Cuarenta y cinco
«¡Ah, la primavera!»
El frío va quedando atrás, los Jacarandás ya florecen coloreando las avenidas de violeta, la polinización... ¡Y esta maldita alergia que no me deja vivir en paz!
Bueno, primavera meteorológica, ya es septiembre y todo marcha relativamente normal. Mi amistad con Manuel está más sólida que nunca, y pareciera ser que ya se olvidó de su chica del Larry, porque jamás la volvió a mencionar.
Respecto a Leroy, las cosas avanzan bien. Después de la charla en la boda de Fernando, me animé a abrir mi corazón con él. Le dije todo aquello que me enamoraba, y todo eso que me incomodaba en partes. Pareciera ser que luego de confesarme enamorada de él, parcialmente enamorada en realidad, Leo dio rienda suelta a esos sentimientos que expuso en pleno Obelisco y nuestra relación cambió considerablemente.
El problema ahora es que hace unas semanas llegó su primo de Venezuela, y es su roomie. A causa de ello, ya no tenemos intimidad en su departamento, y esto me lleva a plantearme que quizás es hora de dar el siguiente paso.
Invitarlo a dormir a mi cama, esa que compartí con Tadeo.
Pero para eso, mi conciencia necesita blanquear nuestra relación dentro de Izibay, así que eso es lo que pienso proponerle esta tarde, cuando nos encontremos a la salida del trabajo.
Las traducciones en Bitito son un éxito, de hecho, en estos meses han salido nuevos juegos, y Marilyn me comenta que tras bambalinas evalúan contratarme a tiempo completo, en relación de dependencia. Y me la paso tan bien con esos sinvergüenzas, que soy capaz de dejar mis clases de inglés para dedicarme a ellos por completo.
Estoy concentrada traduciendo una nueva historia, cuando de repente me llega un mensaje de número desconocido.
Un número extranjero.
Las manos me tiemblan, suelto la lapicera sobre el escritorio y hago fuerza para contener las lágrimas que comienzan a salir. Miro a mi alrededor, por suerte, los chicos se fueron a una reunión y estoy sola en la oficina. Trato de ordenar una idea coherente antes de responderle a la mujer, que sigue en línea aguardando una respuesta. Escribo y borro mil veces, al final, me decanto por lo más sencillo y sensato.
Mi corazón roto se regenera en forma de piedra luego de leer todos sus mensajes. Muy en el fondo, yo sabía que algo malo había con él, aunque nunca pensé que fuera tan grave. Me arrepiento de no haber indagado más en su pasado, de haber dormido tantos meses con un hombre que fue capaz de dejar a su hijo y a su esposa tirados en su país, olvidados como quien olvida una vieja prenda. Y recuerdo las palabras de Manuel.
«No me gusta ese tipo. Yo que vos me ando con cuidado.»
Él también presentía que algo escondía.
Espero unos segundos por si quiere seguir descargando su mierda, y cuando veo que sigue en línea aguardando por mi respuesta, arranco a escribir.
En ese momento comprendo por qué dejó de invitarme a su casa cuando llegó su rommie. No era su primo, era su cuñado.
Ahora sí, derramo todas las lágrimas que venía conteniendo, pero no por la traición de Leo, sino porque me maldigo por haber sido tan estúpida e ingenua. Consulto la hora, faltan veinte minutos para las cinco de la tarde, no puedo ni tengo la facultad mental para seguir con las traducciones. Dejo una nota sobre mi escritorio alegando una emergencia, y me retiro de Bitito tratando de mantener la calma. Necesito ver a Manuel, solo espero que esté en el Larry.
Junto mis cosas, y salgo de la oficina con fingida calma. Y mientras aporreo el botón de los ascensores para huir del coworking, escucho pasos por la escalera, alguien está bajando. Y lo recuerdo.
Leroy todavía no vino a buscar café a este piso.
—¿Ya te vas? —pregunta parándose demasiado cerca de mí, doy un paso al costado sin mirarlo, sin despegar la vista del contador de pisos—. Lisa... ¿Qué pasa? —insiste.
No le respondo, rezo para que venga el puto ascensor de una buena vez, y cuando lo hace, me introduzco en él, pulsando repetidamente el botón para cerrar la puerta. Leroy interpone su brazo para evitar que se cierren las puertas, visiblemente irritado. Pero la suerte está de mi lado cuando veo que los chicos de Bitito terminaron su reunión y vuelven a sus escritorios, como desde la oficina se puede ver perfectamente la escena, Leroy depone su actitud. Aprovecho para cerrar las puertas, y mientras espero a llegar a la planta baja, lo bloqueo de WhatsApp antes de que empiece a escribirme, y envío mi último mensaje a Joselyn.
Guardo el teléfono antes de bajar del ascensor y voy casi corriendo al Larry.
Necesito un abrazo de Manuel.
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