Parte 2

Aprovechando de que es el inicio de la segunda parte, ¿tienen alguna teoría? Amo leer sus reacciones.

No, Keiji no está siendo dramático.

Solo está... protegiéndose a sí mismo.

La arena debajo de los dedos de sus pies se siente áspera y cálida, el sol lentamente se eleva y hace que el ambiente se vuelva más y más caluroso hasta el punto en que una vez llegado el mediodía, aunque solo quiera sentarse en la orilla, estará obligado meterse al agua una al menos una vez por hora o el calor podría matarlo.

Sin embargo, su cabello aún está húmedo de su primera inmersión matutina, la cual también fue su primera inmersión desde que se lesionó el tobillo. Estuvo bien; el mar, tranquilo y cristalino, le permitió sacar una gran perla que probablemente no logre vender. Juguetea con ella entre sus manos, su brillo casi rosado refleja la luz del sol.

—Uf, esa es grande, con ella podrías ganar el dinero suficiente como para salir de este pequeño archipiélago. —Es extraño que no haya escuchado los pasos a sus espaldas, aunque seguramente sea porque ha estado perdido en su propia cabeza estos últimos días. Se vuelve para mirar al náufrago, quien está parado detrás de él, con la camisa abierta y unos sencillos pantalones que terminan a la mitad de sus pantorrillas.

Después del beso el día siguiente a su cumpleaños, este golpeó la puerta de su habitación durante media hora. Simplemente le pidió que parara, que estaba bien, aunque ambos sabían que no.

Y durante el resto de la semana estuvo... distante, dándole el espacio que tan desesperadamente pidió y que ahora mismo está empezando a odiar un poco—. ¿No deberías estar ayudando a Kaori? —pregunta secamente, apartando la mirada y clavando los ojos en el horizonte lejano—. Ella dijo que anoche había llegado un gran grupo.

—Sí, bueno, la ayudé con la cocina anoche —contesta el otro hombre, y luego, cuidadosamente, como si fuese una pequeña criatura a la que teme asustar, se sienta a su lado—. Hoy me dio el día libre.

Los labios de Keiji se aprietan en una fina línea— ¿Para qué? —pregunta, aunque está seguro de que ya lo sabe. Sabe que su estadía era temporal desde un inicio. Debe ser hora de que se ponga en marcha; simplemente es el orden natural de las cosas.

—Para hablar contigo. —El suspiro que escapa de la garganta del náufrago al decir eso aclara aún más las cosas: es un agradecimiento, pero también un adiós. Era de esperarse, calcula Keiji; cualquiera encontraría incómodo quedarse allí luego de lo que pasó el otro día—. Realmente necesito hablar contigo, Akaashi.

Keiji sabe que esos ojos negros están pegados a su rostro, por lo que trata de evitar que sus labios tiemblen mientras el horizonte, claro y brillante, quema en su retina—. Entonces habla —dice en voz baja, tan suavemente que una ráfaga de viento podría llevarse sus palabras; lo cual desea que ocurra.

—Yo solo... —Keiji puede escuchar cómo el hombre se queda sin aliento, como se tensa—. Te debo mi vida, y estoy tan agradecido por ello que no pude compensarlo. Aunque no es como si necesitaras que te compre nada con ese maldito cofre del tesoro debajo de tu cama, pero yo... Mira, lo que estoy diciendo es que te he estado guardando secretos y sé que eso es una mierda. —Eso hace que Keiji se congele y lo mire con desconcierto. No esperaba que revelase su identidad; si ya planeaba hacerlo, ¿por qué molestarse en ocultarlo? —. Lo que intento decir es que nunca perdí la memoria. Solo tenía miedo porque no estoy...

Parece estar luchando por encontrar las palabras adecuadas, por lo que, sin siquiera pensarlo, Keiji completa la oración con las suyas propias—. ¿Del lado correcto de la ley? Pude notarlo. Suelo ver tus tatuajes a menudo.

—Sí, bueno, ya sé que eres inteligente así que seguramente fue fácil... —Su boca cuelga abierta en la última sílaba, y Keiji puede ver la certeza de su propia mirada en los ojos del otro hombre—. Espera, ¿te lo dijeron tus amigos?

Keiji le dedica una sonrisa triste—. Ya lo sabía —dice, antes de exhalar un suspiro lo suficientemente largo, como si el mundo se estuviera por acabar—. Eres Miya Osamu, ¿no? Y has venido a hablar conmigo porque planeas irte pronto. Esta semana, si todo sale como debe.

Un momento de silencio desciende sobre ellos. Es lógico que Osamu se vaya; debería hacerlo. Keiji lo conoce desde hace menos de un mes y comprende su situación tan bien como cualquier otra persona, pero en ese pequeño momento de silencio, siente una necesidad de volver al mar tan abrumadora que lo asfixia—. Yo-... —tartamudea Osamu, con el pecho agitado, como si acabara de llegar corriendo desde la aldea—. No-...

—Está bien —dice Keiji, con sus labios apenas cooperando—. Supongo que extrañaré tu comida. —Toma aire, levantándose de golpe—. Probablemente ahora tengas muchos lugares adónde ir, me alegro de haber podido ayudarte.

—Akaashi, mierda, esp-... —Oye al otro decir, pero ya está siendo atraído nuevamente hacia el mar, como siempre.

—Quiero sumergirme otra vez —medio dice, medio grita, y sus piernas ya lo llevan dentro, donde las cálidas aguas le dan la bienvenida como los brazos de una madre.

En el agua, Keiji se siente en casa; en el agua, es rápido, por lo que la sorpresa golpea su pecho con tanta fuerza como lo hacen los brazos de Osamu alrededor de su cintura. Emergen sobre la superficie tranquila y olas lentas mecen sus cuerpos unidos—. ¿Alguna vez me dejarás terminar una maldita oración? —Osamu farfulla, todavía aferrado a él como si la vida se le fuera en ello, esta vez con su pecho agitado por un esfuerzo real.

Keiji es rápido, por lo que están lejos de la orilla, lo suficiente como para que sus pies apenas toquen el fondo arenoso sin que el agua cubra sus hombros—. Me atrapaste —dice Keiji girándose para fijar su mirada en el rostro de Osamu.

—Casi no lo logro —tose el náufrago; todavía lleva la camisa y los pantalones puestos—. Y solo fue porque no dudé en seguirte. No es de extrañar que la gente aquí piense que eres una ninfa de agua.

—Una bruja de agua. —Keiji frunce el ceño—. ¿Cómo hiciste...?

Una sonrisa lenta se apodera de la cara del otro hombre—. He estado en un barco desde que tenía quince años, ¿pensaste que no podría nadar decentemente?

Es un buen punto. Keiji inclina la cabeza hacia un lado—. ¿Entonces por qué? —¿Por qué este hombre lo perseguiría hasta el mar? ¿Por qué está aferrado a él como si fuese un salvavidas? ¿Por qué? ¿Por qué? ¿Por qué?

Cuando habla, los ojos de Osamu se vuelven casi comprensivos, casi exasperados, como si Keiji hubiese dicho algo que no puede creer—. ¿El otro día no fui lo suficientemente claro? —pregunta con voz ronca—. No vine aquí para decirte que me voy, eres quien lo asumió.

—Pero te irás —señala Keiji—. Sé que no planeas quedarte. Tu hermano...

—Es un idiota —dice Osamu, con cara seria—. Y si los rumores son correctos, él está bien. Si no lo son, de igual manera no lo encontraré. —Osamu le dedica una sonrisa irónica—. Él puede esperar un poco más.

—Osamu-... —El nombre sabe extraño en su lengua. Extraño y casi demasiado grave.

Entonces esto es lo que consigue, ¿no? Algo más de tiempo, justo lo necesario como para vivirlo todo, pero nunca lo suficiente.

Es más de lo que jamás ha recibido, así que, justo cuando una ola baja y suave se estrella contra sus cabezas, une sus labios en un beso que solo sabe a sal y sol. Los brazos alrededor de su cintura se cierran herméticamente y los labios de Osamu sobre sus lágrimas destruyen cualquier resistencia intrínseca que haya quedado en su mente.

Las olas les siguen empujando suavemente hacia la orilla, y Keiji no puede evitar la idea que se le ocurre. Una de sus manos recorre la manga empapada de la camisa de Osamu hasta llegar a su mano y entrelazar sus dedos—. ¿Realmente qué tan bueno eres nadando?

Keiji definitivamente es algo fuera de este mundo.

Cuando emergen a la diminuta y oculta cueva, incluso los pulmones de Osamu se sienten como si estuvieran a punto de estallar.

En cambio, ese ser de otro mundo que es Akaashi solo parece estar levemente sin aliento mientras se para sobre el suelo rocoso y se sacude el exceso de agua de su cabello.

Osamu solo puede observar con asombro; a él, a la cueva.

Están en algún lugar dentro de los acantilados que flanquean la cabaña de Akaashi, en una pequeña ensenada que se abre a una cueva de piedra azul grisácea la cual ha sido pulida hasta achatarse suavemente donde el agua la toca. Un poco de luz solar entra desde lo alto de la caverna; Osamu puede espiar una abertura o dos a través de la roca más irregular que forma el techo.

Cuando vuelve la mirada, puede ver que la entrada por la que nadaron está completamente bajo el agua, pero aún alcanza a visualizar la luz que fluye por allí—. Encontré este lugar cuando tenía diez años —dice Akaashi, con una pequeña pero deslumbrante sonrisa adornando su rostro—. Nadie ha sido capaz de seguir mi ritmo lo suficiente como para venir aquí.

Finalmente, habiendo recuperado el aliento, Osamu se ríe—. Me alegro de ser tu primer invitado —dice, arrastrando su propio cuerpo sobre la saliente de piedra. Su camisa y pantalones ahora están arruinados, pero está bien con eso—. ¿Entonces no estabas seguro de si sobreviviría?

—Podría haberte llevado de regreso a la orilla —dice Akaashi con una confianza que no debería ser atractiva cuando hablan de la posibilidad de que Osamu se desmaye y necesite ser arrastrado de regreso hasta un lugar seguro—. No sería la primera vez —señala mientras camina delicadamente hacia una piedra grande y lisa, con vetas de color purpura suave y azul profundo, y se sienta sobre ella.

Tal vez todavía se sienta un poco eufórico por haber estado a punto de perder el aliento con un beso, por lo que Osamu se ríe de nuevo—. Es cierto —resopla, caminado hacia Akaashi hasta que está parado justo frente a él y sus ojos, que lucen como si fuesen de un millón de diferentes tonos de azul, lo miran—. Eres una de las cosas más extrañas que he visto en mi vida, Akaashi —dice con cariño—. Y eso que he visto sirenas reales.

—¿No se supone que esas ahogan a los marineros? —pregunta Akaashi, mirando a Osamu con ojos maravillados.

—Fue un encuentro breve —explica Osamu, no puede evitar que su mano se eleve para rozar el costado del rostro de Keiji—. Me arrastraron hasta el piso inferior del barco justo después. No son algo sobre lo que escribirías en una carta. —Se encoge de hombros—. Tampoco te sostendrían una vela para que lo hicieras.

Akaashi se ríe, alto y cadencioso, y su risa rebota en las paredes haciendo eco—. No tienes que tratar de encantarme —dice, rodando los ojos mientras se inclina contra el cálido toque sobre su mejilla.

—Bien, entonces solo necesito cocinar para ti —dice Osamu, riendo—. ¿De verdad soy el primero al que traes aquí? Este lugar es hermoso.

Es curioso que todo pareciera complicado hace apenas una hora; que Osamu pensara que Akaashi se enojaría con él por mentir. Todo esto; el lugar, el hombre frente a él, todo parece más un sueño que hubiese tenido de niño, cuando soñaba con el océano y lo que podría haber más allá de la litera debajo de Atsumu—. La gente tiende a asustarse cuando les digo que se sumerjan tan cerca de los acantilados. —La mano de Akaashi se acerca para unirse a la de Osamu en su mejilla—. Aparentemente solo necesitaba encontrar un pirata.

Lentamente, como si temiera que Akaashi se desvaneciera frente a él como un espejismo, Osamu se arrodilla y sus rodillas empapadas golpean el suelo de piedra—. Y sacaste uno del mar —dice, mientras su mano libre atrapa la otra mejilla de Akaashi—. Siento haber tardado tanto en decirte la verdad.

