6. ᎪᎷᎬᎢᎻᏆᏚᎢ FᎬᎬᏞᏆNᏩ
Vamos, pon tus manos en el fuego
Explícate, mientras giro y encuentro el poder
Ahora estoy abajo,
mirando hacia afuera y hacia adentro.
Del verano a la primavera
Desde la montaña hasta el aire
Del samaritano al pecado
Esperando el fin.
Into the fire, Thirteen Senses
Si pensaste en Central Park cuando mencioné el parque central, hiciste bien. Debería escribirlo con mayúsculas pero estaría contribuyendo a lo que debería ser un crimen nacional. El alcalde de Moonstone, Oscar Elric, ordenó su construcción en 1990, alegando que siendo una ciudad relativamente ecológica, era inconcebible que no existiera un área verde pública de gran extensión en medio del apogeo urbano.
Su proyecto habría sido tomado como una gran consideración de su parte por los ambientalistas de no ser porque cometió el gravísimo error de mencionar Nueva York como punto de comparación durante su declaración pública, frente a las cámaras de la prensa.
Hasta el más lerdo de los habitantes de Moonstone pudo haber hecho la conexión de inmediato. El hombre sólo quería competir contra el éxito de Nueva York, plagiando su famosísimo parque incluso en nombre.
Era lamentable, vergonzoso e insultante. Una gran masa de protestantes se levantó en su contra por dicha declaración, pero fueron abatidos y acallados con los días, el reportaje fue suprimido de todas las televisivas y eliminado de la faz de Moonstone, y el parque fue construido.
La gente no pudo quejarse más después de ver el parque como un hecho. Era toda una belleza de veinticuatro hectáreas con veintidós pares de bancas de herrería, veinte pares de farolas de luz ubicadas estratégicamente en área y dos decenas de pérgolas de hierro forjado. Alojaba desde sus inicios dieciocho tipos diferentes de árboles, dieciséis de flores y catorce de animales. Contaba con caminos empedrados para paseo casual, caminos de tierra para ejercicios aeróbicos y vías de cemento para bicicletas. Como para hacer una ostentación creativa, se construyeron nueve piletas erigidas con esculturas de las musas griegas, cinco puentes en arco nombrados según su color distintivo y tres lagos de aguas tratadas con purificadores artificiales con los nombres de las principales cárites griegas. También incluía cuatro canchas deportivas y un centro cultural, punto de afluencia de vendedores ambulantes, restaurantes en cadena, exposiciones de arte e intérpretes musicales.
Claro que el parque no fue hecho a prueba de invierno, y en esa época del año pasa desierto, pues los inviernos en Moonstone son bastante crudos y todo cuanto hay es blanco y frío. Los patinadores de hielo aficionados prefieren practicar en la pista deportiva oficial de la ciudad, en la intersección entre la calle 100 y la avenida Pearl. Incluso el centro cultural apenas opera.
Así pues, la gran mayoría de ciudadanos olvidó el incidente y continuó con su vida. El alcalde Elric siguió gobernando hasta el fin de su período electoral, pero desde entonces fue mucho más cuidadoso con sus palabras.
La historia me fue contada por una de esas personas que no se olvidaban fácilmente de los deslices de los políticos. Me contó muchas otras historias, que quizá mencione más adelante de encontrar otro punto de referencia dentro de la ciudad en lo que siga de mi vida y este diario.
Encontré a Thalia en el puente rojo, arrimada en la balaustrada con los codos mientras sacudía las cenizas de su cigarrillo sobre el lago Aglaya, según lo predicho. Garuaban copos de nieve y ella llevaba puesta su campera militar con la capucha arriba, en conjunto con un calentador negro y sus botas de escalada.
—Llegas temprano —musitó, encarándome y expulsando junto con su voz el humo en una nube deforme.
Me detuve a una distancia prudencial, impasible, la nube de humo abriéndose y dispersándose a cada lado de mi cara. Antes, el olor a tabaco me resultaba sumamente desagradable, pero después de que probé fumar por mí mismo, solo para experimentar cómo se sentía y por qué causaba adicción, dejó de molestarme.
—Es hora de dejar los rodeos.
Thalia le dio otra calada a su cigarillo, luego me ofreció uno junto con su encendedor. Los acepté y me arrimé a la balaustrada al igual que ella, mirando hacia el frente.
Moonstone lucía apagado ese día, el cielo gris y completamente tapado por nubes densas y aglomeradas entre sí, como la masa obtenida de mezclar papel con goma; las calles mínimamente transitadas espolvoreadas de blanco. La temperatura del día rondaba los diez grados centígrados si no más abajo, y el reporte meteorológico matinal había predicho una tormenta, así que era entendible.
La imagen me recordaba a aquellas esferas de cristal navideñas.
Imaginarse a la ciudad dentro una esfera de cristal era tentador, veinticinco mil doscientos treinta y seis personas del tamaño de microbios encerradas en una cúpula agitable. Me imaginé a toda la nieve estancada elevándose y revoloteando en el aire, desafiando toda ley de física concebida, las caras que pondrían los habitantes. Me imaginé a mí en medio, estirando los brazos a mis costados, cerrando los ojos y levantando el rostro hacia el cielo. La nieve reaccionando al movimiento de mis brazos hasta que mis palmas se encontraran arriba y entonces todo se quedaría quieto, la nieve suspendida, las hojas de los árboles ondeadas por viento, las personas detenidas en una pose natural. Abriría los ojos y observaría los detalles, intentando guardarlos en los registros de mi hipocampo. Luego bajaría las manos y todo procedía a caer a su ritmo habitual, sin hacer cuenta de lo sucedido, solo sabiéndolo yo.
