10. ƊᎬNᏆᎬᎠ ᎻᎾᏔᏞᏆᎢᎬ



Voy a luchar hasta que esté
en el otro lado de este reino
Ilusiones van y vienen por mi mente,
ensueños como si no pudiera dormir
La consistencia es cosa del pasado,
me aferro a lo que sea que dure.

The Otherside,  Wolf Colony

En el anterior registro escribí mucho y no concreté del todo la explicación que prometí al principio. Estaba demasiado agotado como para escribir más y los días consiguientes me topé con algunas novedades que requirieron de mi atención y mi tiempo. Así que voy a empezar completando lo que dejé inconcluso.

En el interrogatorio sufrí una descompensación física y mi percepción de la realidad fue distorsionándose hasta que llegué al sueño, es decir, a la inconsciencia. Los policías intentaron hacerme despertar, pero no lo lograron. Terminé volviendo al hospital tres horas después de mi épico y tan esforzado escape. Cuando desperté me dijeron que Barnes se hizo cargo de los gastos médicos antes de marcharse.

Nadie sabía qué me había pasado con exactitud: por qué no reaccioné hasta después de un día entero, por qué mi herida había desaparecido sin dejar rastro. Los exámenes no mostraron indicios de anomalías o disfunciones en mi cuerpo. Yo mentí diciendo que tampoco sabía. No solo los médicos preguntaron sino también mis amigos, quienes fueron a visitarme después de clases. Incluso un policía tuvo la osadía de aparecer para decirme que el comisario Grace solicitaba hablar conmigo una vez que saliera del hospital. Tal desconcierto generó el asunto que transcurrió otro día antes de que me dieran el alta.

En conclusión, durante más de veinticuatro horas tuve que quedarme postrado en una cama para soportar preguntas, restricciones y numerosos exámenes y advertencias médicas. Me pregunto si para todas las personas hospitalizadas resulta tan estresante.

Solo cuando me quedé a solas con Hazel y Thalia, tres horas antes de mi alta, hablé.

—Fue una crisis como la que tuve en el colegio. Pero esta vez habían personas a mi alrededor durante la crisis.

—Si yo hubiera estado ahí habría puesto a esos policías en su lugar de alguna manera. —musitó Hazel, ceñuda. Me pareció distinguir amenaza real en su voz y me pregunté hasta dónde pudo haber llegado de estar ahí.

No mencioné que yo estaba desesperado por escapar de allí y que era posible que mi deseo haya influido en lo que sucedió, como Braun suele decir que funcionan los mecanismos de defensa y compensación psicológicos. No lo dije porque sólo era una sensación y las sensaciones, en especial las mías, no son fuentes de información fiables.

Thalia caminaba con semblante pensativo de un lado a otro. La resonancia de sus botas parecía clamar ser notada, pues estaba acostumbrada a pisar fuerte.

—Tiene sentido, entonces estuviste inconsciente casi tres días. Ahora fueron menos de dos. Los polis no podían estar seguros de que no estabas en peligro, así que te trajeron.

Hazel seguía viéndose entre preocupada e irritada. Se abstraía a ratos a la par que se arrancaba las cutículas de los dedos con ayuda de sus dientes y sus uñas. Pensé que necesitaba ir a dormir hasta que me recordé a mí mismo que no lo hacía porque no podía quedarse tranquila sabiendo que yo estaba —de nuevo—en el hospital, metido en un nuevo lío.

—¿Por qué te duermes tan profundo? ¿Y si en una de estas pasas semanas o hasta años dormido?

—Eso es ridículamente exagerado. —Thalia lo dijo por mí.

—Normalmente tengo un horario que se cumple —aclaré—, el de un sueño normal de estudiante. La variación del tiempo solo aparece cuando tengo alguna crisis. Y desde este año están apareciendo de nuevo.

—¿Y esas horas que varían se reflejan en tus sueños? —preguntó Thalia, curiosa.

Negué con la cabeza.

—El tiempo que paso soñando no tiene relación con el tiempo que paso dormido. Nunca he pasado un día completo allá y he tenido sueños de pocos minutos que siguieron cumpliendo con el horario del instituto. El tiempo es independiente... —Fruncí el ceño y cerré los ojos, masajeándome las sienes con las yemas de los dedos—. No sé si Will tenga control sobre el tiempo en los sueños. Si es el caso, no sé por qué hace que el sueño se acabe cada vez que trato de mencionar o preguntarle sobre el mundo real.

En el sueño previo a mi despertar en el hospital no sucedió demasiado. Will actuó como si nunca me hubiera formulado la pregunta de «¿Quién eres en realidad?». Su actitud respecto al tema fue tan distante que por un momento dudé de que lo que pasó en el anterior sueño haya sido real. Volví a plantearme la posibilidad de estar proyectando mis deseos en mis sueños, pero entonces Will me tomó una mano y me dijo con una sonrisa triste «Tu solidez me sienta distinto» y cuando intenté preguntarle a qué se refería, desperté.

Mientras el silencio se extendía en la habitación como un acuerdo no pronunciado, me pregunté, una vez más, si había sido buena idea contarles. Lo único que obtuvimos fue más cabezas humeantes por la incertidumbre. No le contaría a nadie más, eso me prometí. Aunque debo reconocer que compartir el peso de la información hace que me sienta mejor capacitado para soportar lo que sucede.