—Solo eres un pirata varado en esta pequeña aldea prejuiciosa. —Akaashi sonríe—. Aunque ya todos lo sabíamos. Tenía sentido.

—¿Así que todos me estaban siguiendo el juego? —pregunta Osamu, con un pequeño ceño fruncido asomándose en su rostro.

Akaashi coloca cuidadosamente, de a una, ambas manos sobre sus hombros—. Eres mal mentiroso —dice en voz baja, con sus ojos vagando por el rostro de Osamu—. Creo que es por eso que estábamos tan a gusto contigo; no podrías tener un plan malvado con la frecuencia con la que arruinaste tu fachada. Estoy seguro de que hasta Nana se dio cuenta. —Sí, incluso su Nana, con su piel pálida de estarse marchitando frente a sus ojos.

Ante eso, Osamu suelta una carcajada—. Tu Nana lo ha sabido desde el momento en que me conoció. Una vez que estuviste fuera del alcance del oído me dijo que era bienvenido siempre y cuando no metiera espadas a la casa.

Algo alegre, anhelante, brilla en el rostro de Akaashi—. No me sorprende —dice con una sonrisa, y Osamu ya no puede contenerse. Usa las manos que tiene alrededor del rostro del buceador para jalar de él hacia abajo y unir sus labios nuevamente. Hace frío dentro de la cueva, pero Akaashi es suave, cálido y atrae a Osamu como si no hubiera una sola pizca de vacilación en su cuerpo o mente. Cuando Osamu se inclina aún más y sus manos se mueven a los lados de su cadera para apoyarse en la roca, gime.

Es demasiado. Osamu nunca se ha considerado esclavo de sus instintos más básicos, pero también es solo un hombre que ahora mismo tiene a alguien quien parece sacado de las pinturas de los pasillos del rey de Seijoh, extendido y demasiado dispuesto justo frente a él—. Debe haber sido divertido —dice, poniéndose de pie e inclinándose hacia adelante para estar sobre Akaashi—. Y yo que pensaba que estaba haciendo un trabajo decente.

—Para agradarnos, tal vez. —El pecho de Akaashi está agitado—. Me estás mirando —susurra, pero en la cueva, hace eco. Parte de la luz del sol que rebota en el agua apenas a un par de metros de distancia le da a su rostro un brillo de otro mundo.

Osamu parpadea, sus palabras están llenas de fuego, su tono es mucho más profundo del que está acostumbrado a escuchar del otro hombre—. Akaashi, ¿qué haces...? —Pero luego se tambalea hacia adelante; las ágiles piernas del buzo se han enrollado alrededor de su cintura y lo atraen con la fuerza de una persona que desafía al océano a menudo y gana—. ¿Estás seguro? —pregunta Osamu, porque no hay dudas en su mente de lo que quiere y, oh Dios, lo quiere tanto.

—Quiero —resopla Akaashi, casi petulante, mientras sus manos tiran de la camisa empapada de Osamu por los hombros—. He querido desde... —Se atraganta, se ruboriza y entierra una de sus manos en el cabello de Osamu, tirando de él hacia adelante con tanta fuerza que Osamu tiene que ponerse rígido para evitar que sus narices choquen entre sí.

—Dios-... —jadea Osamu—. Dios, yo también —dice, y luego sus manos comienzan a ayudar a Akaashi, gruñendo por cómo su camisa mojada se pega a su piel. Quiere quitarla, quiere sentir el calor de Keiji contra su cuerpo tan pronto como el tiempo lo permita, incluso si el tiempo no parece ser algo de lo que preocuparse mientras estén dentro de esa cueva.

Están muy cerca de la cabaña, pero a la vez están completamente aislados. Bien, piensa Osamu, porque no quiero que se contenga.

Apenas se le pasa por la cabeza que esta podría no ser la mejor idea, que no es nada sino poco ortodoxo, y que tal vez, él y Akaashi deberían tomarse el tiempo para priorizar otras cosas antes que eso. Pero la realidad de su situación es que no tienen tiempo, que Osamu se irá a buscar a su hermano y a su tripulación dentro de poco, e incluso si promete volver...

Porque tiene que volver o, de otra forma, llevarse a Akaashi con él.

—¿En qué estás pensando? —Dice una voz, clara como el cristal, rebotando entre las paredes de roca. Akaashi lo mira, sus ojos son del color de los zafiros.

El aliento de Osamu se atora en su garganta. Probablemente haya mejores momentos para esto—¿Vendrías conmigo? —Intenta sonar confiado, pero en cambio termina siendo una súplica—. Ven conmigo para encontrar a Atsumu, quiero alardear de ti a ese bastardo.

Por un segundo, Akaashi lo mira con los ojos muy abiertos—. No puedo —dice entonces—. Mi abuela... —Traga saliva—. No podría dejarla sola.

Es la respuesta que Osamu esperaba—. Lo sé —susurra—. Lo sé, no con cuán débil se está poniendo últimamente, cuán cansada se ve. —Incluso él, quien ha estado aquí por tan poco tiempo, puede ver el cambio—. Odias estar aquí —dice, en lugar de soltar otra súplica, un plan a medias que Akaashi nunca aceptaría.

—He odiado este lugar durante años —responde Akaashi, mientras desliza sus delgados dedos por la espalda de Osamu—. Pero puedo vivir con eso.

Y podría vivir para siempre con eso, incluso luciendo más abandonado que algunos naufragios que ha visto. Suspirando, Osamu se inclina hacia adelante para besar la delgada línea del cuello de Akaashi—. Eres fuerte, yo sé que lo eres —dice, con cariño desbordando su pecho—. Déjame volver por ti. —Presiona un beso en el lugar donde puede sentir su pulso—. Haré lo que tengo que hacer y luego volveré por ti y podremos hacer lo que tú quieras.

Las palabras salen fácilmente de su boca, pero es consciente de cuánto pesa el compromiso detrás de ellas. Podrían pasar meses antes de obtener alguna pista sólida, y entonces es muy probable que ya esté a mitad del archipiélago, tal vez incluso en el continente. Akaashi se retuerce debajo de él, sus manos juguetean con su cabello—. No iré a ningún lado —dice—. No iré a ningún lado, Osamu. Yo no-...

Osamu atrapa uno de sus rosados y endurecidos pezones en su boca y Akaashi corta la oración con un gemido ahogado.

A pesar de la interrupción, esas son las palabras más tristes que ha escuchado decir al buzo de perlas.

El corazón de Keiji late tan fuerte como lo hace su cabeza contra la cabecera de la cama.

Y no le importa; su abuela está en el mercado y se escapó tan pronto como él salió a bucear en un intento de no ser monitoreada mientras charla con las otras mujeres mayores sobre zanahorias y demás legumbres. Es algo que hace, a veces, cuando cree que él se está volviendo demasiado autoritario.

Por lo general, le molestaría, pero ahora mismo le conviene.

Apenas recuerda estar parado en la roca donde él y Osamu habían estado peleando, como dos tontos borrachos, acerca de que Kaori se burlaría de ellos si algún trozo de roca terminaba atascado en algún lugar de sus cuerpos, por lo que era mejor regresar a la cabaña. El nado de regreso también es un borrón. Todo lo que sabe es que tan pronto como sus pies tocaron la arena seca del lado de los acantilados en que se encuentra la cabaña, sus labios se unieron hasta el punto de ser ridículo.

Fue, por decir lo menos, una tarea ardua subir las escaleras.

Pero ahora están en su habitación, él está desnudo como el día en que nació, y Osamu... también lo está.

Curiosamente, no está nervioso; a pesar de que tiende a pensar demasiado, ahora su mente solo está felizmente llena de deseos de querer sentir al hombre entre sus piernas más cerca, más cerca, imposiblemente más cerca.

Incluso si es la primera vez que hace algo como esto, incluso si hace un par de meses pensó que nunca tendría deseos de hacerlo.

Los dedos de Osamu, dentro de él, se curvan como si estuvieran buscando algo—. Ah... qué-... —dice en el hombro de Osamu, moviendo sus caderas hacia abajo, rogando por más—. Eso se siente-... —Abre los ojos, previamente cerrados por el placer, mirando la expresión engreída de Osamu. Tiene el aspecto que cree que debería tener un dios del mar.

En las novelas románticas, esto sucedería en la oscuridad de la noche, o tal vez en algún momento liminal (véase, la puesta del sol o el amanecer), pero el sol del mediodía entrando por su ventana habla de otra cosa. No trae el ambiente de una relación ilícita y efímera al dormitorio, a sus actividades. Más bien, hace que todo parezca claro, puro, absoluta e irrefutablemente correcto. Y Keiji defiende eso, incluso si es temporal. Incluso si Osamu se irá y es probable que no regrese, no importa cuánto prometa que lo hará, o cuanto él desea que lo haga.

Eso es todo; pero es perfecto, y Keiji lo guardará en su corazón, en una gota de agua, para que no se manche con el duro tinte de la realidad.

—Por supuesto que ah-... —Keiji se arquea hacia la boca de Osamu—. Por supuesto que me gusta —gime, deleitándose con las pequeñas descargas eléctricas que los dedos de Osamu envían rítmicamente a través de su columna. Osamu ha sido tan cuidadosamente lento, tan dulce. A diferencia de Keiji, debe tener experiencia en todos los puertos que ha visitado, en todas las ciudades en las que ha pasado la medianoche. Y ese hecho casi lo pone celoso, o lo haría si no fuese porque Osamu lo mira como si fuese la única persona en el mundo—, pero te necesito ahora. —Hace todo lo posible para mantener la voz firme, para no permitir que sus palabras titubeen. Pero cuando Osamu se levanta, apoyado sobre sus manos, y sus ojos grises e inciertos, con el color de los acantilados a los que llama hogar, se encuentran con los suyos, su voz se rompe—. Por favor.

Es dulce que Osamu sepa que no se lo pediría si no estuviera completamente seguro, así que no socava su elección al volver a preguntar—. Solo dime si algo te duele —dice en voz baja, sacando los dedos de su interior—. Cualquier cosa.

Entusiasmado, Keiji asiente, se acomoda en las almohadas contra la cabecera y le lanza una mirada por demás intensa—. Creí que ya habíamos acordado que no soy frágil.

—No, eres más duro que yo —asiente Osamu, subiendo un dedo por una de las piernas dobladas de Keiji—. Pero no quiero hacerte daño.

Podrías, piensa Akaashi por un momento, mientras mira el cuerpo del pirata; desde la criatura marina entintada en el lado izquierdo de su pecho, hasta la «V» de sus caderas y el lugar donde su miembro erecto se eleva—. Te lo diré, pero prometo que estaré bien.

Osamu maniobra a su alrededor, se acomoda, coloca las piernas de Keiji sobre sus hombros y desliza una almohada bajo sus caderas para que esté más cómodo. Y le resulta terriblemente fácil: Keiji se siente bien atendido. Cuando Osamu se alinea, engancha sus brazos alrededor de su cuello y le sonríe—. Ahora tú me estás mirando —dice, encontrando su sonrisa a mitad de camino, convirtiéndola en un suave beso.

—¿Puedes culparme? —pregunta Keiji contra sus labios, justo antes de inhalar profundamente entre el beso—. Osamu, por favor —susurra, moviendo lánguidamente sus caderas contra la dureza del otro hombre.

—Y se supone que yo soy el peligroso —dice Osamu, presionando un pequeño beso en la mandíbula de Keiji antes de erguirse, estudiando, observando.

Y luego empuja.

El primer tramo resulta incómodo al principio, y el ardor casi logra hacer que los ojos de Keiji se llenen de lágrimas.

Osamu se detiene, preocupado, incluso cuando todo su cuerpo vibra de necesidad, goteando transpiración sobre Keiji debido al habitual calor de la isla. Keiji respira profundamente—. Estoy bien. —Y lo está; respira hondo y de a poco el ardor desaparece, dejándole deleitarse con la sensación de estar siendo estirado—. ¿Puedes moverte? —pregunta, mirando a Osamu, quien le da la sonrisa más dulce que jamás le ha dado a nadie.

Y obedece.

Es dulce, es asombroso, y hace que Keiji se arquee en la cama como si lo estuvieran electrocutando.

No es algo que pueda describirse. Es el momento, es la atmósfera, es la forma en que huele el aire mezclado con el aroma de sus cuerpos. Es algo que no tendría sentido fuera de contexto. Cuando Keiji llega al orgasmo, siente que ha visto la mitad del mundo, tal y como lo ha hecho Osamu. Siente que podría hacer esto una y otra vez, todos los días de su vida, y no cansarse nunca.