—¿Viste las noticias? —me preguntó Thalia.
Asentí mientras encendía el extremo del cigarrillo que ya había atrapado entre mis labios, mi mano evitando que la llama sea apagada por el viento o la nieve.
Como era de esperarse, no había nadie más que nosotros allí. Las ramas de los fresnos desnudos de las cuales pendían algunos carámbanos afilados se torcían hacia abajo como manos espectrales y el empedrado estaba resbaladizo por los cúmulos de hielo. Por detrás de nosotros la fuente de Melpómene yacía con el agua congelada, formando un paraguas de hielo con bordes peligrosos.
—¿Algo llamó tu atención?
Exhalé humo.
—Además del posible asesino serial tras de personas como yo, no.
Thalia sonrió.
—Quién diría que el humor negro se te da bien.
—El humor negro es mi idioma alternativo. Para cuando no tengo nada serio que decir.
—Lo cual supongo sucede en contadas ocasiones. —Dejé que interpretara mi calada al cigarrillo como la respuesta que quisiera. Thalia me echó un rápido vistazo antes de volver la mirada al frente y decir—. Sabía que aceptarías venir a un lugar como este sin hacerme problemas. Puedo notar tu comodidad. Con la calma, el sosiego, el silencio. La soledad.
—¿Estás segura de que no escogiste la carrera equivocada?
Thalia se pegó una risotada. Su modo de ser no le facilitaba contenerse ni acallarse. No le interesaba cómo pudiera ser interpretada porque ella sabía lo que decía y hacía y eso era suficiente para ella. Si alguien tomaba algo como ofensa, ella no se detendría para pedir disculpas. Ni siquiera pediría disculpas cuando la ofensa fuera intencional, porque era su intención hacerla y cargaba con la responsabilidad. Su orgullo podría ser lo único que le hacía competencia a su desembarazo.
Las mujeres que conocía no eran así. La mayoría de las adultas eran cautas y pudorosas con sus maridos o entregadas por completo a su familia o al trabajo. La mayoría de las adolescentes solo pensaban en romances y en su imagen, unas que otras, tímidas y reservadas, se dedicaban a leer y fantasear sin hacer nada en realidad. Ninguna me había parecido tan franca como Thalia, exceptuando a las niñas. Me di cuenta de que me gustaba estar con ella y escucharla hablar. Era un alivio encontrar a alguien de cuyas palabras me pudiera fiar.
—Arqueología, antropología, sociología, psicología... son carreras afines, al fin y al cabo. Las maravillosas ciencias sociales. Desde pequeña supe que alguna de ellas sería mi futuro. Por desgracia, no tengo la paciencia ni el tacto para ser psicóloga. —Dio otra calada a su cigarrillo, expulsando una serie de aros hacia el lago. Ella sí que era una mina de talentos peculiares—. Dime algo, si te hubiera citado en una fiesta, ¿habrías aceptado?
—No.
—¿Y has ido a una antes?
—No me interesa.
Thalia asintió, como si hubiera dicho justo lo que esperaba escuchar de mi boca. Aquello me fastidió, resultar de alguna manera predecible es tener a alguien por delante de ti.
—¿Sabes por qué las personas van a las fiestas?
—La verdad es que no lo entiendo.
—Para perderse a sí mismas. Aman la ilusión de la libertad. La diversión sin límites ni escrúpulos. Deshinibirse de todos los prejuicios y vergüenzas que tengan arraigados, incluso de su propia personalidad, de su conciencia. La gente puede hacerse adicta a eso. ¿Y qué pagar un pequeño precio de resaca a cambio de la diversión absoluta? Te diré algo, hay dos clases de personas en este mundo. Las que disfrutan de la vida y las que no. —Hizo un gesto hacia mí.
—¿Cómo sabes que no me divierto?
—Lo veo en tus ojos, en tus acciones. En tus preferencias y en tu comportamiento. Sagaz, desconfiado y reservado. No estás aquí para divertirte, porque probablemente no sientas que es lo que merezcas. Se nota tu inapetencia por el placer. Eres leíble, Nico di Angelo. No fácilmente leíble, pero nadie se salva de serlo.
—¿Y qué? ¿Te parecen interesantes los perfiles de asesinos en potencia?
Thalia se encogió de hombros.
—¿He dicho que amo bailar con el peligro? Así es como me divierto yo. —Bromeaba, siguiéndome la corriente, pero luego de otra calada a su cigarrillo habló con más seriedad—. Conozco el perfil de un asesino promedio. Lo siento, pero no encajas en él.
—Es una verdadera lástima —dije, fingiendo pesar—. Volviendo al tema del asesino...
—Oh, acerca de eso, necesito mostrarte algunas cosas, pero para eso debemos ir a mi casa.
—¿Entonces por qué mierda me citaste aquí?
Thalia sonrió taimadamente.
—Quería hacerte tomar algo de aire, hacer algo distinto. Apuesto a que pasas todo el tiempo metido en tu departamento como un oso hibernando.
La mandé a la mierda y ella solo se rió.
—También me gusta sacarte de quicio. Eres muy emocional, ¿lo sabías?
—Solo larguémonos de aquí —refunfuñé, dándole la espalda y empezando a caminar, tirando el cigarrillo en el camino.
