Parte única

En una habitación nocturna, un esqueleto dormía bajo esas piedras resplandecientes. En su sueño unas voces lo atormentaban, insultándolo y dañándole mentalmente.

Despertó sobresaltado. Recordando esa horrible pesadilla.

Él no sabía que le ocurrían a sus sentimientos, por ello siempre caminaba desde su casa para ir a Waterfall, dónde pensaba y reflexionaba, intentando comprender sus sentimientos.

—No entiendo...—Murmuraba el esqueleto—¿Qué me ocurre?—Esa pregunta siempre pasaba por su mente, pero nunca la podía responder.—¿Cómo pude enamorarme? Ahora todos mis sueños han sido confiscados...

El esqueleto se levantó, con temor y mucho nerviosismo. Suspiró, temiendo la consecuencias de lo que sentía. No podía creer que se había enamorado y justo ahora se había dado cuenta.

Suspiró cansado, lo único que podía hacer ese esqueleto llamado Sans era aguantarse, aguantarse y llorar. Llorar para desahogarse.

Empezó a caminar con pasos lentos por ese paisaje de cascadas, escuchando de vez en cuano las conversaciones de las flores eco.

—Sólo uno...—Sans se sobresaltó al escuchar eso. Lo que estaba diciendo la flor era una de las últimas conversaciones que tuvo Sans con su hermano Papyrus.—Entonces sólo uno, nye je je je...

Al escuchar eso, Sans salio corriendo, intentando huir de su pasado, mientras lágrimas empezaban a brotar de sus cuencas.

—Maldita sea...—Maldijo una vez se encontraba por las calles abandonadas de Snowdin.—No... No quería recordar...—Su voz estaba quebrada, intentaba olvidar lo que escuchó en Waterfall mientras giraba el pomo de su casa.

Al entrar, lo primero que hizo fue cerrar con seguro y escuhar. Pero nada se escuchaba, en ese salón reinaba el silencio.

Una vez cerrada la puerta y haber escuchado ese silencio infinito, Sans se proponía ir a cocinr algo. Y cocinar algo se refería a tomar una botella de ketchup y punto. No tenía ánimos para cocinar algo bueno.

En su mente solo pasaban los recuerdos de esa conversación, mientras se sentía mareado y frustrado. Se sentía penoso, y el ketchup que bebía no ayudaba casi nada. Odiaba no haber podido detenerlo.

—Papy...—Su voz de nuevo era quebrada, y eso le molestaba bastante, quería dejar sus recuerdos atrás y volver a vivir feliz, pero sus sentimientos no le dejaban, eran insoportables y muy pesados para llevarlos encima.

Entonces, para ventilar su mente, se dirigió a paso lento al sofá, dónde se tumbó y durmió al instante. Pero las voces lo torturaban siempre que dormía, no podía conciliar el sueño después de despertar por esas lejanas y cercanas voces que lo molestaban cada siesta. Lo insultaban y humillaban de distintas formas, haciendo caer a Sans en una gran depresión.

Él siempre fue un esqueleto fuerte, al que costaba hacer que esté triste, pero ahora, en esos momentos, no era como antes, era diferente, ya no era Sans. Tenía su cuerpo pero todo en él era distinto: ya no hacía chistes malos, no sonreía, sus ojos nunca tenían pupilas blancas, siempre eran negros.

Sus amigos notaban ese cambio, pero no era para menos. Undyne no era tan feliz como antes, al igual que otros monstruos de la aldea Snowdin. 

Ahora, Sans era más responsable. Iba al trabajo siempre que le correspondía, pero iba sin anas, no le apetecía ver ningún humano. Además, su pasatiempo favorito era ir a Waterfall, en las habitaciones vacías en las que podía 'dormir'. Le gustaba hablar con las Flores Eco que se encontraban en ese lugar azul. Eran su único apoyo para esa depresión que lo mantenía cabizbajo.

Pero ahora no tenía ánimos ni para trabajar, esas Flores Eco le habían hecho recordar el pasado a Sans, cosa que no ayudaba nada en su estado de ánimo. 

Mientras dormía, el esqueleto se movía demasiado, escuchaba tantas voces, sonidos y músicas en sus sueños que se le era imposible mantenerse dormido una hora. Siempre despertaba por el mínimo sonido de su habitación, por eso ahora era más responsable. No podía quedarse dormido en el trabajo, sino de nuevo lo torturarían mentalmente.

