Sentimientos

La oscuridad reinaba en el dormitorio del guardián del quinto templo. Aioria, no se había molestado en encender las luces, había pasado todo el día entrenando en el coliseo hasta el agotamiento, haciendo que los entrenadores y aprendices se retiraran ya que no había tenido ningún tipo de cuidado con la fuerza de sus ataques ni siquiera Marin se había podido acercar a él, por lo que tuvieron que llamar a Milo, quién logró apartarlo del Santuario, pero había combatido con él hasta que el cansancio los venció a ambos. Algo que agradeció enormemente, aunque sabía que Milo estaba en una situación similar a la suya y no era solo por haber perdido a Camus, sin embargo, había guardado silencio porque no estaba de humor para hablar.

Y es que sí, luego de que la realidad de lo que implicó la batalla de los doce templos lo golpeara, se dio cuenta que Deathmask se había ido para siempre y esa era la causa de su ira. Estaba enojado con él por su traición, por sus mentiras por sus intrigas, le hubiese gustado ser él el que lo hiciera pagar cada uno de sus pecados, pero lo que más lo enojaba y por más que quisiera negarlo, sabía que no podía, era que jamás le haya aclarado sus sentimientos. Se dejó caer en su almohada y contempló el techo de su habitación. El muy maldito había pasado el último tiempo jugando con él sin dejar claro nada y él no había presionado para hacerlo hablar.

La última vez que se había visto fue una semana atrás en el pueblo, se encontraba tomando su desayuno cuando Deathmask apareció, parecía que volvía de una misión en la que no le fue muy bien, porque no estaba del mejor humor y le había obligado a pedir un segundo desayuno ya que el suyo se lo había quitado. No había dicho, porque no tenía ganas de discutir así que simplemente lo había dejado hacer. Luego del almuerzo, parecía que su humor había mejorado que incluso lo había acompañado en sus compras. Le había cuestionado al respecto, pero Deathmask se limitó a encoger los hombros y decirle algo como que le gustaba su compañía. Aioria no insistió y charlaron de trivialidades. Había notado un aire melancólico en él, pero lo había atribuido a su misión fallida. Ojalá hubiera preguntado, se lamentó antes de quedarse dormido.

Caminaba por las ruinas que se encontraban en la parte oeste del Santuario, ahí no solía ir nadie y era un buen sitio para despejar su mente. Su vista se fijó en el azul del cielo que lograba apreciarse a través de los árboles cuyas hojas se movían al compás del viento.

-¿Qué te pasa leoncito? -preguntó de pronto una voz que lo hizo estremecer.

Con la mirada buscó al dueño y encontró a Deathmask sentado en uno de los pocos pilares que se negaban a ceder ante el paso del tiempo.

-¿Deathmask? -preguntó despacio sin poder creerlo.

-El mismo -sonrió con burla.

-¿Qué haces aquí? -en su pecho, Aioria sentía como se aceleraba.

Deathmask hizo una pequeña mueca de disgusto, pero bajó del pilar y se paró frente a él.

-Bueno, te vi muy solo y no me gusta la sombra de tristeza de tus ojos -lo miró fijamente-, tus ojos son demasiado bonitos para que un sentimiento tan feo los empañe -Aioria dio un paso atrás con un notorio sonrojo en sus mejillas-. Mucho mejor -asintió con satisfacción.

-No digas tonterías -dijo girando la cabeza para ocultar su rubor.

-No son tonterías -Deathmask se puso serio-, ojalá te hubiera dicho esto antes, me hubiese gustado contemplarte más, ser libre para estar contigo -miró al cielo con nostalgia. Aioria lo miró sin entender-, supongo ya es tarde para lamentarse -le sonrió ligeramente-, también debes dejarlo ir -lo tomó de las manos-, nada de lo que pasó fue tu culpa, yo tomé las decisiones y nada de lo que pudiste haberme dicho me hubiese hecho cambiar de opinión y solo te hubiese causado un dolor innecesario -lo tomó de la mejilla-. Te amo Aioria, lamento decirlo hasta ahora, pero supongo era necesario, recuérdame con cariño, por favor -le dio un suave beso en sus labios-. Cuídate hasta el momento en que nos volvamos a ver -se despidió sin darle la oportunidad de decir nada.

Se despertó con una sonrisa en los labios.

-Eres un idiota -le dijo al viento-, pero gracias. Hasta que nos volvamos a ver -llevó sus dedos a los labios.


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