Catorce

—¿Entonces? —Manuel se detiene al llegar a la bifurcación del pasillo que divide muestras casas—. ¿Vas a venir al asado del domingo con mamá y Fernando?

—Ah, ¿tu hermano también viene?

—Sí... Mamá lo invitó con su novia, recién me escribió Fer para confirmar la invitación, porque sabe cómo es mamá.

«Mis agradecimientos a Fernando por distraerlo del tema Leroy.»

—Bueno... No sé qué pito toco yo en esa reunión, pero... ¿Por qué no? —sonrío—. Puede ser divertido. ¿Me pasas a buscar para ir a tu casa? Tengo miedo de perderme en el camino.

Reímos por mi mal chiste, y nos despedimos hasta el día siguiente. Si hay tertulia familiar, el supermercado se pasa al sábado, y así acordamos con Manuel. Beso en el cachete, abrazo, y cada uno a su casa.

Hora de retomar la conversación.

Esto ya se puso tenebroso. Estoy en el punto de bifurcación entre «mandale, la vida es una», y «no, no es correcto». Las palabras de Manuel retumban en mi cabeza.

«La vida es una sola, arrepentite de lo que pasó, no de lo que pudiste haber hecho y no hiciste.»

«Ya son adultos y no es nada ilegal.»

¿Qué puedo perder? ¿El trabajo en Izibay? ¿La posibilidad de que los hipsters me recomienden a otras empresas más hipsters? Quizás hasta me harían un favor si suspenden mis servicios, acá el que tiene todo para perder es Leroy. ¿Me importa? La verdad es que...

No.

Cierro el chat antes de esperar una respuesta. Si bien es cierto que tengo todo el fin de semana comprometido con Manuel, ni loca voy a ir especialmente a Microcentro para tomarme un café con Leroy, y hablar ¿de qué? Sinceramente, no sé por qué acepté.

«Bueno, sí lo sé. Porque el maldito está como quiere.»

Y empiezo a pensar que quizás la invitación al Larry es una tanteada de terreno para evaluar su loca teoría de que Manuel está interesado en mí, o quizás estoy siendo paranoica. ¿Manuel interesado en mí? Dudo mucho que sea cierto, a menos que eche vapor y café por la nariz, no tengo nada que le atraiga a Manny.

De todos modos, el chat no deja de retumbar en mi cabeza.

—¡Manny! —grito por la ventana de mi cuarto, y Manuel se acerca de inmediato, parado desde el patio.

—¿Qué pasó, Liz?

—Está abierto, vení que necesito tu ayuda.

En menos de un minuto, Manuel está parado en la puerta de mi habitación, con los ojos salidos de órbita. Inmóvil, su vista oscila entre la pila de ropa sobre mi cama y mi placard vacío.

—¿Qué pasó? —se anima a preguntar.

—Es que no sé qué ponerme. Viene tu familia y no sé cómo debería vestirme. ¿Oficina? ¿Entrecasa? ¿Casual?

—No pasa nada, Lisa. Mamá y Fer son copados, sólo sé vos misma. No tenés que aparentar nada con ellos, así que cualquier cosa que elijas va a estar bien.

—Te juro, me siento como si fuera tu...

—¿Novia? —completa Manuel con una sonrisa, y yo asiento con la cabeza—. Por eso te digo, ¡no pasa nada! No tengo el honor todavía, y si lo tuviera, te diría lo mismo. Así te pongas la cortina de baño con un cable atado a la cintura, vas a estar preciosa.

El tiempo se detiene mientras veo a Manuel revolviendo mi pila de ropa. La conversación con Leroy de la noche anterior vuelve a mí después de lo que acaba de decir Manny.

«Te dijo que no tiene el honor... Todavía... Y que vas a estar preciosa a pesar de lo que te pongas.»

—¿Contenta? —Manuel me saca de mis pensamientos, y cuando bajo la mirada veo que sostiene esa calza negra engomada que jamás usé porque me siento vieja para esas cosas, un remerón de mangas cortas color hueso, y mis Converse negras.

—Gracias —esbozo mientras tomo las prendas.

—Voy a seguir preparando todo para el almuerzo. Tranquila, no pasa nada.

Manuel deja un beso en mi frente y se va sin decir más, dejándome con la cabeza llena de dudas.

Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top