Parte 1

HEY HEY HEY

He regresado con algo que había prometido a fin de año pero pasaron cosas (ejem, la portada).

Déjenme decirles que esta historia hace que mi corazón de doncella lata desbocadamente no importa cuántas veces la haya leído. Literalmente es mi fic de confort y espero que también sea el de ustedes.

Antes que nada, quiero agradecerle de todo corazón a Kyrye, por darme permiso de traducir esta historia (¡Vayan a darle mucho amor al original en AO3!) y por haberse convertido en una muy buena amiga a lo largo de todo el proceso. Espero haberle hecho justicia con la traducción y los arts ;;;;

Btw, si estás leyendo esto: Te beso las manos, el cerebro, ¡todo! ¡¡¡Muchas gracias!!!

Muy bien, ahora, es momento de algunas aclaraciones.

Este fic originalmente está escrito como un one-shot, lamentablemente, Wattpad (¡Te maldigo!) me puso un límite a la cantidad de imágenes permitidas por capítulo, así que nos vimos obligadas a dividirlo en tres partes. Si quieren leerlo todo de corrido, también va a estar publicado en AO3 solo que sin las imágenes divisorias.

Esta historia está basada en la canción "Pearl diver" de Mitski, la cual recomiendo encarecidamente escuchar y leer las lyrics para entrar en mood. Dejé el enlace original de la canción en la partecita de arriba por si quieren chequear.

Por cierto, cualquier art que encuentren a lo largo de la historia (así como la portada) es de mi autoría (amo demasiado este fic así que estoy segura de que en un futuro cercano voy a seguir dibujando).

Dicho esto, pónganse cómodos, griten en los comentarios y disfruten la lectura.

El agua no está tan fría en esta época del año.

Pero sigue siendo un fuerte contraste con el cálido, aunque opaco y nublado, mundo exterior, incluso con esa brisa de la mañana que hace que las palmeras se balanceen y que los pequeños trozos de follaje seco se arrastren a través de las blancas arenas de la playa.

Keiji inhala profundamente y salta, como un cuchillo hundiéndose en las aguas gris azuladas; el frío ya ni siquiera es un shock para él. En todo caso, es como un abrazo materno tal y como debería haberlo sido el de su propia madre.

Allí, junto a los acantilados, diminuto en la inmensa extensión del caprichoso océano, él es libre, todopoderoso e intrascendente.

Después de todo, es el mayor —y ahora único— buzo de perlas en la pequeña aldea de Fukurodani. Ha seguido buceando hasta bien entrado en los veinte años de edad y, aunque eso solía ser común, ya no lo es. No obstante, eso no cambia el hecho de que él es quien puede sumergirse más profundo y acercarse a los acantilados y arrecifes más irregulares.

Puede parecer algo de lo que estar orgulloso, pero solo si ignoramos el hecho de que él es el único que queda.

Primero ve una pequeña concha bañada con diminutas líneas compuestas de granos de arena perfectamente visibles. Afuera, el sol escapa de la nube que lo tenía cautivo en la línea del horizonte y el mundo parece florecer con una tenue luz dorada.

La concha es demasiado pequeña, por lo que Keiji sigue de largo, pataleando grácilmente.

Ha hecho de este su estilo de vida durante mucho tiempo; si bien comenzó como una tradición familiar —y porque cierta persona le sonreía al encontrar bonitas sus perlas cada vez que le obsequiaba una—, con el tiempo, se convirtió en todo lo que sabía hacer, en todo lo que siempre quiso hacer. A lo largo de los años ha logrado acumular una cantidad decente de perlas, las suficientes como para que la vida no sea difícil, las suficientes como para que una pequeña concha no cumpla con sus estándares, ni mucho menos.

Más profundo, entre los brazos enredados de un coral color marrón rojizo, ve su premio. Un verdadero premio. La superficie de la concha, incluso con algo de arena cubriéndola, es casi nacarada; tiene el tono correcto entre rosa y blanco, y debe ser tan grande como la palma de su mano.

Se dirige a ella sin dudarlo, solo preocupándose por la corriente fría y lenta en la que está nadando. Está muy profundo, casi tan profundo como nunca se lo ha permitido, pero sus manos están seguras cuando atraviesan el coral en busca de la concha. Sin embargo, se toma un segundo para preguntarse cómo es que llegó hasta allí porque, cuando jala de ella, las aberturas entre las ramas del coral resultan ser demasiado pequeñas.

Sintiendo que sus pulmones comienzan a arder, tira con más fuerza, ya considerando agarrar el afilado cuchillo atado a un lado de su cadera.

Al final no lo necesita, el coral cede tras un fuerte tirón.

Luego de tanto tiempo bajo el agua, incluso él comienza a quedarse sin aliento. Se apresura a ascender, rompiendo la superficie del agua con un suspiro que degenera en una gran bocanada de aire. Se gira y nota que la piedra oscura de los acantilados está más cerca de lo que pensaba, por lo que se apresura a alejarse antes de terminar atrapado en alguna mala corriente. Ya le ha sucedido con anterioridad y no hay nada más aterrador. Además, Konoha se enojaría.

Una figura familiar, con bronceados brazos cruzados en señal de desaprobación, se acerca a su lugar habitual en la playa mientras espera a que Keiji llegue a la orilla.

Konoha, al igual que la mayoría de las personas, piensa que Keiji es demasiado mayor como para andar haciendo hazañas peligrosas, al límite de lo inhumano, como esa. Pero es por preocupación, no por envidia, miedo, o estúpida superstición como todos los demás. Sin embargo, Keiji no puede evitar sentirse algo indignado por eso.

Se sumerge, solo por un segundo, con los ojos bien abiertos para contemplar el mundo teñido de dorado, verde y azul bajo el agua antes de dirigirse en dirección al otro hombre.

—¡Oye, date prisa! El desayuno se va a enfriar —Konoha le llama, señalando una canasta a sus pies.

Al menos lo conoce lo suficientemente bien como para saber que el desayuno es el incentivo adecuado.

—No tienes que venir aquí todas las mañanas —se queja Keiji, con los pies ya tocando la suave arena mientras se endereza—. Igual iba a pasar por la posada.

—No jodas. —Konoha pone los ojos en blanco—. No puedes cocinar nada que valga la pena y no te atreverías a despertar a tu pobre abuela al amanecer solo para que cocine algo.

Keiji tararea, dejándose caer en la arena junto a su amigo y comienza a hurgar dentro de la canasta. La familia de Konoha tiene una de las pocas posadas en la aldea y, de todas ellas, es la que mejor comida tiene, lo que en realidad significa que la comida es al menos comestible. A lo largo de los años, les ha dado tantas perlas que se niegan a aceptar dinero real a cambio de mantenerlo alimentado—. Por eso... —Se interrumpe para tragar el primer bocado de su pescado—. Igual iba a pasar por la posada. No tienes que cuidarme, no me ahogaré.

—Oye, es una manera de huir de los quehaceres. No es que solo esté haciendo esto porque te niegas a ser cuidadoso y sigues haciendo peripecias que te ponen en peligro. —Konoha se encoge de hombros, se deja caer al lado de Keiji y saca una bola de arroz de adentro de la canasta—. Sin embargo, deberías aprender a cocinar. No eres el tipo de persona adinerada capaz de contratar un cocinero.

Keiji mira el lejano horizonte, el último de los colores de la noche ya se está desvaneciendo en su borde—. Me casaré con alguien que sepa cocinar —dice, medio en broma. Ambos saben que ha rechazado bastantes propuestas que iban desde personas que realmente podrían contratar un cocinero hasta viajeros lo suficientemente ricos como para sacarlo de esa pequeña y atrasada aldea—. De igual manera, Kaori-chan seguirá alimentándome si no lo hago.

No es de detenerse a pensar mucho en ello.

—Te aprovechas de mi pobre hermana.

Keiji lo mira a través de sus mojadas pestañas, con una mirada de fingida inocencia que sabe que molesta a Konoha—. ¿Quién? ¿Yo?

Eso le vale un golpe en el brazo, y la conversación se convierte en simples golpecitos intercambiados entre bocados de comida. Esta es una escena casi diaria entre ambos, al menos desde que Konoha decidió cuidar de Keiji y este no tuvo la fuerza como para decirle que no lo haga.

El ambiente es silencioso y cómodo, pero solo hasta que Keiji ve que la línea del horizonte se deforma un poco. Distingue lo que parece ser un bulto que se vuelve más y más grande a medida que pasan los segundos, siguiendo el patrón habitual de una cálida corriente oceánica la cual conoce lo suficientemente bien como para saber que desemboca justo en los acantilados donde estaba nadando—. ¿Qué es eso? —pregunta, porque siempre ha tenido problemas para ver de lejos. Imagina que se trata de una cuestión de familia, porque su abuela tiene mala vista y, al parecer, también su madre.

Los ojos de Konoha se desvían hacia el lugar en donde el objeto extraño sigue creciendo hasta dejar de ser un punto en la lejanía—. Ni idea. Es demasiado plano para ser un barco, ¿quizás sea una madera flotante? —Keiji se mete otro trozo de su bola de arroz en la boca y mira fijamente en esa dirección, ahora con renovado interés—. ¡Dios... Akaashi, estás sangrando! —exclama.

Efectivamente, hay una línea roja irregular que baja por el costado de su muñeca hasta la mitad de su antebrazo—. Hmm... debe haber sido el coral.

—Te metiste entre los grandes otra vez, ¿no? —pregunta Konoha, arrancando una tira de la tela de la canasta. Esto no es un suceso inusual; en el agua, Keiji se concentra tan intensamente que, a veces, ni siquiera nota sus heridas hasta mucho más tarde. El ardor del agua salada es algo a lo que se ha acostumbrado hace mucho tiempo—. Te lo advierto, un día de estos te lastimarás seriamente. No vaya a ser como cuando a Bo-...

Conociendo a Konoha, igual se hubiera callado antes de terminar la oración. Sabe que, de no haberlo hecho, Keiji hubiese vuelto al agua, junto a los corales, el sol y el silencio. Sin embargo, no tiene oportunidad de sentirse culpable. Keiji, quien ha estado observando aquella cosa en el horizonte a medida que esta se fue acercando, al fin pudo verla con más claridad—. Es una persona —jadea—. Es una-...

Y luego se suelta del agarre de Konoha y vuelve a zambullirse tan pronto como el agua es lo suficientemente profunda, nadando hasta el trozo de madera y el bulto sospechosamente humano sobre él. Esta vez, el agua hace que su herida arda un poco, pero la sensación permanece ahí por unos segundos y luego desaparece. Keiji nada con rapidez, cada tanto sumergiéndose en zonas donde sabe que puede evitar los corales más grandes, y llega al trozo de madera lo suficientemente pronto.

Asoma la cabeza de entre las tempestuosas aguas, parpadeando para enfocar su vista. Espera que no sean solo algas sobre un trozo de madera flotante porque ya está bastante cansado.

Pero no lo es.

Solo por un segundo observa la piel dorada y el cabello oscuro del hombre. El trozo de madera sobre el que flota —al parecer una puerta, o el trozo de una— parece sostenerlo bien. Keiji mira a su alrededor y evalúa sus opciones. No están lejos de la orilla, por lo que podría nadar cerca de él y ver si llega por sí solo. Sin embargo, también ha aprendido a no confiar en las corrientes, por lo que vuelve al hecho de que no, no están tan lejos de la orilla.

Entonces comienza a empujar la madera. No es un trozo grande, y el hombre, aunque es pesado, tampoco parece ser tan grande; quizás solo sea un poco más alto que él. Para cuando llega a mitad de camino, Konoha se encuentra con él. Tiene la mirada cargada de incredulidad y el cabello rubio pegado a la frente—. ¿Sabes siquiera si está vivo? —jadea mientras comienza a ayudar a Keiji—. Esto que acabas de hacer fue muy peligroso.

—Conozco esta costa —responde Keiji, con simpleza—. La corriente lo iba a llevar a los acantilados.

Konoha, quien debe sentirse algo culpable por el comentario que estuvo a punto de hacer momentos antes, no dice nada más mientras empujan el trozo de madera y al náufrago hacia la playa. Resulta que, en efecto, es una puerta lo que arrastran sobre la arena hasta que está a salvo de las olas. Solo entonces es cuando Keiji observa con atención al hombre.

Su piel es de color marrón dorado, todavía no muy quemada, por lo que no debe haber estado al sol durante mucho tiempo. Lleva el pelo muy corto a los lados, pero con mechones oscuros pegados a la frente. Tiene una nariz tan recta que parece haber sido moldeada por las manos de un artesano, y sus párpados están firmemente cerrados, extendiendo sus pestañas cortas y oscuras sobre sus pómulos. Es fuerte, corpulento; sus músculos son evidentes por donde su camisa está rasgada y manchada de sangre. También logra ver un tatuaje asomando por la abertura; un dibujo desparramado por su pectoral izquierdo, ocupando la mitad de su pecho.

Su pecho inmóvil.

El corazón de Keiji se paraliza por un segundo, viejas heridas regresan a él como un flash.

Es inútil.

Suspira.

Konoha, sin embargo, se acomoda sobre el cuerpo del hombre, con las manos en el centro de su pecho y empuja hacia abajo una, dos y tres veces—. Creo que lo vi respirar en el camino —explica, pero realmente no hay forma de que alguien que claramente se ha ahogado, despierte—. ¿Me ayudarías volteando su cabeza?

Keiji obedece y, tan pronto como lo hace, el cuerpo del hombre se levanta repentinamente con una violenta sacudida, casi golpeando a Konoha en la barbilla mientras hace arcadas y comienza a vomitar agua de mar en la arena.

Keiji observa la escena con asombro y miedo; ha visto suficientes casi ahogamientos como para saber que este tipo sólo está vivo de milagro. Pero puede que no lo esté por mucho más tiempo, después de todo, ahogarse no es lo único que puede matar a una persona que ha quedado a la deriva en el mar.

No obstante, una vez que expulsa toda el agua de mar de adentro de sus pulmones, se lo ve bastante bien. Sus ojos color gris oscuro como piedras pulidas miran a Keiji, pasando por la confusión, luego por el asombro, hasta llegar al miedo—. Yo... ¿Qué demonios-... quién demonios eres tú? —dice con voz ronca y acento extranjero—. ¿Dónde diablos estoy?

Se dirige directamente a Keiji, pero es Konoha quien le responde—. Esta es la aldea de Fukurodani. Estás herido, ¿tu barco fue atacado por piratas?

—Yo... —La cabeza del hombre gira, mirando a su alrededor con los ojos bien abiertos, pero a la vez brumosos, como si estuviera intentando sofocar un inminente ataque de pánico. Al momento siguiente, vuelve a girarse hacia Keiji y con su mano débil lo toma del brazo. Está tan frío que casi lo suelta debido a la sensación—. ¿Había alguien más? —dice con seriedad, a pesar de que su agarre comienza a aflojarse en la segunda sílaba y su respiración es cada vez más rápida y superficial—. ¿Dónde está... Tsumu? —Es lo último que dice antes de que sus ojos se giren hasta quedar blancos y se desmaye una vez más.