A Thalia le surgió un imprevisto de trabajo y tuvo que marcharse. Una vez que Hazel y yo nos quedamos a solas, la habitación se sumió en un tipo de silencio que me hizo comprender por qué le atribuían el adjetivo «incómodo». Yo sentía que debía decirle algo, que se lo debía. Al mismo tiempo, esperaba que ella me dijera algo, que especificara qué quería exactamente de mí o atenuara la tensión en la atmósfera diciendo o haciendo algo que diera a entender que todo estaba bien entre nosotros. Al final, Hazel fue más valiente que yo.

—Respeto que no quieras decirle a los médicos, ¿pero por qué?

Al principio no supe qué pensar acerca de que esa fuera su primera pregunta. Después de todo, ya habíamos discutido sobre el tema cuando Thalia estaba con nosotros. La única inferencia que pude sacar fue que Hazel estaba esperando quedarse a solas conmigo para hacerme esa pregunta. La información que la pregunta exigía ahondaba más en la naturaleza de mi opinión que en la de los hechos y los misterios. Entonces, Hazel podría querer seguir intentando comprenderme y creía lógicamente que si yo apenas me abría un poco ante ella, a quien conozco de años y me relaciono con sangre, Thalia no podía tener el mismo nivel de confianza.

En realidad sí comparto el mismo nivel de confianza con ambas. No era cuestión del tiempo ni de la sangre, ni siquiera de la predisposición. Thalia y yo estábamos interesados en lo mismo y queríamos saber lo mismo, nuestra dinámica exigía forjar una confianza rápida y eficaz. Con Hazel no compartíamos un propósito ni nuestro modo de pensar estaba alineado, pero nos unía el lazo del cariño y la preocupación mutua. Por eso mi relación con Hazel escaló más lento. Y ese es un logro mutuo que no quiero echar a perder.

—No me gustan los interrogatorios —respondí, haciendo un énfasis tácito en lo que había sucedido.

Hazel me preguntó sobre el último sueño y le conté todas las novedades sin entrar en detalles.

—Entonces no puedes preguntarle dónde vive.

—No.

—Tampoco quiénes son sus padres, ni cuántos años tiene, ni su nacionalidad.

—No.

—Entonces, ¿cómo te enteraste de que es una persona real?

—Las circunstancias lo forzaron. —Hice una mueca—. Supongo que tendré que imitar el recurso si quiero obtener más información.

Hazel se cruzó de brazos y se mordisqueó la uña de un pulgar. Estaba demasiado corta, comida hasta el límite. Días después le recomendé que comenzara a usar guantes y me ha hecho caso, pero de todas formas termina mordiendo el tejido de lana que cubre la punta de sus dedos. En Moonstone hace frío todo el año, así que accesorios como guantes, bufandas, gorras y botas son comunes en la vida cotidiana y a nadie le parecería raro ver a alguien usando guantes en pleno verano.

—No me gusta nada de esto. Los sueños, la policía, la asesina suelta...

—Puedo cuidarme solo, ¿sabes?

Me miró con una expresión desconcertada, rayana a la extrañeza. Poco después sus mejillas adquirieron un leve rubor y meneó la cabeza.

—Nico, no. No pienso que seas vulnerable ni que necesites que te cuiden. Solo sé que no eres invulnerable y todo es tan turbio que me preocupa. En todo caso. —Esbozó una sonrisa parca pero significativa—. Gracias por confiar en mí.

—No es ningún honor —señalé, sonando más funesto de lo que pretendía.

La sonrisa en los labios de Hazel permaneció, aunque sus ojos miraron más allá de mí.

—No, supongo que un honor no.

Gracias a que reconfiguré la hora de mi alarma, estuve en la estación de policía antes de que saliera el sol del día siguiente. Algunos de los policías que transitaban por los pasillos rehuían mi presencia. No vi a Barnes entre ellos. Avancé hasta el que me dijeron que era despacho del comisario Grace, y toqué la puerta, no por respeto a su persona sino porque es parte de la norma de cortesía general. Estaba ya girando el pomo gélido al tacto cuando escuché el «Adelante».

El semblante impertérrito del comisario no cambió al verme. Me hizo una seña hacia la silla frente a su escritorio y tomé asiento sin despegar los ojos de su rostro. Por primera vez no lo hacía con afán de intimidar, pero intuyo que una persona normal se habría sentido inevitablemente intimidada o mínimo incómoda. Teniéndolo cerca me di cuenta de que se parecía más a Thalia que a Jason, no por las facciones, sino por la electricidad que rezumaba en sus ojos, como una advertencia para quienes fueran a meterse en su camino.

—¿Quería hablarme?

—Serán preguntas rápidas. Por el aparente misterio que esconde tus entradas al hospital, incluyendo una con una puñalada. —«En mi propia casa», imaginé que se guardaba.

Abrió un cajón y extrajo una hoja en blanco para escribir el reporte. Noté que en su escritorio solo había una computadora; un puñado de carpetas apiladas unas sobre otras; y un organizador que contenía clips, una grapadora pequeña con su respectiva cajita de grapas, un sacagrapas, un sello y algunos bolígrafos. Ningún adorno para personalizar, ni siquiera un cuadro o foto enmarcada que diera vida a las paredes grises.

—Me apuñalé yo —dije, y él titubeó unos segundos antes de escribirlo. Imaginé que el fondo solo quería terminar con aquel protocolo laboral. ¿Qué importaba lo que yo decía, sino sólo escribirlo y hacer el reporte que le exigía su trabajo de una vez? No había ningún muerto, ningún crimen. Solo un hecho extraño que involucró una puñalada de la que ya no había rastro.