No está seguro de si la primera vez de todos los demás es igual de buena, pero está agradecido. Agradecido con su propio cuerpo, agradecido por el calor de Osamu, por su boca presionada contra su clavícula, por su cabello haciendo cosquillas contra su barbilla.

Osamu sigue siendo dulce luego de acabar, pasando sus dedos suavemente por cada recoveco del cuerpo de Keiji que esté a su alcance, pero con una posesividad que no deja lugar a dudas.

Keiji no está seguro de cuán vinculante es ese deseo, pero lo disfruta.

Cuando la transpiración de sus cuerpos se enfría —tanto como se puede con ese clima—, Keiji se ve asaltado por una idea. Osamu dormita a su lado, tiene los párpados caídos con pesadez mientras acaricia el centro de su pecho con el pulgar—. ¿Realmente quieres saber? —pregunta, mirando al techo como si hoy pudiera tener todas las respuestas que no ha tenido en los últimos siete años.

—¿Qué...? —pregunta Osamu, somnoliento—. Oh, sobre... Solo si quieres contarme... —Duda al final de la oración, como si estuviera midiendo su reacción.

—Nunca se lo he contado a nadie —explica—. Todos los que saben estaban presentes en ese entonces. —Puede sentir a Osamu mirándolo, pero girarse y encontrarse con sus ojos en este momento podría ser su perdición, así que continúa mirando al techo y se concentra en la sensación del colchón debajo de él—. Éramos amigos de la infancia, yo... —Su respiración se atasca en su garganta, tal vez deba omitir ese detalle—. Estaba enamorado de él. —Pero no puede; es tan obvio que es hasta vergonzoso girarse para intentar ocultarlo—. Cuando teníamos quince, empezó a intentar comerciar fuera de la isla, en botes pequeños, a veces incluso en barcos. A veces, barcos más grandes echaban anclas donde podían y él salía a recibirlos junto a un par de personas más.

—Cariño —observa Osamu, antes de agregar—, esa no es una buena idea. Muchas cosas podrían haber salido mal.

—Lo sé —resopla Keiji—. Eso le dijimos, pero no nos escuchó. En una ocasión se dirigió a otra isla, solo iban él y otras dos personas. Fui a despedirlos... —Incluso después de todo este tiempo, hablar de ello le resulta terriblemente doloroso—. Le di una perla para que la vendiera por su cuenta. —Hay un doloroso nudo creciendo en la base de su garganta—. Su bote volvió a aparecer un día después, volcado y vacío. La gente dice que lo maldije, yo...

—No podrías —lo calma Osamu, las yemas de sus dedos se deslizan delicadamente sobre el lugar donde el corazón de Keiji late con rapidez, todavía enojado, todavía afligido—. Eres una bendición en el peor de los casos, Akaashi.

—Ni siquiera encontramos un cuerpo —suspira Keiji; debe lucir patético, piensa—. No podía discutir contra eso.

—Es el maldito océano —gruñe Osamu—. Si puede tragar barcos, puede tragar tres cuerpos.

Puede. Keiji lo sabe demasiado bien. De repente le da frío y se estremece—. Lo sé.

Osamu lo acerca a él. Abajo, oye que la puerta del piso de su Nana se abre y se cierra. Esto no va a durar, pero, ¿qué importa? Al menos esta vez podrá despedirse.

Todo es más fácil y dulce de lo que Osamu podría haber imaginado en las solitarias noches que pasó en la habitación de invitados de Akaashi.

Aun así, a medida que pasan los días, ha sido fácil ver que Akashi se está volviendo cada vez más inquieto; desesperado cuando hacen el amor, asustado cuando salen de casa.

Osamu ha estado a merced del mar toda su vida. Está acostumbrado a vivir mientras lucha con la ansiedad que conlleva estar atado a circunstancias que están fuera de su control.

Pero Akaashi no.

El buzo de perlas acaba de quedarse dormido contra su costado, acurrucado contra él a pesar del calor que invade la habitación aunque es de noche—. Eres tan bonito —dice, sabiendo que no lo escucha. Sus nudillos suben y bajan por la espalda de Akaashi antes de volver al mapa que esa misma mañana consiguió para él—. Eres más hermoso que las sirenas, lo digo en serio.

Ha estado algo frenético, demasiado nervioso. Y hace todo lo posible para que no se note, pero a medida que pasan los días, es cada vez más evidente.

Está esperando a que parta; no cree completamente que vaya a regresar.

Lo cual es... una mentalidad sensata, no importa cuánto deteste admitirlo. Pero lo entiende. Gimiendo, mira hacia el techo, hacia las sombras que juegan en él con el parpadeo de la lámpara de aceite al lado de la cama.

No es que no quiera quedarse, pero eso tampoco es una opción. Se trata de su hermano, de su tripulación. Si hubiera una manera de saber con certeza, no por los rumores entre borrachos del mercado, que están bien, tal vez podría tomarse más tiempo. Tal vez podría encontrar una manera de resolver esto con Akaashi que no sea tan solo una promesa endeble, una que tal vez ni siquiera pueda cumplir: ser un pirata sin barco y sin tripulación no es exactamente algo seguro.

—¿Ya has decidido una ruta? —Escucha la voz somnolienta del hombre que actualmente usa su hombro como almohada. Debe haber sido despertado por el suave toque de su dedo.

Osamu suspira, acercándose más a Akaashi de alguna manera, a pesar de que por sí ya están muy juntos—. Sí —traga Osamu—, en la otra aldea me subiré a un bote que se dirija a algún puerto decente. Lo último que escuché fue que alguien los vio cerca de Itachiyama, así que...

—Te dirigirás a este estrecho de aquí, ¿verdad? —dice Akaashi, señalando una pequeña franja azul entre dos islas—. Es el camino más rápido, y también...

—Es la ruta que ellos tomarían —completa Osamu—. Para ser alguien que nunca ha salido de esta pequeña aldea, estoy seguro de que serías un buen marinero.

Akaashi suelta una carcajada—. Solo lo dices porque buceo. —Gira la cabeza para presionar un beso en el hombro de Osamu—. Ni siquiera he estado a bordo de un barco de verdad. Estoy seguro de que vomitaría.

Al recordar cómo se veía el buzo la primera vez que lo vio saltar del acantilado, Osamu no puede evitar reír—. Estoy seguro de que podrías ser capitán si quisieras —murmura contra su cabello—. Eres inteligente y razonable, y solo he visto a otra persona capaz de poner a la gente en su lugar sin siquiera intentarlo, y ese es mi propio capitán.

—¿El que los arrastró a tu hermano y a tí fuera del ring de combate y los subió a su barco? —Akaashi se ríe—. No, no creo que pueda ser así. Tienes razón, nunca he salido de este lugar. Me pregunto si las cosas hubiesen sido diferentes si yo... —Sacude la cabeza—. Pero no, no podría haber dejado a mi Nana.

—Lo sé —suspira Osamu—, pero eso no significa que no seas un buen marinero. Puedo imaginarte zambulléndote por el costado del barco, con cofres del tesoro en tus brazos. Maldición, desearía haberte tenido cerca cuando aquel galeón estalló y todo el arrecife de las islas orientales se salpicó de monedas por donde quiera que mirase. Hizo que el Mar Rayado pareciera aún más brillante.

Los ojos de Akaashi se iluminan al escuchar eso; Osamu lo sabe, aunque no lo esté mirando. Durante la última semana y media, se dedicó a memorizarlo para poder recordar que tiene a alguien con quién volver, para extrañarlo un poquito menos—. Supongo que me habría divertido —resopla—. ¿Es realmente tan hermoso el Mar Rayado? —pregunta suavemente. Osamu sabe que todo lo que él ha conocido son las aguas alrededor de Fukurodani, pero como Akaashi es un ávido lector, también sabe que ha oído acerca de las aguas cercanas a su lugar de nacimiento.

Osamu tararea—. Mhmm. Donde quiera que mires, hay color, y el agua es tan clara como aquí. —Es mezquino e injusto, pero de todos modos se le escapa—. Desearía-...

Afortunadamente, Akaashi tiene el buen instinto de callarlo con un beso, sacar el mapa de las manos de Osamu y moverse en las sábanas hasta que se libra de ellas. Y cuando lo logra, se sienta, pasa una pierna sobre las caderas de Osamu y lo monta a horcajadas en toda su gloria desnuda.

No es el momento adecuado pero, a veces, las opciones no son del todo elecciones. Las hojas de palmera golpean contra las ventanas con una brisa nocturna, pero ninguno de ellos las oye.

El día en que Osamu se marcha el cielo es de un azul pálido perfecto y hace el suficiente calor como para que Keiji, quien ha vivido en este lugar durante toda su vida y está más que acostumbrado al clima, transpire. Hay una bandada de pájaros de patas y pico rojo en la playa cuando Keiji sale del agua, luego de su inmersión matutina, agarrando una perla entre sus dedos.

Todavía es muy temprano, pero Osamu debe irse lo más pronto posible si es que quiere subirse a uno de los barcos que se dirigen a una de las islas más grandes del archipiélago; esas que tienen puertos reales, esos que no están flanqueados por corales enormes y rocas irregulares. Keiji no quiere que pase una noche en el camino, no con ese rostro, ni con el zorro en el hombro o el leviatán en el pecho. Es demasiado peligroso, y no puede soportar la idea de arriesgar a Osamu, a pesar que son cosas que están fuera de su control.

Si fue bastante fácil para Keiji —un don nadie de una aldea atrasada— darse cuenta, cualquiera podría venderlo. La recompensa por la cabeza de Osamu es lo que más lo asusta durante las últimas dos semanas que pasan juntos. Realmente podría ser cualquier persona quien lo entregue a la Marina.

Y si eso ocurre, una vez que la Marina lo atrape, es la horca.

Especialmente para Osamu, sin un barco en el que huir y sin dinero suficiente como para sobornar a un oficial para escaparse.

Aunque él podría ayudar con eso último.

Puede que Keiji no haya sido abierto sobre sus preocupaciones, a pesar de que sabe que Osamu siente su ansiedad, en cambio, le ayuda a planificar su ruta, a reunir suministros y a falsificar papeles.

Incluso convenció al único exoficial de la Marina en la aldea para que le diera su espada a cambio de una bolsita de perlas.

No es como si le faltasen. Años antes de que naciera, todos buceaban en búsqueda de ellas hasta que los arrecifes se vaciaron. Incluso los buceadores más experimentados, como su Nana, solo lograban sacar perlas diminutas e inútiles.

Keiji no tiene idea de por qué nadie más comenzó a intentarlo de nuevo luego de que él demostrase que los arrecifes se habían llenado nuevamente. Probablemente fuese debido a las supersticiones, pero hace tiempo que se concentró en no escucharlas; llega un punto en el que uno se cansa de ser llamado demonio marino.

Osamu está sentado en la playa, con las piernas estiradas, inclinado hacia atrás para que el sol bañe su piel bronceada, y la suave y disonante brisa haga que su cabello se balancee. Recibe a Keiji con los brazos abiertos, con una amplia sonrisa a pesar de que su ropa se está mojando. Es maravilloso por un minuto—. ¿Quieres ir a la cueva un rato? Quiero despedirme como corresponde —pregunta, con una mano tirando del cordón de sus pantalones.

Keiji quiere decir que sí; realmente quiere decir que sí—. Si perdemos esta carreta, tendrás que tomar el del mediodía y pasar la noche en la ciudad. —Frunce el ceño y sabe que es injusto, por lo que esconde el rostro en el hueco del cuello de Osamu—. Además, tengo algo en la cabaña que quiero darte antes de que te vayas. Sé que te despediste de Nana anoche, pero podríamos...

—No voy a despertar a tu Nana —dice Osamu, apretando a Keiji contra su cuerpo—. Ella ya está lo suficientemente enojada conmigo por marcharme.

—Te perdonará —dice Keiji, levantando la mirada.

Osamu lo besa, y eso es todo.

A pesar de que se detienen en la cabaña por el regalo de Akaashi, este no se lo da hasta que están parados frente a la carreta de madera, tirada por dos caballos de aspecto andrajoso y conducido por un cochero con el ceño fruncido. Ya hay otras tres personas dentro y todos los miran con una mezcla de sorpresa y miedo.

