Cuarenta y ocho
Me despierta el ruido de la televisión del living, tomo mi teléfono para consultar la hora, pero sigue apagado. Nunca lo encendí desde que Manuel lo apagó en el depósito del Larry. Lo enciendo, y comienzan a caer las llamadas de Leroy, junto con una gran cantidad de mensajes de texto de su parte, que borro sin siquiera leer.
Arrastro mis pies hasta el living, veo que está sintonizado el canal de noticias. Son las siete de la mañana, bostezo mientras sigo a la cocina en busca de café, y me detengo en seco al ver a Manuel haciendo tostados de jamón y queso.
—Buen día —saluda animado—. Me ganaste de mano, te iba a llevar el desayuno a la cama.
—Buen día —me abrazo a su cintura por detrás mientras cocina, y apoyo mi mejilla en su espalda.
—¿Pudiste dormir bien?
—Apenas apoyé la cabeza en la almohada me desmayé. Así que sí... Dormí bien.
—¿Ya estás mejor? —se anima a preguntar.
—Obvio. Pude superar un marido muerto, este salame es pan comido. Y hablando de pan...
Me robo un tostado y vuelvo a mi habitación a ponerme un pantalón, olvidé que bajo mi remera de Bob Esponja no llevo nada más que mi ropa interior, y que Manuel además de ser mi amigo es un hombre.
Un hombre que en cualquier momento puede volver a jugar a la botella conmigo.
Manny entra a mi habitación con la bandeja del desayuno cuando estoy eligiendo lo que voy a usar en el día. La deposita sobre la cama, y comienza a desayunar mientras me observa atento.
—¿Podés dejar eso para después? —rezonga con la boca llena—. Vení que se enfrían los tostados.
—Tenés razón —dejo la percha en su lugar y me siento frente a él—. Estoy muy acelerada, nunca sentí tanta adrenalina por ir a trabajar.
—Tranquila —vuelve a hablar con la boca llena. Traga su bocado y continúa—. Este es el plan. Hoy al mediodía, te paso a buscar para ir a almorzar. Hoy estás todo el día en el coworking, ¿no?
—Sí... Todo el día en Bitito hasta que llegue la hora de ir a las clases en Izibay. Sé que adentro de Bitito no va a intentar hablar conmigo, quiero ver qué hace en Izibay.
—Vos tranquila, sos la profesora. Llegás, das tu clase, y lo ignorás. De última, si se pone denso, ¿podés volver a Bitito hasta que te vaya a buscar?
—Sí... Diego se queda hasta las siete de la tarde todos los días; según él, cuando está solo aumenta su productividad. Es muy raro ese chico.
—No importa. Seis en punto estoy ahí en la puerta, a ver si sigue haciéndose el machito cuando me vea en la puerta. Mamagüevo... —recuerda mirando por la ventana—. Yo lo voy a obligar a que me mame los huevos.
Suelto una carcajada bastante sonora por el comentario de Manny. Terminamos de desayunar hablando de otras cosas, y luego de juntar todo, cada uno se alista en su casa para comenzar el día.
Hoy más que nunca, quiero que llegue la hora de ir Izibay.
No me cuesta mucho explicar en Bitito mi huida de ayer, dado que sigo bajo la modalidad de contrato flexible y yo manejo mis horas. A la que sí le cuento todo es a Marilyn, es bueno tener una aliada que me defienda o venga a mi rescate mientras estoy en Bitito.
La mañana vuela entre historias interactivas, cuando veo que todos comienzan a removerse en sus escritorios consulto la hora. Faltan diez minutos para la una del mediodía, y esa conexión mágica que tengo con Manuel se activa. Me envía un mensaje avisando que ya viene a buscarme.
—¿Vamos a comprar comida? —pregunta Marilyn desde su escritorio.
—No, me voy a almorzar con Manuel.
Marilyn sonríe, se arrastra con su silla hasta mi lugar.
—Ay, ¡qué lindo! Quiere venir a marcar su territorio, ahora que se terminó todo con el idiota ese, él tiene el terreno libre.
«Y vamos de nuevo...»
—¿Ya van a empezar todos de nuevo a shippearme con Manuel? —protesto.
—Vos pensá esto... Pueden volver a jugar a la botella, hay más prendas además de un beso, eh...
Elevo los ojos frustrada. —Te veo en una hora, ¿sí?
Dejo un apretoncito en su hombro, tomo mi celular del escritorio y salgo de la oficina mientras Marilyn me hace caras bobas desde su lugar. El ascensor llega, y cuando se abren las puertas, me paralizo al ver quién está parado en el fondo.
Leroy.
«Subí, no dudes. Que vea que no te importa.»
Hago caso a mi conciencia, subo y quedo de espaldas a él, ya no cabe más nadie en el pequeño recinto, así que iremos sin escalas hasta la planta baja.
Apenas se abren las puertas, enfilo hacia la salida a velocidad normal, no huyo pero tampoco le doy lugar a que me alcance. Pero veo por el rabillo del ojo que viene esquivando gente, y no tarda mucho en quedar junto a mí.
—Lisa... Tenemos que hablar, ¿hasta cuándo me vas a ignorar?
—Cualquier duda que tenga la puede compartir hoy con sus compañeros en la clase —espeto sin mirarlo.
—Sabes perfectamente que no me refiero a eso. Lisa, yo me enamoré de ti, a quien amo es a ti. ¿Puedes escucharme?
Ignoro su palabrería absurda, llego a la calle y veo a Manuel parado junto al cordón, de brazos cruzados y con una sonrisa en sus labios. Corro a su encuentro y lo abrazo, pero siento que tiene los músculos tensos. Me desenredo de sus brazos y noto que observa sobre mi hombro con el semblante endurecido, giro la cabeza para ver lo que atrae su atención.
Leroy está parado tras de mí, echándose chispas con Manuel.
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