Al final, después de media hora, Sans cayó del sofá al moverse tanto. Éste se sobó la cabeza, adolorido, mientras suspiraba, ahora sin ninguna gana de dormir. 

Miró el calendario, hoy le tocaba trabajar.

Se acomodó la chaqueta, mientras se despedía de su casa, ya que no podía despedirse de nadie, nadie vivía ya con él. Al salir, se encontró con una desagradable sorpresa: una ventisca se aproximaba a su puesto de trabajo.

—Qué más da...—Susurró Sans bajando la cabeza y mirando al suelo nostálgico, intentando reprimir sus ganas de llorar.  Pero antes de llegar a su puesto, vio a lo lejos la figura de Undyne. Ésta, parecía esperar a alguien.

—¡Sans! Llevo media hora esperando a que llegues. ¿A dónde estabas?—Gritó energética Undyne. Sans solo se encogió de hombros.—Ay... Vengo a decirte que te han dado unas vacaciones. No puedes seguir trabajando en este estado.

Sans pareció sobresaltarse ante eso. No podía dejar de vigilar. ¿Que pasaría si un humano cae? No puede dejar sus puestos, eso sería su fin. Aún teniendo vacaciones, quería trabajar, permanecer de guardia.

—Pero... ¿Y si un humano cae...?—Preguntó preocupado el esqueleto, mientras Undyne reía sonoramente, haciendo aparecer una lanza mientras la blandía en el aire.

—Tranquilo, no pasará de aquí. Tenemos nuevos miembros en la Guardia Real.—Ese nombre... La Guardia Real. Tanto la había escuchado, que ahora le entristecía escucharlo. Undyne, al ver la cara entristecida de Sans se agachó, mientras ponía su mano en el hombro del esqueleto.—Sans, debes superarlo... Por favor...—Y dicho esto, Undyne se levantó para luego desaparecer a la lejanía.

Sans, haciendo caso omiso a Undyne empezó a llorar, llorar de una forma sincera, mientras se le escapaban pequeños sollozos. Entonces, una vez más calmado se sentó en su puesto de vigía, para comenzar a escribir en un cuaderno.

'Querido diario, hoy me han dado vacaciones. Pero no puedo dejar mi puesto, no debo dejar pasar a ningún humano más. Nunca cometeré el mismo error dos veces.'

Esas fueron las palabras que escribió Sans, mientras de vez en cuando miraba en frente, cómo si esperase a alguien. Pero nadie vino.

La noche empezaba a caer sobre el subsuelo, mientras todo oscurecía. Sans maldijo todo, no quería dormir, así que se dispuso a vigilar por la noche.

La luna artificial que una vez fue creada por Undyne apareció en el 'cielo' mientras se levantaba un fuerte viento que movía las ramas de los pinos cubiertos de nieve y hacía crujir aalgunas hojas caídas, pues era otoño-invierno. 

Esos sonidos hacían que Sans se asustara, como si los estuviera provocando un fantasma y no el viento. Para ver un poco mejor, el esqueleto iluminó su ojo derecho, que ahora destellaba en la oscuridad más profunda. 

Algunas sombras aparecían de vez en cuando, pero eran los pequeños monstruos que vivían en el bosque de Snowdin, que caminaban en busca de un refugio.

-

Una vez había amanecido, Sans se dirigió a su casa, pues ese día no tenía que trabajar. No paraba de bostezar ya que normalmente dormía diecinueve horas diarias, pero éstos últimos días no descansaba lo suficiente, y todos se lo recordaban. Él necesitaba dormir más para tener una buena salud.

En su casa, todo estaba igual: solitario y triste. Sans entró, mientras decidía que hacer para pasar el día. Tal vez iría a descansar en Waterfall, como siempre. Así que una vez había comido, se dirigió hacia ese extraño y grandioso lugar lleno de cascadas y vegetación azulada.

Allí, todas las Flores Eco empezaron a hablar de la nada. Pero no eran conversaciones externas, sino las últimas conversaciones que había tenido Sans con Papyrus.

El esqueleto empezó a correr por todos los pasillos de esa caverna infinita, hasta llegar a una habitación alejada de toda Flor Eco, dónde pudo descansar sin problemas. 