Llegamos en veinte minutos y fuimos directamente al cuarto de estudio. Esta vez yo tenía mi auto y ella el suyo, y su mansión tenía parqueo suficiente para ocho, por lo que iba preparado para no tener que pagar taxi. Thalia colocó un CD en un DVD que reprodujo unas viejas noticias en la televisión. Mi corazón se encogió como si hubiera sido sumergido en sal.
—Papá tiene contacto directo con la policía estatal y el FBI, y le han sido confiados registros de los casos que aún no han sido resueltos...
La hice callar con mi mano.
—Hoy es un día oscuro en Moonstone —decía una reportera, por delante de unos edificios de vidrios polarizados que recordaba claramente. Las luces de las patrullas se hacían notar por detrás—. En una balacera entre la policía y un grupo de prófugos de la ley resultaron dos víctimas mortales, Bianca y Nico di Angelo, de apenas doce y diez años respectivamente. La madre de los pequeños había muerto un año atrás en un accidente de tránsito. Así termina la triste historia de esta familia.
Thalia le puso stop y me miró.
—¿Desde cuándo lo sabes?
—Hace mucho. —Thalia suspiró—. Papá solía ir a visitarme cada fin de semana a San Francisco y me mostraba sus grabaciones para que estudiemos los casos juntos. Solía creer que era un juego, pero creo que en realidad me preparaba para seguir sus pasos. —Ella pasó los pulgares por la superficie del CD—. Pero yo no quería ser una agente. No quería sumergirme en el nido de la podredumbre del mundo.
—Por eso no regresaste antes.
—Sí, Nico. —Thalia esgrimió una sonrisa—. Estudié arqueología y ahora tengo mi título y un trabajo que me agrada.
—¿Entonces por qué volviste ahora?
—Porque la familia no se abandona. Esas mierdas publicitarias de que siempre regresas a tu hogar son ciertas. Así sea por unos meses.
No despegaba mis ojos de la pantalla apagada.
Hogar.
Lo que yo ya no tenía.
¿Eso significaba que estaba destinado a ir a la deriva por el resto de mi vida?
—Yo no te conocía —continuó Thalia—. Tuve mis sospechas cuando Hazel Levesque mencionó tu nombre, pero no pude estar segura hasta que revisé la inscripción de la caja. Hace mucho que no la había escuchado.
—Pero Jason sí me conoce —cavilé.
—Desconozco sus razones para ocultártelo, pero sé que Jason está más involucrado en esto. —Thalia hizo un ademán hacia la pared de CDs, arriba había un letrero que decía CONFIDENCIAL. Me parecía que si el señor Grace me pillaba ahí se pondría energúmeno—. Jason va a seguir los pasos de nuestro padre y está tan empapado de todos estos casos como él. Sin embargo, hay algo que yo sí sé y tú mereces saber. —Thalia tuvo que pararse de puntitas para dejar la caja del CD de mi familia en su lugar—. El suyo era el caso que mi padre más ponderaba. Ese reportaje fue transmitido internacionalmente durante una semana. Por alguna razón, los agentes federales querían asegurarse de que el mundo entero se enterase de la muerte de tu familia y de paso pensara que estabas muerto.
Yo nunca me enteré de lo que salió en las noticias al respecto. Estaba demasiado aturdido y no quería saber sobre nada ni nadie. ¿Por qué decir que estaba muerto? Abrí la boca, pero Thalia continuó.
—Y hay otra cosa. —Volvió a encender la TV y usó el control remoto para llegar al canal de las noticias—. Ayer murió la madre de uno de tus compañeros.
—Margaret Harris fue encontrada sin vida en la calle Blue, junto a su hijo, James Benson. La mujer de cuarenta y tres años recibió un disparo en la cabeza que acabó con su vida al instante. Según afirman los testigos, un auto de vidrios polarizados bajó la ventana a tres cuartos y disparó sin reparos. Desapareció rápidamente y el número de placa había sido adulterado llevando a la policía a ningún lugar. Mientras se esforzaban en seguir el rastro del recorrido del auto por las cámaras viales, el perpetrador lo dejó abandonado cerca de una fábrica abandonada y no dejó rastro suyo. El muchacho de diecisiete años se encuentra en el hospital y no quiere aportar información. Lo único que admitió frente a los paramédicos fue que tendría que estar muerto. Los psicólogos interpretan sus palabras de manera que la madre interceptó el disparo por protegerlo...
—Y esto no es todo. —Thalia apagó la TV y me encaró—. Están los asesinatos que te hice ver.
Tuve que tomarme mi tiempo para procesarlo. Conocía a James Benson, estudiábamos juntos y solíamos intercambiar palabras de vez en cuando en cuarto grado. No era una mala persona, Leo lo había asegurado, siendo la casa de los Benson su lugar de estadía durante su intercambio. Había dicho que le alegraba haber ido a parar a ese lugar con esa familia. No me imaginaba lo que podría estar pasando después de lo sucedido, pero me imaginaba perfectamente lo que estaba pasando James y lo compadecí. No había que ignorar el hecho de que James y yo también nos asemejábamos mucho físicamente.
Miré a Thalia con escepticismo.
—¿Y por qué conectas todos estos asesinatos, incluido el de Bianca?