—Keiji, tiene una herida en la pierna y... —dice Konoha, quitando la camisa del hombre para dejar al descubierto un feo corte en su costado—. Esto se ve mal.

Todo aún huele a sal.

Osamu se yergue lentamente, empujado por sus brazos algo temblorosos. La herida en su costado palpita.

Está en una habitación cálida y bien iluminada. Mientras parpadea intentando quitar la bruma del sueño y la muerte de su mente, también nota que está acostado debajo de un montón de mantas, sobre una pila de heno. Siente un calor palpitante en sus pies y, cuando mira en esa dirección, se da cuenta de que hay una gran chimenea justo frente a él.

Después de que el mar casi lo tragara por completo, lo único que recuerda son ojos del color de la marea y a sí mismo preguntando por Atsumu.

También recuerda no haber visto a Atsumu por ningún lado.

Está seguro de que vio cómo su gemelo caía por la borda después de que el retumbar del cañón que destruyó su barco lo dejase momentáneamente sordo.

—Oh, veo que has despertado —dice una mujer mientras entra a la cocina en la que aparentemente él ha estado durmiendo. Su cabello rubio está recogido en una trenza a su espalda y lleva un saco sobre el hombro. Se gira hacia la puerta por la que acaba de entrar y, sin mucha delicadeza, grita—. ¡Keiji-kun! ¡Tu náufrago se despertó! —El ruido hace que la cabeza de Osamu palpite.

¿Acaso esa es la persona que lo salvó? Osamu se estremece al recordar cómo preguntó por Atsumu a una figura borrosa; solo ahora se da cuenta de lo estúpido que fue hacer eso. Está atrapado en un lugar desconocido, probablemente en alguna isla al azar, fuera del mapa, sin tripulación, sin barco y con un nombre muy notorio que seguramente solo le traiga desgracias.

Tiene que pensar rápido; sus ojos recorren la cocina, ubicando utensilios que puedan resultar útiles y un poco de comida que podría comer sin cocinar. Ante su falta de respuesta, la mujer se ha dado vuelta nuevamente, pelando tomates sobre una tabla de madera. Solo tendría que pasar corriendo junto a ella, ya que no se ve lo suficientemente grande o fuerte como para impedírselo. Inhala profundamente y se levanta, sin perder ni un segundo en intentar tomar un cuchillo que yace sobre una mesa cercana.

Hasta que se da cuenta de que está desnudo como el día en que nació, claro.

Y solo se da cuenta porque nota un par de ojos azules nada impresionados —ojos que recuerda bien, a pesar de la bruma de la sed y el agua salada— mirándolo desde la puerta—. Por favor, deja ese cuchillo —dice el hermoso extraño, hablando con calma a pesar del rubor en sus mejillas—. Ya he escuchado demasiadas quejas de Konoha sobre haber saltado al mar para salvarte.

—¿T-tú...? —tartamudea Osamu, retrocediendo hasta la pila de heno y tomando una de las mantas para proteger cualquier modestia que le quede—. ¿Tú eres quien me salvó? —Es bastante creíble. El chico, no, el hombre frente a él tiene un cuerpo delgado con extremidades perfectamente ejercitadas, cubiertas de músculos engañosamente ágiles los cuales son fácilmente visibles a través de la camisa de lino amarillenta y los pantalones cortos que lleva. Osamu fija su mirada en los adorables ojos azules del hombre—. ¿ eres quien me salvó?

El extraño sonríe levemente mientras sus ojos recorren a Osamu—. Es lo que acabo de decir. —Sus pestañas se deslizan hacia abajo, tapando parcialmente su mirada, y su rubor se suaviza. Se acerca a Osamu sosteniendo una bolsa con ropa entre sus brazos—. Te tomaste tu tiempo en despertar, ya es más de la hora de la cena. Ten, te traje algo de ropa. —Osamu toma la bolsa en silencio—. Mi nombre es Akaashi Keiji, ¿puedo saber el tuyo?

Osamu duda, sus labios se enredan alrededor de una palabra—. M-Myaa... —Es todo lo que dice antes de cerrar la boca con fuerza; no tiene idea de en dónde esté, pero todo el archipiélago conoce las historias —aunque la mayoría de ellas ni siquiera sean ciertas— de los gemelos Miya. Este hombre tranquilamente podría girarse y venderlo por la recompensa permanente sobre su cabeza—. Yo... —Se apresura a inventar algo más, otra identidad, tal vez el nombre de algún amigo de la infancia dejado atrás hace mucho tiempo, pero su cabeza se siente nublada y está empezando a marearse otra vez—. No lo recuerdo —termina sin convicción mientras se aferra al borde de ladrillo de la chimenea a la vez que siente cómo su cabeza comienza a dar vueltas. Al menos contribuye a la mentira—. ¿Dónde estoy?

En un instante, el hombre ya está a su lado ayudándolo a recostarse sobre el heno, sin siquiera prestar atención a su cuerpo desnudo—. Estás en la aldea de Fukurodani —explica, aunque Osamu nunca ha oído hablar de ella—. Supongo que eso no es de mucha ayuda cuando ni siquiera recuerdas quién eres. Esta es una aldea muy pequeña al sur del archipiélago occidental. Debes tener más cuidado, la herida en tu costado parece haber sangrado mucho y tu pierna tampoco está muy sana.

—Ah. —Osamu arrastra la manta sobre su regazo—. ¿Sabes? Creo que estaba en un barco. —Por ahora es mejor hacerse el tonto, al menos hasta saber dónde está parado.

—Eso supuse luego de encontrarte aferrado a una puerta en el océano —dice Akaashi, parándose otra vez—. En ese momento preguntaste por alguien, ¿lo recuerdas? —Osamu niega con la cabeza—. Entonces te dejaré vestirte —concluye, dirigiéndose a la puerta—. Kaori-chan no te espía, no te preocupes.

—No puedo permitir que esto se queme, tengo tres hombres adultos para alimentar —ironiza ella desde donde está, revolviendo una olla humeante en la estufa.

Y luego, tan silenciosamente como entró, el hombre misterioso sale por la puerta y desaparece.

Osamu no puede evitar observarlo.

Las corrientes alrededor de Fukurodani son traicioneras, por lo que fue una muy mala idea salir en busca de la puerta y el náufrago. Keiji lo sabe mejor que nadie.

Y Konoha sabe que él lo sabe, pero quiere ser molesto y por eso le aplica la ley del hielo.

Pero Keiji también sabe que este no tiene la suficiente paciencia para mantenerla por mucho más tiempo, así que solo se afana en ayudar a limpiar los platos de las mesas vacías de la posada mientras espera a que llegue la inevitable reprimenda.

El grupo de viajeros que Konoha y su hermana atienden esta semana es extremadamente revoltoso, pero también son un peso ligero; para ese momento, todos ya están durmiendo en sus camas. Es mejor para Keiji, al menos, porque puede comer luego de que todos se hayan ido y así no tiene que evitar preguntas sobre su buceo u otras conversaciones en las que no está interesado. Se apresura a realizar su quehacer, preguntándose si el náufrago se pondrá la poca ropa que Konoha cedió en prestarle, y si se marchará lo suficientemente rápido como para escapar del inevitable temperamento de su amigo.

—Podrías haber arriesgado tu vida por un cadáver —Konoha se queja desde la mesa a su lado, con los dedos apretados alrededor de un plato de cerámica—. Sé que eres medio sirena o algo así, pero por favor, deja de hacer esa clase de cosas.

—Sabía que la corriente no me arrastraría —Keiji responde suavemente—. Sé cómo se mueven las corrientes por aquí, y tú sabes que odio que me llamen así.

—Quizás sea cierto. —Konoha deja de limpiar y mira a Keiji, quien hace todo lo posible por evitar su penetrante mirada—. Es eso o eres estúpidamente afortunado. —Duda por un segundo, pero Keiji ve por el rabillo del ojo cómo se endurece, así como también ve la forma en cómo sus músculos se tensan.
—Nunca será Bokuto, y lo sabes.

Incluso después de todo este tiempo —siete años, siete años, siete años— ese nombre sigue sintiéndose como un puñetazo en el estómago. Konoha lo sabe; él estuvo ahí hace siete años cuando casi se ahogó buscando. A estas alturas, debería tenerlo más claro y, aunque esperaba que este asunto en particular saliera a la luz en la conversación, todavía se siente sorprendido por la amarga marea de dolor que sube por su garganta como bilis—. Estás delirando si crees que no lo sé —espeta, mirando a Konoha—. De ahora en más empezaré a bucear del otro lado de los acantilados, así que no te preocupes, ya no tendrás que presenciar ninguna de mis estupideces.

Se siente como si el aire de la habitación se enfriara, incluso con la luz dorada y alegre del atardecer atravesando las cortinas de encaje, rebotando en todos los muebles bien cuidados. La cara de Konoha se arruga y Keiji no se siente culpable en absoluto—. No te dejaré...

—Bueno, ¡por fin rescataste algo útil del fondo del océano! —La alegre voz de Kaori atraviesa la tensión en el aire. Ella entra con una bandeja cargada de comida y el náufrago pisándole los talones—. Tu chico este parece arreglarse bien en la cocina.

Las cejas de Konoha se elevan, su atención se dirige hacia su hermana y el hombre de aspecto avergonzado detrás de ella. El náufrago se ve mucho más arreglado después de haber sido provisto de algo de ropa. Su cabello oscuro todavía está despeinado y sobresale en algunos lugares. Ahora que está seco, Keiji puede decir que no es exactamente negro, sino de un tono gris relativamente oscuro—. No estoy tan seguro... —balbucea, con los hombros tensos contra la camisa de lino blanco que Konoha le prestó. La camisa también le aprieta a la altura del pecho, sin embargo, los pantalones parecen quedarle bien—. Fue algo que se me ocurrió hacer cuando te vi cortando las cebollas, Kaori-san.

Ella se ríe y se acerca a la mesa—. ¡Ja! Sí, claro. —Deja la comida sobre su mesa habitual, arrastra una silla para ella y también acerca otra extra, haciéndole un gesto al náufrago para que se siente—. Y luego me quitaste el cuchillo de la mano y cortaste todo como un campeón. ¿Hay alguna posibilidad de que fueses chef o algo así? Porque estamos contratando personal. Mi cocina es decente, pero solo hasta cierto punto.

—Yo... —El hombre, Myaa-san, o como se llame, vacila—. Son muy amables —dice.

—Sí, sí —murmura Konoha, irritado—. Puedes agradecernos apresurándote para que podamos empezar a comer. Si no lo vigilamos, Keiji se come todas las salchichas. —Konoha tiene la característica de ser un tipo justo, algo que Keiji admira de él. En su posición, podría ser un poco más brusco con su invitado. Pero Konoha está enojado con él, no con el náufrago.

Y lo de la comida es cierto.

—Sí, y lo digo en serio. Incluso si no sabes mucho, de todos modos me vendría bien un asistente —se queja Kaori, estirando la mano hacia el hombre y tirando de su brazo con insistencia, hasta que este cede y se sienta a la mesa—. Siempre es agotador cuando aparecen grupos grandes, pero son lo que nos mantiene a flote. —Ella mira hacia un lado—. Bueno, eso y las perlas de Keiji-kun.

Keiji resopla, finalmente, finalmente se sirve de la comida en la bandeja. Se ha acostumbrado a bucear con el estómago vacío, por lo que significa que solo tiene el doble de hambre al terminar de bucear—. Apenas —murmura entre un bocado de huevos y uno de salchicha—. Sin embargo, hoy conseguí una buena. Está en la bolsa.

Kaori se lanza a por la bolsa, pero los ojos del náufrago no se apartan de Keiji ni por un segundo. Ha estado inusualmente callado para ser alguien que supuestamente no tiene idea de quién es o dónde está. Con calma, Keiji se encuentra con sus ojos grises—. ¿Eres buceador de perlas? —pregunta el hombre, masticando cuidadosamente su salchicha—. Pensé que ya no existían.

—Soy el último. —Keiji se encoge de hombros—. De todos modos, tampoco hay suficientes perlas para todos, y es difícil llegar hasta aquí. —Algo cambia en la postura del otro hombre; algo nuevo brilla en sus ojos. Interesante—. Así que no es como si pudiera venderlas con demasiada frecuencia.

—Y nadie es tan estúpido como tú como para desafiar las corrientes —refunfuña Konoha, mirando a Keiji antes de desplazar su mirada hacia el náufrago—. En serio, alégrate de que este tipo está loco o no hubieras salido con vida de ese pedazo de madera en el que te encontró.

Los ojos grises se mueven entre los dos: agudos, inteligentes, peligrosos de una manera en la que no puede nombrar, y Keiji se encoge. De repente, no confía en este tipo, ni un poco.

Especialmente cuando le sonríe torcidamente, con la confianza de alguien que sabe que esa sonrisa tiene el poder de hacer que los demás se paralicen—. Bueno, entonces te debo mucho, ¿no, Akaashi-kun? —dice el hombre—. Sin embargo, estoy un poco corto de efectivo en este momento.

—No necesitas pagar por nada —responde Keiji rápidamente—. Aunque, si recuerdas algo, me gustaría saber cómo es que llegaste hasta aquí. Esta aldea está bastante apartada y los arrecifes que la rodean tampoco la hacen muy accesible por mar.

Para su disgusto, el hombre no muerde el anzuelo—. Oh, es por eso que no sales a vender tus perlas, porque... —Mira a su lado, hacia la gran y opalescente perla en manos de Kaori, con los ojos bien abiertos, como si se hubiese abstenido de decir algo indebido.

Lo cual tal vez hizo.

Keiji parpadea inocentemente en su dirección—. ¿Qué?

—No sé, parece algo lógico. —El hombre se encoge de hombros, casi logrando recuperar la compostura—. Esa es una gran perla, por lo que debería valer mucho, ¿verdad?

Konoha suelta una carcajada—. Como ya hemos explicado, Akaashi no es una persona muy lógica —comenta—. Y no le gusta salir de la isla. Sin embargo, a veces les vende algunas a unos amigos nuestros. Los conocerás si te quedas, son comerciantes, por lo que ahora mismo están fuera de la aldea.

El comentario duele, o tal vez sea que todo lo que ha sucedido hoy le ha traído emociones que duelen y arden en su mente. Keiji mira a Konoha, de pie con la boca todavía medio llena—. ¿Puedes parar? No voy a dejar de hacerlo, así que deja de ir hasta la orilla si es que tanto te molesta. —Le arden los ojos, pero se niega a llorar allí.

El rostro de Konoha se arruga en un ceño fruncido—. Bien, puedes ahogarte si quieres, no me importa.

La ira burbujea en su estómago, sabe que la preocupación está bien justificada pero también está... cansado de todo eso—. No lo haré —sisea—. ¿Y sabes qué? Me voy.

—Oh, ¿vas a dejar que nosotros nos ocupemos de tu náufrago? —responde Konoha, golpeando con fuerza la mesa con la palma de su mano.