El resto de la entrevista fue algo parecido a esto:

—¿Por qué?

—Por accidente.

—¿Qué tipo de accidente?

—Jugaba con el cuchillo y se me fue la mano.

—¿Con una puñalada?

—Fui estúpido.

—¿Dónde está el cuchillo?

—Me asusté, lo lavé y lo puse en su sitio.

—¿Estás encubriendo a alguien?

—Juro que no.

—¿Y mi hija estaba contigo?

—Me descubrió luego.

Dar pasos sobre la verdad beneficiaría tanto a su trabajo como a mí. Lo único que hice fue rellenar los huecos que le quitarían realismo. No me preguntó por qué mi herida se curó sola; no le correspondía. Me informó que con mi colaboración iban a ser capaces de emprender la búsqueda de la asesina. Thalia había mencionado antes que mi descripción había sido suficiente para que esbozaran un boceto del rostro. Sinceramente, no recuerdo haber colaborado tanto. Pero Thalia tenía una foto del boceto y me estremecí cuando me la había enseñado.

Pasé por una cafetería para desayunar algo rápido y luego fui al colegio. Llegaba tarde, algunos de mis compañeros me miraron intrigados cuando entré al salón. No sabía si se había corrido algún rumor de mi estadía en el hospital y su estela de misterio, pero incluso si fuera así no me importaría. Recibí clases como si no hubiera nada fuera de lugar y eventualmente los demás lo creyeron.

Para mi desgracia no podía engañar ni influenciar con ese método a mi esfera de amistad. Jason de nuevo me evitaba. Percy delataba su inquietud tanto en palabras como en movimientos y el cincuenta por ciento del humor de Leo dormía. Apenas nos dirigimos la palabra durante el almuerzo. Aproveché el tiempo para revisar mensajes no leídos y entonces comprendí el por qué del comportamiento de Jason: se había negado a apoyar a Thalia cuando ella le pidió a su padre investigar nuestro hallazgo por los túneles subterráneos. No solo eso, lo secundó cuando le dijo a su hija que se salía de su jurisdicción. Tal declaración cristalizaba nuestra soledad. Thalia, Hazel y yo contra todos, incluidas las autoridades y mi propio amigo.

Estoy cabreada. Sabía que saldría con algo así, pero tenía una pequeñita esperanza de estar equivocada. No es de su jurisdicción, ja. Es la típica excusa de un oficial.

Escribí rápido mi respuesta.

¿Y qué harás ahora?

Cuando leí su siguiente mensaje, después de salir del colegio, tomé una decisión que estaba pendiente en mi cabeza y llevaría a cabo once días después.

Haremos, en plural. Estás conmigo, ¿recuerdas? Averiguaremos más cosas por nuestra cuenta.

Thalia me había dicho una vez que no siguió los pasos de su padre porque no quería hundirse en la podredumbre del mundo. Al parecer las pesquisas policiales que había practicado desde temprana edad llegaron a apasionarle en serio, pues ahora estaba dispuesta a sumergirse en la podredumbre del mundo por su propia voluntad.

Los días posteriores estuve concentrado en los sueños. Fui encontrando mis propias respuestas para las preguntas que tanto me desquiciaban. Y si no podía responderlas, planteaba una pregunta más adecuada y escalaba entre respuestas hasta llegar a la apropiada. Como la mayéutica de Sócrates, pero sin salir de mi cabeza.

Mi interacción con Will ha cambiado. Me cuesta más verlo, escucharlo y sobre todo sentirlo cerca. No dejo de preguntarme a dónde está, qué tipo de vida tiene y me entusiasma la idea de que sea en el mismo país. Will me habla en inglés y no con acento británico o australiano. Aunque reconozco que hasta allí llegan mis conocimientos para filtrar el acento inglés. No puedo saber si estoy hablando con un neoyorquino o con un californiano. Pero pude identificar que el acento de Will me suena neutro. Me pregunté si el sueño se encargaría de que yo lo escuche hablar inglés neutro y él a mí en su idioma. No podía preguntarle directamente, pero se me ocurrió una idea.

C'era una stella nel cielo che cadde ai piedi del pescatore. Era ancora una stella quando si tuffò in acqua.

—¿Qué? —Will parpadeaba, tratando de procesar mis palabras—. ¿Acabas hablar en otro idioma?

—Nací en Italia —me atreví a decir, y casi dejo escapar un suspiro aliviado cuando el sueño siguió. Tal vez porque lo que dije ya no tiene vigencia.

—Pero siempre hablaste un poco extraño el inglés.

—Y tú me entendías.

Eso fue suficiente para las normas imaginarias del sueño. Me desperté, pero sonreía. Había descubierto que efectivamente Will era de Estados Unidos. Si había notado mi acento, yo tendría que haber notado el suyo. Si yo sentía neutralidad en su acento, sería posible que estuviera cerca. En el mismo estado, con suerte en la misma ciudad.

Con esa información filtré las búsquedas en Google. En el estado habían veintiséis personas con el nombre de Will Solace y en Moonstone ninguno. La información sobre ellos era pobre y en ninguna de las imágenes que vi encontré el rostro de Will. Tal vez me había equivocado en mi suposición. Sentí como si me acabara de tragar un puñado de arena de cuarzo.