—No solo el de Bianca, también está el de tu madre. —Mis ojos se ensancharon. Hasta el momento nunca había considerado la posibilidad de que lo de mi madre fuera un asesinato. Quizá porque en el fondo lo sabía y no quería aceptarlo. Porque eso significaba que también había sido mi culpa—. Mi padre los marca según al caso al que correspondan. El caso de la muerte de tu familia tiene código DA0013. —Thalia volvió a sacar el CD y me lo enseñó. Tenía inscrito el código. Luego me mostró un mensaje de texto de su padre. Decía «Cariño, ¿puedes hacerme un favor? Graba por mí el caso de Margaret Harris y colócale el código DA0013.»
Negué con la cabeza.
—No tiene sentido. No existe ningún patrón definido entre las víctimas. Mi hermana, Corey, Taner, Margaret...
—Quizá Corey, Taner, James y tú —Thalia sacó a la luz aquello que yo más temía—. ¿El día en que murió tu hermana, no recuerdas si ella intentaba protegerte?
—Yo... —Me temblaron los labios. Recordé el sonido del disparo, Bianca frente a mí, el cómo su cuerpo se sacudió en contacto con el mío. A buena hora que aún conservaba mi pelota de goma en mi bolsillo, porque de no haberla apretado me habría ahogado de nuevo en el pasado—. No hablaré sobre eso.
Thalia suspiró.
—Nico, esto ya no se trata solo de ti y de tu familia. Escuchaste lo que James Benson dijo. Estamos hablando de un presunto asesino en serie. Si está detrás de todos los chicos que compartan características como las tuyas o algo más...
—Entonces esto seguiría sin tener sentido —espeté, fastidiado—. Mi hermana murió hace seis años y mi madre hace ocho. Corey hace un mes, Taner hace una semana y dos días, y James y yo seguimos vivos.
—Aún. Quizá ambos estén en peligro ahora.
—Pero, ¿por qué el asesino esperaría tanto tiempo para volver? No tiene sentido. Los asesinatos de hace años y ahora podrían haber sido perpetrados por dos personas completamente distintas.
A Thalia se le escapó una sonrisa, aunque no dilucidé si era de exasperación, rendición, indignación o diversión. Terminó de dejar todo en su puesto y me acompañó hasta la puerta. La caída de nieve había empeorado y daba la impresión de que pronto empezaría la tormenta.
—Quizá tengas razón. —Ella palmeó mi espalda para que cruzara el umbral y quedara oficialmente fuera de la mansión—. Pero también es posible que yo la tenga.
Sin dejarme oportunidad a replicar, me cerró la puerta en las narices.
Volví a mi auto, abrazándome por el frío. Desde la mansión de los Grace, tendría que recorrer medio kilómetro hasta la avenida Emerald, desviarme hacia la calle 107 y cruzar dieciséis cuadras para llegar a mi departamento. Mientras emprendía mi camino, traté de convencerme de que la asesina de mi familia no estaba relacionada con la persona que había acabado con esas tres vidas ahora.
Yo no quería que ellas me protegieran.
—Cazzo —farfullé al volante mientras le atizaba un golpe con la palma de una mano—. Así que por esto la policía quiere hablar conmigo.
Sabiéndolo, estuve menos predispuesto a ir a ellos.
Llegué a la intercepción de la avenida Emerald y la calle 107. Cerré los ojos por dos segundos antes de pisar el acelerador y seguir de largo.
Conduje por cuarenta minutos, hasta que la avenida se angostó a un carril y se sumergió en un bosque de coníferas que se abría a cada lado de la carretera. Entonces me salí del camino y aparqué el auto. Abrí la cajuela para sacar una funda de filetes de carne medio cocidos que había comprado en un Walmart al paso y me la colgué del antebrazo. Luego me giré hacia el bosque, cuya visión me aceleró el ritmo cardiaco debido a un entusiasmo soterrado. Soplé en mis palmas y me las froté para calentarlas antes de comenzar a caminar, introduciéndome en la pineda. La tormenta de nieve todavía no había llegado hasta ese punto del mapa, por lo que debía aprovechar el tiempo de ventaja. O quizá ya había pasado por allí y no tendría nada de qué preocuparme.
Había ido tantas veces que conocía el camino de memoria, algo difícil que afirmar sobre un bosque. Además, las huellas que dejaba tras mis pasos me servirían como señalización para regresar, en el caso extremo de que me perdiera. Las hojas más altas de los pinos siseaban con el viento, liberando pequeñas partículas de nieve que revoloteaban en el aire antes de llegar el suelo sin hacer el menor ruido. Para mí era un consuelo, el follaje me protegía del gélido viento.
Escuché uno que otro aullido lejano y apresuré el paso, escabulléndome con más sigilo entre los árboles y atento a lo que había a mi alrededor. Finalmente, los pinos se abrieron en un claro coronado por un lago a medio congelar y respaldado por elevaciones de roca gris recortadas en formas rectas contra el cielo. Rodeé el lago para llegar a la pequeña cabaña situada cerca de la orilla, y en la entrada me senté para sacudirme las botas. En ese punto mi cabello estaba aperjado de nieve, al igual que mi anorak e incluso mis pestañas.
Esperé unos minutos hasta que el sol poniente cubriera el claro de su luz dorada y me calentara un poco el rostro, que había levantado hacia el cielo.
Thalia tenía razón. Me gustaba la quietud, la soledad. Me sentía mejor conmigo mismo, sin escuchar los ruidos de la ciudad, ni las voces de los humanos, tan solo yo, mis pensamientos y mis receptores nerviosos, reaccionando a los estímulos del ambiente. Me gustaban esos momentos de desasosiego con la naturaleza, lejos de todo lo demás. ¿No es en algo similar a ir a una fiesta? Olvidarse de quién eres, pero en lugar de por una efímera diversión absoluta, por una efímera paz absoluta. Era para mí lo más cercano a la felicidad. Y no tenía que pagar ningún precio por hacerlo, solo tenía que buscarlo. Podría quedarme una eternidad así, en medio de la dicotomía del frío y el calor, escuchando el sutil arrullo de los árboles y las aves, llenándome las fosas nasales del olor a pino fresco.