Las carretas parten de Fukurodani tres veces al día desde lo que simula ser una estación: una plataforma de madera con estacas para atar los caballos y una choza donde una mujer de mediana edad mira con mal humor las carretas desvencijadas.

Bueno, también mira de la misma forma a Akaashi; a Osamu solo lo observa con curiosidad.

—Encontré la más grande el día que te rescaté —dice Akaashi suavemente, dejando una bolsa en las manos de Osamu—. Dijiste que podrías venderla por un buen precio, ¿no? ¿Crees que alcance para subir a algún barco?

Los ojos de Osamu van desde la bolsa, hecha de tela marrón simple y áspera, al rostro de Akaashi. Lentamente afloja el cordón y la abre, solo para encontrar algunas perlas pequeñas debajo de una más grande, la misma que vio la primera vez que cenó con Akaashi y sus amigos—. No puedo-...

Akaashi sonríe, y la luz del sol se refleja en sus dientes—. Sabes que tengo de sobra —regaña, y cierra los dedos de Osamu sobre la bolsa—. Prefiero que sirvan para mantenerte a salvo antes de que se queden juntando polvo bajo mi cama.

—Te traeré un cofre del tesoro o algo así cuando vuelva por ti —dice Osamu, y ve como el rostro de Akaashi estalla con incertidumbre—. Voy a volver por ti. Te extrañaré, Keiji.

La necesidad de inclinarse y besar a Akaashi es abrumadora, pero Osamu sabe que no puede, no ahí. Sería inapropiado incluso en las grandes ciudades, donde la gente apenas se conoce o se preocupa por los demás. Estando en un lugar como ese, todos lo sabrían antes de acabar el día, y no quiere darles otra razón por la cual rechazar a Akaashi—. Yo también te extrañaré, Osamu —dice Akaashi, desviando la mirada hacia otro lado por un segundo—. Con suerte los encontrarás pronto.

—Ojalá —suspira Osamu, y espera que así sea. Realmente lo espera.

Akaashi lo insta a subir a la carreta, con el bolso en mano y la espada muy mal escondida en su cadera. Osamu no puede evitar pensar que se ve muy bonito. Quizás logre traerle algún conjunto de ropa junto con el cofre del tesoro prometido; no es algo imposible si logra encontrar a Atsumu y a los demás. Podría traerle camisas de seda y telas de colores brillantes, tal vez incluso medias o algunos de esos zapatos decorados. Le quedarían bien. Incluso una red de pesca se vería hermosa en Akaashi, pero esas prendas le quedarían preciosas, muy preciosas.

Finalmente, el enamorado de Osamu no es más que una mancha blanca y marrón contra el cielo azul pálido. Osamu se tensa y comienza a recitar su plan de acción en su mente.

Es lo único que puede hacer, aparte de concentrarse en el hecho de que acaba de dejar su propio corazón en la aldea.

Su Nana está sentada en el porche cuando Keiji llega a casa.

Tal vez solo sea que él ha crecido, pero ella solía ser más alta en los recuerdos de su infancia. A veces, a Keiji le parece extraño recordarla cuando su cabello todavía era negro y sus manos no estaban tan manchadas por el sol. Pero al mismo tiempo, cuando la ve allí, le parece como si nunca hubiese sido diferente a esa figura encorvada en el porche, con su cabello blanco y suelto, y su piel teñida de marrón.

Su abuela, quien lo crió, lo mira con ojos un poco nostálgicos. Keiji camina hacia ella y se sienta justo en el escalón debajo de donde está acomodada—. Tu padre siempre fue una presa fácil —comienza, y Keiji no puede evitar resoplar—. O lo sigue siendo, no podemos saberlo con seguridad, pero siempre fue fácil de convencer. Sin embargo, no fue un cobarde. —Respira hondo—. Y solía pensar que al menos tú heredaste eso de él; que saldrías en algún bote diminuto al mar abierto sin dudarlo, de la misma forma en que te zambulles de ese acantilado.

—Nadie cree que esa sea una de mis buenas cualidades, Nana —suspira Keiji—. Tú eres la única.

Sus ojos se suavizan por un segundo—. Eso ya no es valentía, querido. Aunque sigue siendo una buena cualidad —dice, poniendo una de sus callosas manos sobre el antebrazo desnudo de Keiji—. Sabes que no tienes nada que temer. Creo que siempre has sabido, muy en el fondo, que tu madre... —Aprieta los labios en una línea tensa—... que ella era especial. Y que tú también lo eres... Y, sin embargo, estás atrapado en este lugar sin salida viendo cómo el amor se escapa entre tus dedos como si fuese arena.

La capacidad de Keiji para enojarse con su Nana ya de por sí es muy baja; esa es la única razón por la cual no está camino a subirse a los acantilados—. Este lugar es lo suficientemente bueno para ti, así que también lo es para mí.

Ella le dedica una sonrisa burlona, como si supiera que Keiji diría eso—. Sabes que no es lo mismo, querido. Yo ya he vivido mi vida, y ciertamente no la estaba desperdiciando anclada aquí cuando tenía veintidós años.

—No la estoy desperdiciando —resopla Keiji, apartando la mirada y el brazo de su toque—. Simplemente no quiero irme.

Una brisa fresca sopla a través del follaje alrededor de la cabaña. Mantiene los ojos en la playa, el mar y el horizonte lejano. Fukurodani siempre ha sido su mundo entero, un mundo dentro de una burbuja de cristal en la que ni los barcos se atreven a entrar—. Entonces, ¿qué harás cuando tengas mi edad? ¿Bucear? Yo te tenía a ti, Keiji, y ya no podía arrastrarte por medio mundo a través de bares de mala muerte tal y como lo hicimos tu padre y yo. ¿Siquiera tendrás algo que sea verdaderamente tuyo si te quedas aquí?

—Tengo a mis amigos —dice Keiji, tan firme como puede.

Ella tararea—. Sin embargo, ellos tienen sus propias vidas.

Le arden los ojos, el sol le da dolor de cabeza—. Te tengo a ti.

—No por mucho tiempo, cariño —dice. Ella lo sabe, por supuesto que lo sabe—. Quizás solo por un par de años más.

Keiji gime con frustración—. ¿Entonces qué se supone que haga? No puedo dejarte —pregunta, y se le forma un nudo en la garganta—. No quiero. No puedo-...

—Puedes —responde, con una certeza que sacude a Keiji hasta los huesos—. He estado sola desde que era una niña, y dejé este lugar cuando tenía quince años, como corresponde. —Ella se inclina hacia atrás—. Y me fui sola, incluso el padre de tu padre se fue de joven. Y luego tu padre tampoco se demoró. —Keiji finalmente logra girarse y mirarla a los ojos. Son del mismo color oro miel que recuerda de su padre, tan común en la gente de ese archipiélago, esos mismos que tenía Bokuto—. Tú también deberías irte. Sobre todo, porque eres tú, y no estabas destinado a quedarte aquí. Yo me mudaré a la aldea, por lo que estoy segura de que volverás a visitarnos.

Es indignante. Keiji incluso podría decir que carece de sentido.

Él nunca ha tenido mal genio con su Nana, ni siquiera de niño, por lo que es sorprendente, incluso para sí mismo, cuando sube corriendo las escaleras de madera rumbo a su piso.

Lo siguiente que sabe es que está parado frente al espejo del baño. Ve sus lágrimas deslizarse por su rostro desde sus propios ojos los cuales, por primera vez, son de color azul vibrante. El mismo azul del Mar Rayado en el que nació Osamu.

Estar en una ciudad bulliciosa, realmente viva, es casi un alivio. Nohebi es ruidosa y brillante, y Osamu no se había dado cuenta de cuánto extrañaba todo eso.

Pero no tanto como extraña a Akaashi.

Ya van cinco días y se siente como si fuese una almeja hueca; sin perlas, sin carne.

Osamu tira de la pesada capa que compró antes de dejar la última aldea medianamente grande, en el otro extremo de la isla donde pasó el último mes y medio. Si lo reconocieron en Fukurodani, es más probable que logren ubicarlo aquí, donde ya ha visto a más de un oficial naval en media hora. Y esas no son buenas noticias; la horca es el último lugar en el que quiere terminar.

El crepúsculo se acerca y tiene que encontrar un lugar para pasar la noche; con suerte, pronto encontrará pistas.

Un pequeño bar, no demasiado cutre, le llama la atención. Sigue estando cerca del puerto, por lo que le debería ser útil para conseguir la información que necesita, o como mínimo alguna pista.

El ambiente al que entra no es uno al que no esté acostumbrado; hay algunos personajes bastante sórdidos a lo largo de la barra, otros borrachos que simplemente parecen clientes habituales, y algunos recién llegados. Los dos camareros detrás de la barra tienen las mangas de la camisa subidas hasta los codos; uno limpia el mostrador con un trapo y el otro amontona vasos de cerveza en una bandeja, presumiblemente para entregar en la ruidosa mesa del fondo, donde todos parecen estar ebrios. O al menos eso es lo que se deduce por los gritos.

Se sienta en uno de los taburetes vacíos frente al camarero del trapo, mirando cómo la sombra del hombre indica las cinco en punto y su flequillo tapa el lado izquierdo de su rostro—. ¡Hola, hombre! —lo llama—. ¿Me puedes servir una pinta, por favor? —pregunta tan cortésmente como puede.

—Por supuesto, señor.

Osamu examina a los demás clientes mientras bebe. Los sórdidos tipos a su lado parecen... demasiado sórdidos. Y los borrachos están a punto de quedarse dormidos.

Entrecerrando los ojos por las luces bajas, mira hacia otro lado, hacia el ruidoso grupo del fondo.

Y rápidamente aparta la mirada.

Por supuesto, de todas las personas tenía que ser justamente Suguru Daishou quien estuviese ahí. No recuerda haber visto a su amada Viper en el puerto, por lo que debe haberla escondido en alguna parte.

Hasta ahora no parece haber notado su presencia, pero debe salir de ahí antes de que lo haga—. Aquí tiene —dice el camarero, y Osamu decide que el haber entrado al bar no tiene por qué ser una total pérdida de tiempo.

—¿Sabes dónde puedo conseguir un barco que parta a las islas del este? Uno rápido —pregunta tan silenciosamente como puede. No ha sido tan fácil como esperaba en un principio. Las dos primeras ciudades por las que pasó no tenían ningún barco que lo llevara en menos de un mes, solamente cruceros de placer para gente rica sin nada que hacer más que mirar el mar.

El hombre mira a Osamu por un segundo—. Ni idea. —Se encoge de hombros—. Tal vez debas preguntar en el puerto, donde hay barcos.

—¿A esta hora? —Osamu pregunta, con falsa indignación en su voz—. Vamos, hombre, debes saber algo.

El camarero lo mira—. Sé que está peligroso allá afuera luego de que los bastardos de Inarizaki se hundieron —sisea—. Es por eso que nadie con dos dedos de frente quiere viajar hacia ningún lugar cercano al Mar Rayado. Incluso los piratas evitan navegar por ahí.

—¿Los piratas? —pregunta Osamu, inclinándose hacia adelante.

—Sí. —El camarero se encoge de hombros y señala con la cabeza hacia el grupo de Daishou a sus espaldas—. Ese grupo ha estado vacacionando por aquí desde hace un mes, y la semana pasada apareció otro barco espeluznante, sin banderas, parecía que se estaba cayendo a pedazos.

La mirada de Osamu se intensifica y el otro hombre retrocede—. Entonces, ¿cómo sabes que eran piratas?

—Estaban buscando a un tipo, otro pirata —dice el hombre, golpeando disimuladamente el vaso medio vacío de Osamu con el codo—. Al parecer, alguien dijo que vio a dicho pirata en alguna aldea en el culo del archipiélago.

Osamu entiende la indirecta del vaso y bebe el resto de un solo trago—. ¿Oh? Al parecer están ocurriendo cosas bastante turbias por aquí —comenta—. ¿Por casualidad sabes quién preguntaba?

El camarero se encoge de hombros—. Un tipo raro con el pelo blanco y negro —dice, tomando el vaso vacío y las monedas que Osamu había dejado sobre la mesa un rato antes—. Malditos piratas.

Kita-san.

Ese debe ser Kita-san, se repite Osamu en bucle dentro de su mente mientras se apresura a salir del bar. Camina hacia el puerto, tratando de igualar su ritmo al de todos los demás en el paseo marítimo.