Sacudí la cabeza. No podía rendirme todavía. Si estaba equivocado, debía comprobarlo. Y si lo comprobaba, buscaba otra opción. Lo único de lo que estoy seguro es que tengo que encontrar a Will. Hasta ahora he ido ampliando el radio de búsqueda y obtener una imagen o una descripción clara de cada posible candidato ha sido un trabajo engorroso. También he procurado, para facilitarme la tarea, sonsacarle a Will algunos datos que puedan servirme de referencia. Hasta ahora sé que sí es de Estados Unidos (me habló sobre El Día de Acción de Gracias), que vive en un lugar rodeado o constituido por áreas verdes (mencionó que visita a menudo el bosque), y que aunque se parece físicamente a su padre no es su hijo biológico (le pregunté si en su familia tenían ese color de ojos, la respuesta fue negativa y recibí ese dato adicional).

En un sueño más reciente abordé el asunto de las curaciones, explicándole a Will qué había sucedido fuera de los sueños cada vez.

—Así que —concluí— parece que no puedo morir. Si me lastimo fuera, tu voluntad de curarme me cura. Si me lastimo aquí, mi propio deseo de curarme me cura. O algo así. Aún no tengo una buena inferencia para lo segundo, solo sé que me curé de todas formas.

—Pero si mueres no se puede hacer nada. —Will había reaccionado mal, sus palabras tildadas con enfado—. Te meten un tiro a la cabeza o el corazón, te cortan la yugular, te rompen el cuello y adiós.

—Tal vez —articulé con cuidado— si muero venga aquí. Tal vez así me quede aquí.

Will me miró por tendido, como esperando que le dijera que era una broma. Entonces negó vehementemente con la cabeza.

—Este es un lugar para vivos. Nuestro cerebro tiene que seguir trabajando para llegar aquí. Sin actividad cerebral no hay sueños.

—¿No has pensado que pueda ser algo más? Ningún sueño es tan nítido, ni tiene sensaciones tan vívidas, ni personas en distintas ubicaciones que se encuentran. Esto podría ser algo como... una realidad alternativa, un plano sobrenatural donde podemos entrar los dos.

—Pero solo estamos nosotros. Y yo la puedo manejar a mi antojo.

—Tal vez tú eres una especie de moderador y yo algún visitante. Y este plano es un plano personal.

Will bufó.

—Tienes mucha imaginación.

—Y yo que creía que no. —Tenía la mirada fija en el cielo, el límpido azul me hacía pensar en comerciales de televisión de los noventa donde todo lucía inquietantemente pulcro—. Pero después de todo lo que ha sucedido siento que puedo creer en cosas absurdas y en serio llegué a planteármelo. Es más fácil creer que todo esto es producto de mi imaginación. Que yo pongo las palabras en tu boca, que hago cosas de sonámbulo. Pero por más que intento encontrar una explicación lógica para todo lo que me ha sucedido, me resulta imposible. Y aparte, algo me dice que eres real. Es una intuición instintiva que también me dice que si estoy aquí es por algo. No solía confiar mucho en mis instintos, pero esto es algo a lo que no me puedo resistir. ¿Acaso no te pasa algo parecido?

Me volví hacia Will. La porción de pasto a su alrededor se tornaba amarillo y verde sin parar en un patrón de ondas expansivas.

—Dejé de hacerle caso a esa sensación desde hace mucho.

—¿Por qué?

El pasto se marchitó.

—Ya lo dijiste, es más fácil. No pue... no quiero hacerme ilusiones. Y ya no preguntes por qué.

—No. Tú me jodes hasta que consigues lo que quieres de mí y yo te voy a joder ahora.

De súbito me encontré en el lago, sentado en el borde del muelle. Will no estaba conmigo.

Me levanté, furioso, y grité al cielo.

—¡Eres un cobarde!

Nubes negras encapotaron el cielo y me cayó encima una lluvia torrencial. Al menos no me desperté empapado. Llegué a la conclusión de que los efectos que los fenómenos de Will causaban en mí dentro de los sueños no traspasaban al mundo real, a excepción de sus curaciones. Yo podía hacer «entrar» situaciones y objetos de mi realidad. Como una herida, una moneda o una navaja. Podía dejarlas allí y darlas por desaparecidas o regresar con ellas a su lugar. Incluso había conseguido comprobar que si usaba algo del «exterior» para herirme en el «interior», el resultado se reflejaría en el exterior.

No tenía claro todavía cómo es que aquella última herida sanó, si fue un efecto retardado de la intención de sanarme de Will, que no tenía poder sobre los objetos que él mismo no creaba, o si tenía que ver conmigo, como le había dicho. O pudo ser ambas. Will estaba «acostumbrado» a sanar mis heridas, con las que yo simplemente aparecía. Tener que lidiar conmigo hiriéndome con un objeto extraño a su mundo tuvo que haber pasmado su don. Se desesperó porque tampoco imaginó que sería puesto en esa situación, y porque se dio en ese mismo momento en que descubrimos que somos ambos personas reales. Todas estas razones pueden significar que la curación seguía siendo obra Will, solo que sufrió algunos pormenores antes de hacer efecto.

La hipótesis de que yo tuve algo que ver en ese proceso era más aterradora. Implicaría que yo tuve que ver en todos los procesos. Que la voluntad de Will se empata con la mía y entonces surge la magia. Will podía curarme porque yo creía que podía y porque yo también quería estar curado. Pero, en este último caso, si yo estaba inclinándome a pensar en traiciones y muerte, las voluntades no se habrían entendido bien y habrían demorado en armonizar y producir el efecto deseado.