Cierto. Keiji mira al hombre quien parece sentirse muy fuera de lugar allí—. ¿Puedes caminar? —pregunta, y cuando el otro asiente, prosigue—. Puedes quedarte conmigo mientras te recuperas ya que fui yo quien te sacó del agua —dice, mordiéndose la lengua y asegurándose de no mirar a nadie a la cara—. Te espero afuera.

Vaya, esto realmente es el culo del mundo, piensa.

Sin embargo, no se lo dice a Akaashi porque tiene un mínimo de decencia y porque no quiere morder la mano que le da de comer. Se entretiene estudiando el entorno, aunque no es que haya mucho para estudiar. Es una pequeña aldea costera, una no muy pudiente por lo que puede ver según el aspecto de las casas de madera, la gente y los pequeños puestos del mercado ya cerrado por el que pasan.

Incluso las personas allí tienen una mirada en particular cuando los ven pasar; una mirada cautelosa y hasta un poco temerosa. Debe ser fácil detectar a un extraño en medio de ellos, y él no es precisamente modesto con su apariencia.

Por el aspecto de los árboles y el calor insoportable, puede decir que está mucho más al sur de lo que inicialmente sospechaba. No sabe si debería considerarse afortunado o lamentarse por ese hecho; después de todo, no estaba solo en el barco cuando la bala de cañón atravesó la embarcación y estuvo a punto de ahogarlo.

El regusto agradable de la cena se agria rápidamente en el fondo de su garganta. Tiene que averiguar dónde es que está realmente; tiene que encontrar a Atsumu y los demás.

—No estoy de muy buen humor —dice Akaashi delante de él, y Osamu se da cuenta de que ha estado entrecerrando los ojos ante un mapa que cuelga en la pared de una de las tiendas frente a las que están caminando, y no le sirve de mucho porque sigue sin saber en dónde mierda es que está—. Mañana puedes volver, Myaa-san, estoy cansado.

Osamu se da la vuelta para encontrarse con ojos del mismo color del mar bajo el cielo que rápidamente se oscurece con el pasar de los minutos—. Lo siento —dice, bajando la vista—. Pensé que recordaba algo, pero...

El pelinegro le lanza una mirada extraña—. Ya veo, ¿podemos seguir? —pregunta sin ninguna emoción aparente, mirando hacia otro lado. Es entonces cuando Osamu nota los círculos oscuros bajo sus ojos.

Alcanza el paso del otro hombre. Él tampoco se siente particularmente bien. Puede que haya sido tratado adecuadamente, pero la herida en su pierna está comenzando a enviar puntadas de dolor hasta su cadera—. Pareces cansado —observa—. Tu amigo dijo que me encontraste al amanecer, ¿a menudo nadas tan temprano? —Más que tratar de hacer una pequeña charla, siente algo de curiosidad acerca de lo que escuchó en la taberna; alguien que arrastre un náufrago hasta la orilla en un lugar como este no es exactamente normal.

Y aparentemente, Akaashi lo hace a menudo.

—Siempre he preferido bucear al amanecer —comenta Akaashi mientras Osamu camina junto a él—. Solía salir con mi Nana cuando era más joven. Siempre decía que era una buena forma de comenzar el día.

Osamu bufa, recorriendo con la mirada el ágil cuerpo del hombre a su lado. En realidad, sí tiene cuerpo de buceador, a pesar de ser bastante delgado. Sus extremidades son largas y, aunque es más bajo que él, parecen medir millas—. Pero cuando lo haces, el sol apenas se pone y ya comienzas a cabecear de sueño.

—Quizás un poco mucho. —Akaashi se encoge de hombros—. Así es la vida en las islas, especialmente en una como esta, tan apartada. —Osamu tiene que morderse el labio para no hacer algún comentario que arruine su mentira por completo. Le hubiese gustado decir algo como «Si tan solo vieras cómo las grandes ciudades cobran vida por la noche», pero eso no hubiese ayudado en nada. En cambio, finge interés en el follaje tropical que los rodea, muy consciente de cómo los inteligentes ojos de Akaashi examinan su rostro—. Por aquí —dice después de un minuto, girando abruptamente hacia la derecha.

Han llegado a lo que parecen ser las afueras de la aldea. Osamu espera que se dirijan a una de las pequeñas casas o al largo edificio de dos pisos que parece estar lleno de habitaciones para alquilar.

En cambio, Akaashi los dirige por un sendero estrecho a través del follaje que crece justo al acabarse las edificaciones—. Tu casa está un poco apartada— se queja, dándose unas palmaditas sobre el vendaje en su pierna derecha; la herida en su costado también duele.

—Oh, ¿te duele la pierna? —pregunta Akaashi, sin lucir preocupado en absoluto. Hasta el momento parece tener solamente dos emociones: molestia e indiferencia, y lo peor es que tiene razón sobre la pierna—. Puedo echarte un vistazo más tarde, ya casi llegamos.

Osamu gruñe como respuesta, esquivando el tallo de otra hoja enorme la cual Akaashi no parece haber tenido problema en evadir elegantemente—. Es que está oscureciendo —bufa.

Y dice la verdad: el mundo que los rodea se oscurece rápidamente; al abandonar la posada de Konoha, el follaje era de un color verde esmeralda profundo, desde entonces, el ambiente rápidamente se redujo a tonos apagados de azul púrpura. En menos de una hora estará tan oscuro como la boca del lobo y...—. No te preocupes, no me pierdo. He vivido aquí toda mi vida.

—Sí, pero durante la noche es que salen todos los animales peligrosos —se queja Osamu, pero tampoco es mentira—. No tengo idea de quién soy, pero incluso yo puedo decirte eso, Akaashi.

Recibe una mirada particularmente divertida, pero por alguna razón la siente como una pequeña victoria—. Y yo puedo decirte que no hay animales así por aquí. No sé de dónde puede ser que vengas para tener miedo de los animales salvajes cuando apenas es de noche. —Él sonríe con suavidad—. Solo ten cuidado de no pisar ninguna serpiente. Esas merodean durante todo el día.

Osamu mira sus pies, preocupado, y cree escuchar una risa, pero cuando alza la mirada, Akaashi está tan impasible como de costumbre. Las enredaderas y las hojas que cuelgan a su alrededor le rozan el pelo y los lados de la cara. Mientras que él se asusta con cada roce, Akaashi parece disfrutarlos.

Finalmente salen a un afloramiento de roca, dentado y alto, que se enfrenta a una amplia extensión de arena a unos pocos metros por debajo de ella y también al mar. En el afloramiento hay una pequeña casa de dos pisos, de madera y claramente bien mantenida. Tiene un pequeño porche al frente y una escalera de madera que conecta con una puerta al costado, en el primer piso. Alegres cortinas de encaje enmarcan las ventanas y macetas con plantas bien cuidadas se alinean al exterior de estas.

Logra ver luz viniendo desde las ventanas de la planta baja.

—Mi abuela vive en la planta baja, yo vivo en el primer piso —explica Akaashi, sin dirigirse a la escalera como Osamu esperaba, sino que lo lleva a la puerta principal—. Esta también es su casa, por lo que no voy a meter a un extraño sin decírselo.

Bueno, tiene sentido, es la mano que le da de comer y todo eso. Osamu tiene suerte de estar vivo y lejos de las personas que hundieron su barco, por lo que presentarse a una anciana es lo mínimo que puede hacer aparte de estar agradecido.

La habitación que los recibe está amueblada y cuidada con mucho cariño. Nada ahí parece particularmente caro, lo cual es sorprendente considerando la perla que Akaashi aparentemente encontró esa misma mañana; esa cosa es más gruesa que su propio pulgar. Incluso una perla la mitad de grande sería bastante cara, y eso viene de alguien que está acostumbrado a ver tesoros. Todo parece haber sido elegido con cuidado, hasta las lámparas de aceite que cuelgan de ganchos en el techo y que le dan a la habitación un brillo cálido que le hace notar lo mucho que oscureció afuera mientras caminaban.

—¿Nana? —Akaashi pregunta, y una mujer mayor casi inmediatamente se asoma por una puerta. Ella tiene la ágil estructura ósea de Akaashi, ojos ligeramente entornados y el cabello blanco como una nube recogido en un moño a la altura de su nuca. También luce lo suficientemente frágil como para que Osamu piense en que podría derribarla solo con su meñique.

Sus cejas se levantan y se gira para alcanzar lo que resulta ser un bastón de madera que usa para acercarse a ellos—. Keiji, ¿a quién has traído? —ella los mira de reojo—. Definitivamente no es Konoha-kun.

—No, Nana —dice Akaashi, tomando su mano extendida entre las suyas. Se gira a mirar a Osamu—. Su vista no es lo que solía ser. —Luego se vuelve hacia ella nuevamente, apretando la muñeca del náufrago con una de sus manos—. Este es Myaa-san, es un amigo de Konoha. Se quedará arriba conmigo por unos días.

Osamu intuye por el tono de su voz que debe seguir el juego—. Encantado de conocerla —dice, tomando la mano de la mujer y estrechándola con firmeza—. Espero no ser una molestia.

Ella le sonríe alegremente—. No te preocupes, tienes maravillosos modales —se ríe—. Keiji tiene su propio piso, así que puede hacer lo que quiera con él. Por cierto, ¿de dónde es ese acento?

—Ah... —Osamu trata de inventar una respuesta.

—Es del norte —Akaashi interrumpe rápidamente—. Es de cerca de Mujinazaka, ¿verdad?

Osamu ríe nerviosamente, esa es una conjetura espantosamente acertada—. Sí, es verdad.

Afortunadamente, Akaashi parece haber hecho esa suposición descabellada solo con el propósito de engañar a la anciana. Probablemente ella se molestaría al descubrir que su nieto trajo a un extraño amnésico a su casa.

—Ah, ¿la familia Kyryuu sigue siendo dueña de la ciudad? —pregunta ella, con una expresión de alegría en su rostro—. Solía viajar por todas partes. Lo que no daría por ver la gran cascada nuevamente... ¿Quieren algo de beber? ¡Ha pasado tanto tiempo desde la última vez que me crucé con alguien que haya estado al norte de Date!

Akaashi y él intercambian miradas, no hace falta palabras para saber que no pueden negarse ante esa mujer—. Nana viajó mucho antes de asentarse aquí. —Es toda la explicación que le da antes de seguir a la anciana a una pequeña cocina.

Bueno, tendrá que hacer un acto convincentemente increíble si quiere seguir manteniendo en pie su mentira.

Keiji emerge del océano en una mañana oscura, enmarcada por cielos nublados y hojas balanceándose con el viento.

Justo a tiempo para ver a Konoha darle la espalda y marcharse, deslizándose rápidamente entre los árboles, en dirección al camino que ambos conocen de memoria.

Todavía está enojado, piensa Keiji.

No es que no lo entienda; tiene la suficiente introspección como para saber por qué uno de sus mejores y más antiguos amigos está enfadado con él. Todo eso se ha ido acumulando durante un tiempo, incluso durante años, desde que eso sucedió. Sabe que Konoha no estaba contento con la forma en que manejó la situación en ese momento, y tampoco está contento con cómo cambió para sobrellevarla.

Por lo tanto, no lo sigue. Se seca la cara con la tela de lino que dejó Konoha para él y se viste rápidamente. El calor de la isla es fastidioso, pero con la brisa, la camisa que lleva apenas se siente como llevar nada encima.

Además, agotó toda su suerte la noche anterior durante esa conversación entre su abuela, el náufrago y él. Ambos fueron capaces de engañarla sin dejar cabos sueltos que la hicieran dudar de su historia.

Frunce el ceño cuando el suelo bajo sus pies cambia de arena a roca.

Quizás no fuese suerte.

En este punto, está medio seguro de que Myaa-san está fingiendo su amnesia.

No es idiota.

Reflexionó sobre ello toda la noche, mientras el náufrago dormía como una roca en un catre en la segunda habitación de su pequeño piso.

No es que el hombre le dé un mal presentimiento; si fuese así, nunca lo hubiese traído a la casa que comparte con su abuela, estuviese enfadado con Konoha o no.

Llega al porche de madera y gira en dirección a la escalera, o así planeaba hacerlo hasta antes de percibir el olor de algo absolutamente delicioso saliendo desde la ventana de su abuela.

Vaya, quizás Kaori debió apiadarse de él, sabiendo que no se presentaría a desayunar en la posada solo para ser criticado por Konoha.

Sonríe para sí mismo, entra y rápidamente se dirige a la cocina en la que creció—. ¿Nana? —llama, pero en lugar de encontrar a Kaori y su Nana tomando limonada fría, encuentra a su náufrago, con una sonrisa de mierda en su rostro, cocinando en la pequeña estufa de su abuela, luciendo como si llevase allí un año entero en lugar de solo un día.

—Akaashi —saluda alegremente, medio girándose hacia él. El cordón delantero de la camisa blanca que tomó prestada del padre de Konoha el día anterior está muy abierta, enmarcando el pecho bronceado y tatuado del hombre casi hasta sus abdominales—. Hice el desayuno, tu abuela dijo que tendrías hambre.

—Justo a tiempo, ¿no es así? —interviene su abuela desde una de las sillas de la cocina—. Conozco a mi Keiji como la palma de mi mano, aunque desearía que no se hubiera sumergido con la tormenta tan cerca.

Keiji se niega a quedarse allí, estupefacto, mojado y con una extraña sensación escalando desde su vientre—. Todavía faltan un par de días hasta que se vuelva peligroso, Nana —dice mientras toma asiento en una de las sillas a su lado. Luego se dirige al hombre que está junto a la estufa—. No tenías que hacer esto —comenta—. Estaba por ir a buscar comida a la aldea.

—¿Después de que te peleaste con Konoha-kun ayer? —pregunta su abuela, traidora. Puede parecer frágil como un delgado trozo de papel, pero la mente de esa mujer es tan aguda como siempre—. Myaa-san me puso al tanto.

El náufrago se encoge de hombros—. Es difícil decirle que no a tu abuela. —Keiji finalmente logra ver bien qué es lo que tiene entre sus manos: un onigiri perfecto—. Además, me salvaste la vida y me dejas quedarme aquí, es lo menos que puedo hacer. —Keiji solo lo mira en silencio—. ¿Y de qué hablas? Esa tormenta está muy cerca, diría que ya para mañana.

—¿No estás siendo algo arrogante para ser alguien que no tiene recuerdos? —refunfuña, sus ojos no pueden evitar seguir las hábiles manos del otro hombre mientras dan forma a una nueva bola de arroz y se encargan de voltear el pescado asándose a la plancha—. Y no, la tormenta debería estar aquí en unos tres días. Ha estado a la deriva desde el norte, o eso es lo que dicen los comerciantes.

