Epílogo
Dana POV
Habían pasado cinco meses desde que mi vida había cambiado, completamente. Estoico el Vasto me había adoptado, pasando a ser mi padre e Hipo mi hermano. Por consiguiente, yo dejé de ser Dana Asgerdur para llamarme Dana Horrendo Abadejo. Era increíble como un nombre tan horrible podía hacerme tan feliz.
No podía evitar pensar en eso mientras acariciaba suavemente el gracioso hocico redondo de Fjöru, mi dragón. Era un Planeador de Mareas precioso. Era enorme, con un tamaño muy similar a Garfios, al igual que su cuerpo delgado. Me encantaba su hermoso cuello largo, tan sofisticado. Sus escamas parecían joyas. A la luz del Sol, centelleaban magníficamente, mientras que, bajo el agua, parecía poseer preciosas aguamarinas plegadas por todo su cuerpo. Eran especialmente increíbles en sus alas y su cola, donde la capacidad de movimiento era mayor y los colores bailaban. Sus extremidades muy anchas y suaves, muy elegantes. Parecían abanicos, lo que le permitía nadar a gran velocidad bajo el agua. Fjöru pertenecía a la clase marejada. Podía volar por el aire, pero necesitaba descansar en zonas de agua.
Yo era la primera vikinga en isla Mema en tener como compañero a un dragón acuático. Todo por idea de Hipo, debo aclarar. Aunque eso es una historia demasiado larga para contar en este momento.
La hazaña de vivir pacíficamente en Mema no había sido fácil. Para poder hacerlo, me había visto obligada a renegar de mi nombre, mis obligaciones como princesa y mis ancestros. Había tenido que sesgar todos los hilos que me ataban a mi pasado, aferrándome al que suponía mi actual familia para no perderme.
Aunque no quisiera hacer daño a nadie, era consciente de la realidad. Mis acciones serían vistas, a los ojos del mundo, como una humillación para la familia Asgerdur. Había dejado a los líderes de Kahr sin heredera al trono que mantuviera la sangre Asgerdur en el poder. Mi nombre sería repudiado y arrancado de las memorias de mi anterior tribu. Como bien había dicho mi padre, Estoico, mi familia biológica ya no era nada mío. Había resultado una decisión dolorosa, sobre todo por mi madre, pero Ulf no me había dejado otra opción.
Mi padre y Bocón habían tenido razón en algo. Ulf no se había atrevido a empezar una guerra con Mema. Sabía que no tenía el suficiente potencial militar para ello. Es más, como siempre, había dado muestras de lo "mucho" que me quería y de lo importantes que eran los negocios para él. Después de un tiempo lleno de tensiones, se habían reabierto las negociaciones mercantiles entre ambas islas.
Mi padre nos dio la gran noticia a Hipo y a mí unas noches antes, después de cenar. Él sabía cuánto me preocupaba la gravedad que podía acarrear mis acciones, así que yo era consciente de que había sido extremadamente puntilloso con el tema. Después de eso, estuve hablando tendidamente del tema con Hipo, en su cuarto. Papá había remodelado la cabaña para construirme una habitación propia. Sin embargo, en noches como esa, en las que tenía mucho que pensar, me seguía marchando a la cama de Hipo. Su abrazo cálido y los ronquidos sinuosos de Desdentao me ayudaban a relajar la mente.
Fjöru, tan perspicaz como siempre, captó cómo mis pensamientos se perdían en derroteros cada vez más funestos. Chapoteó suavemente con sus patas, empapándome. Cabe destacar que, con su tamaño, un jugueteo suyo siempre lograba bañarme de pies a cabeza. Me aparté el fleco mojado de mi línea de visión, lanzándole una mirada malhumorada. Ante mi reacción, Fjöru emitió un gorjeo similar a una risa. Casi podía ver cómo sonreían sus ojos zafiros. Le di un ligero golpe en el hocico, en respuesta.