Me senté en el escritorio, agarré un viejo cuaderno en desuso y anoté todo lo que acabo de escribir aquí, aunque mejor elaborado. A partir de ese día comencé a escribir observaciones concretas, deducciones y teorías sobre los sueños, además de los datos que averiguaba de Will como persona e ideas para obtener más. No he averiguado demasiado porque sigo guardándole rencor, y mientras le guarde rencor, no podré sumirme de lleno en mi objetivo. Will, por su parte y como era de esperarse, actúa como si tal episodio nunca hubiera sucedido, lo cual no contribuye a que mi resentimiento se drene con prontitud.

La noche en la que volví a los túneles una luna gibosa destacaba en el cielo despejado y nadie me acompañaba. Tal y como la anterior vez, me colé en el invernadero, me escondí cerca de la entrada frontal y traté de espiar las conversaciones entre los guardias frente al enorme portón metálico, única manera de acceder al interior del muro. Ambos se veían jóvenes, sin rastro de vello facial. Portaban un rifle con la facilidad de un tirador a quien no hay que subestimar.

—La nueva carga llegará al amanecer, así que nadie notará si nos echamos una cabezadita.

—¡No seas tonto, Anderson! ¡El jefe nos matará si descubre que no cumplimos nuestro turno!

—No tiene que enterarse.

—¡Tiene ojos en todas partes!

—Ya deja de gritar, mierda. Eso es sólo un mito. Mira, ahora los únicos despiertos y operativos aquí somos nosotros. Nadie conoce nuestra ubicación. Y tengo una resaca de los mil demonios. No sé tú, pero yo me echaré una cabezadita. Y si le dices al jefe al menos moriré descansado.

El que no reveló su nombre entrecerró los ojos, apuntando nerviosamente con ellos al bosque. Tal vez, si ellos se dormían, yo podría tener una oportunidad de acercarme más. Esperé.

Convenientemente, se quedaron dormidos los dos. Lo primero que hice fue acercarme al portón manteniendo una distancia prudencial con ellos. Lo examiné con la mirada y me pregunté si tratar de entrar sería ir demasiado lejos. Llegué a la pronta conclusión de que sí. Entonces seguí el muro hasta un sector apartado de la entrada, donde encontré suficientes irregularidades para trepar. Me encaramé hasta que pude sostenerme con las manos en el borde superior y apreciar lo que había dentro. Lucía como una fábrica donde coloreaban textiles pero debía ser una tapadera. No tendrían tanta seguridad solo para eso.

Los brazos ya me temblaban. Me dejé caer y solté un gruñido ahogado ante el dolor. El borde superior del muro estaba cubierto de espirales de alambres de púas y no pude evitar hacerme algunos cortes. Lo bueno fue que había tomado la precaución de cubrir mis manos con vendas de tela antes de salir de mi departamento. Eran las que usaba para practicar con el saco de boxeo, pero quedaron arruinadas. Tendría que comprar otras.

Volví en mis pasos tratando de mantenerme sigiloso y me escondí entre los árboles, lejos del área de peligro pero con una vista clara. Habían dicho que llegaría un cargamento, pero no había ningún camino hecho. ¿Cargarían las cosas los mismos trabajadores sobre sus espaldas, caminando desde quién sabe donde?

Salió el sol y no llegó nadie. Cuando me dispuse a irme oí las pisadas. Numerosas pisadas que sonaban como cascos. Poco después, un grupo de caballos ingresó en la campiña. Iban cargados por individual, como los comerciantes en tiempos antiguos. Pero lo más sorprendente fue lo que vi luego. Cuando abrieron las puertas, se apreció un patio que había conservado el suelo del bosque. De la tierra emergían unas rocas que formaban un agujero grande. Solo supe que era un agujero porque estaban sacando un costal. Cerraron las puertas rápidamente y me quedé solo y turbado, con mis pensamientos y mi corazón al galope.

—Están llevando mercancía por los túneles —le dije a Thalia—. El resto lo llevan a caballo. Se cuidan de no dejar rastros previsibles, pero no sé por qué tantos cuidados si es producción de drogas o narcotráfico. Moonstone y Sunstone no son conocidas particularmente por su lucha contra la drogadicción y poco les importa lo que suceda en medio del bosque.

—¿Dices que llevaban sacos? ¿De qué tamaño?

Arrugué el ceño.

—Eran costales. Algunos más pequeños y otros más grandes. Pero creo que un costal tiene un peso mínimo de diez kilos.

Thalia hizo silencio y se quedó quieta con expresión sombría.

—Algunos llegan hasta cincuenta e incluso más. Cada año hay aproximadamente 70 desapariciones sin resolver en Moonstone. La mayoría gente que se pierde en el bosque. Otros son sospechas de crímenes pasionales o redes criminales más grandes.

Se volvió hacia mí.

—Puedo teorizar que en ese lugar podrían estar encargándose del trabajo sucio y los cuerpos, o de experimentos sumamente peligrosos. Ya es menor la probabilidad de que sea un mero punto de producción o distribución de drogas.

De pronto fui consciente de hasta dónde habíamos llegado, cuando se supone que mi vida se limitaba a asistir al colegio y tratar de no tener derrumbes psicológicos. Se habían sumado ya sueños de los que no podía escapar ni deshacerme. Pero en esto sí tenía poder de elección. Me tallé los ojos.

—Hay que dejarle eso a la policía.