El náufrago se gira, sosteniendo un plato rebosante de bolas de arroz de aspecto perfecto. Keiji puede estar molesto, pero se le hace un poco agua la boca—. Oye, recuerdo cómo cocinar, ¿quién dice que no recuerde cómo reconocer tormentas? —dice, dejando ver momentáneamente sus blancos dientes mientras Keiji alcanza la primera bola de arroz—. Puedo apostar que para mañana a esta hora tendremos agua hasta las rodillas. —Está equivocado; Keiji sabe que se equivoca, pero está demasiado ocupado con la absolutamente deliciosa bola de arroz que acaba de meterse en la boca—. Diablos, realmente tienes apetito. —Sus ojos grises se desplazan y se fijan en el pecho de Keiji, transparentándose a través de la camisa mojada—. No lo hubiese adivinado solo con mirarte.

—Ese es mi Keiji —dice su abuela, mordisqueando otro onigiri—. Santo cielo, ¡de verdad eres buen cocinero! ¿No dijiste que Kaori-chan estaba buscando un cocinero para la posada? Deberías aplicar-...

—Ah... —El hombre se rasca el cuello con nerviosismo—. No lo sé, no creo que me quede demasiado tiempo...

Finalmente tragando el arroz, Keiji pregunta—. Oh, ¿eso significa que has recordado algo? —Mira al hombre con los ojos entrecerrados; toda su vida ha sido bueno para leer a la gente, así que sabrá si miente.

—Bueno... —Durante un segundo, logra ver un destello de miedo en el rostro del hombre, pero luego, su sonrisa está de regreso—. ¿Eso creo? Me parece que era algo así como un... ¿Cocinero? ¿En un barco? Quiero decir, eso es un hecho desde que dijiste que aparecí agarrado a una puerta, pero... —Se agarra el cuello y Keiji siente que el gesto es un poco exagerado y un poco calculado—... no recuerdo mucho más que eso.

No está mintiendo, pero...

Tampoco está siendo demasiado sincero, nota Keiji. El hombre luce igual que como él se sintió esa mañana, viendo a Konoha alejarse enojado—. Ya veo. —Se mete otra bola de arroz en la boca—. Eshtá delishioso... —Traga—. Creo que Kaori podría tomarte prestado durante unos días. Siempre está más ocupada durante los días de tormenta porque las posadas en otras ciudades se llenan y los barcos no zarpan.

El hombre se gira para servir el pescado a la plancha—. Lo pensaré —dice—. ¿Te importaría enseñarme cómo ir hasta la aldea? Quiero ver si hay algo que pueda refrescarme la memoria.

Keiji lo piensa durante un segundo; por un lado, igual está obligado a ir a la posada, ya lo sabe. Por otro lado, siente curiosidad por saber qué es exactamente lo que el náufrago quiere ver en la aldea—. Claro —dice, levantando la mano para que la bolsa donde guarda sus perlas sea visible—. Yo intentaré vender estas.

Sentándose en la silla restante, el náufrago le habla con un nuevo brillo en los ojos—. Gracias, Akaashi.

Keiji muerde otro onigiri. Tal vez los tatuajes del náufrago no griten «cocinero», pero demonios, el tipo sí que sabe cocinar como uno.

Al parecer, ni Akaashi ni él tienen razón.

Osamu ha pasado la mitad de su vida en el mar; sabe cuándo viene una tormenta, sin embargo, esta no comenzó el día anterior.

En cambio, se despertó con hojas de palma golpeando contra las ventanas y paredes de la casa.

Los pies descalzos de Akaashi caminan con cuidado alrededor de la habitación, claramente haciendo todo lo posible para no despertarlo. El día anterior hizo lo mismo, pero con la pierna todavía palpitando, Osamu prefirió fingir que aún dormía, e incluso roncaba por si acaso.

Hoy, sin embargo, se siente un poco más aprensivo y su pierna duele mucho menos.

Entonces, espera hasta que la puerta se cierra detrás de Akaashi antes de ponerse de pie, calzarse unos zapatos y seguirlo.

Es difícil bajar las escaleras con su pierna herida, por lo que cuando llega al porche, ha perdido a Akaashi de vista. Sale del pequeño porche de madera y mira a su alrededor. Las palmas se balancean peligrosamente, indicando que definitivamente esa tormenta va a golpear hoy. Sería malo si su anfitrión se ahogara, por lo que Osamu persevera, entrecerrando los ojos en el paisaje hasta que finalmente ve a Akaashi en un camino al lado de los acantilados.

Mierda, es bastante rápido.

Para cuando Osamu llega allí —y tiene que cojear la mitad del camino ya que su pierna aún no está al cien por cien— Akaashi ya ha terminado de meter su ropa en una bolsa de cuero, colocándola debajo de una piedra de aspecto pesado—. ¿La dejarás allí? ¿No temes que la roben?

El hombre se sobresalta; hoy los ojos de Akaashi son de color gris oscuro—. Nadie viene aquí. Vendré a buscarla más tarde.

Está tan calmado que es inquietante—. Oh, ¿antes o después de la tormenta?

Se ríe en voz baja—. Hoy tampoco lloverá —dice, acercándose al borde irregular.

El acantilado no es tan alto, o al menos no comparado con otros que Osamu ha visto. Aunque, si vamos al caso, ha conocido la mayor parte de las islas del norte —maldición, incluso podría decir que la mayor parte del archipiélago—, o eso según el mapa al que logró echarle un vistazo ayer mientras fingía mirar utensilios de cocina en el mercado. La única excepción eran pequeñas aldeas rodeadas de arrecifes de coral, como esta.

Aun así, no saltaría de ahí a menos que estuviese siendo perseguido por una turba enfurecida, e incluso entonces, dependería de si tiene o no una espada a mano. Y nunca con una tormenta como esa avecinándose en el horizonte.

—Hoy llega —dice—. Eres un verdadero temerario, Akaashi. Sé que así es como me salvaste, pero ten cuidado de no ir tan lejos, no soy tan buen nadador.

El otro hombre mira el océano—. No lo soy —dice, con el rostro en blanco y ojos ilegibles—. No necesitas vigilarme.

Y luego corre hacia el borde. Elegante, delgado, salvaje. Osamu no puede creer lo que ve mientras se queda parado allí, con la boca abierta.

Akaashi es hermoso.

Y también quizás esté perturbado, o atontado, porque el mar al fondo del acantilado está oscuro y las olas chocan peligrosamente contra las rocas.

Osamu corre hasta el borde y espera.

Y espera.

Y espera.

Y luego, después de una aterradora cantidad de tiempo con el corazón en la boca, Akaashi emerge a la superficie, sacudiendo la cabeza. Desde tan lejos, no puede ver su rostro, pero está seguro de que hay éxtasis en él.

Osamu tiene que dejar este lugar; tiene que irse, y pronto. Lo ideal sería justo después que pase la tormenta si es que su pierna está sana para entonces.

Pero mientras observa a Akaashi sumergirse y emerger nuevamente antes de dirigirse a la playa, la intriga llena su pecho. Se da cuenta de que primero quiere descubrir más de ese hombre.

En realidad, dos o tres días eran una posibilidad algo remota; Keiji estaba molesto, por lo que estimó de más, aunque igual hubiese podido acertar de todos modos.

Pero no fue así. Pudo decirlo desde el momento en que tocó el agua esa mañana; hubiese sido muy estúpido si se quedase allí, como diría Konoha. Pero Konoha seguía enojado, y él se negaba a permitir que el náufrago tuviese la última palabra, por lo que se abrió paso entre las olas una más contundente que la otra con el pasar de los segundos y recogió un par de perlas de entre los pequeños arrecifes más cercanos al acantilado.

Cuando vio a Konoha dejar ropa de cama y una muda de ropa en las manos del náufrago antes de dar media vuelta y desaparecer por uno de los senderos de la jungla, supo que era momento de salir del agua.

Sin embargo, ahora puede ver en el rostro del náufrago que algo de su miedo ya ha desaparecido. Caminan enérgicamente por el mercado mientras Keiji se alegra de haber decidido vender las perlas ayer ya que ahora puede llenar un saco con suministros.

—¿Estás seguro de que esa pequeña cabaña aguantará? Esta no será una llovizna, ¿sabes? —dice el hombre a su lado, con un galón de aceite para lámparas en sus manos. Apoya el peso sobre su pierna buena con algo de esfuerzo, aunque fue él quien insistió en que podría hacer el trabajo pesado. Keiji hubiese podido cargarlo igual de bien.

Akaashi frunce el ceño hacia el otro hombre, notando cómo sus ojos hundidos parecen genuinamente preocupados—. Está lo suficientemente alta como para que no tengamos que preocuparnos por las inundaciones, además de que aquí tenemos tormentas con bastante frecuencia. Sé cómo actuar ante una. —Honestamente está un poco ofendido; incluso si es un extraño, ya debería haber visto que él no sólo sabe cómo cuidar de su abuela y de sí mismo, sino que también tiene buen ojo para esta clase de cosas—. Si te resulta demasiado abrumador, deberías quedarte con Konoha y Kaori en la posada —dice pensativo.

—Estoy bastante seguro de que esa invitación fue más para ti que para mí, Akaashi —dice, haciendo una mueca cuando Keiji le entrega un galón de agua limpia para que lo sostenga mientras llena el espacio libre de su saco con una bolsa de arroz—. Tu amigo está tratando de disculparse.

Keiji pone los ojos en blanco—. Probablemente Kaori lo hizo venir a preguntarnos —dice—. Ella puede lograr que él haga cualquier cosa, incluso estando enojado conmigo. Por cierto, ¿necesitas un segundo para descansar o deberíamos irnos?

—Va a estar lloviendo para cuando lleguemos allí —señala el náufrago—. Te sigo, no quiero perderme en esa jungla en la que te gusta escabullirte.

Para alguien que se ve tan rudo y que aparentemente ha estado en muchos lugares —o eso es lo que Keiji imagina desde que lo vio por primera vez—, el náufrago parece resistirse a caminar a través del pequeño tramo de jungla a pesar de que Keiji ya le ha garantizado que es absolutamente seguro y que lo ha transitado desde que tenía cinco años; después de todo, es la única enseñanza que le dejaron sus padres. Cada vez que lo atraviesan, el hombre estalla en sudor frío, muy consciente de cada hoja que le roza la cabeza. Incluso una vez lo hizo caminar bajo las flores de un árbol de trompeta de ángel solo para verlo temblar—. Es un atajo para llegar en la mitad del tiempo —dice, encogiéndose de hombros—. Puedes tomar el camino largo si quieres, pero me preocupa que tu pierna no lo aguante.

Unos ojos poco impresionados se clavan en su rostro, pero Keiji no aparta la mirada, incluso cuando una gota de lluvia golpea su nariz—. Bien, pero si una serpiente me muerde o algo así, será tu culpa.

—Eso fue una broma —responde Keiji rotundamente, alejándose del náufrago mientras carga el pesado saco de suministros sobre su hombro.

—No sonaba como una en ese momento —se queja, poniéndose a la par, cojeando a medida que avanza.

Keiji ha logrado aprender un par de cosas sobre el hombre en estos últimos dos días; una de ellas es que se enfurruña fácilmente y que se le pasa con la misma facilidad, por lo que no está demasiado preocupado por su reacción. O al menos no hasta que escucha un grito ahogado y ve al hombre detrás de él caer al suelo, con el rostro pálido y la vista fija en la puerta de una posada, en algo que Keiji realmente no puede distinguir con claridad desde donde está parado—. ¿Myaa-san?

Los ojos del náufrago, abiertos como platos, vuelven a encontrarse con los suyos—. No es nada. Pensé que recordaba a alguien, pero... —Él niega con la cabeza; es un terrible mentiroso—. Sigamos.

Keiji asiente, en parte porque tiene prisa y en parte porque no siente que deba presionarlo. No obstante, igual se asegura de recordar el edificio y el ángulo, prometiéndose a sí mismo regresar a chequearlo una vez que haya pasado la tormenta.

Permanecen en silencio mientras caminan; callados y tensos mientras el cielo se abre lentamente, y las pocas gotas que apenas rozan la cara y el cuello de Keiji se convierten en una llovizna. Dentro de nada estarán en medio de un aguacero.

Y casi están en uno para cuando se adentran en el sendero de la jungla, tratando de evitar el follaje que es arrastrado por los fuertes vientos del este. Keiji no estaba mintiendo cuando dijo que la casa está lo suficientemente elevada como para estar segura a menos que la tormenta sea particularmente fuerte, e incluso en esas ocasiones, ha resistido bastante bien. Pero no sirve de nada que la casa sea segura y esté protegida por un acantilado si no están en ella para cuando comience a ponerse peligroso.

Se dice que esta tormenta en particular durará unos días; razón suficiente para abastecerse de comida y otras necesidades, pero si el viento llegase a ponerse muy fuerte, seguramente tengan que abandonar sus provisiones en el camino. Esa es una posibilidad que a Keiji no le gusta para nada.

Pero podría ser necesario si la visibilidad empeora.

Como si fuese una señal, el náufrago casi choca contra una palmera y se las arregla para tropezar al mismo tiempo.

Keiji suspira y se inclina hacia atrás, tomando su gruesa muñeca con una mano—. Ya casi llegamos, y a ti no puedo cargarte, Myaa-san —dice honestamente, tirando del hombre—. También deberíamos secarnos tan pronto como podamos o vamos a terminar muriendo.

Y así, tira de él e impone un ritmo más rápido para ambos. La vieja herida en su hombro izquierdo punza, pero está acostumbrado; pasa eso cada vez que hay una tormenta o cada vez que hace demasiado frío.

Llegan a la casa justo cuando el clima empeora. El acantilado justo detrás de ellos les da un respiro del viento durante los últimos metros. Detrás de ellos, los árboles se sacuden peligrosamente y sus hojas son arrancadas con violencia. El cielo es de un gris oscuro que hace que parezca que ya es tarde, a pesar de que apenas ha pasado el mediodía. La mente de Keiji viaja a la deriva hasta la ropa que dejó en el acantilado esa mañana. Ya no volverá a verla, ¿verdad?

A su abuela tampoco le gustan las tormentas, así que arroja el saco de suministros al suelo y se dirige a su habitación para buscarla. El otro hombre no lo sigue.

Ella lo echa rápidamente, regañándolo por chorrear agua en su piso seco, por lo que solo toma un poco de fruta del saco y vuelve a salir, donde encuentra al náufrago semidesnudo, escurriendo agua de su ropa con cuidado, vistiendo nada más que el vendaje que cubre la herida de su costado y braies protegiendo su pudor.

No es la primera vez que lo ve semidesnudo, o incluso desnudo, pero ahora confía levemente en él. Además, ya no teme que de un momento a otro este se desvanezca y muera, por lo que se permite mirar.

Si resulta ser solo un cocinero, me comeré mis perlas, es lo que no puede evitar pensar una vez que el impacto inicial desaparece. Hay una gran variedad de tatuajes que descienden desde su hombro izquierdo hasta muy por debajo de donde puede lograr ver; varían en color, grosor de línea y calidad. No sabe nada de tatuajes, pero podría apostar a que no se hicieron todos al mismo tiempo.

Hay escrituras en idiomas que no logra descifrar, luego en uno que sí puede leer, varias brújulas y un zorro.

—Hoy no podré colgar la ropa aquí —dice el hombre, dándose la vuelta, y Keiji logra ver algo de sonrojo en sus mejillas—. Y tampoco se secará con esta humedad.

