Niño Perdido #7
Espero que les guste~
Fue en una noche normal, con Gregory dando vueltas y viendo con curiosidad las cosas en la tienda de regalos, dejando que el grupo de animatronicos tuviera una pequeña reunión para hablar. Estaba distraído, mirando los juguetes, cuando escucho algo horrible. Se tenso, era una risa, una risa tan familiar que le daría escalofríos si tuviera su cuerpo vivo. Se volteo y ahí la vio, pasando por en frente de la tienda, dando pequeños saltos y con un cuchillo en mano. Era ella, la mujer vestida de conejo blanco, con esa macabra sonrisa y sus ojos rojos sin vida. Atravesó la pared, viendo a la coneja alegarse, riendo alegremente, como si lo que hiciera estuviera bien. No le gustó, no le gustó para nada. Ella lo asesino, ella asesino a quien sabe cuántos más y se estaba moviendo con toda la libertad del mundo, la libertad que les arrebato.
-Pagaras...- susurro para si mismo, sin notar como su piel palidecía rápidamente hasta volverse blanca, sin notar las lágrimas negras que salían de sus ojos a pesar de que no estaba llorando y que manchaba ahora sus mejillas. Ella iba a pagar por todo lo que había hecho. Atravesó el suelo, dejándose caer hasta ese horrible lugar del que había huido al principio y camino por allí, escuchando las voces distantes. Los encontró, todos ahí reunidos, fantasmas de aquellos que habían muerto con él y muchos otros que no conocía. Todo lo vieron, asombrados.
-Te ves...diferente...- dijo uno de ellos. Gregory entonces miró sus mano, notando su piel blanca, y se tocó las mejillas, sintiendo aquella cosa viscosa negra que siempre escurra cuando lloraba. Párpado, no lo había notado pero eso no era importante por el momento.
-Estoy molesto...- quizás fue por eso. -...ella está allí arriba...- todo temblaron, sin necesidad de preguntar quien es ella. Todos la recordaban. -...caminado por la pizzería como si nada...- gruñó, molesto.
-¡Nos mató!- grito uno, molesto, su piel valiéndose lentamente de color blanco y las lágrimas negras saliendo, manchando sus mejillas. Muchos niños empezaban a verse igual, todos empezando a molestarse. Gregory se preguntó, por un momento, si se veía tan aterrador como ellos.
-Nos mató...- asintió Gregory. -...debemos hacerla pagar- había aprendido lo que podía hacer allí arriba y tenía una idea de que debía hacer.
-¡Hacerla pagar! ¡Hacerla pagar!- todos los niños a sintieron, de acuerdos, son sed repentina de venganza. Lo planearon, se pusieron de acuerdo y subieron, siguiendo la risa de la coneja hasta que la vieron. Ella se estaba sacando la máscara, dejando ver el rostro familiar y el cabello rubio que Gregory había estado evitando desde que murió. La guardia de seguridad, sabía que era ella.
-Tu...- llamó y su voz pareció tomarla con la guardia baja porque se volteo rápidamente, alzando su cuchillo.
-¿Quién rayos son ustedes?- gruñó con el ceño fruncido, mirando a su alrededor y notando entonces que estaba rodeado por niños, todos mirándola fijamente.
-¿Nos olvidaste?- habló una de las niñas.
-¡Nos asesinaste!- gritaron unos cuantos. Todos empezaron a gritar, repitiendo los mismo, la mujer rubia morando a su alrededor con al parecido al miedo expresado en su rostro.
-Esta...pasando otra vez...- hizo una mueca, llevándose una mano a la cabeza, un recuerdo reprimido viniendo a su mente. -¡Todos están muerto! ¡Yo los mate y no pueden hacer nada contra eso!- gruñó, molesta, moviendo su cuchillo como si eso pudiera hacerles daño.
-Quizás nosotros no...- habló Gregory, llamando la atención de la mujer. El niño alzó entonces el control que se había robado y eso pareció sorprenderla, sus ojos abriéndose con horror. -...pero ellos si- apretó el gran botón del control y de entre las sombras, los ojos de los robots asistentes se encendieron. -Ataquen- ordenó y los robots obedecieron como estaban programados, avanzando, los niños haciéndose a un lado para dejarlos pasar. La mujer intentó huir pero estaba rodeada, atrapada por los robots que obedecían las órdenes de un fantasma. Grito con dolor y enojo al ser golpeada, sintiendo como sus huesos se rompían y como la sangre corría por cada herida que le hacían. Los niños se quedaron, viendo como su asesina era asesinada, viendo como ella pagaba lo que les había hecho a todos ellos. Se quedaron allí, rodeándola, viendo su cuerpo sin vida y rodeado de sangre, con los ojos y la boca abiertos. Había muerto gritando y aún buscando una salida. Eso era justicia.
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