiosidad, ¿por qué hace una semana me trajiste a tu casa? Podrías haberme llevado a la mía, no sería la primera vez que mis padres me ven así...
—Tú me lo pediste. —se limitó a responder.
Cerró la tapa del portátil y centró toda su atención en ella.
—Pero podrías haberme mentido, no me habría dado cuenta de que llegaba a mi casa y no a la tuya.
Carlos permaneció callado durante unos segundos. Quizá tuviera razón y podría haberlo hecho sin que ella lo supiera. Colocó los brazos sobre el portátil y entrelazó los dedos con un suspiro.
—Estabas francamente mal y no me habría perdonado nunca que, pudiendo actuar, te pasara algo —relató—. No es el hecho de que te estuvieras divirtiendo, sino que estuvieras rodeada de tíos que se acercaban con la intención de aprovecharse de ti. Sí, mi intención era llevarte a tu casa, pero cuando me pediste que no lo hiciera con esa cara... —Se detuvo al rememorar la escena—. No me pude negar, la verdad. Prefería que estuvieras a salvo en mi casa y no rodeada de buitres.
Marina lo escuchó con atención y, aunque sabía que se había ido un poco por las ramas, parte de su discurso le hizo sonreír. Su corazón dio un vuelco y tuvo que serenarse en silencio, inspirando hondo y expulsando el aire despacio. Los ojos verdes de Carlos se clavaron en los de ella.
—Lo siento —se disculpó Marina—. Siento si tuviste que aguantarme así. No suelo beber mucho, por eso acabo así de mal cuando me paso un poco...
—Sé que estabas acompañada, pero desde ese día no dejo de pensar en qué habría pasado si no hubiera decidido asistir a la charla de mi colega. —Se levantó de la silla y rodeó la mesa hasta donde Marina se encontraba. La tomó de las mejillas haciendo que se pusiera de espaldas a la mesa y la contempló sin acercarse demasiado—. No somos nada, pero para mí eres importante desde siempre. Eres la primera hija de mis amigos y mi afán por protegerte nunca ha desaparecido.
—La primera hija es Daniela, yo fui...
—Adoptada o no, da igual. Lo felices que fueron al tenerte entre sus brazos no tuvo ni tiene precio, ¿sabes? —aseguró.
El tema de conversación cambió, pero ninguno de los dos hizo nada por recuperar el rumbo anterior; solo aguantaron sus miradas en silencio. Marina intentó contenerse, pero su cuerpo reaccionaba solo al saber que estaba cerca de Carlos y que la estaba tocando. Tembló y deseó con toda su alma que él no se percatara de ello. Tomó las muñecas masculinas con la intención de retirarlas de su rostro, pero no fue capaz de realizar ningún movimiento.
—Entonces... ¿de qué hablábamos? —balbuceó.
La sonrisa del hombre la habría impulsado a hacer algo que llevaba mucho tiempo ansiando, pero no lo llevó a cabo porque tenía miedo de que la rechazara. Como siempre. Se limitó a apoyar el trasero en el filo de la mesa. Carlos la soltó y ella bajó los brazos para situarlos a sus costados, entre decepcionada y aliviada.
—Discúlpame.
Al ver que se alejaba, Marina no supo cómo sentirse. Carlos carraspeó antes de volver a hablar.
—¿No quieres desayunar?
La chica asintió y lejos de esperar a que él lo hiciera, fue ella quien se lo preparó para distanciarse de Carlos. Necesitaba aclarar sus pensamientos y calmar sus sentimientos o él terminaría dándose cuenta, si es que no sabía ya todo lo que escondía dentro.
···
Esa tarde fue a la academia de baile con los tacones en la mochila. Era su segundo día en esa clase y el hormigueo insistía en taladrar su vientre. Intentó ignorarlo y concentrarse en la explicación de Elena, que también era la profesora de esa disciplina.
—Chicas, sé que algunas sois nuevas en este tipo de baile, pero me encantaría que participarais en una exhibición que estamos preparando para la semana que viene. Habrá tiempo suficiente para ensayar los pasos. Lo más importante es manejarse con los tacones así que hoy, como la semana pasada, lo dedicaremos a practicar con ellos.
Elena se acercó al equipo de música para poner en marcha la música a un volumen alto, pero de forma que todos pudieran hablar sin tener que alzar demasiado la voz. Sobre todo ella, que se encargaría de dar indicaciones de vez en cuando.
Marina soltó su mochila en la zona designada para ello y cambió sus deportivas por los tacones. Acompañó al resto de sus compañeras, que ya habían comenzado a caminar por el aula, y durante varios minutos siguió las indicaciones que poco a poco decía en voz alta la profesora. En un momento dado, mientras se miraba en el gran espejo situado a uno de los lados de la estancia, se imaginó bailando para Carlos y tuvo que sacarse la imagen de la cabeza. «Tengo que pensar en otras cosas o acabaré mal y no estoy en un lugar adecuado para calentarme». Reprimió una risita.
Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top