—¡Mi padre no me escucha! En primer lugar, fuiste tú el que fue a investigar en vez de dejarlo así. Ahora ya no puedo ignorar ante lo que encontramos. No pienso dejar que un negocio como el que sospecho siga tan campante. Mínimo debo saber que no es tan malo, o conseguir algún tipo de prueba. Aghhhh, ¡no se nos ha ocurrido tomarle fotos! ¡Qué estúpidos!

Hice una mueca. Fui cuando estaba oscuro y al amanecer estaba concentrado en observar. No se me ocurrió tomarle una bendita foto. Pero estaba cansado. De los misterios, los asuntos turbios y el peligro. Yo solo soy un adolescente, no un detective ni un justiciero. Mi curiosidad tenía sus límites.

—Si tu padre no quiere escucharte, hablaré con Barnes. Pero eso es todo lo que nosotros podemos hacer, Thalia. Si nos pillan estaremos perdidos y no habremos contribuido a nada.

Ella no me contradijo. Pero tampoco pareció convencida. La electricidad en sus ojos refulgía como una tormenta que acababa de empezar.

No quise pensar en que también la había dejado sola.

Cuando creí que ya había tenido suficiente, la llegada inesperada de Reyna reclamó su lugar como la corona de las novedades del mes. Ella es mi amiga número cinco, la del dedo meñique que no nombré antes. También fue mi primera amiga. La última vez que la vi teníamos quince años, antes de que su padre se la llevara a «un viaje de negocios» con el consentimiento del instituto. Como habrás podido notar, el supuesto viaje de negocios se extendió dos años. Por lo que sé, el instituto le enviaba las tareas por correo y la evaluaban oralmente vía Skype. Reyna me había propuesto que nos veamos de esa manera al principio, pero decliné la oferta, lo cual nos dejó a base de breves y esporádicas conversaciones por mensajes de texto cuya frecuencia disminuía con el transcurso del tiempo.

La noche posterior a mi discusión con Thalia, Reyna estuvo plantada en la puerta de mi departamento. Abrumado por su repentina aparición, le hablé desde el umbral, sin abrir la puerta más de cincuenta grados y agarrando el borde con fuerza.

—No me dijiste que vendrías. Sabes que odio las sorpresas.

—Fue algo repentino. —Reyna frunció los labios. Al parecer a ella también le costaba ser abierta conmigo; eso me hizo sentir mejor—. Pensé que no habría problema si pasaba a verte.

Suspiré. Reyna se mantuvo firme. No me rogaba, no me recriminaba, ni me retaba. Fue entonces cuando me di cuenta de cuánto la había extrañado.

—Pasa. —Me hice a un lado y ella se adentró con su andar elegante.

En mi cabeza se produjo una inmediata comparación de contraste. Hazel, dulce y entregada. Sus pasos ligeros, a veces torpes. Thalia, orgullosa y brusca. Caminaba a zancadas, pisando fuerte. Y ahora Reyna, elegante e imponente por naturaleza. Apoyaba los pies como si calculara cada movimiento y el resto de su cuerpo respondía al llamado. Entonces vino Will, jovial y espontáneo. Se movía con la gracia de un bailarín y actuaba con el desenfado de un niño. Aparté el pensamiento.

Reyna me miraba desde el sillón, parecía estar esperando que yo hablara primero. Le gustaba ponerme las cosas difíciles.

—No sé qué quieres que te diga.

—Solo lo que quieras decir. Ya sabes cómo funciona esto.

Bufé.

—Lo haces sonar mal, como si fuera solo un negocio.

—Lamento mi falta de especificación.

Esperó. En ese momento no se me ocurrió que quizás habría bastado con que le invitara un café y habláramos sobre el clima mientras nos sentábamos juntos a la mesa. No se me ocurrió invitarla a tomar un jodido café o siquiera un vaso con agua.

—Reyna, han pasado dos años... y han pasado muchas cosas. —Hice contacto con sus ojos—. ¿Vas a volver al instituto?

—Por su puesto. Seguiremos viéndonos. Si eso deseas.

—Por su puesto que quiero —murmuré.

—Entiendo. —Endureció su expresión—. Las cosas tampoco han sido sencillas para mí. Pero sabes que odio que me mientan. Más si eres tú.

La miré sin entender, pero entonces abrí más los ojos. En el momento en que le contesté, no estaba centrado en ella, a pesar de tener mi mirada en esa dirección. Había repetido parte de sus palabras. Un mecanismo de mentira sencillo de captar.

—Te mentí. Quiero tiempo.

—Bien. Puedes avisarme hasta entonces.

Dicho esto, se levantó, se alisó los pantalones, formalizó una despedida y se fue sin mirar atrás.

Al día siguiente la vi en el instituto y contuve el impulso de acercarme. Reyna había sido mi única amiga cuando nadie más estuvo ahí para aguantarme, cuando mis amigos actuales estaban separados y aún no conocía a Hazel. Era difícil verla ahí y no desear rehabilitar el lazo que habíamos permitido que se oxidara. Pero no tenía idea de por dónde empezar. Ni siquiera sabía si realmente quería meter a Reyna en mi vida ahora.

—¿Conoces a esa chica, Reyna? —me preguntó Hazel en clases de Historia, arriesgándose a girarse hacia mi pupitre.

—Imagino que ya intuyes la respuesta.

—Es que la miras mucho. —Ella devolvió sus ojos al pizarrón mientras seguía hablándome en voz baja y sin abrir mucho la boca. Yo no creía que eso fuera necesario, habían al menos diez estudiantes más conversando entre banca y banca sin tomar esas precauciones, pero entendía que Hazel era nueva en eso de «romper las reglas»—. Si te gusta, sé algo más disimulado.