Es obvio que los notarían.

Dios, ¿acaso ese idiota de Atsumu no pensó en enviar una carta o algo así?

La euforia, por supuesto, no dura mucho. Después de todo, aún tiene que alcanzarlos, además de que le tomó cinco días solo llegar hasta allí.

Sin contar con el hecho de que no parece haber ningún barco en ese puerto dispuesto a llevarlo de regreso a donde estaba.

Después de decirse «Tal vez pruebe suerte mañana» por quinta vez, comienza a desanimarse. Solo le queda inspeccionar los últimos muelles, oscuros, casi desiertos. Solo hay unos pocos barcos de aspecto decrépito flanqueando los largos recorridos, y cuanto más se aleja, cada vez hay menos linternas encendidas.

Pero igual lo intenta. Pregunta en cada uno de ellos y, cuando solo queda uno, se da cuenta de que hubiese tenido más suerte construyéndose una balsa que lo regrese a Fukurodani. Se gira hacia el último barco y vuelve a gritar como loco solo para ver si hay alguien allí.

—Oye, ¿qué diablos estás haciendo ahí? —grita alguien desde las sombras. Osamu levanta la vista solo para encontrarse con la silueta de un vigía inclinado sobre el bauprés—. ¿Quién eres? ¿Algún espía de Daishou? —vuelve a gritar el hombre, y luego un ruido agudo y cadencioso suena desde arriba suyo. Pero no puede hacer nada, está petrificado.

Esa voz, es...

Sin embargo, no tiene tiempo para reaccionar, porque de pronto está rodeado. Posa una mano sobre la espada en su cadera por reflejo—. Cálmense —gruñe Osamu—. No soy un espía, yo... —Es un pirata, al igual que los cinco o seis hombres que lo rodean en la oscuridad. Sabe que sus posibilidades no son buenas.

La bolsa que le dio Akaashi pesa en el cordón del cual cuelga de su cuello.

—Eso es lo que diría un espía —dice nuevamente la misma voz, y luego dos hombres descienden por la pasarela del barco, con solo una linterna iluminando sus rostros—. ¿Por qué primero no sueltas la espada? ¿O prefieres que te saquemos la respuesta luego de que estés hecho pedacitos?

No puede ser. Osamu levanta la mano para quitarse la capucha—. Cálmate, estás dejando que el ego se te suba a la cabeza, A-...

Atsumu.

Cuando hace siete días Keiji bajó de su piso y se sentó a los pies de la cama de su Nana declarando «No me iré hasta que no te mudes a la aldea», realmente pensó que tomaría más tiempo.

Aparentemente, su Nana nunca perdió la habilidad que la llevó a atravesar un continente y varias islas solo con su capacidad para cantar, bailar y cocinar en posadas al azar. Inmediatamente le dio instrucciones de visitar un pequeño apartamento tipo estudio, informando que Konoha ya había hablado con el dueño y también le dio un fajo de billetes solo por si acaso.

—Esto es lo último —dice Konoha, sonriendo mientras coloca una pequeña pulsera tejida en uno de los estantes—. Ya está oficialmente mudada.

—Y literalmente estamos a cinco casas de distancia —dice Kaori, asomándose desde la nueva habitación de su Nana—. Ella tendrá todo lo que necesite.

Los cuartos en los que Akaashi Miyuki ha decidido pasar sus últimos años de vida son modestos, pero no por ello menos encantadores. Están en una sección de una casa más grande, pero separados por muros divisorios. Todo se resume en un dormitorio, una cocina, un baño pequeño y un porche compartido en el fondo—. Lo sé, pero ustedes dos están al tanto de que ella pasará todo su tiempo libre tratando de que se casen, ¿verdad?

Konoha sonríe—. Vale la pena.

—No hables como si fuera inválida —dice Miyuki, apareciendo desde la cocina con una bandeja humeante de pescado recién asado—. Si pudiera moverme como solía hacerlo, yo también seguiría mi propio camino. —Sonríe y se ve más joven de lo que jamás se había visto en los recuerdos de Keiji—. Y tú, querido, vete a dormir luego de comer. Mañana tienes que partir temprano.

Keiji le sonríe, sus labios siguen algo temblorosos, pero ahora se siente mucho más seguro—. Sí.

—¡Hey! ¡Trajimos vino! —dice una voz desde la puerta. Komi y Yukie se asoman con amplias sonrisas en sus rostros—. Sabemos que, de ahora en adelante, a diferencia de nosotros, no tendrás días de descanso, ¡así que será solo un vaso para ti, Akaashi! —Yukie se ve muy emocionada por el próximo viaje que planea emprender con Komi.

Dentro de todo resulta ser una cena agradable rodeado de las personas que ama —excepto alguien en particular— comiendo la misma comida que él ha comido durante toda su infancia, esa que ha comido durante toda su vida.

Al día siguiente, Keiji se despierta antes del amanecer, siguiendo el mismo itinerario que ayudó a Osamu a preparar antes de que se fuera. ¿Dónde estará ahora? Llegado este punto, ¿no sería mejor esperar? Él prometió volver y Akaashi quiere confiar en él con todo su corazón.

Pero puede que no esté en poder de Osamu la decisión de regresar o no.

Y si no se va ahora, no lo hará nunca.

Su abuela le prepara el desayuno. Ella se ve más vital estos últimos días, como si hubiese dejado de permitirse ser cuidada. Aunque no es como si alguna vez lo hubiese necesitado, como descubrió cuando se dio cuenta de que, incluso si le dejaba la mitad de su alijo de perlas, ella ya tenía dinero más que suficiente como para mantenerse durante sus últimos años. Keiji imagina que debería haberlo notado antes, teniendo en cuenta de que nunca le faltó nada y que, de niño, normalmente era complacido con cualquier comida extravagante que se le antojara; siempre y cuando todo pudiera conseguirse dentro de Fukurodani, por supuesto.

—No es como si no quisieras volver, así que deja de poner esa cara de preocupación —le regaña su Nana, mientras coloca arroz y pescado frente a él—. Además de que traerás a tu pirata contigo para que pueda cocinarnos.

—Eres tan buena cocinera como él —dice Keiji, sonriéndole.

—Sí, pero fue agradable que me mimen un rato.

Y al final, es ella quien lo acompaña hasta la carreta, donde Komi y Konoha ya lo están esperando.

El horizonte está pintado con nubes blancas y esponjosas. Keiji se cuelga su pequeño bolso con algunos cambios de ropa al hombro.

No lleva mucho, solo algo de ropa, un pequeño cuchillo que Kaori le regaló con expresión severa, además de una bolsita con una buena cantidad de perlas escondida al fondo de todo.

Siempre ha tenido todo lo que necesitó al alcance de la mano; nunca ha necesitado cargar con su vida a cuestas.

—Hasta pronto, querido —dice su Nana sonriendo.

Keiji simplemente la abraza, y también a Komi y a Konoha—. Más vale que encuentres a ese señor pirata tuyo.

—No es un señor pirata —resopla Keiji. Sube la pequeña escalerita hasta la carreta —si es que se le puede llamar así, ya que no es más que un carromato con techo— y se sienta junto a las otras dos personas que ya están en él. No pasa mucho tiempo antes de que el último pasajero, una figura encapuchada, suba.

Resulta ser un largo camino a través de la isla, o quizás no tanto, pero lo es para alguien que no ha salido de allí en toda su vida.

Después de una hora, se vuelve tedioso mirar por la ventana.

Las dos personas que ya estaban en la carreta antes que él le resultan familiares, aunque no es como que hayan cruzado palabras alguna vez. Después de un par de miradas superficiales, decide concentrarse en la otra persona restante.

Es un hombre particularmente alto. Sus largas piernas están dobladas incómodamente frente a él y lleva una capa gruesa que oscurece su cuerpo y rostro a excepción de un leve vistazo a la tez pálida de su barbilla.

—¿Necesitas algo? —Keiji se sonroja al verse atrapado. La voz del hombre es baja y suave, con un acento que no logra ubicar y un toque de aristocracia que lo desconcierta—. Te estoy hablando.

—L-lo siento-... —dice Keiji mientras el hombre se quita la capucha—. Solo estaba pensando en que no eres de la aldea, ¿verdad? —comenta, porque definitivamente sabría si fuese de Fukurodani; el hombre es alto e increíblemente pálido, con cabello rubio arena rizado sobre sus orejas y ojos como si fuese oro fundido. No, está seguro de que no lo ha visto nunca en su vida.

—No, no lo soy. —El hombre lo mira por un momento y luego aparta la mirada—. Fui a tu aldea a comprar perlas, pero aparentemente el comercio se extinguió hace algunos años y no pude ubicar a la única persona que aún bucea por ellas.

—Oh-... —Bueno, ¿acaso no es una forma afortunada de iniciar su viaje? Keiji intenta sonreír con amabilidad—. Ese soy yo.

La expresión previamente malhumorada del hombre se ilumina un poco—. ¿No tendrás algunas contigo ahora mismo? —pregunta—. Es complicado llegar a tu aldea y sería una pena regresar a casa con las manos vacías. —Le tiende la mano a Keiji—. Soy Tsukishima Kei.

—Akaashi Keiji —responde, un poco cauteloso, pero de alguna manera no siente que el hombre frente a él pueda lastimarlo—. Y sí, tengo. ¿Cuántas...?

—Todas las que tengas. —El hombre se muerde el labio inferior—. Son para el vestido de novia de mi hermana.

Keiji lo mira con sospecha—. No creo que-...

—Tengo un amigo en la ciudad portuaria, él me dará todo el dinero que haga falta. —El hombre sonríe con los labios apretados—. No tenemos que negociar ahora mismo, podemos hacerlo cuando nos encontremos. Así también te aseguras de que no intentaremos estafarte.

—¿Cómo se llama tu amigo? —pregunta Keiji con curiosidad.

El rubio traga saliva, mirándose las manos cubiertas por la gruesa capa. Debe haber sido hecha a medida, porque ni siquiera deja ver la punta de sus zapatos—. Kuroo.

Un silencio incómodo se instala entre ellos, y Keiji solo atina a regresar la vista a la ventana y al polvoriento camino que transitan—. No deberías comerciar con él. —Oye susurrar a uno de los hombres que también viajan en la carreta—. Está maldito.

—Oye-... —Keiji se gira.

Tsukishima se sienta con la espalda recta, una arrogante mueca de burla adorna su rostro—. No le creo a los borrachos tontos —dice, arrugando la nariz en dirección al hombre que, de hecho, huele a alcohol—. Y tampoco creo en las maldiciones, así que mejor ocúpate de tus propios asuntos, aliento a ron.

El hombre baja la cabeza—. Gracias —dice Keiji en voz baja.

—No soporto a los idiotas —dice Tsukishima, y Keiji no puede evitar reír.

—¿Cuánto tiempo estuviste en Fukurodani? —pregunta, y Tsukishima de repente parece muy feliz de seguir conversando. Resulta que ha estado viajando por todas partes buscando buenas perlas para el vestido de novia de su hermana. Aparentemente, es heredero de una fortuna al norte de Karasuno, y resulta que está tan interesado en los libros como él, por lo que no hay escasez de temas para hablar. Es un alivio, el camino es realmente largo y hubiese sido insoportable estar en silencio todo el viaje hasta llegar a la ciudad portuaria, justo al anochecer.

Cuando se bajan, Tsukishima lleva a Keiji por una calle bien iluminada al final de la cual se puede ver el puerto—. Me reuniré con mi amigo en este bar —dice, deteniéndose de repente y señalando con el pulgar en dirección a un edificio cercano. Parece ser un lugar normal, brillantemente iluminado desde el interior y lleno de gente que no parece ser peligrosa.

—Oh, entonces-...

—Ahí está —dice Tsukishima, señalando a algún punto a sus espaldas.

Keiji se da la vuelta e inmediatamente sabe a quién se refiere. Un hombre alto y bronceado se acerca a ellos; viste pantalones anchos, botas de cuero y, a pesar del calor, lleva un abrigo de cuero que se ensancha en la cintura. Su cabello tiene una extraña forma de cresta negra inclinada hacia el lado derecho de la cara, cayendo sobre el parche que cubre su ojo derecho, justo encima de una amplia y malvada sonrisa. Casi parece...

Un pirata.

