1. Su sonrisa arrebatadora
Marina miró su reflejo en el espejo, dubitativa. Sus ojos oscuros se posaron sobre el pelo afro y lo atusó con las manos. Alisarlo le llevaría mucho tiempo y ese día no creía tener la paciencia necesaria para hacerlo. Por si fuera poco un cosquilleo continuo se instaló en su estómago debido al día que era.
Viernes.
El único día de la semana que él iba a su casa a cenar.
Abrió el grifo del agua fría, agachó la cabeza y se echó el líquido por la cara para despejarse. Era la primera vez que se tocaba un viernes de madrugada y no sabía si sería capaz de mirarlo a la cara sin avergonzarse. Por otra parte, ¿por qué habría de hacerlo? «Carlos jamás lo sabrá», se repitió de forma constante. Después volvió a su habitación y abrió el armario de par en par en busca de un conjunto que le agradase para esa noche. No acostumbraba a cambiarse de ropa a menudo porque no lo consideraba necesario. Buscó entre sus prendas y escogió unos pantalones blancos con una blusa roja cuyo escote realzaba sus pechos. Entre los pares de zapatos que tenía eligió unas deportivas del mismo tono rojizo. Como complementos eligió un colgante de plata que quedaba un poco por debajo de la clavícula, una pulsera a conjunto y dos anillos: uno que le regalaron sus padres cuando hizo la comunión y otro que le regaló Carlos cuando cumplió la mayoría de edad. Solía ponerse ambos, aunque el que guardaba con especial ilusión era el segundo. Cuando terminó de arreglarse, cerró las puertas y se sentó en la cama con rapidez. Su corazón iba a mil por hora y no sabía si podría calmarlo antes de que llegara el gran momento.
Buscó su teléfono móvil y marcó el número de Raquel. A los tres toques, su amiga respondió.
—Siento si sueno precipitada —dijo Marina una vez que ambas se saludaron—, pero ¿esta tarde tienes planes?
—¿Quieres que nos veamos?
—Sí, por favor.
—¿Qué te parece a las cinco y media?
—¿Podemos comer juntas? Necesito hacer tiempo mientras llega la hora de cenar... —Marina se mordisqueó el labio tras hablar.
—Claro, deja que me vista y nos vemos... ¿En Plaza de Armas?
—En la puerta del centro comercial, ¿vale? —concretó.
—De acuerdo.
—Avísame cuando salgas de casa para salir de la mía.
Marina vivía en el barrio de Triana, cercano al lugar donde quedó en verse con Raquel, aunque tenía que cruzarlo entero para llegar. En invierno y en primavera no le importaba caminar si el sitio no le quedaba lejos, pero en verano, con las altas temperaturas, prefería ahorrarse el calor yendo en autobús. Pero aún era primavera y podía tomarse la libertad de andar todo lo que quisiera, por eso, cuando Raquel la avisó media hora después, Marina se despidió de sus padres y se fue.
···
Raquel la notó distraída durante todo el almuerzo; Marina apenas probó bocado de su plato.
—¿Me vas a decir ya que te pasa?
Marina reaccionó mirando a su amiga. Pensó en fingir, pero era consciente de que lo mejor que podía hacer era sincerarse con ella.
—¿Recuerdas lo que te conté sobre Carlos hace tiempo? —Mordió su labio inferior mientras Raquel asentía—. Los viernes viene a mi casa a cenar...
—Sí, me contaste que tus padres le invitan siempre ese día porque es el que menos horas trabaja y al día siguiente no tiene que levantarse pronto.
—Sí, pero ese no es el punto —aclaró Marina—. No puedo evitar sentirme nerviosa, aunque sé que él no siente nada por mí.
—Esas cosas pasan, ¿sabes? Te pones nerviosa con el chico que te gusta sin saber siquiera si te corresponde. Y aunque lo haga, igualmente pasa porque es lo que sientes.
Marina se fijó en el leve rubor que tiñó las mejillas de su amiga, pero no comentó nada al respecto. Por el momento se conformaba con haber retomado su amistad con ella como si nada las hubiera separado.
—Lo sé. Hace años que tengo asimilado que mis sentimientos jamás serán correspondidos y aun así sigo sin poder desprenderme de ellos. Por mucho que quiera alejarme de él, no puedo porque me siento muy a gusto en su compañía...
Marina se mordió el labio de nuevo al recordar el sueño que tuvo esa misma noche. Raquel se percató de ese pequeño gesto y sonrió. No fue necesario que preguntara porque su amiga habló antes.
—Anoche tuve un sueño húmedo con él.
Habló en voz baja para que solo pudiera escucharla Raquel.
—Ah, ¿sí? —Soltó una pequeña risita—. ¿Y qué pasó? ¿Llegabais a...?
—¡No! ¿Cómo crees? —la interrumpió Marina—. Me desperté antes de que la cosa llegara a más... Pero sí que nos besamos y no sabes lo mucho que me puso en el sueño. Cuando me desperté no pude evitar desfogarme.
—Ahora entiendo que estés nerviosa...
Raquel ocultó sus labios tras las manos y se rio, consiguiendo que Marina también lo hiciera. Su amiga tenía razón y por eso no sabía cómo sobreviviría a esa noche.
···
Cuando regresó a casa, Marina fue directa a su habitación para maquillarse un poco y echarse su colonia favorita antes de que Carlos llegara. Olvidó por completo que no era una cita, sino que era una cena familiar como la que llevaban a cabo todos los viernes desde que le alcanzaba la memoria. Aunque no consiguiera nada con él, le gustaba verse bien para sí misma y para intentar provocarlo, aunque Carlos no solía reaccionar a sus intentos como ella quería. Contempló su reflejo en el espejo, como aquella mañana, y pensó: «Si esta noche no logro mi objetivo será mejor que me olvide de él». Apretó los labios y asintió en silencio. Esa sería la última noche que intentaría obtener algo de su amor imposible.