Togo profirió un aullido ahogado para hacerse notar. Abrí los ojos y le sonreí. Él se inclinó ligeramente sobre sus patas delanteras y me dejó acariciarle las orejas y el cuello.
—¿Qué tal, amigo? ¿Me extrañaste?
Comenzó a husmear en la funda.
—Eh eh eh. ¿Dónde están tus modales?
Togo retrocedió y me miró a los ojos fijamente. El color topacio brillaba a la luz del sol, como una verdadera muestra comercial.
Sin quitarle los ojos de encima, saqué uno de los filetes de la funda y se lo lancé lo más lejos que podía. Lo atrapó en el aire y comenzó a devorarlo en el acto.
Nadie sensato tendría un lobo de mascota, pero quiero creer que Togo y yo tenemos un lazo único. Lo encontré hace dos años en medio de la nieve, demasiado joven y débil para enfrentar al mundo cruento que lo rodeaba. No había nadie cerca, así que lo recogí y me lo llevé a una veterinaria de inmediato, pues el lobezno estaba frío y se movía con dificultad. El doctor me dijo que no podría tener más de dos semanas de nacido y que era muy extraño que no estuviera con su madre.
«Quizás era demasiado débil para la manada» me dijo. «Es más pequeño que un lobo promedio.»
La selección natural casi lo lleva a la muerte, pero lo rescaté a tiempo. Algo irónico, si me lo preguntas. El hombre, principal destructor de la naturaleza, salvando a un «desecho» de ella.
El doctor me recomendó un suplemento de leche materna humana para el lobezno y me dijo que no me lo podía quedar por mucho, pues la naturaleza de los lobos es agresiva, y los intentos humanos de criarlos no han salido bien. Inexorablemente en algún momento ellos se rebelarían contra su amo, peleando por el puesto de alfa.
De todos modos, sabía que no podría tenerlo en mi departamento. Así que lo crié durante sus días más vulnerables, intentando enseñarle que yo era su amigo, no su superior. No estaba seguro de que funcionara, pero decidí tomar el riesgo. Logré mantenerlo por casi un año, diez meses y medio antes de que me provocara demasiados problemas en el departamento y con las personas cuando lo sacaba a tomar aire.
Un día lo llevé al bosque y paseamos a la deriva hasta que llegamos a este claro y supe que sería el lugar apropiado. No sabía de quién era la cabaña pero poco después encontré su propietario en internet y negociamos lícitamente su venta a un precio razonable. El dolor de dejarlo podría haberse comparado al dolor de descubrir quién era mi padre, como un eco vibrando en un vacío.
Pero no pude abandonarlo, no después de que toda mi familia me abandonara a mí y la suya a él. Aparecí al siguiente día a la misma hora, con la absurda esperanza de encontrarlo. Cuando estuve a punto de irme, resignado, apareció y ambos nos diluimos en nuestra emoción al vernos.
Y así terminamos como ahora. Sé que Togo es un cazador nato y que la cosa entre nosotros podría salir catastróficamente mal en el momento en que él lo decidiera, por eso escondo en mi auto un arma de dardos sedantes y la saco cuando voy a visitarlo. Nunca mataría a Togo, pero debía estar preparado para la fatídica posibilidad, aunque no me gustara.
Jugamos un rato, hasta que se escucharon nuevamente los aullidos. Entonces Togo afirmó sus orejas y me volvió a mirar, como pidiendo permiso. Asentí con la cabeza, un gesto que él ya entendía, y se acercó para que lo pudiera acariciar por última vez en el día, antes de retirarse.
No me moví de mi lugar mientras la noche se apoderaba del cielo. No recuerdo el momento en que pasó tanto tiempo ni el momento en que me quedé dormido, pero me vi sentado debajo del manzano. Entre el trigo crecían todo tipo de flores, lo cual era nuevo. Vi a Will sentado en medio del campo, jugando con las flores, que se enroscaban en sus brazos y florecían alrededor.
Se dio cuenta de que lo estaba mirando y me sonrió. No le sonreí de vuelta pero le mantuve la mirada. No pensaba ceder.
Will se acercó y se sentó junto a mí.
—Bien, si me miras pero no quieres pasar conmigo, yo pasaré contigo.
—No necesito tu compañía.
Will recogió sus rodillas contra su pecho, cruzando sus pies descalzos por delante y esbozó esa sonrisa a la que le tenía tanto fastidio.
—Con esa actitud nadie te va a amar —me dijo a modo de advertencia.
—No quiero que me amen —respondí secamente.
—Todos quieren que los amen —insistió Will, frunciendo un poco la frente. Ninguno de los dos nos mirábamos directamente, pero éramos conscientes de nuestras cercanías y nuestras voces eran los únicos sonidos que llegaban a nuestros oídos. Me pregunté si Will estaba manipulando el entorno para lograr tal silencio, persuadiéndome a conversar con él.
—Yo no. Mi tonto idilio es que nadie me ame. —Estiré la comisura izquierda de mi labio por un segundo—. No estoy lejos de ello.
—Así que sí hay alguien. ¿Mamá y papá, quizá?