Sentí que mi procesamiento cerebral se ralentizaba, como si el engranaje responsable de mi compresión hubiera sido sumergido en jarabe. Mis labios se abrieron antes de emitir sonido.

—No me gusta. Éramos amigos. Espero que aún lo seamos. Yo confiaba en ella para todo, pero ahora...

—Nico, sé que no me has pedido consejo, pero creo que debes tener una conversación honesta con ella.

—¿Y meterla en este embrollo también?

—¡Me refería a aclarar sus sentimientos! —Tuvo que volver a bajar la voz—. Y que la hagas elegir a ella misma.

La clase terminó. En la siguiente tuve que enfrentarme a la presencia de Reyna sin el apoyo de Hazel. Para haber llegado recién, parecía haberse adaptado. Recordé que yo estuve en una situación similar una semana antes y sentí una complicidad afectuosa. Me quedé mirándola desde atrás, tratando de familiarizarme de nuevo con su complexión media y su cabello negro, el cual a diferencia de antaño, cuando se recogía en una trenza, caía suelto hasta su espalda baja. Había crecido y volvía a atraer miradas masculinas. Quise golpear unas cuantas caras. Ella literalmente no estaba mostrando nada —la temperatura lo impide para cualquiera— y aun así ejercía esa fuerza de atracción.

Miss Goldberg golpeó la pizarra con el borrador para atraer nuestra atención.

—Creo que saben que aunque faltan siete meses para la graduación, el tiempo corre como el viento. Moonstone High ha organizado algunos proyectos para ustedes en su último año. Los maestros tendremos la oportunidad de evaluarlos a través de un trabajo del tipo que deseemos. En el caso de mi materia —adoptó un breve aire ensoñador—, la espléndida arte, cada uno escogerá el área artística en la que más sobresalga y realizará una creación personalizada. Las reglas y parámetros a calificar serán repartidos al final de la clase. —El borrador señaló a todo el salón—. Además, el trabajo será en parejas y representará el treinta por ciento de su calificación final. El objetivo es que encuentren afinidades con sus compañeros y aprendan a trabajar en equipo. 

Eché un vistazo al salón sin entusiasmo. Las chicas entrelazaban las manos a sus mejores amigas y los chicos se señalaban entre sí hasta conseguir la aceptación de alguno. Vi que Jason intercambiaba una sonrisa cómplice con Percy y Leo coqueteaba con una chica que probablemente llevaba un tiempo siendo su crush. Reyna no buscaba pareja y nadie, por muy baboso que fuera, se atrevía a pedírselo. No sé si supo que la miré, pero no me devolvió el gesto.

Parpadeé dos veces y clavé los ojos en mi cuaderno. Allá en octavo grado, el hecho de que a ni a Reyna ni a mí nos gustara socializar terminó juntándonos. Para variar, ella disfrutaba tanto de la atención de los hombres como yo de las mujeres. Por un tiempo nos dedicamos a criticar a los demás, enfatizando lo tonto que era tener pareja solo para ser incapaz de durar más de un mes juntos.

Cinco semanas después habíamos hecho un pacto escrito en una hoja arrancada de uno de sus cuadernos, firmado por ambos y sellado con una gota de nuestra sangre. El pacto dictaba que estaríamos siempre disponibles el uno para la otra hasta que termináramos el instituto. La condición: sin sentimientos de por medio. Enamorarse quedaba prohibido.

—H-hola...

Un muchacho alto y corpulento se situó frente a Reyna. Tenía rasgos asiáticos y su beanie no pretendía ocultar que su cabello estaba cortado al estilo militar. Por su contextura bien podría haber pasado por jugador de fútbol americano. ¿Lo que lo delataba? O sufría de pánico al sexo femenino o de timidez extrema.

—¿Disculpa, te conozco? —preguntó Reyna sin levantar la mirada de su cuaderno.

—Mi nombre es Frank Zhang y soy nuevo. V-veo que estas sola. ¿Crees que podrías ser mi pareja? —Carraspeó y añadió—. Juro no molestarte y limitarme a cumplir mi parte.

—¿Por qué no buscaste a alguien más? —Reyna se inclinó hacia un lado para poder ver a través de Frank el contenido del pizarrón. Ese día nos tocó reproducir un dibujo que la profesora hizo en el pizarrón y nuestra tarea fue pintarlo a nuestro criterio.

—Me transfirieron hace una semana —explicó Frank—. Es lo peor que le pueden hacer a un estudiante de penúltimo año, pero es lo que toca. —Se encogió de hombros con tristeza—. Hasta el momento no he conseguido amigos. No tengo a nadie más a quien pedírselo.

—¿Qué me dices de Nico di Angelo? —preguntó Reyna, arqueando una ceja.

Frank empalideció.

—¡¿Estás loca?! Ese chico da miedo. ¿No has escuchado lo que dicen? ¡Hasta la policía lo busca! —Reyna por fin lo miró directamente, una sonrisa divertida bailando en sus labios—. En serio, si fuera mi única opción, preferiría trabajar solo. No quiero amanecer destripado en una zanja.

Me tenté a aparecer por detrás y decir «Boo». Era impresionante la manera en la que los rumores se regaban y tergiversaban los hechos, hasta llegar al punto de asustar nuevos ingenuos como Frank.

A Reyna se le escapó una risotada, verme como un psicópata sediento de sangre debió parecerle tan absurdo como a mí.