Fjöru estaba en un enorme estanque que papá e Hipo habían ordenado construir al lado de casa, para que ambos pudiéramos estar juntos en cualquier momento. Gracias a eso, podía estar en la orilla y estar a la misma altura que la cabeza del dragón. Era una gran ventaja. No quería que me pasara lo mismo que a Mocoso. Gracias a que Garfios siempre lo veía tan pequeño, se burlaba de él casi siempre. Hipo creía que era elemental que jinete y dragón se vieran como iguales. Una forma fácil de lograrlo era mirándose cara a cara.
― ¿Lo ha vuelto a hacer? ―preguntó una conocida voz. Sonaba lejana y baja.
Saqué mis piernas de la piscina y me levanté. Caminé por el paseo de madera hasta asomarme a la baranda que lo delimitaba. Después de un par de accidentes, nos habíamos visto obligados a ponerlo. Me alongué y vi, varios metros más abajo, a Mocoso. Garfios estaba tras él. Al verme, estiró el cuello para acercarse a mí. Le acaricié el mentón con ternura, consiguiendo un ronroneo de su parte. Me rodeó con su cuello. Su calor corporal comenzó a secar mi ropa húmeda.
―Hola a ti también ―saludé a Mocoso, sin perder de vista a Garfios, que tenía los ojos entrecerrados de puro disfrute―. ¿Lo has visto desde allí abajo?
―No, pero escuché el sonido del agua. Lo supuse.
―Claro, como Garfios siempre "juega" contigo, ya estás alerta ante cualquier cosa ―contesté con humor.
― ¡Oye! ¡Nosotros realmente jugamos! ―exclamó, cruzándose de brazos―. Es solo que no sabe controlarse... ―refunfuñó a duras penas.
Garfios y yo nos reímos ante la mala cara de Mocoso. Fjöru, deseando unirse a la diversión, lanzó un enorme torrente de agua por la boca, en dirección a Mocoso, dejándole tan calado como yo había estado minutos antes.
― ¡Fjöru! ―reclamó, sacudiéndose el agua meneando el cuerpo.
― ¡Oh, vamos! No te sulfures. Solo es agua. No te va a hacer nada.
― No estés tan segura. Capaz se derrite después de tomar un baño ―bromeó Astrid, apareciendo de pronto.
Estaba rodeando la casa, así que debería haber salido de ella. Iba en compañía de Tormenta, Desdentao e Hipo, del que iba de la mano. Me hacía muy feliz que todo el drama que tuvimos que vivir, gracias al egoísta de Ulf, hubiera servido para reforzar su relación. No es que estuvieran todo el día juntos, pegados como lapas, pero eran mucho menos tímidos con sus sentimientos. Me despertaba un extraño sentimiento de ternura verlos así.
― ¡Ja, qué graciosa! ―refutó Mocoso, lanzándole una mirada envenenada―. Que conste que yo me baño, listilla.
―No sé. A veces me cuesta diferenciar entre un yak y tú ―se jactó ella, acomodando una mano en su cintura y apartándose el fleco de la cara, en su característica postura orgullosa.
―Venga, venga, dejadlo ya ―pidió Hipo, poniéndose en medio. Tenía una sonrisa en la cara. Era obvio que tenía ganas de reír, pero se estaba conteniendo. Mocoso no disfrutaba ser el centro de las bromas.
― ¿Qué pasa con esta reunión repentina? ―pregunté, acariciando las aletas de la cabeza de Fjöru, que se había aproximado a mi posición.
Era gracioso tener a Garfios en mis hombros y a Fjöru en mi muslo. Me daba la sensación de ser una dama de los dragones. Sobre todo desde mi posición, donde podía mirarles a todos sin levantar la cabeza. Podía parecer una estupidez, pero para alguien tan pequeña como yo era una sensación refrescante.
―Nada en especial. Queríamos ir a volar un rato y veníamos a preguntarte si te apetecía ―explicó Hipo, haciendo un guiño como una clara invitación.
