Veinte
No sé qué me llena más de preguntas.
El hecho de que Leroy se reconoce a sí mismo como un patán, lo que alimenta la teoría de Manuel cuando dijo que algo no le cerraba en él.
O, el hecho de que sigue sosteniendo que Manuel está interesado en mí, algo que pude comprobar con mis ojitos cuando lo noté algo molesto por la presencia de Leroy.
Pero los amigos a veces se ponen celosos cuando uno anda en amoríos... ¿O no?
«No es un amorío, tarada. Te invitó a un café.»
«Pero bien que te lo comerías en dos pancitos.»
—Café americano con lemon pie —Manuel corta mis desvaríos mentales cuando trae el pedido y lo deja cuidadosamente sobre la mesa—, y capuchino con una dona de frutos rojos. Que lo disfruten.
Y se va, sin omitir más nada, como si fuéramos dos clientes del montón. Observo que vuelve a la barra y sigue con sus tareas, pero nos regala miradas fugaces con el semblante todavía endurecido. Endulzo mi bebida mientras se genera un silencio bastante incómodo, y cuando termino, muerdo mi dona para justificar por qué no omito palabra.
Pero Leroy no habla, ni prueba su porción de lemon pie, ni endulza su café. Solo me observa con los codos sobre la mesa y los dedos entrelazados.
—¿Qué? —suelto sonando ligeramente brusca, y con la boca algo llena de dona.
—Nada... —ríe suavemente—. Me da gracia verte comer como una niña pequeña.
«¿Eso fue un insulto o un halago?»
—Es que me quedé con un poco de hambre, una ensalada no llena. O soy de digestión rápida, no lo sé.
—¿Quieres que le pida a tu amigo otra dona?
—No, no es necesario, gracias —me apresuro a decir cuando estaba a punto de levantar la mano hacia la barra para llamar a Manuel—. Sé que parezco una muerta de hambre, que no me alimentan en casa, pero no. Es solo... Ansiedad.
—¿Qué te produce ansiedad, Elizabeth?
Me estremezco al escuchar mi nombre completo fuera del ámbito laboral, pero luego recuerdo que es mejor mantener las cordialidades y se me pasa. Decido ser directa, así que voy al punto.
—Es que... ¿Por qué me invitaste a salir? —me palmeo mentalmente por lo que acabo de decir y me corrijo—. Digo...
—No te preocupes —me interrumpe—, te entendí. Simplemente me pareces una mujer interesante, inteligente... Quería conocerte fuera de Izibay.
—Te aseguro que no soy para nada interesante, tengo una vida bastante mediocre y vulgar. Lo más arriesgado que hago es leer alguna novela erótica en las noches que no puedo dormir, más allá de eso... No hay nada interesante.
Leroy casi escupe su café al escuchar la palabra «erótica», comienza a reír con ganas, y me contagia su risa. Extrañamente, la charla comienza a fluir a partir de mi sincericidio.
En treinta minutos de charla me entero que su país natal es Venezuela, que consiguió el trabajo en Izibay cuando aún residía en Los Taques, y ahí comprendo su bronceado natural. El maldito vivía en una ciudad con playa, es el equivalente venezolano a un marplatense.
De mí no hablo mucho, solo repito lo básico. Dónde vivo, dónde más trabajo, las pocas cosas que hago en mi tiempo libre... Pero evidentemente, nada de eso le importa, era el preludio para llegar a la pregunta clave
—¿Y un novio? ¿Alguien especial?
No tiene sentido darle vueltas al asunto.
—Soy viuda, hace dos años. —Cuando Leroy está a punto de emitir su pésame, levanto una mano y me comprende—. No, no es necesario. Estoy en plena etapa de duelo. Se que es tarde, pero... Nunca hice el duelo, la semana pasada entendí que ya era hora de hacerlo y dejar de postergar lo impostergable. De hecho... Todavía estoy en etapa de reconstrucción.
Sonrío al recordar mi reciente ataque de liberar cargas innecesarias. Leroy sigue mudo, pero no puede con su genio y toma la mano con la que me estoy aferrado a la mesa para no desmoronarme frente a él, quien sigue siendo un completo desconocido. Por el rabillo del ojo, noto que Manny nos observa, me conoce lo suficiente para saber que estoy a punto de quebrarme. Lo veo en la caja registradora y al instante viene con la cuenta, por eso aprovecho la oportunidad y retiro suavemente la mano que aún me sostiene Leroy.
—Te dejo. —Le extiende el ticket a Leroy, arrastrándolo sobre la mesa con sus dedos—. ¿Van a querer refill?
Mis ojos de abren levemente. ¿Refill? ¿Desde cuándo el Larry ofrece refill? Manny aprovecha el momento en el que Leroy está consultando el ticket para guiñarme un ojo.
Entendió todo, señores... Y no busquen más, el mejor amigo del mundo lo tengo yo.
—Disculpa... Pero creo que me cobraste mal, falta lo que consumió ella.
—No, está bien. Lisa tiene barra libre acá, es nuestro... Pequeño arreglo.
La cara de Leroy vuelve a ser un poema, y esta vez no puedo contener una risa, Manny me secunda con algunas sonrisas, pero él no ríe, cada vez está más confundido.
—¿Encima que te hace pagar de menos te quejás? —bromeo y logro que suelte una pequeña risa—. No te preocupes, no es nada ilegal. Tenemos un pequeño intercambio de servicios, de hecho, con lo que consumo acá adentro creo que el que sale perdiendo es él.
Ahora sí, reímos los tres mientras Manuel retira lo que consumimos, a excepción de las galletas de la fortuna. Ambos rechazamos el refill , toma la tarjeta de crédito que le extiende Leroy, y cuando se retira a cobrar agarro mi galleta para descubrir la fortuna.
—No había notado la galleta de la fortuna —apunta Leroy mientras estoy partiendo la mía.
—Ah, sí. Ese es otro de los motivos por los cuales me enamoré de este lugar. Es un detalle muy particular, el cubanito ya nadie lo come, en cambio la galleta te invita a abrirla y descubrir tu fortuna.
Leroy la mira con curiosidad, mientras yo quito suavemente el papelito para ver qué me depara el destino el día de hoy.
Anímate a descubrir cosas nuevas.
Levanto la vista y ahí está la cosa nueva. Leroy.
jessicagonzalezbooks se te escapó un galán. A ver si los vigilás mejor. 😉
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