Tiene razón, y Keiji se obliga a apartar la mirada porque el otro hombre, claramente, se está excusando porque lo descubrió observando. Tímidamente, se gira y también se desnuda; su camisa y pantalones gotean, y le toma algo de tiempo poder escurrir el agua concienzudamente—. ¿Akaashi? —Oye decir, en voz baja, con curiosidad. No sería inteligente darse la vuelta y mirar al otro hombre a los ojos, además de que también está casi desnudo y sus propios braies se pegan a la piel con la humedad. Hace un sonido evasivo para hacerle saber al hombre que lo está escuchando—. Me preguntaba... ese día que me desperté, te escuché peleando con Konoha mientras me vestía.

Debe ser porque lo ve ponerse rígido que deja de hablar. Keiji, con un hueco en la boca del estómago, le lanza la mirada más desdeñosa que puede por encima del hombro—. ¿Y qué?

—Nada —dice el hombre, y Keiji odia que suene como si lo estuviera calmando o algo igualmente ridículo—, es solo que escuché un nombre que me resultó familiar, no tienes que decirme nada si no quieres.

Ah, así que así es como va a jugar. No hay forma de que este hombre conozca a Bokuto de nada, probablemente solo esté mintiendo para saciar su propia curiosidad. Keiji se da la vuelta con la mirada endurecida—. Bueno, ¿qué nombre era? —dice, aunque sabe exactamente de quién está hablando.

Desconcertado, su boca se abre y no produce ningún sonido durante un momento—. Bokuto —responde, brevemente—. ¿Quién es Bokuto?

Sí, definitivamente está tratando de que hable de cosas que no le interesa recordar. No hay forma de que el náufrago sepa de eso, por lo que se obliga a no ser tan hostil como podría—. Alguien a quien definitivamente nunca conociste —dice con frialdad, apretando la ropa aún empapada entre sus brazos—. Alguien que ya lleva un tiempo muerto. —Y luego sube corriendo las escaleras, gira en dirección a la puerta de su piso para abrirla e inmediatamente se dirige a su habitación. Una vez allí, cierra la puerta y la traba, todo de una vez.

A lo largo de los años, ha logrado volverse bastante bueno bloqueando los recuerdos de ese día, por lo que, en cambio, es la mirada atónita y arrepentida en los ojos del náufrago lo que lo persigue hasta quedarse dormido.

Molestar a la persona que pone un techo sobre su cabeza solo por curiosidad no es algo que valga la pena.

Y maldita sea, Osamu tiene algo de modales.

Su gemelo no estaría de acuerdo, por supuesto, pero Atsumu no está ahí. Maldición, ni siquiera está seguro de que Atsumu esté en algún lado. No encontró pistas de donde él o la tripulación puedan estar, pero eso es algo en lo que no necesita pensar en ese momento, no mientras esté en esa pequeña casa de madera sobre una roca, escuchando cómo el viento aúlla y arroja trozos de materia vegetal contra las paredes, conviviendo con la persona más inconcebiblemente amable pero extraña que haya conocido.

Y eso ya es decir algo, porque ya ha conocido a varias personas bastante extrañas.

Sin mencionar que Akaashi también resulta ser una de las personas más hermosas que ha conocido, y esto también ya es decir algo.

Es por eso que Osamu salió de puntitas de su catre esa mañana, desafiando los odiosos vientos de afuera para bajar las escaleras y preparar algo rápido para que la abuela de Akaashi coma cuando despierte. Luego, volvió a subir y hurgó en la pequeña cocina —claramente sin uso— hasta que consiguió suficientes utensilios para hacer algo medio decente.

Al crecer con Atsumu, nunca aprendió a disculparse verbalmente; se niega a hacerlo con alguien que siempre hará énfasis en los diez minutos de diferencia entre los nacimientos de ambos. Pero lo que sí sabe hacer es cómo preparar una comida de disculpas increíble, incluso si los utensilios y productos a mano son algo limitados.

La culpa es buena para la imaginación, especialmente cuando aparentemente trajo a colación a un muerto muy querido mientras estaba en braies, hablando con alguien que no ha sido nada además de complaciente y agradable desde que llegó. Puede que el nombre le resultase algo familiar aquella vez en la posada, pero no tiene ningún derecho de meterse en asuntos ajenos.

El pescado fileteado chisporrotea en la sartén, llenando la habitación con un aroma delicioso. Ahí es cuando finalmente aparece Akaashi, frotándose los ojos con cansancio.

Al parecer, cuando no está en peligro de ahogarse, suele dormir hasta tarde—. ¿Qué...? —Mira por la ventana, el cielo sigue oscuro afuera, por lo que podría ser cualquier hora entre el amanecer y el anochecer—. ¿Por qué estás...? —tartamudea, desconcertado y con los ojos nublados. Encuentra que le gusta este Akaashi, aunque solo sea porque, por una vez, parece más joven que él, y está bastante seguro de que lo es—. ¿Qué pasa con...?

—También hice algo para tu abuela, no te preocupes. Encontrará comida sobre la mesada cuando despierte. —Osamu da un paso hacia Akaashi, dando una palmada sobre su huesudo hombro—. Siéntate a comer o se enfriará.

Akaashi simplemente asiente, bostezando y frotándose la cara de nuevo, como si no pudiera entender qué está sucediendo o por qué es que sucede—. Hmm... —gruñe, y Osamu podría intentar descifrar ese sonido sin sentido, pero se conforma con dejar algunas verduras al escabeche en su plato y girarse a sacar el pescado de la sartén—. No tenías que hacer esto —Akaashi finalmente habla. Osamu lo encuentra con la boca medio llena cuando se da la vuelta con el pescado—. Fui grosero contigo ayer, pero en mi defensa, tú fuiste invasivo.

Osamu se deja caer en la única otra silla desvencijada—. Toqué una fibra sensible —dice, tomando un trozo de rábano con sus palillos—, tu reacción fue normal. No volveré a entrometerme.

—¿En serio? —Akaashi pregunta con amargura, con los ojos clavados en su plato.

—No lo haré —insiste Osamu—. De todos modos, no es de mi incumbencia.

Akaashi no dice nada más, simplemente pica de su comida, comiendo sin el entusiasmo que mostró esa primera mañana. Sin nada más que hacer, Osamu sigue su ejemplo, cortando su comida en pequeños trozos antes de llevársela a la boca. Solo siente que puede volver a levantar la vista cuando la inconfundible picazón de ser observado le invade. Su mirada se encuentra con la de Akaashi—. Bueno, gracias entonces —dice, con ojos oscuros, azules y tristes—. No quiero hablar de eso, así que...

—Sí. —Osamu asiente, a pesar de que la curiosidad le carcome. Akaashi ha pasado de impasible ha devastado desde que decidió que era buena idea abrir su estúpida boca, por lo que ahora al menos puede intentar tragarse su estúpido interés.

Y lo hace, pero ahora la habitación está silenciosa y fría, y la lluvia afuera no ha parado ni tampoco planea hacerlo pronto. Se aclara la garganta—. Entonces, ¿qué haces para entretenerte cuando salir a bucear es un suicidio? —pregunta, pensando por un momento antes de agregar—. Bueno, incluso más de lo habitual.

Akaashi parece algo desconcertado por la pregunta, por lo que mira alrededor de la habitación—. Leo, supongo —dice, casi inaudiblemente—. Aunque no es fácil conseguir libros aquí, por lo que mis opciones son limitadas.

Osamu lo mira en silencio por un segundo, eso no es algo que se esperase—. ¿En serio? Nunca te he visto con un libro.

—Están en mi habitación —responde y sus hombros se relajan un poco—. Supongo que podría prestarte alguno, ya que probablemente no podamos salir hoy... o mañana.

Ninguno de los dos necesita mirar por la ventana para saber que tiene razón, sobre todo con el retumbar de un trueno que sigue a las palabras de Akaashi como si fuese una advertencia. Osamu niega con la cabeza—. Nunca fui bueno para la lectura, a menos que quieras leer para mí o algo así. Apuesto a que eso lo haría más interesante.

Akaashi inclina la cabeza hacia un lado, con los labios brillantes del aceite de su comida—. ¿Cómo?

Es estúpido que ese pequeño gesto le afecte. Osamu sabe que, objetivamente, Akaashi es más hermoso que la mayoría de las personas que ha conocido y si alguien le dijera que es una ninfa de agua disfrazada de humano, lo creería sin lugar a dudas—. No sé —dice, sintiendo el rubor subir hasta sus orejas—. Tu voz es agradable y suele darme sueño cuando leo demasiado. —Debajo de la mesa, su rodilla de repente comienza a rebotar por sí sola. Osamu le envía una mirada furiosa para que se quede quieta y luego vuelve la vista a Akaashi—. No es que tengas que hacerlo, ya encontraré algo que hacer. Tal vez cuente las tablas del suelo o algo así.

Una leve risa escapa de la boca del otro hombre y sus labios se estiran en lo más parecido a una sonrisa genuina que jamás haya visto en él—. Probablemente te aburras. A menos que bajes a hablar con Nana, pero a ella le gusta tejer alrededor de esta hora. —Vacila por un segundo y luego sigue—. Podríamos turnarnos, pero realmente no hay nada más que hacer. —Bien, eso no es algo que Osamu esperase, por lo que se pone rígido en su silla—. La comida está realmente buena, por cierto.

No puede evitar sonreír ante eso—. Lo sé —dice, antes de que pueda detenerse, y Akaashi lo mira con diversión—. Y me encantaría, aunque es posible que tengas que patearme para despertarme un par de veces.

Akaashi no vuelve a sonreír, pero un poco de la tensión se evapora y, para Osamu, eso se siente incluso mejor que una risa.

Durante la mañana siguiente a la tormenta, el cielo es de color azul claro.

El mar está en calma y Keiji puede sentirlo en sus huesos incluso antes de abrir los ojos. Ha extrañado tanto el buceo que casi se tropieza con uno de sus zapatos al levantarse de la cama. Puede que tres días no sean mucho para algunas personas, pero para Keiji, quien ha estado encerrado entre esas paredes de madera, se sienten como una eternidad sin beber una sola gota de agua.

Sin embargo, no fueron tres días del todo desagradables. O eso piensa mientras se mueve en puntitas al lado del náufrago en la habitación de invitados. A pesar de todas sus quejas, resulta que el hombre tiene una linda voz para leer y es capaz de meterse en la historia si logra permanecer despierto el tiempo suficiente como para encariñarse con los personajes.

Keiji ya ha leído todos los libros de su colección al menos unas cinco veces; en la aldea no hay libros suficientes como para elegir y rara vez se aventura a ir más lejos en busca de más, pero encontró que al turnarse para leer capítulo de por medio, solo recostándose y dejando que la cadencia de la voz de otra persona lo sumerja en la historia, estas se sienten de alguna manera nuevas.

Aun así, piensa, casi corriendo por el sendero lateral del acantilado, evitando trozos de ramas y hojas que la tormenta ha dejado, ha extrañado el buceo. Es algo que necesita.

Y así, se arroja y desciende por los aires, con la bolsa atada a su tobillo derecho y apenas un trozo de tela cubriendo su modestia.

Y luego amanece, justo cuando toca la superficie del agua, sumergiéndose en un mundo de color y vida. Keiji creció buceando, por lo que sus ojos no arden, ni siquiera un poco.

Encuentra dos perlas grandes justo antes de que el sol se ponga demasiado fuerte y su hombro comience a palpitar. Camina hasta la playa al otro lado del acantilado, casi con pereza, disfrutando del agua fría, hasta que sus ojos ven a dos figuras sentadas en la arena, intercambiando palabras silenciosamente. Uno es, por supuesto, el náufrago, quien luce rudo y despreocupado al mismo tiempo. El otro es Konoha.

Konoha, quien esta vez no se aleja cuando lo ve llegar.

Mirando más de cerca, puede distinguir el tono blanco pálido en la piel de su amigo y los círculos oscuros bajo sus ojos—. ¿Por qué te ves así? —pregunta Keiji, dejándose caer entre medio de ambos—. ¿Acaso otra vez bebiste toda la noche con Kaori?

Recibe una mirada irónica, pero agradecida. Konoha se ríe—. Ojalá, pero hemos recibido a un grupo de peregrinos a último momento y son el mayor dolor en el culo que jamás hayamos tenido en la posada, incluyéndote —resopla antes la mirada ofendida de Keiji—. Aparentemente, la tormenta los dejó sin transporte —suspira, pasando una mano por su cabello—. Además, Yukie y Komi han vuelto.

Keiji le sonríe; solo puede imaginar cómo ha sido. Esos tipos, tan amantes de la naturaleza como él, se estresan bastante estando encerrados en una posada con veinte personas más—. ¿Volvieron? —pregunta, antes de girarse hacia el náufrago—. Yukie y Komi son dos amigos nuestros. Ambos comercian en otras islas. —Vuelve a girarse hacia Konoha nuevamente—. Esta vez se tomaron su tiempo.

—Bueno, ese pequeño bote en el que navegan se hubiese hundido en la tormenta —reflexiona Konoha, y luego se vuelve hacia el náufrago—. Entonces, ¿qué dices? Kaori está a punto de enloquecer.

Keiji también se gira a mirarlo—. ¿Qué? —pregunta, inclinando la cabeza hacia un lado mientras las mejillas del hombre se tiñen con un sonrojo suave.

—Aparentemente, a Kaori-san le vendría bien un poco de ayuda en la cocina. —Los ojos gris oscuro, tan oscuros que no cambian de color con la luz del sol y el reflejo azul brillante del mar, se encuentran con los de Keiji—. No puedo seguir dependiendo de ti, y voy a necesitar dinero para cuando me vaya, si es que alguna vez logro recordar algo.

Keiji no es idiota; en este punto cree tanto en la amnesia del náufrago como cree en las ninfas de agua o en las sirenas. Sin embargo, también cree que el hombre debe tener una buena razón para fingir teniendo en cuenta la forma en la que camina y las heridas casi curadas en su pierna y costado que definitivamente fueron hechas por una espada. Sin embargo, hasta ahora no ha representado ninguna clase de amenaza. Además de que fue él quien lo sacó del océano, por lo que se siente un poco responsable.

Se recuerda visitar la posada que tanto pareció inquietarlo antes de la tormenta—. Bueno, me parece una buena idea. Sin embargo, es una lástima; a Nana le encanta tu cocina.

El indicio de una sonrisa asoma en la boca del otro hombre—. Todavía puedo prepararle el desayuno, si es que me dejas quedarme. —Mira hacia otro lado—. Pero estoy seguro de que podré instalarme en algún lugar de la aldea...

Keiji niega con la cabeza, mirando en dirección al mar mientras suspira—. No, puedes quedarte. —Lleva las rodillas hasta el pecho, de repente muy consciente de que está empapado y de que está casi apoyado contra el náufrago, por lo que puede sentir el calor que irradia de su cuerpo—. Ella estaría triste si te fueras.

—Ah... —El hombre traga saliva—. Gracias.