―Venga, ¡vamos! ―ordenó Astrid, haciendo un ademán con la mano para que bajara.
―Claro, ¡ya bajo! ―exclamé, dándole una caricia gentil a Garfios y a Fjöru, para que se separaran de mí.
Me encaminé hacia el Planeador de Mareas. Tomé un poco de agua entre mis manos y la dejé caer, suavemente, sobre su frente. Cerró los ojos. No porque le molestara, sino porque le relajaba la sensación.
― ¿Estás listo para volar un rato?
Fjöru emitió un gorjeo de asentimiento, pero no alzó el vuelo. Había aprendido a esperar a que yo diera la señal. Esto se debía a que con la fuerza que imprimía en el impulso de volar, podía ser capaz de lanzarme directa al estanque, con riesgo de ahogamiento. Por eso, fui en dirección a las escaleras para reunirme con los demás. Una vez estuve a su lado, emití el rugido característico de los planeadores de mareas. Muy agudo y suave. Fjöru estiró las alas y emprendió el vuelo. Tan majestuoso como era, subió varias decenas de metros, antes de descender haciendo elegantes piruetas. Como todo Planeador de Mareas, adoraba bailar entre las corrientes, sin importar si eran acuáticas o de aire. Le dejamos tomarse su tiempo para descender. Era tan fanfarrón que adoraba esos minutos de baile en solitario, ante los ojos de todos. Escuché a Desdentao refunfuñar, lo que me hizo reír.
― ¿Envidioso, campeón? ―le preguntó Hipo con sorna.
Desdentao lo fulminó con la mirada. En venganza, se puso a dos patas y, aunque Hipo trató de impedirlo, le lamió todo el dorso izquierdo de la cara.
― ¡Puaj! ¡Desdentao! No sabes aceptar una broma ―se quejó Hipo, limpiándose los restos de baba con la manga de la túnica.
En respuesta, el Furia Nocturna le negó la mirada, marchándose presumidamente de allí.
― ¡Oh, vamos! ¡Campeón!
―Eso te pasa por picarle ―le comentó Astrid, disfrutando del espectáculo.
―Sí, ya... Anda, vamos ―ordenó, empezando a caminar para seguir a su compañero.
Sabiendo que Fjöru nos seguiría desde el cielo, imité sus pasos. Debido a la distancia, íbamos en dos grupos separados. Sobre todo porque Desdentao había aumentado la velocidad, lo que implicaba que Hipo, Astrid y Tormenta empezaron a trotar. Estaban lo suficientemente cerca como para verles, pero lo suficientemente lejos como para no oírles.
A diferencia de mí, Mocoso si podía igualar su velocidad, pero, por alguna razón, decidió mantenerse a mi lado. Su proximidad me ponía nerviosa, aunque no sabía cómo remediarlo. Lo peor es que él parecía extraordinariamente sereno, incluso dejando rastros de agua tras su paso.
Frente a nosotros, Hipo trastabilló. La prótesis le había venido dando problemas los últimos días y a veces se zafaba, provocando esos pequeños accidentes. Desdentao olvidó su enfado al ver a su mejor amigo en el suelo. Nosotros también aceleramos el paso. Astrid ayudó a Hipo a levantarse, tirando de su brazo. Desdentao les apoyó desde la espalda. Hipo logró erguirse mucho antes de que nosotros llegáramos a su nivel, aunque su pisada aún lucía inestable. Intentó recolocar la prótesis dando ligeros golpes contra el suelo, pero su equilibrio falló. Astrid estuvo rápida esa vez y lo agarró a tiempo. Sin embargo, no calcularon bien y acabaron dándose un beso. Se separaron al momento, azorados.
Me detuve en mi sitio, incluso retrocedí. Me sentía incómoda interrumpiendo la situación. Incluso era un tanto invasivo estar mirándoles, pero tampoco es que pudiera mirar hacia otro lado. Le tapé la boca a Mocoso antes de que pudiera decir nada, puesto que me lo veía venir.