Los rostros de mi mamá y mi hermana acudieron a mi mente, sucedidos de la palabra sin cara padre. Los deseché tan rápido como pude. Will debió notar que tocó un tema delicado porque acercó su brazo al mío en un intento frustrado de ofrecerme apoyo físico, produciendo un roce que me electrificó los vellos.
Normalmente, habría desechado la pregunta y estancado la conversación de forma brusca, pero había algo dentro de este lugar paradisiaco de mis sueños que me hacía sentir en confianza suficiente para hablar con soltura sobre mis asuntos personales. Quizá el hecho de que eran simples sueños y yo lo sabía. Lo cual era equivalente a que de los sueños no saldría la información. Ni la realidad ni ninguno de sus integrantes podría apoderarse de ella jamás. Me planteé la posibilidad de haber creado subconscientemente a Will para purgar mi propia soledad y falta de comunicación interpersonal. Así como los niños crean amigos imaginarios por lo mismo.
—Mi padre es un idiota —confesé— ni siquiera conozco su rostro, o su estúpido nombre real. —Will asintió, como comprendiendo el sentimiento. Aquello me animó a continuar—. Mi mamá y mi hermana me amaban. Pero ahora están muertas. —Me encogí de hombros—. Las únicas personas que podrían quererme ahora son Hazel y su madre.
—¿Y qué son ellas para ti?
—Mi media hermana y su madre.
—¿No es tu madrastra?
—No, yo vivo solo. Pero parezco importarles. —Hice una mueca.
—¿Por qué no quieres ser amado?
—Porque a las personas que me aman no les va bien.
—Eso es una tontería —me dijo Will—, una tontería emo muy tonta.
—Tu argumento es el tonto —repliqué, aunque quería sonreír y Will lo estaba haciendo.
—¿Qué me dices de amar?
—¿Amar? ¿Yo? —Bufé—. No lo creo.
—¿Entonces nadie te importa?
Me di cuenta de que sí. Me importaban las Levesque. Me importaban mis amigos. Hasta parecía importarme Braun. Se lo dije a Will, quien asintió con aires de profesional, como si yo fuera su paciente de psicología.
—Oh, y también está Thalia.
—¿Quién es ella?
—Una amiga de última.
—Oh —Noté que la voz de Will adquiría un matiz tensional—, ¿amiga?
—Es increíblemente guapa e inteligente. Tan solo la conozco de una semana y ya me importa.
—Bueno, pues deberías pedirle una cita.
—Ya tuvimos una.
—Entonces deberían hacer pareja. Casarse. Tener hijos.
—No me digas que estás celoso.
—No estoy celoso —replicó, adusto.
—Ah, qué bueno. Porque Thalia sí me gusta. Y yo le gusto a ella.
Will me miró, enfadado.
—¿Qué? —No pude evitar sonreír esta vez—. ¿No puedo hacerte ni una pequeña broma?
De repente todo su enojo se evaporó. Volvía a sonreír con todos los dientes y un brillo de triunfo en los ojos. En ese instante caí en cuenta de la verdad. Había caído redondo en una broma suya sobre mi broma. Todo para sacarme una sonrisa. Joder. Este tipo sabía cómo hacerme quedar en ridículo, lo cual para mí era inaceptable.
—¿Y yo no podía hacerte una broma de tu broma?
Esta vez, él se echó a reír y yo lo maldije.
—No me importa con quién salgas —aclaró Will cuando se calmó— sólo me importa que esa persona te quiera y que te ayude a no temer al amor.
—No le temo al amor.
—Es exactamente lo que diría alguien que no quiere aceptar que le teme al amor. Esa chica, Thalia, no la ves de esa manera, ¿o me equivoco?
Refunfuñé respondiéndole.
—No, ni ella a mí. Nuestra relación es... podría decirse laboral. —Dejé que el silencio calmara mis emociones y sentí la acuciante necesidad de abrirme más—. Es curioso, ¿sabes? En realidad nunca me ha gustado nadie.
—¿Entonces eres virgen? ¿Incluso de labios?
—Sí, supongo. No tengo mucho contacto humano.
—Sé qué tal vez esto te suene a discurso de abuela fuera de época, pero es bueno que conserves tu virginidad. La mayoría se precipita, hay presión social, pero creo que la presión social no te importa, ¿cierto?
—Cierto.
—La virginidad... es —sonrió, aunque noté cierta tirantez en su rostro esta vez—, es algo importante. Es algo que solo tú deberías decidir qué hacer. Pero que sea tu verdadero deseo y no uno impulsado por fuerzas externas y ajenas a ti. Cuando veo a las personas, me apena. La virginidad les es motivo de vergüenza. Están tan ansiosos por conocer, por alardear, por estar preparados para decir que saben hacerlo bien, que solo lo hacen y ya, sin que signifique nada especial. Claro que el sexo supone una fuente de placer única, pero aún así, creo que esa fuente de placer única debería reservarse. No es la única manera de sentir placer. Hay muchas cosas, más allá de lo que todos ven, pero se enfrascan en seguir viendo lo mismo.
Sonaba triste, como si hubiera algo más detrás, algo personal. No me atreví a preguntar.
—¿Tú has tenido novia alguna vez?
Will arrugó apenas la nariz e imitó mi voz.
—¿Novia? ¿Yo? No lo creo.
—Entonces —recapitulé— me quieres dar una lección sobre el amor, pero te disgusta el romance.
—No es el romance lo que me disgusta —adujo mientras me guiñaba el ojo, encantado con que no le entendiera.