Sin embargo, ya es demasiado tarde. En el preciso momento en que se da cuenta, algo con olor dulce es presionado contra su nariz y boca, y comienza a ser arrastrado hacia un estrecho callejón al lado del bar. Keiji lucha, pero Tsukishima es sorprendentemente fuerte. Una vez que cubren su cabeza y su mente se nubla, sabe que ha perdido—. Lo siento, no es nada personal. —Oye decir a Tsukishima.

—Vaya, ¿te has encariñado con él, Tsukki? —Oye decir a una voz más profunda.

—Cállate, ¿dónde está el idiota-...?

—¿Lo atraparon? —Esa voz casi hace que Keiji se despierte, pero todavía se encuentra atrapado en la dulce oscuridad que envuelve su rostro.

—No... —Oye a Tsukishima vacilar—. No exactamente.

Hay un momento de silencio antes de que alguien más vuelva a hablar—. Esto es un error, Tsukki. —Dice la misma e imposible voz, pero para entonces, Keiji ya está inconsciente, soñando con el olor de Osamu y sus gruesos brazos a su alrededor.

Al menos los vientos soplan a su favor.

Osamu se inclina sobre la proa del barco, el nuevo Vixen —un barco de la armada el cual todavía no tiene idea de a quién robaron—, con los ojos fijos en las oscuras aguas que se dividen a su paso—. Este tipo debe ser bastante importante si estás tan malhumorado. —Oye la voz de Atsumu a sus espaldas. Ni siquiera intenta girarse a mirarlo, por supuesto. Su hermano nunca ha tenido tacto, por lo que no le importa—. Aww, el pequeño Osamu está enamorado. —Las risas de su hermano no bajan de intensidad en lo más mínimo mientras se gira a mirarlo.

—¿Acaso estás molesto por no poder pasar más tiempo cortejando a aquel brujo de mar? —dice otra voz desde las sombras, y luego Suna también camina hacia ellos. Ahora tiene una nueva cicatriz en la cara, justo al lado de la barbilla, y su cabello se ve aún más despeinado que lo habitual—. El cual, debo agregar, no quería tener nada que ver contigo.

La cara de Atsumu se amarga y Osamu agradece al cielo por el tacto que siempre le ha faltado a Suna—. No estaba interesado en ese bastardo de Sakusa con aspecto a calamar —sisea Atsumu con petulancia mientras se acerca para inclinarse sobre la barandilla con Osamu—. Simplemente no podía soportar su estúpida sonrisa. Necesita que lo bajen a tierra, o que-...

Suna también se inclina sobre la barandilla, apoyando sus huesudos codos sobre la madera brillante—. ¿Acaso no ves que aquí hay alguien con problemas reales? —Choca su cadera contra la de Atsumu mientras resopla—. Podremos hacernos una escapada de ida y vuelta para ver a tu estúpido enamoramiento después de salvar a Akaashi de nuestros verdaderos enemigos, ya tendrás tiempo.

Ante esas palabras, se asienta la idea de que los bastardos del Panther probablemente tengan a Keiji. Osamu agarra la madera debajo de sus manos hasta que sus nudillos se vuelven blancos—. Voy a destripar a ese gato bastardo, y también al búho —sisea—. Hundieron nuestro barco y-...

—Mira, el sentimiento es compartido —dice Suna, una chispa de fuego cobra vida en su mano. Cuando Osamu presta atención, nota que ha encendido una pipa—. Pasamos todo este tiempo buscándote y juntando información sobre esos bastardos, incluso tenemos hasta sus nombres, pero aun así no estamos seguros de que ellos hayan-...

Las fosas nasales de Osamu se ensanchan. Inhala profundamente, con enojo. Su temperamento nunca ha sido el mejor—. Oh, sí, ¿y tú cuántos piratas bastardos con cabello blanco y negro conoces, Suna? —Chasquea la lengua e incluso Atsumu se estremece—. Porque sé de dos tipos que estuvieron buscándome y, dado que ustedes dos ni siquiera habían llegado hasta esa estúpida isla, solo puedo adivinar que era ese Búho bastardo el que-...

—Su nombre es Bokuto Koutaro —informa Suna, Osamu se congela—. Te lo digo para que no creas que nos hemos estado durmiendo en los laureles mientras tú vacacionabas con el buzo de perlas.

—Sí, y el otro bastardo es Kuroo Tetsuro —continúa Atsumu, todo mientras Osamu está en medio de un pequeño colapso—. Sé que no quieres saber cómo es que apenas logramos subir a un bote salvavidas que encontramos entre los restos pero, ¿cómo crees que conseguimos este barco? Esos bastardos no solo son una amenaza para tu novio, también son nuestros enemigos, y no solamente nuestros.

Osamu se gira a mirarlo, su respiración se entrecorta. Probablemente sea una coincidencia; muchas personas podrían llamarse Bokuto, además de que nunca supo el nombre de pila del chico. No hay forma que la maldita amenaza que representa ese hombre sea el mismo muñeco de peluche que Akaashi recuerda de su Bokuto—. ¿Intentas decirme que... tenemos un benefactor? —pregunta. Sus manos comienzan a temblar, pero al menos solo lo hacen hasta que Suna se acerca a ellos y le entrega la pipa, ofreciéndole la primera calada—. Supongo que eso explica el barco y las... eh... —Mira las dos brillantes espadas en la cintura de Atsumu.

—Así es. Esos bastardos secuestraron al hijo de un tipo rico en Karasuno hace seis meses. Nos está pagando una fortuna para que lo recuperemos —se ríe Suna—. Es un tal Tsukishima-algo. Estaba a punto de casarse con la hija de un Gran Mariscal y entonces, alguien vio el barco en el puerto y... —Agita sus manos—... puf.

El acre humo del tabaco quema la garganta de Osamu—. ¿Y ese imbécil no quiso pagar el rescate? —resopla—. No parece que le importe mucho su hijo.

Atsumu se ríe, agarrando la pipa de su mano. Esta se ilumina mientras le da una calada; es la única luz que tienen aparte de la linterna sobre el mástil de vigilancia—. Oh, sí que pagó, y todo lo que consiguió fue un muñeco de paja —se ríe—. Así que ahora está enfurecido, lo suficiente como para darnos una nave de la armada como esta. Es esa clase de gente rica. Además de que nos está pagando por hacer algo que de todos modos hubiéramos hecho. —La indiferencia de Atsumu hacia todo el asunto solo empeora las cosas. Pero Osamu también es consciente de que su hermano no ha conocido a Keiji, y nunca ha visto cómo sonríe, ni lo ha visto zambullirse desde un acantilado aterradoramente alto y luego emerger del agua con una sonrisa más preciosa que cualquier perla—. El único problema es que quiere a su hijo con vida, pero estoy seguro de que podremos lograrlo con esta clase de potencia de fuego.

—¿A expensas de Akaashi, quieres decir? Te recuerdo que ahora tenemos dos personas a las cuales alejar de sus garras —resopla con los dientes apretados. Gira la cabeza hacia a un lado para mirar a Atsumu—. Todo esto es culpa tuya, si no nos hubieras presionado para que robemos ese estúpido reloj de sol...

—Oh, piénsalo. No es que ellos estén al tanto de que él tiene algo que ver contigo —dice Suna, tratando de aliviar la tensión—. Podríamos tener ventaja.

Osamu sabe que ellos no están al tanto del contexto completo, pero él sí, y no puede evitar que sus entrañas se agiten y estallen en una ira candente—. Es una aldea de mierda que apenas tiene como tres calles —dice, inclinándose tan cerca de su hermano que hasta logra ver las pecas en su nariz a pesar de la oscuridad—, y está llena de idiotas. Ellos lo odian. Lo venderán a la primera oportunidad que tengan, antes de siquiera estemos cerca de llegar a ese estúpido lugar. Y ya sabes lo que ese gato bastardo-...

—Para ser justos, no encontramos a ningún testigo que estuviese allí cuando él les hizo eso a aquellos ladrones —dice Suna—. Pero igual hay algo que podría darles una ventaja sobre nosotros: Bokuto-...

El corazón de Osamu se hunde aún más, tiene una clara idea de lo que Suna está por decir, y no le gusta ni un poco—. El Búho bastardo.

—Sí, ese. Bueno, él también es de esa aldea de mierda —completa Atsumu. La pipa en la mano de Osamu cobra vida nuevamente—, así que probablemente sepa dónde está cada uno de esos arrecifes de los que hablas.

No está seguro de que el hecho de que este tipo, Bokuto, esté vivo, sea algo bueno; si bien no es algo bueno para ellos, tal vez lo sea para Akaashi.

Y eso es lo que más le asusta.

Cuando Keiji despierta, lo primero que piensa es que nunca antes había tenido un sueño tan vívido.

El olor en sí es perfecto; le recuerda a las hogueras en la playa hechas con madera balsa quemándose en colores azul y verde por la sal, le recuerda a correr por el sendero de la jungla hasta su cabaña, riendo hasta que le duele la barriga.

Acaricia y acerca la suave almohada debajo de él, y es ahí cuando nota el balanceo.

Sería imperceptible para cualquier otra persona, pero estamos hablando de Keiji, y él lleva el mar en los huesos.

Se levanta de un tirón, arrojando hacia algún lado la fina y fresca sábana con la que estaba arropado. El camarote está bañado por la luz del sol y todos los colores son tan vívidos que hacen que le duela la cabeza. Parpadea para quitarse el sueño de los ojos y su respiración comienza a surgir en rápidas bocanadas una vez que los recuerdos llegan; la carreta, Tsukishima, el pirata, los piratas—. ¡Estás despierto!

Y esa voz.

En un taburete al lado de la estrecha cama, justo al lado de en donde estaba apoyada su cabeza, hay un fantasma.

Cualquier certeza de que todo sea real se vuelve dudosa, por lo que solo se limita a observar.

Nunca antes había soñado con Bokuto como pirata. Como pescador, seguro; como panadero, más de una vez. Incluso hubo una ocasión en la que vio un oficial naval en la ciudad y sus sueños estuvieron plagados de vívidas y brillantes imágenes de su enamoramiento de la infancia vestido con uniforme de color azul marino con blanco. Pero todo se reduce a sueños, sueños de lo que pudo haber sido y pero nunca fue, porque Bokuto se ahogó. Se ahogó, y el mar nunca le devolvió ni una sola pieza de él.

Bokuto se ahogó.

Y, sin embargo, está sentado allí mismo. Es un espejismo que viste botas que le llegan hasta las rodillas y pantalones verde oscuro que se ciñen en algún punto de su cintura. Los muchos, muchos cinturones que cuelgan sueltos a su alrededor tintinean con sonidos metálicos. La camisa blanca debajo de su chaleco es impecable y acentúa su piel bronceada y sus ojos color miel.

Se ve bien, se ve saludable—. No estás realmente aquí, ¿verdad? —Keiji jadea, deslizándose lo más atrás posible en la cama—. Debo estar muerto o algo así.

La boca de Bokuto se abre y se cierra varias veces como la de un pez—. Kaashi, yo... —Se tambalea hacia adelante, apoyándose en la cama—. Realmente soy yo. No estoy muerto, no morí aquella vez, ocurrió otra cosa. —Sus ojos recorren el rostro incrédulo de Keiji—. ¿... Cómo puedo demostrártelo?

Los labios de Keiji tiemblan—. No puedes. Todo lo que dices probablemente sea mi imaginación.

El pirata se acerca aún más, su mano cubre la de Keiji. Es cálida, es sólida, y es real—. Kaashi.

Esto no es un sueño.

No es un sueño.

La bilis sube por su garganta, llenando su pecho con pura ira. Lo siguiente que sabe es que se ha lanzado hacia adelante para empujar a Bokuto lejos de su espacio personal—. Bastardo. —Aprieta las sábanas con tanta fuerza que siente que podría hacer agujeros en ellas—. ¡Tú... bastardo! ¡¿Estuviste ahí afuera todo este tiempo?! ¡¿Siquiera tienes una idea de cuánto me-... de cuánto nos hiciste sufrir?! —Bokuto lo alcanza nuevamente y Akaashi aleja sus bien intencionadas manos—. Te busqué, te esperé todos los días y...

Sus ojos arden, por lo que gira la cabeza y mira hacia otro lado, en dirección a las ventanas del camarote; el mar es de color azul profundo y a la distancia logra ver una isla. Los familiares acantilados de Fukurodani lo saludan a la lejanía, fuera de su alcance. Nunca antes había llegado tan mar adentro.

