Cuarenta y siete
Luego del tenso cruce de Manuel y Leroy por teléfono, cuando ya estábamos preparándonos para volver a casa, mi celular vuelve a sonar.
—Creo que ahora debería hablar yo, ¿no? —le consulto a Manuel, temerosa.
—Todavía no terminé de atenderlo.
Manny me arrebata el teléfono de las manos y atiende.
—¿Qué pasó? ¿Ya pensaste una mentira? —cuestiona con burla.
—Me quedé sin señal.
—Ah, sí... Claro... ¿En estos quince minutos es lo único que se te ocurrió?
Escucho como Leroy suspira frustrado. —Qué ladilla contigo, hermano —susurra—. Déjame hablar con Lisa, hay una explicación. Mi relación con Joselyn está acabada, está loca y obsesionada conmigo.
—¿Y tu hijo? ¿O eso también lo inventó? —lo desafía.
—Sí, es cierto que tenemos un hijo, pero...
—Pero nada, Leroy —intervengo en la conversación—. ¡Es imperdonable lo que hiciste! Además es horrible que te refieras de esa forma a la madre de tu hijo.
—Lisa, por favor escúchame. Necesitamos hablar, quiero verte, no huyas de mí.
—Yo no tengo nada que hablar con vos, dejame tranquila. Ya bastante estúpida me siento, no quiero que me boludees más. ¿O qué? ¿Te di lastima y por eso te acercaste a mí? ¿Una patética viuda a la que pensaste que podías manipular a tu antojo?
—Lisa no digas eso, yo me enamore de ti. No te mentí, solo... No te dije nada de to'a esa vaina por miedo a que me rechaces. Déjame hablar contigo en persona, voy a tu casa ahora mismo.
—Oh no, eso sí que no —ahora Manuel vuelve a tomar las riendas de la conversación—. Te veo en mi casa y te mando de vuelta a Venezuela a patadas en el culo.
—Tú cállate, mamagüevo. No estoy hablando contigo, y esa no es tu casa.
—Estás equivocado —vuelvo a intervenir—. Mientras Manuel viva en mi casa, también es la suya. Y si ya terminaste, nos vamos a casa, a nuestra casa —remarco—. No hay nada más que hablar, alumno Vargas.
—Ya escuchaste a la dama —canturrea Manuel con sarcasmo—. Hasta la vista, baby.
Y corta la llamada, acto seguido, apaga mi teléfono y me lo entrega con una sonrisa de suficiencia.
—Que se atreva a venir a casa, lo saco a patadas en el orto.
Muerdo mi labio inferior mientras contengo una sonrisa y las ganas de volver a llorar, es una sensación extraña. Manuel me abraza por enésima vez mientras peina mi cabello con sus dedos.
—¿Qué te parece si vamos a casa? Cocinamos algo, pedimos helado... Lo que pinte.
Asiento con la cabeza. —¿Y el Larry? ¿Ya terminaste acá?
—El Larry no me necesita, y vos sí. Vamos a casa, José se encargará de todo.
—Espero que José tenga un buen sueldo, me debe odiar de tantas veces que lo dejaste pagando por mi culpa.
—José es el único de mis empleados que va a comisión, justamente porque él también deja su vida acá adentro. Estoy pensando en hacerlo mi socio, ¿qué opinás?
Y así es como Manuel cambia el tema repentinamente para que me olvide de la traición de Leroy.
No puedo sentirme más afortunada de tenerlo en mi vida en este momento.
Ya en casa, Manuel no parece preocupado por irse a su departamento del fondo. Cocinamos en mi casa, cenamos en la mesa ratona sentados en el suelo del living, y comemos el helado que prometió directo del pote, mientras miramos esos realitys que tanto le gustan a Manny.
El cambio de día nos sorprende cuando ya nos bajamos el medio kilo de helado, comienzo a sentir en mi cuerpo el cansancio del día. Llorar te deja completamente agotado física y mentalmente. Apoyo la cabeza en el sillón, todavía sentada en el piso. Mis ojos se empiezan a cerrar de sueño, y Manny lo nota.
—Deberías irte a dormir, Liz. Y yo que vos, mañana me tomo el día. Reportate enferma, total es viernes.
—No... De ninguna manera —siseo a causa del sueño—. Mañana es día de clases en Izibay. Quiero que ese forro me vea divina, espléndida. Empoderada. Faltar sería darle la razón de que, a pesar de todo, yo también estoy sufriendo por él. No quiero decaer porque me va a volver a envolver.
—Es cierto, andá a acostarte, yo me quedo acá. No voy a dejarte sola.
—No te preocupes, ni que estuviéramos tan lejos. No voy a hacer ninguna boludez, no vale la pena.
Manuel me observa poco convencido, se pone de pie y me ayuda a levantarme. Junta todo lo que usamos en la cena y lo lleva a la cocina.
—Andá a acostarte. Te lavo los platos y me voy a dormir.
No pudo decirle que no a esa mirada tan dulce, le regalo una sonrisa y un tierno beso en el cachete. Ágil de reflejos, me abraza por la cintura y yo me cuelgo de su cuello.
—Gracias por todo esto, Manny —susurro en su oído.
—No hay nada que agradecer. Sos mi vida, Lisa. Se meten con vos, y se meten conmigo. Andá a dormir, mañana te llevo a la oficina.
Me despido de Manny nuevamente antes de internarme en mi habitación.
Mañana comienza mi nueva vida.
Otra vez.
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