Rodé los ojos y me perdí en el horizonte.
—Veo una sonrisa natural en tu rostro. ¡Oh, por Dios! Esta podría ser una señal del fin del mundo.
—Mi puño en tu cara será una señal del fin de tu mundo. —Volví a sonreír, ya sin oponer resistencia—. Solo estaba pensando en una fantasía.
—¿Una fantasía sexual? —cizañó Will.
—No, mierda. Una fantasía de nieve.
—¿Cómo es eso?
—Me imaginé estar en una cúpula de cristal, la nieve levantándose del suelo para revolotear en el aire cuando levantara los brazos.
—Bueno, eso es posible.
Will se puso en pie con la gracilidad de un ciervo y me ofreció la mano, la cual acepté sin pensar. Un frío repentino lamió mi espalda y me di la vuelta para encontrar todo cubierto de nieve. Giré sobre mis talones hasta encontrarme de nuevo frente a Will. En lugar de montañas, nos rodeaban paredes abovedadas de cristal reluciente.
Will hizo un ademán de aprobación a mis brazos. Me mordí el labio, pero lo hice. Alcé los brazos y toda la nieve se elevó con ellos, como si la estuviera controlando, y mientras más alzaba los brazos más se elevaba la nieve.
—Ahora deténlo, déjalo congelado —ordené cuando la nieve hubo llegado a su punto álgido.
Will me concedió el deseo y ambos contemplamos de cerca las partículas de nieve suspendidas, riendo de dicha cuando Will las transformó en copos que cambiaban de forma. Luego todo comenzó a caer, cubriéndonos de blanco. Terminamos lanzándonos bolas de nieve y luego dibujando ángeles. Reí y me divertí como nunca. Y tampoco fue necesario una fiesta para ello.
Al final nos quedamos tumbados en la nieve, respirando agitadamente, calentándonos del frío con nuestra propia emoción. Will giró la cabeza hacia mí e imité su acción, deslumbrándome con su sonrisa, sus ojos y sus pestañas rubias bañadas por la luz de un sosegado sol. Nuestros dedos se rozaron y resistí la tentación de retirar el brazo.
—No eres tan amargado, después de todo.
—Y tú no eres tan insufrible.
Will abrió la boca para replicar, pero el sonido que escuché fue un aullido lobuno. Luego escuché un coro de ellos mientras el sueño se desvanecía y abría los ojos, incorporándome en la completa oscuridad, solo amortiguada por la luna y las estrellas.
Con la respiración agitada y el cuerpo entumecido por el frío, me giré para encontrar una manada de lobos frente a mí.
Me quedé completamente quieto. Ellos me miraban fijamente, situados en posición de ataque. Me propuse alcanzar el arma en mi bolsillo, pero apenas moví la mano, el lobo más cercano gruñó, enseñando los dientes.
Tragué saliva, corto de ideas. Mi pulso se aceleró y sentí chorritos de sudor rodar por mi espalda. No me ayudaba llenarme de miedo y nervios. Me preguntaba si los lobos se irían si me mantenía quieto y con los ojos fijos en ellos.
Pero no sucedió así.
Un nuevo aullido prorrumpió en escena y el lobo responsable saltó a la manada desde atrás para atacar. Aproveché la distracción para sacar mi arma y dispararle al lobo más cercano, que cayó con un quejido perruno. El siguiente en línea saltó sobre mí y me tiré a un lado para esquivarlo. Me levanté como pude y empecé a correr, aunque no pude evitar una mordida en la pantorrilla y un zarpazo en el costado. Sus dientes no se anclaron profundamente en mi carne solo gracias a mis veloces movimientos.
Saqué mi linterna, porque en la espesura de la pineda la oscuridad era demasiado densa. Algunos lobos me siguieron. Yo me giraba de cuando en cuando, disparándoles. Era demasiado difícil correr así, esquivando árboles, alumbrando lo que podía y girándome hacia atrás para disparar. Las heridas comenzaban a dolerme y a ralentizar mis pasos. Habían sido peores de lo que pensé.
Llegaron más aullidos y mi distracción me hizo chocar contra el tronco de un pino, aturdiéndome por un segundo que bastó para que un lobo me tumbara bajo sus patas. Abrió su hocico en dirección a mi cuello y no se me ocurrió de otra que frenarlo con mi antebrazo. El dolor de la mordida me hizo gritar. No sé cómo me las arreglé para dispararle con la otra mano. Pero el peso del lobo me cayó encima y sentí otra mordida en la pierna, intentando arrancármela.
En mi desesperación por quitarme el cuerpo del lobo y patear al otro para que me suelte, Togo llegó. Escuché gruñidos, golpes, entre otros sonidos difíciles de reconocer hasta que se hizo el silencio.
Logré quitarme el peso del lobo de encima y me encontré solo con Togo, quien se acercó a olfatearme, acariciándome con la cabeza. No quería ver los daños en mi cuerpo, pero vi la nieve regada de sangre y tuve náuseas, que mezcladas con el dolor casi me provocan un síncope.
Sabía que no podría caminar con la condición de mi pierna y apenas podía mover mi brazo sin gritar. Togo gemía acurrucándose junto a mí, sin saber qué hacer. Me sentí orgulloso de que se hubiera convertido en un lobo tan fuerte.
Pero había demasiada sangre y me preocupaba que el dolor comenzaba a ser silencioso, intentando enmascarar el daño creciente.