—Bien, trabajaré contigo. Espero que sepas cooperar, porque de otro modo, podrías estar arrepintiéndote de no ir con Nico. —Extendió su mano—. Mi nombre es Reyna.

Frank la tomó con torpeza.

—Ya lo sabía —confesó—. Te vi llegar recién y pensé que, tal vez, también te habían transferido. —Abrió los ojos como platos—. No creas que te espío ni nada...

Reyna volvió a reír. Frank parecía darle ternura o lástima, y razones para ambas tenía.

—Un placer conocerte, Frank. Ahora, si me disculpas, quisiera seguir copiando el dibujo de la pizarra.

—Ah, sí, claro. —Frank trastabilló hacia atrás, chocándose con una banca—. Lo siento. Me retiro...

Mis dedos juguetearon con mi lápiz, tentándome a arrojarlo al suelo a propósito para ver si Frank resbalaba con él.

Tendría que trabajar solo. Era un tanto mejor para mí, no sirvo para los trabajos grupales. Aunque debo admitir que me hubiera gustado tener a Hazel como compañera. Para mi infortunio, ella tomaba clases de arte avanzadas.

Terminé yendo a la sala de profesores para convencer a Miss Goldberg de que me dejara hacer el proyecto de forma individual, arguyendo que ya no quedaba nadie disponible en el salón.

—Es una lástima —suspiró—, veo potencial en ti, creo que ya sabes en qué rama.

—Ajá. —Yo ya estaba distrayéndome.

La profesora de arte buscó mis ojos, muy seria.

—¿Qué quieres estudiar, Nico? De profesión.

—Gemología —respondí sin dudar.

Ella no intentó ocultar su decepción.

—¿Sabes que tienes aptitudes literarias, verdad? Creo que tienes talento para escribir. —Extrajo de su archivador una carpeta manila que me entregó en las manos—. Esta a una sugerencia mía. Espero mucho de tu trabajo. Hazlo bien. 

Sus palabras me dejaron pensando. ¿Aptitudes literarias? Yo leo libros de no ficción más que novelas. Me gusta investigar y saber, tanto o más comprender. No le encontré la suficiente relación. De improvisto recordé que a veces hacíamos ejercicios de escritura creativa y que yo sentía algo difícil de comparar mientras los desarrollaba. No esperaba que ella sintiera que mis escritos eran buenos. Me encontré sonriendo.

Abordé a Reyna en la salida del instituto, de camino al estacionamiento. Ella me saludó con una ligera inclinación de la cabeza y esperó por lo que tuviera que decir. Estando de pie, frente a frente, noté que estaba casi tan alta como yo.

—Te debo una disculpa. —Fue lo primero que me saqué a mí mismo—. Me alegra que hayas vuelto. Pero han pasado muchas cosas desde que te fuiste y muchas de ellas son serias. He hecho correr peligro a las pocas personas que saben la verdad.

Los ojos oscuros de Reyna, fijos en los míos, me transmitían su entereza sin juzgarme.

—No es necesario que me cuentes la verdad si no quieres. Pero me pondría en peligro si eso significa disfrutar de tu compañía a ojos cerrados.

—Seguro que la disfrutas mucho —comenté con sarcasmo.

Reyna arqueó una ceja y me sonrió nostálgicamente.

—Más de lo que crees. Volver a verte me hizo sentir tan ansiosa que visité tu departamento.

—El recibimiento fue lamentable.

—Lo pagaste.

Intercambiamos sonrisas ladinas. Parecía que las cosas volvían a encajar entre nosotros. No le hablé de nada, por su puesto. Ya había tomado la decisión antes y por mucho que me aliviaba tenerla de vuelta en mi vida, no podía arriesgarme a ponerla en peligro.

Peligro. Estaba aceptando que estaba en peligro, aun cuando no estaba seguro de si la asesina, que por cierto la policía ya buscaba, me viera como su objetivo y se suponía que había cortado mi participación en la pesquisa que empecé con Thalia. Por poco me di la vuelta para otear a mi alrededor. Súbitamente tuve la sensación de estar siendo observado. Me despedí de Reyna y me cubrí la parte inferior del rostro con mi bufanda antes de entrar a mi Camaro y tomar una ruta distinta a mi departamento.

En la carpeta encontré uno de los ejercicios de escritura creativa que habíamos hecho. Alguien —la maestra, por descontado— le había puesto un título, tipeado las palabras en un documento virtual para imprimirlo y dejado como resultado una hoja presentable. Pero había más de una, cada cual con una respectiva observación. Al final, Miss Goldberg dejó una nota: «Son los ejercicios de escritura creativa que más me han interesado de ti. Como podrás notar, no son pocos. Si quieres escribir una historia para el proyecto, puedes inspirarte en lo que ya escribiste. Hacerlo solo significa que dependerá totalmente de ti.» Luego puso una rúbrica que decía que el número máximo de palabras para el relato era 7000, y el mínimo 6000.

En aquellos ejercicios me había limitado a escribir lo primero que se me había venido a la mente. Me pregunto si ahora debo hacer lo mismo. Estoy aquí, escribiendo este registro, después de todo. Es posible que haya elegido este día y este momento porque quería calentar y repasar los sucesos remarcables en las últimas semanas antes de lanzarme a escribir el primer borrador del proyecto.

Lo que sé con certeza es que mi vida, de hecho, ya es una historia. No me puedo desligar de ella ni de ninguno de los elementos que se han incorporado por más que me aterre vivir la siguiente página.

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