—No era mi intención —dice Bokuto con seriedad. Rápidamente alcanza el hombro de Keiji y lo rodea con su enorme mano—. Fuimos capturados por esclavistas. Me llevaron tan lejos, Kaashi... Nos tomó un año entero liberarnos de ellos, y luego...

—Han pasado siete años —sisea Keiji, sacudiéndose la mano—, y yo- yo- yo- no tengo tiempo para esto. Estaba en medio de un viaje, necesito-...

Se oye un fuerte crujido y la puerta a espaldas de Bokuto se abre—. Oh, tu amigo está despierto —dice un hombre alto y guapo, con una mata de pelo que no le sorprendería si estuviera viva. Es el mismo sujeto que recuerda de la ciudad, el que vio justo antes de que Tsukishima lo noqueara—. Tsukki jura de arriba abajo que él es el que vivió con Miya, pero supongo que él mismo puede respondernos eso. —Luce bastante presumido mientras se inclina hacia el marco de la puerta, con la cadera apuntando hacia el lado contrario—. A menos que esa sea la verdad, claro, entonces seguramente prefiera mantener la boca cerrada.

Keiji lo mira, apretando los dientes—. ¿Y quién dice que tienes derecho de pedirme algo? —pregunta—. Ustedes solo son unos desconocidos que me engañaron y secuestraron, no les debo nada.

—Bueno, quizás te estemos alojando en el camarote de Bo, pero técnicamente sigues siendo nuestro prisionero. —Su sonrisa se ensancha—. Soy Kuroo Tetsuro, por cierto. —A diferencia de Bokuto, no viste chaleco, y los pantalones los lleva metidos dentro de las botas de cuero, que, ahora que lo nota, tienen un patrón de escamas muy interesante y son de color rojo oscuro. Sobre su pecho, lleva colgado un pesado medallón dorado—. Capitán de este barco.

—¡Este mes! —Bokuto bufa antes de volver su mirada a Keiji—. Nos intercambiamos. Y Kaashi claramente no tiene nada que ver con ese-...

Tomando aire, Keiji resopla—. ¿Y tú qué sabes? —grita en dirección a Bokuto—. ¿Qué te importa? ¿Y si así fuera, qué?

Durante todo ese tiempo, pensó que estaría encantado si de alguna manera no fuera cierto lo de que Bokuto estaba muerto. Durante todo ese maldito tiempo.

Excepto que nunca pensó que en realidad sucedería, porque en su mente, Bokuto habría luchado por volver a Fukurodani, a su familia, a sus amigos, a él. Su Bokuto hubiese atravesado todo un océano para regresar. El extraño frente a él no es la misma persona que desapareció una mañana brumosa hace siete años—. Porque esos bastardos-... Porque ellos se llevaron-... —Bokuto tropieza con sus palabras—. Kaashi, sé que estás enojado, pero no es tan fácil. Pasaron cosas que-...

—Lo que quiere decir —interviene Kuroo con un suspiro exasperado—, es que no eres el único con problemas. Los Miya nos robaron cierto artefacto luego de todo el trabajo que nos costó conseguirlo. —Se aclara la garganta—. Es inútil para ellos, solo una baratija. Pero nosotros lo necesitamos, y ellos lo saben. Es por eso que nos lo robaron justo frente a nuestras narices. Nos obligaron a un enfrentamiento, por lo que hundimos su barco, y aun así no quisieron devolverlo. —Mira a Bokuto, transmitiendo algo que claramente debe permanecer en silencio—. Hemos estado buscando a esos bastardos desde entonces. Sé que ustedes tienen mucho de qué hablar, pero si nos pudieras decir dónde están Osamu y los demás-...

No —dice Keiji, desafiante.

Bokuto parece sorprendido—. Akaashi, tú... ¿Qué...?

—Ah, entonces lo sabes. —Kuroo sonríe—. Bueno, tenemos tiempo. Estoy seguro de que a Bo no le importará que pases un par de días extra en su habitación.

—Bueno, pero a mí sí me importa —informa Keiji—. Me tengo que ir.

—Para ver a ese Miya, seguro —bromea Kuroo—. Quizás deberíamos dejarlo ir —dice mirando a Bokuto, quien responde con un quejido ahogado.

Las entrañas de Keiji se retuercen, mierda—. Bueno, por lo visto sí son piratas. —Espeta la palabra como si fuese veneno; bastante hipócrita de su parte, lo sabe, pero no puede concentrarse en presencia de Bokuto y necesita pensar—. Si no me van a torturar o algo así, será mejor que se vayan.

Ambos hombres intercambian una mirada y se retiran por la puerta. Keiji logra escuchar el sonido de un pestillo exterior que traba la puerta justo después de que salen.

Mierda.

Necesita encontrar una manera de escapar y advertir a Osamu.

Lo último que quiere es ser una carga para él.

Bien, es posible que Kei no sea el perfecto modelo de solidaridad.

Pero Akaashi también parecía ser una persona decente mientras conversaban en la carreta. Y no es que tenga nada más que hacer ahora que Bokuto y Kuroo han decidido esperar a ver si los Miya aparecían... o si el buzo de perlas confesaba.

Ambas cosas parecen igual de improbables, pero él no es quien toma las decisiones ahí, y estar inactivos por un tiempo también es algo bueno.

Aunque, cuando entra a la habitación de Bokuto —donde Akaashi ha estado confinado desde que llegó— y se encuentra con una mirada que podría congelar el infierno, piensa que tal vez debería chequear nuevamente su instinto de conservación—. ¿Tú eres el que me va a torturar? —pregunta, con una ceja perfectamente arqueada en su dirección—. Ciertamente no te ves capaz de hacerlo, pareces más un terrón de azúcar.

Kei se sobresalta; le toma un segundo recuperar la compostura—. ¿Y tú no eres un rayito de sol? —dice secamente—. Si piensas tan mal de nosotros, entonces estás ciego—. Hace un gesto con la cabeza en dirección hacia el resto del camarote.

Akaashi, quien está sentado en la cama, cubierto hasta la cintura y con un libro en mano, resopla—. Solo sé que Bokuto-san es dócil, y siempre ha sido débil a la culpa. —Entonces lo mira con más dureza—. Pero no confío en el otro tipo, además de que tú también me mantienes cautivo. Incluso si me dan ropa de cama decente, ustedes fueron los que hundieron a Osamu y a su hermano en el mar.

—Eres un horrible juez de carácter —bufa Kei, más que un poco ofendido en nombre de Kuroo, pero sin estar dispuesto a demostrarlo—. Y ese no era realmente yo... Además, si los Zorros hubiesen respetado el trato que tenían con Kuroo, no hubieran terminado en el fondo del mar.

No es fácil defender algo que no entiende o algo en lo que no cree. Kei nunca entendió la decisión que tomó Kuroo de dispararle al Vixen en ese entonces y, a este ritmo, probablemente nunca lo entenderá. Lo único que Kuroo le dejó saber es que fue una decisión tomada por pura desesperación.

Pero sigue siendo una estupidez.

Akaashi se encoge de hombros, sus ojos se desvían para mirar por la ventana—. Bueno, caí rendido con tu actuación, así que debe haber algo de verdad en eso—suspira—. ¿Ya terminaste? No te voy a decir nada.

—Y también te enamoraste de un Miya —agrega Kei, indiferente, pero con veneno—. Nunca he conocido a nadie tan dispuesto a perder la vida por algún pirata al azar luego de que este lo abandonara. Si me preguntas, dudo que venga a rescatarte, incluso sabiendo que te tenemos cautivo.

La provocación es demasiado obvia; es posible que esté perdiendo su toque. Debe ser por estar tanto tiempo alejado de todos esos aburridos aristócratas que realmente se ofenden con sus comentarios.

De todas maneras, su papel aquí no es el de interrogar. Como le dijo Kuroo una noche, haciendo fondo con una botella de ron; él es una brújula. Esa es la única razón por la que sigue con ellos.

—No lo hará. —Los hombros de Akaashi se hunden, sus ojos, sin embargo, siguen siendo desafiantes—. Espero que no lo haga. Espero que salgan de todo esto con las manos vacías.

Para alguien que —de acuerdo con lo que averiguó cuando se escabulló en esa pequeña aldea— nunca ha salido de esa isla, Akaashi tiene agallas. Es un poco irritante, pero también es algo admirable—. No estarías en esta situación si tu amado Miya no nos hubiera robado. ¿Acaso estás tan miope que no logras ver todo desde otra perspectiva?

—Oh, bueno, tú también eres bastante hipócrita —murmura Akaashi, mirando directamente a las gafas de Kei—. Y ustedes son piratas, ¿no?

—Incluso entre piratas-...

—Si dices algo sobre el honor, te patearé —resopla, clavando sus ojos sorprendentemente azules en Kei—. Incluso si eso hace que ese sujeto con cabello de erizo de mar me haga caminar por la tabla.

Kei no puede evitar reír; está bien, Kuroo se ve exactamente así, pero sigue siendo ridículo—. Ellos también me secuestraron, ¿sabes? —informa, y técnicamente no es mentira—. Podrías dejar de actuar como si te hubieran arrancado las uñas.

Por un momento, Akaashi titubea, pero luego su mirada regresa con más fuerza— ¡¿Entonces por qué no me dejas ir?! —estalla—. Han pasado tres días y Osamu no tiene forma de saber que estoy aquí.

Racionalidad, otra cosa que Kei admira de él—. Bueno, Bokuto tiene un presentimiento —dice, rodando los ojos para demostrar lo ridículo que suena eso, y Akaashi se ríe en voz baja—. Además de que sería una molestia regresar hasta allá.

—No es la primera vez que se equivoca.

—Si estás tan enojado con él, podrías dejar de dormir en su cama. —En parte, Kei está aprendiendo cuánta animosidad es capaz de tener ese hombre, y en parte está molesto consigo mismo por estar a punto de defender al búho—. No estaba en una posición en la que le fuera tan fácil regresar, ¿sabes? No escapas de esclavistas con los bolsillos precisamente llenos.

El rostro de Akaashi se arruga—. Sé que-...

Hay un tímido golpe en la puerta antes de que la cerradura haga clic y esta se abra—. Akaashi, por favor no tires cosas-... Oh, Tsukki, estás aquí —dice Bokuto, mientras entra con una bandeja llena de alimentos de desayuno.

—Oh ho, ¿ustedes se hicieron amigos? —dice Kuroo, apareciendo detrás del búho.

—Experiencias compartidas, supongo. —Kei se encoge de hombros, aunque eso no fuese en absoluto lo que estaba ocurriendo.

Kuroo se ríe, con una voz fuerte y profunda, y Kei se retuerce en el taburete en el que está sentado. Esa risa... le genera cosas que no le gustan—. Oh, vamos, apenas te secuestramos. —Nota como los ojos de Akaashi se desvía a la puerta abierta detrás de él y la cierra con cuidado—. Apenas te habíamos subido al carruaje y ya nos estabas diciendo que seguirías el juego si te sacábamos de Karasuno.

Detrás de él, Akaashi se ríe de nuevo—. Al final no somos tan similares, ¿eh?

Kei solo mira a Kuroo con el ceño fruncido.

—Oh, no te lo tomes así, Kaashi —interviene Bokuto.

Una pausa incómoda se instala en el camarote y alguien se aclara la garganta—. Es posible que regreses con Miya antes de lo que crees —dice Kuroo, y los ojos de Akaashi se agrandan.

—¿Qué?

La sonrisa de Kuroo se ensancha un poco más—. Bueno, alguien acaba de verlos llegar a la aldea. ¿O acaso pensaste que nos marchamos sin dejar al menos a un espía allí? —Se encoge de hombros—. Si realmente no es un idiota, nos devolverá el reloj de sol y nosotros podremos seguir nuestro camino.

—Pero él-... —Akaashi cierra la boca con fuerza y niega con la cabeza—. Él no tiene ningún reloj de sol.

Kuroo se encoge de hombros—. Su hermano lo tiene. De todos modos, solo les envié un pequeño mensaje para que no tengas que estar con nosotros por mucho más tiempo. Vamos, Tsukki. —Hace señas a Kei para que salga por la puerta, con una amplia sonrisa en su rostro.

Es el momento perfecto para irse. Akaashi se ve furioso, y Kei no tiene intención alguna de ser atacado por un buceador de perlas rebelde.

Bokuto, quien ha estado merodeando detrás de él, con la bandeja en sus manos, debe querer hablar con el buzo de perlas a solas, por lo que Kei acata su señal para irse con el hombre de cabello oscuro.