Las conversaciones se repitieron una y otra vez en la mente del esqueleto, mientras dejaba caer sus lágrimas por sus pómulos, cayendo al suelo con un sonoro *Plof*.

—Papyrus... Por... Qué... Tú...—Sans recordaba sus últimos días con Papyrus: fueron hermosos. Sans llevaba tiempo reprimiendo sus sentimientos por su hermano, pero hace unos días que se confesó al esqueleto más alto. Para su sorpresa, éste también lo amaba.

—Papyrus, ven, quiero enseñarte algo.—Exclamó un alegre y optimista Sans, que no paraba de insistir en que su hermano lo acompañase. El otro, sin saber el motivo de esa insistencia, aceptó.—Ven.

El más bajo guió a Papyrus por un camino nevado que comunicaba con una caverna llena de agua, en la cual habían esas tal conocida flores Eco, conocidas en todo el subsuelo. Papyrus estaba confuso, no sabía el motivo por el cuál su amado hermano lo llevaba allí.

Al final, después de una larga caminata llegaron a una habitación alejada de todo ser viviente de esa caverna, dónde unas cuantas Flores Ecos se erguían.

—Je... Papyrus, hace tiempo que quería decirte una cosa...—Sans ahora mostraba una mirada nerviosa y un rubor azul adornaba sus pómulos.

—Dime Sans.—Murmuró Papyrus mirando con una sonrisa a Sans. Éste se arrodilló mientras intentaba hablar, pero el nerviosismo lo vencía.

—Pa-Pa-Pa... Papyrus... ¿Sabes? Hace tiempo sentía un gran deseo por protegerte. Siempre pensé que era porque eras mi hermano y era mi deber, pero ahora me siento extraño al hablar contigo. Siento que eres la persona más especial del planeta y deseo pasar toda mi vida contigo... ¿Querrías ser... ser... ser... m-mi... m-mi... ketchup?—Y esa fue la declaración de Sans hacia Papyrus. Éste se lanzó hacia su hermano mientras asentía.—¿Me das un b-beso?—Tartamudeó Sans.

—Claro, Sansy...

—Pero... Sólo uno. Sólo uno será nuestro símbolo...—Dijo Sans. Quería que su primer beso fuera perfecto, y que sea único. No darse cientos y que no sean especiales.

—Entonces... Sólo uno.

Al recordar esa velada, Sans sintió un gran dolor en el pecho, mientras seguía sollozando silenciosamente, pensando en cómo había perdido lo que más quería en la vida.

Una semana atrás (tres días después de haberse confesado a Papyrus) un humano cayó en el subsuelo. Nunca supo cuál era su nombre. Este humano era compasivo, bastante adorable y tenía un don para mantenerse determinado. Pero la pesadilla llegó cuando el humano, frustrado de haber sido capturado tantas veces por Papyrus, acabó asesinándolo. Asesinando a su hermano.

Y él no pudo hacer nada para evitarlo, pues fue el único monstruo a quien asesinó. El único. Eso hacía sentir peor al esqueleto, que lloraba de forma descontrolada.

Y desde aquel día en el que vio la bufanda tirada en el suelo de Snowdin, nunca más volvió a ser el mismo. Ahora guardaba la bufanda en un cajón que nunca abría por pavor a recordar.

Después de un tiempo de llantos, Sans, de mala gana, se transportó a su casa, donde se dirigió a sacar la bufanda de Papyrus y enrollarla en su cuello, mientras se dirigía a la antigua habitación de su hermano. Al entrar, su corazón se encogió y se le hizo un nudo en la garganta.

Caminó lentamente hacia la cama en forma de coche, y agarrando la bufanda con sus dedos se tumbó en la cama, mientras cerraba los ojos y recordaba sus últimas frases...

—Sólo... Uno...—Dijo para quedarse dormido, cuando de repente notó que alguien entraba en su habitación. No hizo caso, así que solo siguió durmiendo, mientras lágrimas caían por su rostro.

El humano había entrado en la habitación, arrepentido de haber matado a Papyrus, y al ver esa escena le partió el corazón.

Iba a resetear.

—Sólo... Uno...—Fueron las últimas palabras de Sans antes de desvanecerse en esa línea temporal y abrazara esa bufanda tan querida.

FIN

Al fin me animé a escribir Fontcest :3 Al principio le iba a dar a Sans un final triste, pero los reset ayudan en todo :O Espero que les haya gustado el One-Shot :/ :)

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