For the first time

«Conozco cada uno de tus movimientos, de tus golpes, de tu ritmo de ataque, Chuuya».

Dazai no sería la persona más sincera del mundo, pero eso era verdad.

Conocía perfectamente a Chuuya, sabía cuándo iba a explotar, cuándo iba a golpear con el puño derecho o su preferencia por las paradas giratorias con la pierna izquierda. Sabía cuánto tiempo podía aguantar en el estado de Corrupción antes de que fuera demasiado tarde.

Había conocido su cuerpo muchas veces, en noches diversas. Conocía sus cicatrices, sus besos, su manera de acariciar, sus abrazos, sus diferentes tonos de voz.

Sabía bien cómo se sentía al respecto de su propia identidad, sus dudas y miedos, su implacable lealtad a lo que quería y a lo que creía.

Conocía sus manías, que fumaba cuando estaba nervioso y que tan solo bebía vino que estuviera, por lo menos, sobre los tres mil yenes.

Conocía todas esas facetas y muchas más, porque tres años habían sido tres años y era tiempo suficiente para conocer a una persona. Sobre todo a alguien tan predecible y fácil de molestar como era Chuuya.

Por todo eso, se sorprendió de ver a Chuuya comprando en una heladería un helado de vainilla. El helado favorito de Chuuya era el de fresa, no el de vainilla.

No le dio mayor importancia, pero en otro día le vio con Hirotsu y Kaiji saliendo de un bar, riéndose alegremente, y Dazai se preguntó desde cuándo Chuuya era tan amigo de ambos.

También decidió dejarlo pasar, porque era la vida de Chuuya y no tenía por qué meterse en sus decisiones, pero lentamente fueron apareciendo pequeñas cosas, ligeros detalles que le hacían cuestionarse si de verdad conocía a Chuuya tanto como creía.

Ese pensamiento, de alguna manera, le afectó.

Las personas cambiaban. Él mismo era una prueba de ello, debería saberlo mejor que nadie. Pero ver a Chuuya siendo tan... diferente, de alguna manera le afectaba.

Dazai se burlaba de conocerle muy bien, de poder molestarle con cosas que sabía que tendrían resultado, pero en la práctica ya no podía afirmar que conocía tanto como afirmaba. En otra época podría haber dicho cuál era su refresco favorito, su color preferido y su marca predilecta de perfume.

Ahora, ¿podría decir alguna de esas cosas sin dudarlo? Habían pasado cuatro años, Dazai mismo había cambiado, ¿por qué no Chuuya? Tenía el derecho, la posibilidad y las circunstancias.

Podría haberlo hecho. Y Dazai no podía enfadarse por ello, pero tampoco podía decir que conocía a Chuuya.

El Chuuya que él conocía no tomaría helado de vainilla en vez de fresa. No tomaría café en vez de té. No estaría como estaba ahora, apoyado en una barandilla, admirando la nieve que caía en un lago de un parque común.

El Chuuya que conocía le habría dado una patada ni bien le hubiera visto, pero Dazai conocía al Chuuya de dieciocho, no al de veintidós.

Y se estaba dando cuenta de que había una diferencia.

—¿Qué quieres, Dazai?

El vaho que salió de sus labios se desvaneció antes de que respondiera, pero Chuuya no le dedicó ni una mirada.

—¿Por qué querría algo? —se apoyó en la barandilla a su lado, posando sus brazos sobre la fría nieve—. Solo te he visto y he pensado en saludar.

—No soy tonto, Dazai. Llevas siguiéndome mucho tiempo ya, y me he cansado de tu juego, ¿qué quieres?

«Conocerte» habría dicho, pero esa palabra no salió de sus labios. Dejó que el silencio reinase durante unos momentos antes de responder.

—Los dos hemos cambiado, ¿no lo crees?

Eso pareció captar la atención de Chuuya. Sus ojos azules, quizá lo único que no había cambiado en él, le miraron con curiosidad. Dazai le devolvió la mirada con una sonrisa leve.

—¿Qué quieres decir, Dazai? Claro que hemos cambiado. Son cuatro años, el tiempo pasa.

Dazai había sido demasiado egocéntrico. Con o sin él, los años pasaban para todos. Chuuya incluido.

—Lo sé. Me ha quedado claro en los últimos tiempos, y quiero corregir lo que dije la última vez que nos vimos.

Chuuya arqueó una ceja, sin comprender bien lo que decía.

—Es cierto que te conozco, Chuuya —prosiguió—. Puedo decir muchas cosas de ti y predecir más, pero me he dado cuenta de que no te conozco por completo. Quizá nunca lo haya hecho y nunca lo haga.

Pero quería intentarlo.

—Parece que al final te das cuenta —soltó una corta risa—. Han tenido que pasar cuatro años y además has tenido que irte a la Agencia para que lo veas.

—Supongo que no veía más allá de lo que quería ver —admitió.

—¿Sabes? Siempre me frustró que dijeras eso. Ni siquiera yo me conocía, ¿cómo ibas a hacerlo tú? Era una de las razones por las que te odiaba —sonrió divertido—. Pero me doy cuenta de que yo también pensaba que te conocía hasta que, de repente, te fuiste sin más. Entonces me di cuenta de que me había estado engañando demasiado tiempo.

—Es curioso, hemos sido compañeros tanto tiempo y ninguno de los dos nos conocemos realmente —la risa de ambos inundó el solitario parque.

Era una situación tan absurda que solo podían reírse de ella. Dos excompañeros reuniéndose en un día frío de invierno en un parque, dándose cuenta de lo poco que en realidad conocían del otro.

—Realmente, no sabíamos nada por ese entonces.

Era normal. Por aquel entonces, Chuuya seguía sin encontrar respuestas a sus orígenes, sin sentirse humano, y Dazai cada vez perdía más las ganas de seguir viviendo. Solo podían centrarse solo en ellos, y poner en duda lo que conocían era condenarse a sí mismos.

¿Ahora podían repararlo? Ahora, cuatro años después...

—Chuuya... —el pelirrojo giró ligeramente su cuerpo, quedando ambos frente a frente—. Sé que es un poco tarde para esto, después de todo lo que hemos pasado pero... —sus manos se posaron sobre sus hombros—. Quiero conocerte. Realmente conocerte.

Al menos, podían intentarlo.

Chuuya le miró como si estuviese viendo un fantasma. Como si no pudiese creer sus palabras. Sin embargo, luego tan solo dijo:

—Podrías empezar con una botella de vino —sonrió, pero las lágrimas brillaban en sus ojos. Dazai no le culpaba, él también las sentía—. Y una buena cena.

Ambos se secaron las lágrimas con el dorso de la mano. Eran demasiado orgullosos para dejar que el otro las viera, pero ninguno podía negar que estaban abrumados.

Parecía mentira, pero podían intentar arreglar los errores del pasado. Podían tratar de comprenderse mejor, algo que antes nunca pensaron en hacer.

Y las cosas que se hacían por primera vez asustaban, pero también emocionaban.

—¿Algo más? ¿No querrás un ramo de flores? —se burló.

—En vez de eso, podrías ir y comprar chocolates, que no se marchitan y están buenos, idiota.

—Como ordene, su majestad —Dazai hizo una reverencia burlesca.

Ambos echaron a reír, el vaho de ambos mezclándose en el aire antes de desaparecer y se miraron con una sonrisa que no parecía querer despegarse de su rostro antes de emprender el camino al apartamento de Dazai, sus manos entrelazándose entre bromas y risas.

Como si se conocieran por primera vez.

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