Hipo, tomando de sorpresa a Astrid, la tomó por la nuca y le dio un repentino beso. Fue muy casto y breve, pero eso no quitaba nada. Se separaron, Hipo dijo algo que no escuché y, apoyándose en Desdentao, reanudó la marcha. Astrid se quedó unos segundos ahí, patidifusa, antes de echarse a reír y seguirle, en compañía de Tormenta. Nosotros nos quedamos en nuestra posición un poco más. Sería extraño aparecer en ese momento.
Empezamos a caminar cuando consideré que estábamos a una distancia prudente.
― ¿Vamos a tener que presenciar estos espectáculos a cada rato? ―se quejó Mocoso, a mi lado.
― No seas llorón ―le reproché―. Ha sido muy lindo.
―Sí, ya...
― ¿En serio? Hay que ser muy valiente para robarle un beso a Astrid. Solo por vergüenza, ella podría lanzarle un hacha.
―Ellos son pareja.
― ¿Y? Tanto si se está en pareja como si no, robar un beso es como un salto al vacío. Cualquier error y te puedes dar de bruces contra el suelo. Hay que atreverse a saltar.
―Esa idea está un poco cogida por los pelos.
― ¿Ah, sí? Vamos a comprobarlo.
La verdad, no lo había planeado así. Me dejé llevar por el impulso de la conversación. Me sorprendí a mí misma deteniéndole y obligándole a girarse hacia mí. Antes de que cualquiera de los dos razonara sobre la situación, tomé los extremos de su chaleco y lo aproximé hacia mí. No me importó que rezumara agua. Me puse de puntillas para poder tocar sus labios.
El mero contacto produjo un escalofrío que me recorrió todo el cuerpo. Nuestros labios solo se estaban rozando, pero sentí que ardían. Era cálido y reconfortante, pero podía apreciar un matiz tórrido escondido bajo esa quietud.
Nos separamos, mirándonos atónitos. Nos faltaba el aire, pero sospechaba que era más por la impresión que por otra cosa. Estaba a punto de soltar una frase ingeniosa, para romper el hielo, cuando Mocoso posó sus manos en mis mejillas y me besó otra vez. Inconscientemente, sujeté el agarre de sus manos, deseando que no se separara de mí. Los pensamientos perdieron solidez y cohesión en mi mente. Todo mi cuerpo ardía febril por el ardiente roce de nuestros labios. Era extraño sentir las gotas de agua caer del cabello de Mocoso y resbalar por mi piel. Se sentían como lava ardiente, pese a estar heladas.
Cuando escuchamos un ruido, nos separamos, alerta. Nos sorprendimos al encontrarnos con Fjöru en medio del camino, pero no tardé en comprender que, con su inmenso cuerpo, estaba obstaculizando la vista de los demás. No pude evitar sonrojarme ante esa idea. Reemprendimos el trayecto en silencio, aunque Mocoso entrelazó su mano con la mía. Lo miré de soslayo y lo descubrí luchando por encubrir una sonrisa de tonta felicidad. Ese hecho logró que la que yo escondía se mostrara abiertamente en mi boca. Apreté el agarre con animosidad.
No tardamos mucho en alcanzar a los demás porque se habían detenido. Patapez y Barrilete estaban frente a ellos.
― ¿Qué ocurre? ―pregunté, curiosa.
Todos nos miraron con atención, especialmente la sujeción de nuestras manos. Patapez parecía estar a punto, para mi desgracia, de indagar sobre el tema cuando Hipo lo cortó.
―Al parecer tenemos noticias de Kahr ―contestó Hipo.
Sin darme cuenta, me envaré. Mocoso realizó un masaje en la palma de mi mano con su pulgar, intentando tranquilizarme.
―No creemos que sea por tu padre ―explicó Patapez, tan sincero como siempre―. Al menos no de forma oficial.
― ¿A qué te refieres?
―La bandera que oscila su barco es la misma que la que te trajo hasta aquí ―aclaró Astrid.
