Cuarenta y tres
Busco a Manuel por el inmenso salón, y de paso aprovecho para curiosear el lugar. Finalmente, lo veo el en el primer piso, recostado sobre la baranda del balcón observando el río. Le robo una botella individual de champagne rosado a un camarero que pasa junto a mí, y voy a su encuentro.
—¿Cómo va? —pregunto mientras bebo un sorbo del pico.
—Eso debería preguntarte a vos. Aunque, que estés en una pieza después de haberte dejado a solas con mamá es una buena señal.
—¡No seas así!, tu mamá es adorable. Esperá a conocer a la mía, vas a salir corriendo.
Reímos de mi comentario, Manny me arrebata la botella y también le da un largo sorbo mientras su mirada se pierde en el agua.
—Perdón por dejarte sola, es que me encontré con algunos viejos compañeros de la secundaria, amigos del barrio... Quería volver con vos y no me dejaban, fui a la mesa, no las vi, las empecé a buscar... Y me perdí mirando el río. Esta vista es espectacular.
Nos turnamos la botella por sorbos, y al terminarla la observo detenidamente. La coloco en el piso y la giro.
—¿Qué hacés?
No le respondo, observo atentamente como gira la botella, hasta que al final se detiene apuntando a Manuel.
—El juego de la botella.
Manuel mira hacia dónde apunta la botella y me mira a mí, pasea su vista entre el objeto y yo.
—¿En serio?
—¿Y por qué no? —repregunto—. Creo que tengo que besarte.
Manuel enarca una ceja divertido. —¿Estás borracha?
—¡No! Solo estoy haciendo un juego de la botella con todas las de la ley.
Se lo piensa un segundo, sin apartar sus ojos de los míos. Puedo notar la lucha interna dentro de su cabeza, sé lo que está pensando.
—¿Y Leroy?
«Acerté.»
—Manny, es un juego, ¿sí? Además, Leroy no es mi pareja, de hecho... Ni siquiera yo sé qué somos —acoto con desdén—. Aunque si no querés hacerlo...
Manuel patea suavemente la botella con el pie, y da un paso hacia mí. Toma mi rostro, lo observa detenidamente unos instantes y comienza a acercarse. Primero apoya sus labios en los míos, yo solo cierro los ojos para disfrutar la suavidad de su contacto. De a poco, comienza a dejar pequeños besos hasta que finalmente nuestras lenguas danzan al compás. Es otro beso intenso y suave, mucho más largo que el de la Costanera. La fiesta y todo a nuestro alrededor se desvanece mientras nuestras bocas permanecen unidas.
Esta vez, soy yo quien corta el beso. Acabo de perder la mitad de mi botín en fichas de amistad.
—¿Todo bien, Navarro?
—Mejor que nunca, Escudero. Te invito al borde del río a fumarnos un cigarrillo, sé que trajiste, los vi cuando me pediste que te guardara el teléfono. Yo llevo algo para tomar.
—Voy por mi cartera entonces, la dejé en la mesa.
Y cuando doy dos pasos para ir por mis cosas, Manuel me toma de la muñeca y vuelve a pegarme a su boca, esta vez en un beso más urgente y más pasional. Me cuesta reaccionar, pero finalmente cedo una vez más. Dura poco, pero mella mucho más que los anteriores.
—Yo no giré la botella, y no hay nadie más jugando. El resultado de mi tiro es deducible. Ahora sí, te veo el en río, Escudero.
Y se va antes de que pueda acotar algo, dejándome con menos fichas de amistad, y con los labios palpitando al compás de mis pulsaciones. Lo peor de todo, es que estoy comenzando a tomarle el gusto a sus besos.
Y esto tiene que terminar antes de que lo que se acabe sea nuestra amistad.
Nuestro momento políticamente incorrecto tiene que esperar, porque al bajar al salón en donde se oficia la fiesta notamos que los novios están a punto de cortar la torta. Y Manuel tiene que estar en la foto por ser el hermano de Fernando.
Me quedo rezagada al fondo de la multitud, lo siguiente es Samantha lanzando el ramo para ver quién es la próxima afortunada en estar en sus zapatos. Todas se desesperan por agarrar el tan ansiado ramo, hasta puedo ver algunos sutiles empujones para buscar el mejor lugar. Finalmente, lo lanza.
El ramo vuela alto, y lo que sigue es una multitud viniendo hacia mí en reversa, un suave golpe en mi frente...
Y el tan ansiado ramo termina en mis manos.
Escucho aplausos frustrados de todas las solteras, alcanzo a ver a Elvira juntando sus manos en un gesto de ternura, y una gran sonrisa de satisfacción. Samantha se acerca y me saluda con un abrazo sincero, no sé qué hicieron con la mujer arrogante que vino a mi casa aquel domingo.
—Bien hecho, futura cuñada —susurra mientras el fotógrafo toma el retrato con la ganadora del ramo.
No tiene sentido discutirle, no es el momento. Sonrío y poso para la foto. Cuando la situación se dispersa y la multitud se abre, veo a Manuel parado frente a mí con su hermosa sonrisa.
—Parece que la que sigue sos vos, eh... A ver qué piensa Leroy de esto.
—Ni me lo menciones... No creo ni que lleguemos a blanquear lo que tenemos en Izibay...
Manuel me frena alzando sus manos. —Guardate los comentarios para el río. Ahora sí, ya no hay más eventos. La noche es nuestra hasta que nos echen del salón. Ya tengo el escabio, faltamos nosotros.
Manny me ofrece su mano y yo la acepto sin chistar. Hay mucho de qué hablar.
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