···
Una hora antes de lo acordado, Marina ya estaba sentada en el sofá del salón, impaciente. Su madre, Alejandra, se sentó a su lado y esbozó una sonrisa triste. La chica no pudo evitar fijarse en el contraste de su piel con la de su madre.
—Es una pena que tu hermana estudie fuera y se pierda estas cenas tan maravillosas.
Marina la miró sin entender. «¿Será que ha notado algo raro en mí?», se preguntó inquieta.
—¿Por qué lo dices?
—Sé que te aburres mucho en ellas y que debes sentirte como pez fuera del agua siempre que nos reunimos. Noto tu incomodidad todas las semanas y, aun así, eres capaz de aguantar hasta que Carlos se va para irte a la cama.
El corazón de Marina se agitó en cuanto escuchó el nombre del amigo de sus padres. «Si tú supieras».
—No me incomoda estar con vosotros —aclaró.
—Pero seguro que si tu hermana estuviera aquí, te divertirías más, ¿no es así?
—Te equivocas, creo que ya soy bastante mayorcita como para estar presente en conversaciones de adultos. ¿O aún crees que soy una niña? —Cruzó los brazos a la altura de su pecho fingiendo un mohín.
—No, cariño, solo quiero decirte que entendería que quisieras desentenderte de estas cenas en algún momento.
—No entiendo... —Marina bajó los brazos, confusa—. ¿Por qué me dices esto precisamente ahora?
Alejandra la miró con ternura y la chica pensó que podía ver a través de ella y de sus sentimientos.
—No quiero que evites hacer planes los viernes porque ya tengas este compromiso con nosotros. Deberías salir y conocer gente nueva, no solo como amistad, también para cualquier cosa que surja.
—¿Quieres decir que salga más para encontrar algún novio? —Marina frunció el ceño—. No, gracias, estoy bien como estoy.
—Tú ten en cuenta lo que te he dicho. Si alguna noche prefieres salir, lo entenderé y sé que tanto tu padre como Carlos también lo harán.
Esas palabras la hicieron reflexionar un poco más. Quizá sí lo consideraría en el futuro. Vio a su madre levantarse del sofá y salir del salón, quizá hacia la cocina para terminar de preparar la cena o ayudar a su padre con lo que necesitara. Ella permaneció sentada hasta que escuchó el timbre y se sobresaltó. Su corazón se agitó.
—¿Puedes abrir, Marina? —pidió Alberto desde la cocina—. Nosotros estamos ocupados.
—¡Sí! —respondió ella con una efusividad que le sorprendió.
Corrió hasta la puerta e inspiró hondo mientras agarraba el pomo. Al abrir se encontró con la camisa blanca e impoluta de Carlos. Su mirada subió hasta el rostro para encontrarse con su barba entre pelirroja y morena y unos ojos verdes que la miraban sin perder detalle. Su tupé estaba peinado hacia atrás con algo de gomina, no demasiada, y el rapado a ambos lados de la cabeza le daba cierto atractivo extra. También se fijó en el piercing de su nariz.
—Hola, Marina —saludó y dio un paso hacia adelante para darle dos besos.
Con ese simple gesto supo que la noche sería más difícil de lo que imaginó.
···
La cena transcurrió con normalidad, como todos los viernes. Marina observaba a sus padres conversar con Carlos, pero no participaba a menos que se dirigieran directamente a ella. De vez en cuando miraba a su plato y jugaba con la comida, pues esa noche perdió el apetito pronto. Sin embargo, no se rendiría ni se iría a su habitación por muchas ganas que tuviera de hacerlo. Al final su madre tendría razón respecto a su hermana...
—¿Cómo te va en Canal Sur?
El corazón le dio un vuelco al escuchar esa pregunta de Carlos. Giró la cabeza para verle y descubrió que tenía su mirada clavada en ella. Pasó la lengua por sus labios al notarlos secos de forma repentina y tragó saliva antes de hablar, como si eso la ayudara a que los nervios se disiparan.
—El miércoles fue mi último día como becaria, aunque no me han renovado ni nada. —Se encogió de hombros—. No ha estado mal la experiencia, pero me gustaría hacer algo más que ser "la chica para todo".
—¿Y qué vas a hacer ahora?
Esa noche Carlos se estaba esforzando por sacarle conversación y eso la sorprendió.
—Me dedicaré a bailar hasta que encuentre un trabajo en el medio que pueda llenarme.
No dio más detalles porque prefería guardarse sus pensamientos, aunque siempre había deseado que su extraña relación se estrechara mucho más. Sin embargo, no quería hablar de ello delante de sus padres. No dejaba de sentirse rara al no haber estudiado ciencias como ellos, pero ninguno de los dos le recriminó que no lo hiciera. Al contrario, siempre la apoyaron en sus decisiones.
—¿Sigues participando en concursos? —intervino de nuevo tras un breve silencio.
«Así que me ha prestado atención en otras ocasiones...».
—Sí, es una afición que disfruto bastante. —Sonrió sin darse cuenta—. Además, creo que es algo que me ayudará bastante si quiero dedicarme a la televisión en el futuro.
A pesar de su desparpajo, a veces podía ser más tímida de lo que la gente pensaba.
—Me alegro, espero ir a verte pronto a alguno de ellos. —Sonrió.
Y esa sonrisa fue la causante de que su determinación de no rendirse se afianzara.
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