Tan pronto como la puerta se cierra a sus espaldas, Kei susurra—. No creo que debamos dejarlos a solas.

—Lo sé, Bo está destrozado. —Baja la vista antes de continuar—. No ha estado durmiendo mucho últimamente.

Kei resopla—. ¿Acaso no es obvio? —Encuentra su mirada con los ojos color avellana de Kuroo por un segundo—. Realmente espero que lo que sea que consigas con ese reloj de sol valga la pena.

Es un tema sensible entre ambos. Kei siente infinita curiosidad al respecto, y también algo de enojo; deben existir montones de otros tesoros, pero aparentemente algo muy preciado para Kuroo solo puede ser recuperado intercambiando ese maldito reloj de sol, además de que este se cierra como una almeja cada vez que le pregunta. Ocurre lo mismo en esta ocasión—. Lo único que importa es que pronto lo conseguiremos.

No es que Kei tenga algún tipo de código moral ni nada de eso, pero por alguna razón, el alivio en el rostro de Kuroo le enoja—. Si tu mejor amigo no se derrumba por la culpa primero. —No puede evitar sisear.

Cuando Kuroo levanta la mirada, casi parece algo herido—. ¿Estás seguro de que ellos lo tienen?

Kei asiente.

Dicen que es una especie de brújula y que puede encontrar cosas que nadie más puede. Esa es la razón por la que Bokuto y Kuroo no lo abandonaron en el primer puerto que encontraron luego de que su padre pagara el rescate. En una ocasión, hubo una pelea en un bar después de una noche de borrachera y él terminó siendo el único que pudo encontrar a cierta persona en medio de una ciudad desconocida.

Todo lo que sabe es que tiene la sensación de que el maldito reloj de sol está en poder de Miya Atsumu.

Y solo ese pequeño hecho es suficiente para hacer sufrir a mucha gente.

Koutaro se demora un tiempo, ha estado tratando de hablar con Akaashi durante días.

Y Akaashi no quiere escucharlo.

—Lo siento —dice, por millonésima vez—. Realmente no quiero que me odies, Akaashi. Eras mi mejor amigo.

—Bueno-... —La persona cuyo recuerdo literalmente lo ayudó a pasar todas esas largas noches en el desierto mira a su alrededor. En ese momento parece demasiado pequeño, derrotado y agotado—. Si realmente lo lamentaras... —Akaashi lo mira fijamente—... me dejarías ir.

Koutaro suspira. No es así de simple; incluso si no hubieran volado en pedazos el barco de los zorros, seguiría sin ser simple—. No puedo —suspira—. Me pasaron muchas cosas. Tengo deudas que-... Kuroo me ayudó a escapar. Le debo la vida por ayudarme. Prometí que lo ayudaría... —De verdad desearía poder dejar ir a Akaashi. Incluso desearía poder volver a la aldea, saludar a sus amigos, a sus tíos... pero no hay tiempo para eso. Quizás pueda hacerlo en el futuro, pero no ahora.

—Nos debías al menos una carta o, no sé, algo —dice Akaashi, cruzando los brazos sobre su pecho mientras Koutaro coloca la bandeja sobre sus piernas—. Todos pensamos que estabas muerto.

—¡Lo sé, pero para cuando pude enviarla ya era demasiado tarde! —explica—. No puedo contarte todo, pero pensé que todos estarían bien. —Realmente lo pensó, y siempre planeó volver. Pero sucedieron cosas, cosas que no podía ignorar. Al estar a un continente de distancia y quizás un poco más, las cosas siempre parecían complicarse cada vez que tenía posibilidad de hacerlo—. Siempre fuiste tan fuerte, Kaashi. No pensé que te lastimaría tanto...

—Yo-... —Akaashi baja la mirada, con los ojos ensombrecidos, lejos de los ojos de Koutaro—. Me importabas, y eso realmente me hirió. —Vuelve a levantar la mirada, sus ojos están húmedos, rojos, y Koutaro quiere llorar—. Si no me vas a dejar ir, al menos déjame a solas —dice con firmeza, e inmoviliza a Koutaro con la mirada.

Es entonces cuando se da cuenta de que, tal vez, cualquier oportunidad que tendría de regresar a casa se perdió cuando, en medio del desierto, prometió su ayuda y su vida a Kuroo.

La cabaña está vacía, bien cerrada. Osamu logra entrar por una de las ventanas luego de trepar por una palma, ganándose unos raspones, con la esperanza de encontrar a Akaashi tomando una siesta en su cama. Pero no está. Luego hace lo mismo con el piso de Miyuki, pero sin trepar, y el panorama es aún peor; no hay ningún color, no queda ninguna de las queridas figurillas o mantas tejidas a gancho que recuerda haber visto allí.

—¿Qué diablos pasó? —murmura para sí mismo, al mismo tiempo que sale por la puerta principal. No hay señales de lucha o algo por el estilo, pero no puede evitar temer lo peor.

Y luego, por supuesto, sucede lo peor.

Necesita solo una mirada, una simple mirada para identificar el barco anclado más allá de los amados arrecifes de Akaashi.

Fue una carrera llegar hasta allí. Aún con el barco de la armada y el viento a favor, les tomó casi tres días de navegación sin escalas. Incluso trató de convencer a Kita de tomar la ruta alrededor de la isla, pero sin saber dónde estaban exactamente los arrecifes más grandes, no era lo más seguro. Además de que habrían visto venir al Vixen desde millas de distancia.

Estaba bastante molesto al respecto, pero ahora tienen ventaja.

O eso quiere creer.

El barco de la armada es llamativo, y no fue muy sutil que usara las perlas de Akaashi para comprar los cuatro caballos menos cansados que encontró en la ciudad portuaria para cabalgar sin descansar hasta Fukurodani. Pero no había otra manera de llegar lo suficientemente rápido.

Aun así, al menos no son tan conspicuos como los idiotas que merodean en un barco tan negro como el alquitrán más allá de los arrecifes, con las velas bajas como si simplemente estuvieran disfrutando del buen clima.

Cuando se reagrupa con los demás en la aldea, después de haber corrido cuesta abajo por el sendero de la jungla, transpirando por el ambiente húmedo, el primer y único lugar al que se le ocurre ir es a la posada.

Lamentablemente, se destacan como una palmera en el desierto.

Konoha no parece muy feliz al respecto.

Aunque eso puede deberse a que, en lugar de uno, ahora hay cuatro piratas en medio de la posada de su familia.

—No estabas mintiendo —grita Atsumu, paseando de un lado a otro de la habitación—. Es una aldea bastante atrasada, ¿cómo te las arreglaste para vivir aquí durante casi dos meses, Samu?

Konoha frunce el ceño y Osamu se gira a mirarlo con una expresión de disculpa—. Traté de dejarlo en el barco —resopla—, pero tenía apuro así que...

—¿Qué mierda-...? —Konoha mira a los otros clientes, entrecerrando los ojos—. ¿Podemos tener esta conversación en otro lugar? —pregunta, indignado.

Como si fuese una señal, Kaori se asoma desde la cocina—. Por aquí —dice, inusualmente seria—. Están asustando a los otros clientes.

La pequeña cocina en la que Osamu pasó el último mes trabajando parece aún más pequeña teniéndolo a él junto con Atsumu, Suna y Aran, además de Kaori y Konoha abarrotados en ella. Mira a su alrededor con nerviosismo; las expresiones de ambos son bastante serias—. ¿Pasó algo? Akaashi no está en su cabaña, ¿dónde está-...?

—Akaashi salió a buscarte hace cuatro días —lo interrumpe Konoha—. En serio, ¿no podrían coordinarse o algo así? —suspira—. De haberlo sabido...

—¿Cómo podrías saberlo? —Atsumu interrumpe—. ¿Acaso eres vidente o algo así?

—Cállate —sisea Osamu, y siente como si le hubieran quitado un peso del pecho; si Akaashi se fue, es poco probable que la tripulación del Panther lo encuentre—. ¿Estás seguro de que se fue antes de que ese barco espeluznante apareciera en los acantilados? —pregunta, porque necesita asegurarse.

—Sí, justo el día anterior. —Konoha se encoge de hombros—. Dijo que quería alcanzarte antes de que llegaras al estrecho...

—Nunca llegué al estrecho —responde Osamu—. Llegué hasta Nohebi porque no pude encontrar ningún barco que no tomara la ruta larga.

Al parecer, Akaashi decidió salir a buscarlo casi al mismo tiempo que él se encontraba con Atsumu y los demás; fue solo cuestión de suerte—. Al menos está a salvo. ¿Dijo cuándo iba a regresar? Digo, en caso de... —Mira fijamente el rostro de Konoha—. En caso de no encontrarme...

—Dijo que enviaría una carta. —Se encoge de hombros—. Pero, como sabes, aquí las cosas tardan un poco en llegar.

—Mierda. —Osamu suspira antes de darse la vuelta y apoyarse en la mesa de picar— ¡Mierda!

A sus espaldas, oye que Aran se acerca—. ¿Has visto a alguien sospechoso en la aldea? —pregunta—. Bien podríamos atacarlos ahora que están a nuestro alcance. Podemos planear una emboscada, pero no funcionará si saben que estamos aquí.

Kaori se encoge de hombros—. Bueno, solo puedo pensar en el chico rubio del otro día, definitivamente no era de por aquí. —Coloca un dedo en su barbilla—. Pero eso fue antes de que Akaashi se fuera, y desde entonces no lo he vuelto a ver.

—Bastante descriptivo —se queja Suna desde donde está apoyado contra la pared—. ¿No recuerdas nada más?

La frente de Kaori se arruga mientras intenta recordar—. Bueno, es como-... —Sin embargo, nunca llega a terminar la oración porque es en ese momento que suceden tres cosas al mismo tiempo: la gran olla de cobre que perteneció a la abuela de Konoha y Kaori se cae de la pared en la que estaba colgada con un fuerte estrépito debido a que Atsumu se ha pasado gran parte de la conversación hurgando en ella, un pájaro grazna ruidosamente a las afueras de la posada, y alguien comienza a golpear con fuerza la puerta de la cocina.

—¡Kaori-san! ¡Tengo una carta para tus amigos! —grita la voz de un niño—. ¡Abre!

Osamu reconoce la voz: es uno de los niños de la aldea conocido por hacer pequeñas tareas a cambio de dinero—. ¡¿De qué estás hablando, bribón?! —grita ella en respuesta, nerviosa—. Solo estamos Aki y yo aquí. ¿Quién te dijo que la trajeras?

El niño resopla—. Un tipo con un abrigo de cuero. Dijo que era para tus amigos zorros, ¡y dijo que estaban aquí contigo!

Y ellos que creían tener la ventaja. Osamu gime, echando la cabeza hacia atrás—. Todo esto es culpa tuya, bastardo codicioso —dice, girándose hacia Atsumu.

—¿No me has molestado lo suficiente ya? —Atsumu sisea, pero su mano ya está dirigiéndose a su espalda. Podría ser un niño o toda la tripulación del Panther. Todos los demás hacen lo mismo, e incluso Kaori agarra un cuchillo de uno de los estantes.

—¡Ya voy! —dice.

Debe ser toda una escena: seis personas adultas con varias armas en mano, enfrentando a un niño de doce años con un diente roto que les tiende un sobre grueso.

—¿Estos son tus amigos zorros? —pregunta el niño con los ojos muy abiertos—. Dan miedo.

Atsumu se inclina sobre Kaori y arrebata el sobre de la mano del niño. Arranca la parte superior, demasiado impaciente para molestarse en despegar el sello de cera, y luego saca el papel de adentro. Cuando la envoltura golpea el suelo, hace un ruido sordo.

Un ruido familiar.

Se inclina y toma el sobre en sus manos; se siente más pesado que un sobre normal y hay algo abultado dentro—. Oye, Samu-...

Pero Osamu ya está ahí, buscando lo que sea que esté dentro del sobre y sacando una perla opalescente, perfectamente redonda—. Lo sé, Tsumu —dice con calma.

Luego da media vuelta y golpea la pared.

Zorros.

El buceador de perlas navega con nosotros.

En la playa frente a los acantilados. Mañana al amanecer.

Miya no rubio, ven tú solo.

No intentes nada estúpido.

—Kuroo Tetsuro.

¿Listos para el desenlace? ¡Sigan leyendo!

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