Con mi brazo bueno, saqué mi celular y llamé a Hazel. Me dijo que llegaría lo más rápido posible. Mientras la esperaba, me recosté sobre Togo y miré las estrellas, sintiendo que me relajaba.
El cielo cambió al celeste y giré la cabeza para encontrar a Will, cuyo rostro se llenó de preocupación, y mientras se levantaba para acercarse, la noche volvió y sentí a Hazel dándome golpecitos en la cara. Sacudí ligeramente la cabeza y la escuché gritar mi nombre, a lo que balbuceé algo en respuesta.
Lo que sucedió a continuación fue difuso, pues iba consciente a medias. De alguna manera, entre Hazel y su madre se las arreglaron para llevarme hasta el auto y de allí al hospital. Creo que entré por emergencias, no sé, solo recuerdo que veía los focos fluorescentes, que me decían cosas que no entendía bien y que respondía otras cosas que ya no recuerdo.
La piel rasgada por los zarpazos tuvo que ser cerrada con suturas. En cuanto a las mordidas, me dijeron que fui afortunado porque mis huesos no tenían fracturas, lo cual pudo haber sido posible dada la naturaleza de las mordidas y sus ejecutores. Las desinfectaron, y aunque les costó, detuvieron la hemorragia. Suturaron lo que pudieron suturar y cubrieron lo demás con apósitos y vendajes. Me aplicaron la inyección antitetánica y me dieron una receta de antibióticos y analgésicos.
También me concedieron una pinta de sangre, había perdido mucha. Me dijeron que necesitaba hacerme exámenes para descartar un caso de hemofilia leve, pero a juzgar por la manera en que lo dijo, el doctor quería más bien comprobarlo. Más tarde, Hazel me comentó que mis heridas no podían dejar de sangrar, que por un momento pensó que sangraría hasta morir. Incluso estando en el hospital no podían detener el sangrado, se vieron obligados a recurrir a una terapia intravenosa hasta que por fin consiguieron la coagulación.
Así que hemofilia leve. Ignoré el miedo a aceptarlo para pensar en las posibles señales previas y buscar aquellas que las contradijesen. Desde que recuerdo era inusual que me lastimara, pero cuando lo hacía, me costaba tanto dejar de sangrar que algunas veces terminaba en el hospital. Nadie me había dicho lo de la hemofilia hasta ahora y yo no me interesé por ahondar en el asunto. También recuerdo entre borrones alguna que otra hemorragia nasal.
Pero yo he peleado físicamente toda mi vida. He golpeado y fui golpeado. Me han quedado moretones que sanaron y tanto mis músculos como mis huesos son fuertes. Sé poco de la hemofilia, pero mi idea de una enfermedad como esa es que el que la sufre tiene su vida demasiado limitada por la protección ante un peligro que está en todas partes.
Dejé el hospital con muletas, Hazel convenció a su madre de que le permitiera quedarse a dormir en mi departamento para cuidarme. Estaba tan cansado que no se lo discutí. Habían traído mi auto hasta el hospital dividiéndose para manejar ambos, es decir, también el de la señora Levesque. Hazel condujo mi auto hasta el edificio de departamentos y me ayudó a bajar y caminar.
—Tu auto sigue siendo bonito —me dijo.
Es un Camaro SS. Por su puesto que es bonito. Ese había sido uno de mis últimos intentos de llamar la atención de mi padre, con una compra elevada. La parte en que le importó una reverenda mierda ya la podrás haber deducido.
Hazel me ayudó a acomodarme en la cama para después cocinar algo ligero y llevármelo en una bandeja de madera.
—Eres demasiado abnegada y servicial —comenté mientras acomodaba la bandeja de comida en mi regazo.
—Es porque te quiero, Nico. Lo hago con todo gusto.
—No creo merecerlo.
—No me importa si lo mereces o no, es lo que yo quiero hacer por ti.
No podía seguir discutiendo con ella.
—Aunque no lo demuestre mucho, yo también te quiero, Hazel.
Su sonrisa me dijo que valió la pena haberme atrevido a decirlo. Las tostadas untadas con queso ricotta y el vaso con infusión de manzanilla endulzada con miel me parecieron un banquete que se asentó cálidamente en mi estómago.
Después de tomar los antibióticos, sentí sueño. Mis párpados se caían hasta que ya no volvieron a abrirse. Will se acuclilló a mi lado.
—¿Pero qué diablos te pasó?
Cerré los ojos. Seguía cansado. Quería por una vez poder descansar. Sin sueños, ni mundos alternos. Solo descanso mental. Los abrí cuando no sentí más frío. Es ambiente había vuelto a ser el mismo de siempre.
—¿Puedes caminar?
—No mucho.
—Bien. Te cargaré.
Dicho eso, me alzó en brazos mientras yo me quejaba y maldecía para que me soltara, y me llevó a su casita en medio del bosque. Era ilógico que siendo tan delgado pudiera cargarme con tanta facilidad, pero era un sueño, después de todo.
Una vez allí me sentó en el mismo sofá donde me curó la mano la primera vez. Debo admitir que me sentí intrigado por las capacidades curativas de Will y dejé que me retirara las vendas para revisar las heridas. Al final me dejó tal cual estuve en el principio solo que ya no sentía dolor. Desperté y me revisé enseguida. Ya no tenía las heridas. Hazel estaba de pie en el umbral de la puerta, con la bandeja de desayuno en las manos y la boca abierta.
Está decidido. Producto imaginario o no, Will Solace tiene control sobre mí.
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