Veintiuno

—¿Qué dice tu fortuna de hoy?

—«No te metas en las drogas», vaya revelación. —Leroy suspira mientras hace un bollo con el papelito y lo mete en la bolsita en donde venía la galleta, la cual come de un bocado—. Debería volver a la oficina, ya son casi las dos y media de la tarde. Le dije a Mateo que salía a hacer un trámite, porque sabía que me iba a demorar, pero ya me excedí.

—Sí, no te preocupes. Yo ya me voy a casa, tengo un par de alumnitos que atender esta tarde.

Nos ponemos de pie, y eso nuevamente dispara las alarmas de Manuel, quien se acerca hasta nosotros para despedirse de mí.

—Me voy, Manny. No te olvides de llevarme eso que te dejé en el depósito.

—No te preocupes, Liz. No me voy a quedar hasta el cierre, así que capaz llego antes de que te vayas a dormir. Te veo en casa, ¿sí? Cuidado ahora en el Roca.

Me despido de Manuel con un beso y un abrazo, Leroy le estrecha la mano cordialmente, y salimos del Larry. Caminamos hasta la esquina de Perón, que es donde nuestros caminos se bifurcan.

—Disculpa si sueno entrometido, pero... ¿Viven juntos?

Detengo mi marcha unos pasos antes de llegar a la esquina, clavo mis ojos en los suyos. Bastante observador me salió el muchacho.

—Sí y no. Es complicado. Vivimos en casas separadas dentro del mismo terreno. Es algo reciente, se mudó hace una semana. Yo le alquilé la casa del fondo porque tuvo un inconveniente en donde vivía, quizás sea temporal, pero por el momento... Sí, Manny es mi inquilino.

—Entonces ese es el momento difícil que mencionaste —deduce.

—Sí... Igualmente, apenas nos vemos, tenemos horarios distintos. Pero es lindo tener a tu mejor amigo viviendo en el fondo de tu casa.

—Te acompañaría hasta el colectivo —Leroy cambia repentinamente de tema, noto que no le agradó enterarse de que tengo demasiada cercanía a Manuel—, pero en serio, tengo que volver antes de que Mateo note que todavía no he vuelto.

—No te preocupes, ¿nos vemos el viernes?

—O antes, si tú quieres. —Me regala una sonrisa que me genera un pequeño terremoto interno, pero me mantengo serena por fuera—. Me gustaría conocer más a Liz, a miss Elizabeth ya la conozco. ¿Te parece si repetimos? Siempre y cuando a tu amigo no le moleste verme por allí.

—¡Ay, no! Para nada. Ya te dije, está pasando un momento de adaptación. Nueva casa, nueva vida, nuevo barrio, sumado a que mi casa es un poco más lejos de donde planeaba mudarse... Sé que parece celoso, pero es eso, muchos cambios recientes en su vida. Vas a ver que, apenas lo conozcas un poquito, te vas a dar cuenta de que solamente somos amigos.

—Como tú digas, Lisa. Así te dicen también, ¿no? —afirmo con la cabeza—. Entonces, me despido de Lisa, y espero verla el viernes, miss Elizabeth.

Mi intención es darle un beso en el cachete, pero luego de eso, Leroy se abraza a mí, tal como hizo Manuel en el Larry. Su perfume me embriaga, y aunque no estaba en mis planes un contacto tan cercano, me dejo llevar. Nos desenredamos y emprendo el camino a casa, aguarda a que cruce hasta el Metrobús, y cuando volteo a mirar hacia la esquina de Pellegrini y Perón, Leroy vuelve a guiñarme un ojo, como la primera vez que nos vimos.

Tal vez... Solo tal vez... No sea una mala idea dejar que las cosas fluyan.

Son las siete de la tarde, y ya es casi de noche cuando estoy despidiendo a mi último alumnito en la puerta. Casualmente, Manuel también llega a casa. Hace luces para que nos hagamos a un lado, y así poder guardar el auto en la cochera.

—¿Ya le dijiste gracias a la seño Lisa por la galletita que te regaló? —la mamá de Tomasito lo presiona para que me agradezca la galleta de la fortuna que le regalé.

—Gracias seño Lisa —exclama el pequeño levantando la galleta.

—Acordate que tiene un papelito adentro, ¿sí? —aclaro poniéndome de cuclillas frente a él—. No te lo vas a comer, eh. Sino tu mamá me va a matar.

Me pongo de pie nuevamente, Manuel ya bajó del auto y está abriendo el portón del garaje para guardarlo. De más está decir que la mamá de Tomasito lo está desvistiendo con la mirada. Y no se aguanta el chisme.

Que por cierto, la llegada de Manuel dio qué hablar entre las solteras del barrio.

—¿Alquilaste la cochera? ¿O novio nuevo? —me pregunta en un susurro indiscreto.

—Alquilé el departamento de papá, sé que para ustedes es una cara nueva en el barrio, pero Manuel es mi mejor amigo. No iba a meter a cualquier desconocido a mi casa.

—Sos una mujer sin compromisos, Elizabeth... ¿Cómo lo podés tener de amigo? Estás loca, mujer. Es de esos hombres que te hacen olvidar que estás casada y tenés un hijo.

Observo a María perpleja, quien no le quita la vista de encima a Manny. ¿Desde cuándo esta mujer me habla como si fuera su amiga de toda la vida? Siempre tuvimos un trato un poco más allá de la cordialidad porque Tomasito es mi alumnito preferido, y hoy le di la galleta de la fortuna porque no paraba de llorar porque su gatito se escapó y todavía no había vuelto. Pero jamás habíamos cruzado la línea de tratarnos como si fuéramos íntimas.

—Buenas noches. —Manuel saluda con la cabeza al pasar junto a nosotras.

—Buenas noches. —Ambas lo saludamos, solo que María lo hace con un hilo imaginario de baba.

—Me baño y te invito a cenar en casa —susurra al pasar a mi lado—, quiero que me cuentes todo.

Asiento con la cabeza y nos deja nuevamente a solas, aunque María está a nada de desnucarse por seguirlo con la mirada mientras camina por el pasillo.

—Encima te invita a cenar... ¡Elizabeth! Me desesperás.

Mis ojos se abren por la confianza que tomó esta mujer en los pocos minutos que Manuel estuvo entre nosotras. María entiende que se fue de tema, así que me sonríe, toma al niño de la mano, y me saluda hasta la próxima clase de Tomasito.

¿Por qué todo el mundo está obsesionado en emparejarme con Manuel?

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