Capítulo 2

El paseo por el parque de diversiones fue muy extraño para la niñita. Mientras fingía divertirse en las atracciones con el desconocido, ella buscaba a su verdadero padre. Sin embargo, parecía haberse transformado en aquel hombre que la llevaba de la mano. Él actuaba como un padre, ayudándola a subir a los juegos infantiles e incluso le compró papas fritas. Ella había querido comer papas fritas desde que las vio en su casa. Pero sus padres no le permitieron probarlas.

Buscaron un lugar para sentarse y comer tranquilamente. Ella comía cada unas de las papas como si fuera la última, entonces miró al hombre cuando éste aclaró su garganta.

—¿Cómo te llamas? —le preguntó.

Todo su cuerpo se tensó en ese momento, ella no sabía qué responder y sólo dijo lo primero que vino a su mente.

—Niño.

El hombre frunció levemente el ceño, esto hizo que ella sintiera un fuerte escalofríos. En su mente se repetían las palabras de sus padres, si el hombre la descubría iba a lastimarlos.
—¿Niño? ¿No tienes nombre? —cuestionó en un tono bajo.

—Soy... niño —repitió ella, más para convencerse a sí misma. Entonces cerró los ojos por instinto cuando vio la mano del hombre acercarse. Esperaba una sacudida, un jalón o golpe pero él sólo acarició su cabeza.

Con su cabello corto un poco revuelto, levantó la mirada hacia el hombre con curiosidad.

—Entonces te daré un nombre —comentó con una voz tranquila—. ¿Qué te parece Johan?

La niña sólo asintió, no iba a discutir por su nuevo nombre. Así estaba bien.

—Mi nombre no es importante que lo sepas, sólo llámame papá —aquello parecía ser una orden en lugar de una petición.

Luego de esa pequeña pausa para comer, siguieron recorriendo el parque. Ella se sentía extraña ya que caminaba de la mano del hombre, cosa que nunca hizo con su padre hasta ese día. No recordaba que ellos habían salido a pasear tomados de la mano. Al mirar a su alrededor vio a los otros niños felices, con sus familias y tomándose fotos. Ella y el hombre desconocido parecían una familia a simple vista, como todos las demás del parque.

Al pasar frente a uno de los juegos que se encontraban a los lados de una extensa peatonal, la pequeña se fijó en un oso que estaba colocado de premio en un juego de tiro al blanco. Ella sólo lo miró, pero entonces escuchó al hombre preguntarle:

—¿Quieres ese oso, Johan?

—No —respondió bajando la mirada y quiso seguir caminando. Pero el hombre hizo que se acercaran al juego. El dueño les explicó que el objetivo era simple, para ganar el oso debían derribar todos los blancos. El arma no disparaba nada, sino que al apretar el gatillo se encendía un láser el cual debía dar en el sensor que poseían los blancos y hacerlos caer.

—Vamos niño, no tengas miedo —le animó el dueño al darle una de las armas. Eran de plástico y su supuesto padre la ayudó dándole una instrucciones simples.

—Sostenla con ambas manos, no apuntes donde está el blanco, sino dónde estará —le dijo, estando de cuclillas a su lado para quedar a su altura.

Las manos de la niña temblaban, sabía que el arma era falsa pero había visto en las películas el daño que podían hacer. Ella no sabía que eran actores, creía que todo era real, y sus padres veían cualquier tipo de películas y series sin preocuparse de que su hija también lo hiciera.

—¿A-Así? —trató de seguir las órdenes del hombre pero falló todos los tiros.

—Que mala suerte —comentó el sueño—. Tienes otra oportunidad —agregó para alentarlo. Entonces el circuito de los blancos comenzó a moverse nuevamente.

—Tranquilo, debes controlarte —murmuró el supuesto padre, al tomar las manos del niño para tener los temblores agregó—. Puedes hacerlo.

Ella estaba siguiendo a un blanco y apretó el gatillo al momento de escucharlo. Sus padres nunca le habían hablado de esa manera, nunca habían esperado nada de ella y esas simples palabras habían despertado un extraño y desconocido dolor en su pecho. Logró darle al blanco con el láser, aunque todos los blancos cayeron al mismo tiempo, aquello dejó al dueño del juego muy confundido.