Un silencio incómodo se instala entre ellos hasta que Konoha se aclara la garganta—. ¿Vamos, Miya-san? —Sus ojos se mueven hacia Keiji por un segundo—. Tú también deberías venir. Estoy seguro de que los chicos también quieren verte. —Keiji conoce esa expresión lo suficientemente bien como para saber que está arrepentido. Esta no es la primera vez que pelean por el incidente de hace siete años y, para ser sinceros, salir a nadar con una tormenta encima ni siquiera es lo más estúpido que ha hecho Keiji estando molesto—. Kaori también ha estado presionándome para que me disculpe.

Keiji levanta las cejas—. ¿Y eso es una disculpa?

—Es todo lo que obtendrás de mí. Sabes que mantengo mi postura en todo este asunto, pero fue mi error decirlo de esa manera.

Eso parece más una disculpa. Keiji asiente—. Bien. —Juega con la arena a sus pies—. Más tarde pasaré por la posada, primero tengo un par de recados que hacer.

Ambos hombres asienten, aunque el náufrago duda. Ha estado pegado a Keiji por conveniencia desde que las corrientes literalmente lo llevaron hasta él.

Al final no dice mucho; él y Konoha se despiden de Keiji y lo dejan calentarse con el sol de la mañana.

Keiji tarda alrededor de media hora en recuperarse y regresar a la casa en busca de ropa limpia. Por alguna razón, siente que se está inmiscuyendo demasiado en una situación que definitivamente debería evitar.

Aun así, no es como si pudiera simplemente ignorar todo y dejar que las cosas fluyan. Es demasiado curioso y ya ha tomado la decisión de, al menos, ir hasta esa posada, incluso si resulta ser un callejón sin salida ni respuestas.

Así que eso es lo que hace.

Las calles del mercado suelen estar bastante vacías a esa hora de la mañana; no todos los puestos habituales se han vuelto a instalar luego de la tormenta.

Mejor para él, ya que así tiene que lidiar con muchas menos personas que lo miren de reojo cobardemente. Estos últimos días se ha escondido detrás de la presencia del náufrago, por lo que caminar solo otra vez le recuerda cómo es que son las cosas normalmente.

La gente a veces es tan idiota.

Habiendo vivido en esa aldea de tres calles durante toda su vida, encuentra fácilmente el edificio de madera deteriorada, pero duda si entrar o no.

Quizás no debería. Estos últimos días fueron mucho más tolerables de lo habitual, hasta el punto en que ni siquiera consideró salir a sentarse bajo la tormenta solo para sentir algo de agua sobre su piel. Si llegase a haber algo allí, eso podría cambiar todo. ¿Realmente quiere averiguarlo?

Cuando está a punto de entrar, duda.

Tan pronto como Akaashi llega a la posada, sus amigos lo arrastran a la planta alta.

Eso no augura nada bueno.

Osamu sabe cómo se ve el miedo en el rostro de otra persona, y eso es exactamente lo que vio en los rostros de los amigos comerciantes de Akaashi. No es de extrañar, este puede ser el culo del mundo, pero incluso aquí ha visto un cartel de «Se busca» con su cara en una de las posadas de la aldea. Bueno, técnicamente es la cara de Atsumu, lo bueno de tener un gemelo, imagina, pero estas personas han estado en lugares más civilizados hace relativamente poco tiempo.

Debería empezar a buscar algo con lo que defenderse, o tal vez algo de dinero.

—Vaya, ¿ya terminaste? —Kaori está parada al pie de las escaleras, apoyada en la barandilla de madera, sus ojos rojizos brillan—. Eres bastante rápido para ser alguien con manos tan grandes.

Osamu se encoge de hombros, girando el rostro—. Bueno, yo diría que es memoria muscular. —Le lanza una sonrisa irónica—. Pero no tengo mucha idea de por qué, así que tendrás que aceptarme como vengo. —Él estudia su rostro con cuidado, pero su sonrisa relajada no cambia en absoluto, incluso hasta se ensancha.

—Oye, no me quejo, casi me rebano el pulgar la semana pasada. —Ella se estira y luego comienza a caminar en su dirección. Su pesado delantal y su falda se agitan mientras avanza—. Incluso puedo ofrecerte una de las pequeñas habitaciones de arriba. Cocinar realmente no es mi fuerte.

La única razón por la que Osamu considera aceptar el trabajo es porque probablemente le será mucho más fácil encontrar información acerca de Atsumu y los demás ahí que trabajando en otro lado. Después de todo, esta parece ser la posada más popular de las cuatro que tiene la aldea, y los viajeros siempre son la mejor fuente de información cuando se trata de barcos hundidos y otros chismes. Siguiendo esa lógica, debería aceptar la oferta: así tendría más tiempo para planificar e informarse.

Pero...

Como invocado, es en ese preciso momento en que Akaashi y sus amigos deciden bajar las escaleras; el sujeto de baja estatura, de cabello castaño, al cual le presentaron como Komi, tiene a Keiji agarrado en una llave de cuello mientras su otra mano presiona sus costillas.

Todos lucen relajados, incluso felices. Quizás juzgó mal la situación—. ¿Te diviertes? —pregunta Osamu, sonriendo brillantemente. Akaashi resopla con burla.

—Difícilmente. —Y Osamu rara vez lo ha visto sonreír así, es incluso algo... quizás encantador no sea la palabra correcta, pero no se le ocurre cuál otra podría usar—. ¿Entonces aceptarás el trabajo? —pregunta, señalando la pila de papas peladas y verduras picadas detrás suyo.

—¡Oh, lo hizo! —Kaori interrumpe—. En realidad, le estaba ofreciendo una de las habitaciones de arriba. No queremos que se pierda camino a tu casa luego de la cena, ¿verdad?

El rostro de Akaashi se congela, y aunque su sonrisa permanece en su lugar, ahora es mucho menos genuina—. No, no lo hará —dice, antes de que sus labios se presionen en una línea delgada—. Aunque no me importaría venir un poco más seguido por la tarde. —Se vuelve hacia Konoha, quien ha estado observando la conversación con diversión apenas disimulada—. Además, Konoha podría enojarse.

—No es él con quien estaba enojado —chilla Konoha, empujándose para sentarse sobre el mostrador—. Por mí puede quedarse.

Todos los ojos en la habitación se posan sobre Osamu, quien tose con torpeza. Su mirada se encuentra con la de Akaashi, cuyos ojos están tristes y nada sorprendidos—. Me encantaría aceptar el trabajo. No soy un gorrón, ¿sabes? —dice, mirando a Kaori, quien parece haberse ganado la lotería—. Pero me gusta mi actual alojamiento, si es que Akaashi no está harto de tenerme cerca.

—No-... —suelta Akaashi, demasiado rápido para ser casual—. Quiero decir, me gusta tener compañía —corrige un poco demasiado tarde.

—Bien entonces. —Osamu no reprime sus ganas de sonreír; ya no siente la necesidad de hacerlo.

—Bien entonces —responde Akaashi.

Esto realmente no contribuye con su objetivo tanto como pensaba.

Por supuesto, Osamu solo ha estado trabajando allí por tres días y han sido, según Kaori al menos, los tres días más ocupados del año, por lo que quizás debería seguir aferrado a la esperanza y esperar no cortarse el pulgar de nuevo mientras intenta escuchar una conversación justo afuera de la cocina.

Si tuviese otra opción que no fuese lavar los platos mientras ve a Akaashi y sus amigos comer a un ritmo que no debería ser posible para un ser humano, la tomaría... quizás.

Pero no es momento de ponerse a pensar en si lo haría o no; no existe otra opción que esté dispuesto a tomar. No tiene ni dinero ni idea de por dónde empezar a buscar a sus camaradas. Navegaban en alta mar cuando fueron hundidos, zarpando desde Shiratorizawa hacia las islas del Este más de una semana antes. Sin mencionar que estaban en una zona del océano que es bien conocida por ser cualquier cosa menos amigable con marinos y piratas por igual.

Así que Atsumu y el resto de la tripulación podrían estar en cualquier lugar. Muy probablemente, en el fondo del mar.

Y aunque la opción de robar las perlas de Akaashi había cruzado por su mente una o dos veces —un solo puñado sería suficiente como para llegar a un puerto decente, y Akaashi tiene un baúl lleno—, no puede evitar sentirse terrible de tan solo pensarlo.

¿Quién hubiese imaginado que, luego de más de diez años de ser pirata, tendría cargo de conciencia?

Aunque quizás tal vez sea que le debe la vida al buzo de perlas. Incluso entre los piratas —o al menos entre el tipo de pirata que él considera que es— eso tiene bastante valor.

—¡Puedes terminar eso mañana, Myaa-san! —Alguien se queja detrás de él y un brazo le rodea los hombros. Komi, según ha aprendido, es el más efusivo del grupo de amigos de la infancia de Akaashi—. ¡Ven a beber con nosotros! Tu jefa lo aprueba.

Él mira hacia atrás y allí está Kaori, asintiendo con la cabeza, con las mejillas ya sonrojadas y un vaso de oporto al lado de su plato vacío—. Ya es bastante malo que no cenaras con nosotros. Vamos, Keiji-kun también quiere que te unas.

Ella mira a Akaashi, quien está sentado al otro lado de la mesa que, por lo que Osamu ha notado, es una de las favoritas del pequeño grupo. Tiene sillas de un lado y un sofá de aspecto lujoso, tapizado en terciopelo verde, en el otro. Los labios de Akaashi se adelgazan en una línea apretada mientras se hunde aún más en el terciopelo—. Mira, incluso hay espacio para que te sientes a su lado, ¡vamos! Son órdenes de tu jefa.

—Papá nos va a matar —refunfuña alguien, bajando, con tambaleantes pasos, la escalera que conduce al almacén sobre la cocina—. Este es su ron bueno —murmura Konoha, sosteniendo dos botellas polvorientas contra su pecho.

—Ha sido su buen ron desde que nacimos —le responde su hermana, tomando ese momento de distracción como una oportunidad para levantarse, agarrar a Osamu de la muñeca y arrastrarlo a la mesa hasta que no tenga más opción que sentarse al lado de Akaashi—. Nunca se lo va a beber, además de que hoy es el cumpleaños de Keiji.

—La maldita tormenta tampoco nos dejó tiempo de conseguir nada bueno de Karasuno —suspira Yukie.

—Entonces, bien podríamos beberlo. No es como si tu papá estuviese lo suficientemente presente como para notarlo. O al menos no desde que se fue a ese monasterio... —dice, mirando a Konoha, cuya expresión se amarga.

—Por favor, no menciones a esos estafadores —se queja Kaori—. Puede que él se ponga nervioso con ese tema, pero papá ha necesitado compañía desde que mamá murió, incluso si lo están... —dice, sacando una pila de vasos de uno de los gabinetes de madera.

Akaashi, junto a Osamu, bufa—. ¿Estafadores? —pregunta, deslizándose un poco más contra el apoyabrazos del sofá. Una ronda de risitas recorre la mesa.

Kaori coloca un vaso frente a cada uno y Konoha se ocupa de servirles una generosa cantidad de líquido ámbar. Es fuerte; Osamu puede olerlo desde donde está. Es eso lo que golpea su corazón con nostalgia; nostalgia por su barco, por su hermano, por la tripulación que los acompañó en la imprudencia y humor de ambos durante años, y por su capitán.

—Oye, es muy temprano como para tener los ojos llorosos —se ríe Komi, inclinándose de la silla en donde está sentado, justo en el extremo corto de la mesa, para poner una cálida mano sobre el hombro de Osamu—. ¿Por qué no comes algo antes de tomar eso? —dice, arrastrando el vaso de Osamu un poco más lejos.

—Sí, no queremos que te desmayes, ¿verdad? —concuerda Yukie, justo cuando Kaori llega con el plato de la cena que guardó para él con anterioridad—. Hoy es el cumpleaños de Akaashi, así que vamos a beber hasta perder la cabeza —dice con alegría y Osamu está agradecido por el gesto.

Sin embargo, tiene que morderse la lengua para no revelar el hecho de que podría beber ambas botellas a secas y estar un poco ebrio como mucho. Hay algunas cosas que no necesitan saberlas; ayuda a mantener su vida en paz, incluso si nunca se sentirá completamente a gusto con el hecho de que alguno de ellos pueda descubrir su identidad en cualquier momento—. Gracias, Kaori-san, ¿eso significa que tendré que cargarlo de regreso a través de la jungla esta noche?

Konoha se ríe—. No, de ninguna manera, ambos se quedan aquí. —Le lanza una mirada de complicidad a Akaashi—. No quieres ver cómo se pone cuando está borracho. —Durante las últimas dos semanas, la animosidad que expresó Konoha en respuesta a que Akaashi saliera a nadar con una tormenta a menos de tres horas de distancia ha disminuido, pero eso no lo hace estar menos amargado.

—Vaya —dice Osamu, sonriendo ampliamente mientras se gira para mirar las mejillas enrojecidas de Akaashi—. Ahora quiero descubrir por qué es que tiene esa reputación.

—¡Oh, por muchas cosas! —dice Kaori, riendo—. Se vuelve muy, muy terco.

—¡Y tratará de nadar incluso en un charco! —chilla Komi.

Akaashi está rojo hasta las orejas y su labio inferior sobresale—. No tengo idea de lo que están hablando —dice, mirando hacia sus manos cuidadosamente apoyadas en su regazo—. Están exagerando.

Konoha es el que da el golpe final; se inclina más cerca, entregando un vaso a Akaashi y tomando el suyo propio entre sus dedos largos y delgados—. ¿Así que no recuerdas la vez que saltaste a un estanque cuando tenías dieciséis años?

—Yo-... —Akaashi se sonroja, antes de que sus ojos se llenen de nostalgia—. Tenía dieciséis años, y Bo-... —Sus ojos se abren de nuevo y, en lugar de continuar la frase, se lleva el ron a los labios y bebe el vaso de un trago.

Esto sucede con tanta frecuencia que Osamu sabe que no debe preguntar, también sabe exactamente qué nombre estaba a punto de decir.

—Oye, hombre, todos te amamos, incluso si eres un loco que quiere ser sirena —dice Komi, rompiendo la atmósfera incómoda con una sonrisa.

—Entonces es mejor que nos quedemos aquí —agrega Osamu, estudiando de cerca el rostro de Akaashi mientras habla—. Ya me cuesta bastante mantenerte fuera del agua cuando estás sobrio.

Todos los demás se ríen y Akaashi lo mira sin comprender por un segundo—. Debería echarte —dice, pero hay humor en su voz—. Gorrón.

—Estás demasiado apegado a mi comida —responde Osamu, la suficiencia irradia de su sonrisa mientras se inclina hacia atrás contra el respaldo, acercando su plato hacia él—. ¿Qué hacías antes de encontrarme? ¿Comías todo crudo?

—Mayormente se aprovechaba de nosotros —dice Kaori, sorbiendo de su ron.