Miré a mi hermano, estupefacta, ante lo que él sonrió. Seguro que encontraba divertida mi reacción.
― ¿Ellos están aquí? ¿Tú ya lo sabías?
―No, no sabía nada, pero no me sorprende. Ahora que las cosas se han calmado, no me extraña que quieran venir de visita.
―Me gustaría decir que no tardarán en llegar. En breve atracarán en el puerto ―informó Patapez, con ese aire tan serio que siempre tenía cuando le daba informes a Hipo.
No necesitamos más. Cada uno se subió a lomos de su dragón y marchó en dirección al puerto. Nos encontramos a los gemelos, junto con Vómito y Eructo, allí. Al parecer, el tema de la bandera del león y la rosa había llamado la atención de todo el mundo.
Patapez tenía razón. La embarcación estaría lista en breve para desembarcar. Desmontamos de los dragones y nos acercamos a la nave.
― ¡HIPO! ¡DANA!
El repentino jolgorio nos sobresaltó. Miramos hacia arriba y nos encontramos con la atolondrada Sala, batiendo los brazos por encima de su cabeza en busca de atención; el calmado Niels, que saludaba suavemente; la amorosa Freya, que parecía estar muriéndose de ganas de darnos uno de sus estrujantes abrazos; y Camicazi. Me detuve un momento en ella, intentando comprender si la estaba viendo de verdad o se trataba de un espejismo. Al calvar su fuerte mirada en mí y sonreírme de forma ladina, comprendí que no estaba soñando nada. Su sonrisita petulante me dio ganas de escupirle.
Sin dar tiempo a reaccionar, Camicazi saltó del barco, sin inmutarse por la distancia hacia el suelo de piedra, directa a los brazos de Hipo. Él, que no podía permitir que se estrellara contra el suelo, corrió a lo que previó como el lugar de caída de Camicazi. Pudo agarrarla a tiempo, pero ella no era tan pequeña y ligera como yo, así que ambos cayeron al suelo en el acto. Hipo se llevó la peor parte.
― ¿Estáis los dos bien? ―cuestionó Freya a voz de grito, preocupada.
―Sí, no os preocupéis ―respondió Hipo, con voz lastimera. Solo por su voz, era obvio que, como mínimo, estaba mareado por el impacto.
―Yo estoy perfectamente ―aclaró Camicazi con voz melosa, apretando el abrazo en torno a Hipo―. Con Hipo a mi lado, ¿cómo no estarlo?
Para todo el mundo en el puerto, la situación estaba descontrolada. Todos miraban el repentino triángulo amoroso que se acababa de montar y lo cerca que estaba Astrid de su hacha. Parecía una cuestión general preguntarse qué cabeza rodaría primero. Sin embargo, antes de eso, zarandearía a esa loca descerebrada.
― ¡Apártate de mi hermano, bruja! ―rugí, acercándome a ellos, más que dispuesta a desmelenarla.
―Inténtalo si puedes ―respondió, burlándose de mí en toda mi cara.
Entonces, sin dar tiempo a evitarlo, Camicazi le plantó un beso al semiinconsciente de Hipo.
¡Hola a todos!
¿Qué os ha parecido el epílogo? Creo que más de uno me va a odiar un poco por esto xD. Que conste que lo advertí. Aquellos que se han leído el spin-off (He mele no Astrid) ya se olían la tostada. En fin, lo que quiero decir es que hay segunda parte. Mientras tanto, os invito a leer otras de mis historias, como Mortal Night, cuya segunda parte publicaré en breve.
Muchas gracias a todos los que me habéis acompañado en esta primera aventura de Fly with me. Sin ustedes esto no habría salido adelante y espero contar con vuestro apoyo en la segunda parte. Actualizaré un aviso en esta misma historia cuando comience su publicación.
Para los que vengáis nuevos, no dudéis en dejar comentarios. Eso me impulsará a publicar la segunda parte más rápido xD.
Bueno, pues con esto y un bizcocho, ¡nos leemos pronto!
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