—Que extraño —pensó en voz alta. Entonces vio al niño con los ojos llorosos, y la mirada seria del padre lo asustó.

—Lo rompí —dijo mientras volvía a temblar.

—No, no. Debió ser un error del sistema, no llores —se apresuró a decir, entonces tomó el oso para entregárselo—. La condición era bajar todos lo blancos, y eso hiciste. Es tuyo —explicó, aunque esperaba que eso calmara al niño, consiguió todo lo contrario.

—Johan, ¿no vas a decir nada? —habló el padre mientras que el pequeño se secaba las lágrimas.

—Gracias —murmuró apenas, haciendo sonreír al dueño.

—Continuemos —el hombre pagó de todos modos por el peluche y tomó a su pequeño de la mano para seguir paseando.

La niña todavía tenía los ojos llorosos pero se aferraba al oso de peluche, era muy suave y olía a fresas. Siempre había visto en la tele a otros niños jugando con juguetes lindos mientras ella tenía a un ratón muerto y seco. Todo terminó cuando la descubrieron jugando con el cadáver de roedor y la castigaron. Aún tenía las marcas en manos, las cuales sostenían al oso de peluche para no perderlo.

—¿Es la primera vez que te sucede algo raro como lo del juego? —preguntó el hombre al detenerse por un momento—. ¿O ya había pasado?

—No r-rompí otro juego —se apresuró a decir.

—Tal vez fue una coincidencia... —murmuró él por lo bajo, más para sí mismo. Al ver que estaba anocheciendo decidió dar un paseo más antes de volver a casa. 

La niñita estaba nerviosa nuevamente, se preguntaba qué tan lejos la llevaría ese hombre de su casa, no sabía si volvería a ver a sus padres o si la visitarían. Ella fue sacada de sus pensamientos cuando el hombre de la cámara le pidió que lo mirara para sacar una foto. Aún sostenía al desconocido hombre de la mano, fingiendo ser una familia y la foto capturó ese momento específico. Ella lo vio pagar por la foto, la cuál ya había sido impresa y colocada en marco. Entonces le sonrió.

—Vamos a casa hijo —habló y tiró de su mano suavemente.

Con las luces del parque encendiéndose a medida que todo se oscurecía, ella fue llevada hacia el estacionamiento y tomaron el auto que su papá usó para traerla allí o al menos se parecía mucho. Fue dejada en el asiento trasero junto con su oso y el hombre le colocó el cinturón de seguridad. Luego caminó hacia el asiento del conductor y también se colocó el cinturón.

La niña se mantenía muy callada, y apenas podía ver las luces pasar a través del las ventanas, no sabía a dónde la llevaría exactamente y estaba alerta. Sin embargo, el paseo y tener su estómago lleno, hizo que rápidamente cayera dormida, usando al peluche como almohada. Debido al cansancio no se molestó cuando fue levantada en brazos por el hombre. También ignoró el alboroto y murmullo de su alrededor. Sólo quería seguir durmiendo.

Esto le facilitó mucho las cosas al hombre. Quién la llevaba en sus brazos mientras abordaron el avión, no iba a perder el tiempo ya que había conseguido lo que tanto quería. Un niño, un heredero, y estaba ansioso por enseñarle todo lo que sabía. También estaba preparado para ser un ejemplo a seguir, al menos por los primeros años. Sin embargo la manera de comportarse y de hablar de ese niño le eran muy extrañas, nadie de su edad era tan callado o sentía ese miedo, ese pánico por equivocarse.

—Sus manos están ásperas y llenas de cicatrices —susurró pensativo mientras sostenía al niño recostado en su pecho. No era extraño que los niños se lastimarán de vez en cuando. Pero sus sospechas sólo se confirmaron cuando él pasó su mano por la cabeza del pequeño. La cabellera castaña ocultaba cortes y chichones producto de golpes, que al tacto era imposible no sentirlos.

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