El vaso de Akaashi se ha llenado de nuevo; por quién, Osamu no sabe. No estaba prestando atención, no con la calidez de Akaashi irradiando justo a su lado y menos con el puchero de vergüenza en su rostro—. Los odio a todos —dice, bebiendo también de ese vaso como si fuese agua. Osamu lo mira paralizado.

Sí, puede que eso sea un problema, o lo sea pronto.

—¡Pero nosotros te amamos! —exclama Yukie, levantando su propio vaso en un brindis en el que Osamu también participa. El ron quema placenteramente mientras baja por su garganta.

—Sí, lo hacemos —murmura en voz baja y, aunque Akaashi se pone rígido, no da ninguna otra indicación de haberlo escuchado.

Osamu se sirve otro vaso después de eso. Es un tema que ha rondado en su cabeza todos los días mientras cocinaba interminables comidas en la posada y durante esos largos períodos de tiempo antes de irse a dormir. Básicamente, ha pensado en ello en cada momento que no fuese de angustia por el hecho de que nadie sabe que su barco se hundió en el mar con su hermano y todas las personas a las que llamó familia durante más de diez años—. Por cierto, ¿cuántos años tienes? —pregunta, aclarándose la garganta.

Akaashi, en su tercer —¿O cuarto? — vaso, tose—. Tengo veintidós —dice en voz baja.

La respuesta saca a Osamu de sus pensamientos por un segundo—. Oh. —Es todo lo que logra decir. Akaashi es cinco años más joven que él.

De alguna manera, esto lo hace aún más atractivo.

Keiji es muy consciente de que estaba bailando arriba de una mesa con música inexistente; también sabe muy bien que acaba de caerse de dicha mesa.

Su cuerpo, sin embargo, no está cooperando para hacer la cosa más racional, que sería levantarse.

Probablemente tenga mucho que ver con el hecho de que el náufrago —su náufrago, cuyo nombre cree conocer, pero no quiere decirlo ni siquiera en su mente para sí mismo— se cierne sobre él, con evidente preocupación en su rostro a pesar de sus mejillas enrojecidas por el alcohol—. Mierda, creo que se golpeó la cabeza. ¿Puedes oírme, Akaashi? —pregunta.

—Sí —Keiji se oye a sí mismo decir, con voz mucho más alta de lo usual—. Estoy bien.

—Estás en el suelo —señala el náufrago, antes de agarrarlo del brazo y levantarlo como si estuviera hecho solo de hojas y madera hueca—. Vamos, te daremos agua y no volverás a tocar el ron por el resto de la noche.

Keiji está a punto de rechazarlo porque, ¿quién se cree que es para darle órdenes? Pero cuando su talón izquierdo toca el suelo, un dolor ardiente sube por su pantorrilla—. Mierda, ay, bien. —Se deja caer suavemente sobre el sofá y un segundo después, se le coloca un vaso con agua entre sus manos. A su lado, el náufrago lo mira con ojos del mismo color que los acantilados en los que creció—. ¿Por qué estás...? —Keiji apoya un dedo sobre el pecho cubierto con lino de Osamu—. ¿... tan sobrio? ¿Es porque eres un pirata, Myaa-sam?

—Genial, tiene sueño. —Oye decir a Konoha desde el pie del sofá, donde aparentemente ha estado revisando su tobillo—. Y definitivamente se torció esto. Ten cuidado, se quedará dormido sobre ti, Myaa-san.

Lanzándole una mirada molesta, Keiji se acerca aún más al cuerpo caliente en ese lado del sofá—. No, no lo haré. —Y tiene que luchar contra el impulso de sacar la lengua como un niño pequeño.

—Bueno, no es como si fuéramos a volver a casa esta noche —dice Osamu, justo cuando comienza a sentir que sus párpados se vuelven pesados. Cuando levanta la vista, se encuentra con la mirada más intensa y conflictiva que ha visto en el náufrago hasta la fecha—. Y soy un cocinero, Keiji-kun, no un pirata.

Algo cálido serpentea alrededor de su cintura; algo cálido y sólido. Le late el tobillo, pero está cálido y se siente bien.

Es algo bonito.

—Bueno, definitivamente se ha encariñado contigo —dice Konoha, después de asegurarse que Akaashi esté profundamente dormido, medio apoyado contra el pecho de Osamu—. No lo había visto tan cómodo con nadie desde Bokuto.

Hay un brillo en los ojos de Konoha, y Osamu, quien ha crecido con un maestro de la manipulación pasivo-agresiva como su capitán, solo levanta el vaso en su dirección, tarareando en agradecimiento—. Este es un buen ron, ¿de dónde lo sacó tu padre? —dice, mirando a Komi y a Kaori, quienes están desplomados en sus sillas—. No he visto nada igual en la aldea.

—No tengo idea, esas botellas eran al menos tan viejas como nosotros —Konoha comenta con hipo; está borracho y trata de no demostrarlo. Sin embargo, es obvio para alguien como Osamu, quien simplemente hace la cara más desinteresada que puede y apura el vaso. No obstante, su hombro comienza a doler por estar aguantando el peso de Keiji sobre él, por lo que lo maniobra lentamente para recostarlo sobre su regazo en lugar de sobre su hombro. Puede sentir que el otro hombre, sentado en la silla que arrastró luego de que Akaashi cayera, se impacienta—. ¿De verdad no planeas preguntar? Qué frío —dice, dejando finalmente de fingir.

—La última vez que lo intenté, lo hice llorar —dice Osamu como única explicación. Una de sus manos descansa en la curva de la cintura de Akaashi, acariciando el verde desteñido de la camisa que lleva puesta—. Además, no quiero escucharlo de ti.

Konoha hace una mueca; mueve la mirada hacia sus amigos en varios estados entre el aturdimiento y el desmayo—. Vaya, qué caballero de tu parte —dice, con un toque de molestia en su voz—. Supongo que sabrás cómo guardar secretos, Myaa-san. Necesito que sepas un par de cosas antes de que vayas a follarte a mi mejor amigo.

Osamu casi puede sentir la vena que aparece en su frente. La única razón por la que no levanta la voz es porque Akaashi está durmiendo y no quiere que se despierte en medio de esta situación en particular—. ¿Tu mejor amigo? Es difícil de creer después de cómo ni siquiera le hablaste el otro día, ¿eh?

—¡Porque todos los demás le dejan hacer cosas estúpidas! —Konoha suspira, exasperado—. Lo último que quiero es que otro de mis amigos de la infancia se ahogue solo porque todos los demás le tenían demasiado miedo o demasiado cariño como para decirle algo.

Responsabilidad: es una palabra que Osamu conoce bien, y es todo lo que puede ver en el rostro de Konoha.

Podría preguntar ahora mismo, solo para saciar su curiosidad, pero Akaashi podría despertar en cualquier momento.

Además, no quiere faltarle el respeto de esa forma, por lo que se enfoca en otra parte de lo que Konoha acaba de decir—. ¿Qué quieres decir con tener miedo? —pregunta, sin darse cuenta de cómo su mano todavía está en el abdomen del hombre dormido.

—Vamos, no eres estúpido —dice Konoha, con una risa baja y amarga—. Has visto cómo lo mira la gente de la aldea. Son unos idiotas retrasados que no distinguirían un tiburón de un pez espada y piensan-... —Se detiene, notando la confusión en el rostro de Osamu—. Espera, lo has notado, ¿no?

Osamu se toma un momento para pensar; vadea a través de la cálida neblina en su propia mente. No está muy ebrio, pero ha sido un día largo y tiene sueño—. Bueno, siempre que está conmigo soy yo el que recibe las miradas extrañas, así que... —Pero no termina la oración.

Konoha suspira—. Bueno, ¿y qué tal cuando estás solo? ¿Te miran fijamente?

La botella en la mesa todavía está un cuarto llena, así que Osamu se estira para agarrarla y tomar un trago—. No tanto —dice, repentinamente incómodo.

—Sabes que solemos tener viajeros, Myaa-san —dice Konoha, como si fuese una advertencia.

—Sí, pero, ¿por qué alguien le tendría miedo? —Tal vez pueda ser hipnotizante, distraído o intimidante, después de todo, Akaashi parece un dios del mar —como uno de esos tritones a los que Osamu espera no volver a ver nunca más luego de estar seis horas encadenado con Atsumu y Suna en las entrañas de un barco e incluso aún tiene cicatrices— por lo que es tentador y cualquiera lo miraría fijamente.

Pero no con hostilidad ni con miedo; o al menos, él no lo cree así.

La palma de Konoha golpea su propia frente—. A veces creo que realmente no-... —Se interrumpe—. Ellos creen que es una especie de... —Hace un gesto con la mano alrededor de su cabeza—. Ni siquiera lo sé, ¿de acuerdo? Aparentemente, algunos idiotas con algas marinas por cerebro decidieron odiar a su madre hace mucho tiempo. Se la pasaban diciendo que era una bruja del mar, o una sirena, o algo así. Dijeron que arrastró al padre de Akaashi al fondo del mar y es por eso que ambos vagabundos desaparecieron. —Echa un vistazo a Osamu—. Tampoco sabías sobre eso, ¿verdad? ¿De qué tanto hablaron ustedes dos en la cabaña?

Osamu se encoge de hombros—. De libros, sobre todo. Y de comida. —Mira el pacífico rostro dormido de Akaashi—. Entonces, ¿qué pasó con sus padres?

—Son escoria —sisea Konoha—. Ellos simplemente se aburrieron de él un día cuando éramos niños, esa es la verdad. Lo abandonaron junto a Miyuki-san para que murieran de hambre. Y lo hubieran hecho de no ser por las perlas. En ese entonces él ya era un gran buceador y ella era una leyenda en eso.

Respirando profundamente, Osamu se permite que los dedos de su otra mano comiencen a rozar el cuero cabelludo de Akaashi—. Entonces, ¿creen que es una especie de sirena? —resopla—. Ja, ya quisieran. Estarían todos muertos si lo fuese.

—Como dije, algas en lugar de cerebro. No, arena, eso queda mejor. Las algas al menos están vivas —se ríe Konoha—. Pero sí, compran sus perlas y comercian con él porque piensas que podrían ser maldecidos. Pero por lo demás, lo evitan. No era tan malo antes de lo de Bokuto, pero luego también comenzaron a culparlo por eso.

Están volviendo al mismo tema, como si hubiera algo que no puede justificar decir a menos que Osamu pregunte. Y en ese momento, abrumado por el odio hacia los idiotas que se atreven a tratar a alguien de esa forma y por la compasión hacia el hombre en su regazo, casi lo hace.

Pero entonces, Akaashi se mueve, inclinándose hacia el toque de sus dedos en el cuero cabelludo—. No voy a preguntar —dice, con una mirada penetrante—. ¿Supongo que dormiremos aquí?

Derrotado, Konoha suspira—. Bueno, si no quieres despertarlo... Aunque ese sofá no es tan grande.

Para ser sincero, no es que no quiera mover a Akaashi; es que no quiere alejarse de él—. He dormido en lugares peores —dice, sonriendo a Konoha mientras este se pone de pie.

A estas alturas, está casi seguro de que al menos él sospecha algo. Sobre todo, por sus sutiles comentarios.

Por lo tanto, no va a gastar energía que no tiene en seguir fingiendo; ya es bastante malo que su cerebro tenga una cuenta regresiva para el momento en que todos se enteren.

Para el momento en que todos se enteren, o para el momento en que tenga que irse.

El primer pensamiento sobrio que llega al cerebro de Keiji al despertar es que la posición en la que se encuentra acomodado el náufrago debe hacer que su espalda duela como la mierda. Su segundo pensamiento es, literalmente—: Ay.

Siente como si su tobillo estuviera en llamas y su cerebro quisiera escaparse por las orejas.

En cambio, el hombre sobre el que está acostado aún sigue dormido; está medio sentado, medio tumbado en el sofá de terciopelo verde, con él encima, acurrucado como una especie de serpiente marina, descansando bajo su musculoso brazo como si perteneciera allí.

Recuerda lo suficiente de anoche como para saber lo que probablemente sucedió, por lo que no se avergüenza. O al menos no demasiado.

No obstante, está preocupado.

No debería sentirse tan bien estar donde está, incluso con dolor de cabeza y el tobillo torcido.

La tenue luz del sol que se desliza sobre el rostro del náufrago y sobre su propio cuerpo lo hacen sentir como si nunca antes hubiese sentido calidez, o al menos no realmente. Es entonces cuando sabe que tiene que levantarse.

Sin embargo, el deslizamiento de sus piernas hacia el suelo hace bastante obvio el hecho de que no podrá hacerlo solo—. Mierda —maldice en voz baja, pero es lo suficientemente fuerte como para hacer que los ojos gris piedra del náufrago se abran.

—Despertaste —dice el otro hombre—. No intentes pararte sobre ese pie por ti mismo, anoche pensé por un segundo que te lo habías roto.

Keiji hace una mueca—. Puedo ver por qué —dice, ya arrepintiéndose de haber bebido el maldito ron. Esto significa al menos tres días fuera del agua—. ¿Podrías ayudarme a volver a casa? Debería ver cómo está Nana.

—¿No quieres desayunar primero? Puedo preparar algo rápido —ofrece, pero Keiji niega con la cabeza.

No puede estar más agradecido cuando este simplemente se pone de pie, ofreciéndole primero su mano y luego su hombro, ayudándolo a cojear hacia la puerta y luego hacia la aldea.

O al menos así es hasta que nota lo callado que está el náufrago y de la pura animosidad que irradia. Resulta ser una caminata tensa de regreso a la cabaña con el sol cada vez más fuerte a cada paso lento que dan juntos. Probablemente no ayude que el otro hombre esté sosteniendo tanto peso como puede.

Cuando llegan, transpirados y cansados, Keiji saluda a su abuela y la deja con el náufrago—. ¿Estás seguro de que no necesitas ayuda para subir? —pregunta el otro hombre.

—Son quince escalones —dice Keiji—. Además, tendrías que llevarme, y la escalera no es tan ancha.

Hay un murmullo de «No hay problema» a sus espaldas, pero ya ha emprendido rumbo. Su cabeza todavía palpita y la transpiración caliente que se pega a su piel lo hace sentir asqueroso. Un poco de cojera y dolor en el tobillo es un pequeño precio a pagar por sentirse como persona —y no oler a alcohol destilado— otra vez.

Mientras se sumerge en agua fría dentro del pequeño baño de madera del piso superior, reflexiona que también se siente bastante necesitado de un segundo a solas para recordar cómo despertó hace aproximadamente una hora.

Por un segundo, casi dejó caer su cabeza para seguir durmiendo, lo que hubiese sido inapropiado e imperdonable. Sin mencionar que probablemente el solo hecho de quedarse dormido encima suyo es de por sí un asunto muy vergonzoso; se conoce a sí mismo lo suficiente como para saber que no debería haber bebido tanto anoche. Pero claro, no estaba en el mejor estado de ánimo y las últimas dos semanas, aunque esclarecedoras en lo que respecta a sus sentimientos, también han sido algo abrumadoras.

Suspira y se hunde más, hasta la nariz. Le palpita el tobillo y piensa en que lo que realmente necesita en ese momento es el mar; eso le ayudaría a despejar pensamientos que no debería tener.

Lo cual no es particularmente fácil, ya que la última vez que sintió algo así por alguien fue cuando tenía quince años.

Y no fue por alguien que le preparase el desayuno vistiendo solo un par de pantalones.

Al final, sí logra concentrarse, apresurándose en ponerse pantalones limpios y una camisa demasiado grande —que probablemente perteneció a su padre en algún momento— la cual se cae de uno de sus hombros, antes de caminar de puntitas hacia la cocina. El náufrago aún no ha regresado por lo que tal vez pueda...

—Oye, te traje algo de comer antes de que te desmayes —dice una voz profunda y preocupada desde detrás de la puerta antes de que esta proceda a abrirse revelando a un hombre —sin camisa, por supuesto— con un plato en la mano.

—¿Por qué estás medio desnudo? —pregunta Keiji deliberadamente, sin mirar.

—Tu abuela quería pescado frito y accidentalmente manché mi camisa con grasa —contesta, encogiéndose de hombros y sonriendo—. Iré a bañarme ahora mismo así que no te enfades —dice, poniendo el desayuno de Keiji sobre la destartalada mesa de madera en donde suelen comer. Su voz es un poco más suave de lo habitual, lo cual es un marcado contraste con cómo estaba actuando en la aldea—. ¿Te sientes mejor del tobillo?

Keiji tararea, cojeando hasta la mesa—. Está un poco mejor. —Fija la mirada en los huevos. Las palabras burbujean en su garganta, pero ese no es el lugar correcto, y nunca habrá un momento adecuado para decirlas, no con ese hombre—. Gracias por ayudarme, Myaa-san —dice finalmente—. Te debo una.

Y luego el otro hombre se ríe, con voz baja y profunda—. Estoy bastante seguro de que soy yo quien te debe, Akaashi —dice, pasando junto a Keiji, presumiblemente para darse un baño de agua fría—. Salir al mar abierto de esa manera solo para rescatar a algún extraño al azar... Eres un caso especial, ¿sabes? Este lugar realmente no te merece.

Algo parecido a un balde de agua helada baja por la espalda de Keiji; se congela mientras escucha los pasos del otro hombre desvanecerse por el pasillo.

La puerta del baño se cierra con un clic y él espabila.

Konoha, ese traidor, ¿qué dijo?

Un poco sin aliento, se lleva la comida a la boca, sin saborearla realmente. Parte de lo que le ha gustado tanto de las últimas dos semanas que ha pasado en compañía del náufrago ha sido que el otro no tenía idea de la aversión general de la aldea hacia él, o hacia Bokuto. Ha sido tan agradable estar cerca de alguien que no lo trata como si pudiera romperse si su codo se golpea contra una barandilla de madera, o como si simplemente fuera a emborracharse antes lanzarse por el acantilado a buscar durante horas un cadáver inexistente hasta casi ahogarse.

Fue bueno mientras duró, pero ahora que recuerda la voz del náufrago hace tan solo un par de segundos, suave, casi compasiva, lo único que puede sentir es molestia.

Termina el plato y lo deja en remojo. Luego, resuelto, va a pararse fuera del baño, apoyado en la jamba de la puerta de su propia habitación, mirando fijamente la puerta contraria. No tiene idea de qué es lo que va a decir, no tiene idea de lo que haya dicho Konoha, pero imagina que primero tendrá que preguntar antes de delatarse.

El tiempo pasa con lentitud y todavía le duele la cabeza.

Pero en un momento comienzan a escucharse pasos adentro, el sonido de gotas salpicando el piso y, no mucho tiempo después, la puerta se abre dejando ver a un hombre mojado y casi desnudo, quien mira a Keiji como si le hubiera crecido una segunda cabeza.

Armándose de valor y pisando sobre su pie sano, Keiji mira hacia arriba, desafiante—. Konoha dijo algo, ¿no?

—Ese sujeto tiene la lengua floja —contesta, y se dirige hacia la habitación de invitados.

Keiji nunca ha sido el tipo de persona que intenta solucionar todo por las buenas, así que extiende la mano y agarra al hombre por la muñeca—. ¿Qué es lo que dijo? —pregunta, porque, ¿cómo no hacerlo? Puede que ya no haya nada que hacer al respecto, pero en su opinión, es imperativo saber cuánto reveló Konoha acerca de qué tan afectado está.

La piel del náufrago está tibia, húmeda; hay gotas de agua deslizándose por sus brazos, su pecho y su mandíbula. Sus ojos son del color del mar antes de una tormenta—. No lo mencionaré si no quieres. Aprendí mi lección la última vez, no te preocupes. —Pero Keiji aprieta su muñeca—. Bien... Él sólo habló de tus padres. Realmente no profundizó mucho en el tema. Tampoco es que me importe. Eres un buen tipo, Akaashi, y me salvaste de ahogarme, muy distinto a lo que haría una sirena.

A pesar de todo, Keiji sonríe—. Supongo... —Inclina la cabeza hacia un lado—. ¿Eso es todo?

El náufrago duda—. Es... —Suspira, pasando la mano libre por su cabello oscuro y húmedo—. Sí, eso es todo.

Es malo mintiendo, o malo fingiendo en general—. No me gusta cuando me mienten —murmura, bajando la vista—. No soy frágil ni estúpido... A pesar de lo que los demás puedan pensar.

Eso es lo que en realidad le enfurece: sí, está herido, y lo sabe. Y no le gusta hablar de Bokuto porque le duele y nunca dejará de doler, pero eso no significa que sea una estatua de sal, listo para desmoronarse ante el más mínimo toque.

Los dientes de Keiji se friccionan entre sí durante el momento de silencio que sigue, y está a punto de irse cuando algo cálido cubre su mano.

El náufrago cuidadosamente saca los dedos de Keiji de su muñeca, lo suficientemente fuerte como para que no pueda ofrecer resistencia, pero no tanto como para que duela, y luego es él quien envuelve sus manos alrededor de sus antebrazos, uno a la vez, y camina hacia él, obligándolo a apiñarse nuevamente contra la jamba de la puerta—. ¿Qué quieres que haga? —dice, mirando a Keiji con sus ojos oscuros—. ¿Crees que no quiero preguntar? ¿Que no quiero saber quién diablos es este tal Bokuto y por qué alguien como tú se arriesgaría a ahogarse solo para rescatar un trozo de madera flotante al azar?

—Estoy seguro de que sí —responde Keiji con voz temblorosa, sintiendo como en la boca del estómago, su ira se transforma en coraje—. Yo también he querido preguntarte a dónde te dirigías en tu barco, o con quién. Pero no me lo has dicho y lo he respetado. —Respira profundamente y baja la vista; dos pulgadas más cerca y estarán presionados el uno contra el otro—. No quería que supieras todo eso, así como tú no quieres decirme quién eres en realidad. No quiero que me mires... —La voz se le queda atrapada en la garganta y espera que el otro hombre pueda ver la respuesta en su rostro.

No quiero que me mires como ellos.

Luego de un momento, el agarre en sus brazos se afloja y Keiji está seguro de haber hecho entender su punto. O así era hasta que un antebrazo aterriza justo encima de su cabeza, y de repente no hay dos pulgadas de espacio entre ellos; está literalmente atrapado entre la jamba de la puerta y el cuerpo duro y cálido del náufrago—. Te miro... —dice, y Keiji no puede evitar inclinar la cabeza hacia arriba y mirarlo a los ojos—... Akaashi, porque yo-...

Traga saliva, con fuerza, y antes de que Keiji tenga tiempo de preguntarse qué es lo que viene después de esas palabras, está siendo besado.

No es la primera vez que le ocurre, aunque la primera fue hace tanto tiempo que apenas es más que un fragmento borroso, iluminado por el sol de un recuerdo.

Por un segundo, intenta recordar la brillante sonrisa de Bokuto y el olor de las flores que había estado llevando al mercado. Pero no puede.

No puede, porque está siendo consumido, envuelto en un calor que de alguna manera no es pegajoso ni incómodo. Sus brazos se levantan para rodear los hombros del náufrago y abre la boca para dejar que éste profundice tanto como quiera. Y cuando esto hace que el otro hombre gima, bajo y profundo, Keiji bebe de este con avidez, respondiendo con un gemido propio.

Su nombre es susurrado contra sus labios y Keiji se inclina por más, haciendo una mueca cuando su pie lastimado trata de brindarle algo de apoyo—. Mierda —gime el náufrago, alejándose y mirando hacia abajo—. ¿Estás bien?

Keiji lo mira con los ojos muy abiertos, los labios temblorosos y una ola de sentimientos que lo hunden en la confusión y el miedo.

¿Qué está haciendo?

Se da la vuelta, rápidamente, a pesar de que su tobillo envía una corriente de dolor por toda su pierna cuando apoya peso sobre este, y se escabulle hacia su habitación, cerrando la puerta de golpe.

Toda la secuencia termina con Keiji deslizándose contra su pared, haciendo todo lo posible por respirar, preguntándose por qué demonios decidió enamorarse de alguien que ni siquiera conoce, de alguien que se irá pronto.

Toda la experiencia de Osamu en el romance no alcanzan para llenar una lata de hojalata.

No, en serio; su tripulación siempre fue como su familia, y después de que él y Atsumu dejaran la ciudad en la que crecieron, nunca se establecieron en ningún otro lugar. Claro, hubo encuentros a la luz del atardecer en algunos puertos, pero nunca algo que durara más de un par de noches como máximo.

Así que no tiene idea de qué hizo mal, ni de cómo solucionarlo.

Reflexiona sobre eso con una canasta colgando de su antebrazo y Kaori a su izquierda mientras pasean por el mercado de los lunes a la mañana. Entonces sucede.

—... El Panther hundió a esos bastardos de Inarizaki, te digo. —La persona que habla es un anciano desdentado, con ropa que parece claramente extranjera, mientras regatea por ron en uno de los puestos—. Vi el buque insignia con mis propios ojos. Las islas del Este ahora son un mundo libre para todos.

El hombre que maneja el puesto resopla mientras cruza sus gruesos y peludos brazos sobre su pecho—. Pues yo escuché que Miya Atsumu estaba vagando por algún lugar cerca de Itachiyama no hace mucho. Lo que sea que hayas visto probablemente era falso.

—¿Por qué alguien falsificaría una bandera? —pregunta el otro hombre—. ¡El Vixen se hundió! Te puedo asegurar, y no hay forma de que hayan logrado sobrevivir en alta mar. El Panther se encargó de ellos.

—¿Y cómo sabes que era el Panther?

—Eso es lo que me dijo el tipo que vio todo. Dijo que un pequeño barco con velas negras y un montón de cañones a los costados trajo de regreso la bandera, dijo que el Vixen estaba destruido.

—Creo que te mintieron, amigo. Escuché de alguien realmente cercano que vieron a Kita y a ese loco teniente suyo en Itachiyama. No vayas a buscar oro a las islas del Este, lo más probable es que termines en el extremo equivocado de una espada Miya.

—¿Vamos? —dice Kaori a su lado. Osamu apenas notó como la canasta colgando de su brazo se volvía más pesada a medida que ella la cargaba con cebollas, zanahorias y carne.

Osamu está en un dilema; por un lado, podría acercarse al hombre, ofrecerle el poco dinero que tiene a cambio de información, regresar a la posada y tal vez seguir esa pista más tarde—. ¿Podrías...?

—Necesito hablar contigo, ¿me regalas un segundo? —dice Kaori, levantando la voz y una mano envolviendo el bíceps de Osamu—. Es importante, puedo ayudarte a regresar más tarde. —Osamu se gira para mirarla a los ojos. La bulliciosa calle alrededor de ambos parece difuminarse.

—¿Hace cuánto tiempo lo sabes?

Ella pone los ojos en blanco—. Literalmente hay un cartel de «Se busca» con tu cara rondando por la aldea —dice.

—No es mi cara. —Osamu hace un puchero, aguantando la respiración por un segundo, preguntándose si este es el momento en que será entregado a la Marina—. Es la de mi estúpido hermano.

—¿Tu hermano gemelo? —se ríe—. Mira, te ofrecí el trabajo porque sabía que eres tú quien tiene mejor reputación. —Ella comienza a jalar a Osamu por la calle—. Y a Keiji-kun le gustas. Esa fue razón suficiente para hacernos los tontos. —Algo cálido y un poco de culpabilidad estallan en el vientre de Osamu. Mira hacia otro lado, con los ojos fijos en los aleros de una casa cercana—. No lo habíamos visto tan feliz en años, ¿sabes?

Osamu resopla, una gota de transpiración rueda por el costado de su cara; ese lugar es demasiado caluroso—. ¿Por qué siento que me estás dando un sermón? —pregunta.

—Porque es lo que estoy haciendo —suspira—. Akinori quería ser quien hablara contigo sobre esto, pero le dije que se necesitaba un toque femenino en el asunto.

A la distancia, la posada aparece a la vista, justo al final de la calle principal de la aldea, siendo este uno de los pocos edificios de dos pisos en el lugar—. Se que la cagué, no debería haber...

—¿Mentido? —ella lo interrumpe—. No, en realidad entendemos por qué mentiste, y entiendo que no es tu culpa, pero no deberías haber dejado que se encariñara contigo si te vas a ir.

Y es la verdad, una verdad que Osamu ha luchado por enfrentar durante los últimos días. Desde que Akaashi comenzó a mirarlo nuevamente con ojos planos y un rostro completamente desprovisto de expresión. No ha sido malo, ni grosero, ni siquiera le ha pedido que se vaya de su casa, cosa que estaba totalmente justificado de hacer. Simplemente puso la mayor distancia posible entre ambos cada vez que se encontraban atrapados bajo el mismo techo. Lo realmente sorprendente es lo mucho que le ha dolido. Y ahora, justo después de escuchar el nombre de su hermano siendo pronunciado a tan solo unos metros de él, se da cuenta de lo cómodo que se ha puesto. Si realmente quisiera irse, ya estaría a mitad de camino de Inarizaki.

—No era mi intención —suspira—. Lo arruiné, ¿no? ¿Con lo del beso y todo?

El par de ojos azules se vuelven hacia él—. ¡¿Ustedes se besaron?! —chilla—. ¿Por qué no me lo dijiste? ¡Pensé que le habías dicho que te irías! —Kaori golpea suavemente su brazo, con un cariño que a Osamu le resulta nostálgico.

—Bueno, no es como si él no lo supiera —refunfuña Osamu, con las mejillas sonrojadas, girando la cabeza—. Estaba seguro de que él te lo había comentado.

Ella suspira—. Realmente no ves cuánto se guarda para sí mismo, ¿verdad? —La puerta de la posada está justo frente a ellos, y Osamu se da cuenta de que podría haber retrocedido en cualquier momento, pero no lo hizo. Suspira, volviéndose hacia Kaori sin tener idea de cómo responder—. Entonces, ¿cuál es tu plan? —pregunta ella.

Y Osamu se da cuenta de que va a necesitar más de un plan.

Recuerden que esta solo es la primer parte, ¡sigan de largo!

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