Capítulo 6


Hipo POV

Después de la larga y gratificante sesión de vuelo matutina, fuimos directos a la Academia. Nos habíamos demorado mucho más tiempo del previsto en los altos vuelos, así que no nos quedó más remedio que desayunar allí mientras esperábamos a los otros. Después de un par de rodajas de queso de yak y pan de centeno, llegaron los demás. Francamente, me sorprendió verlos a todos allí. Normalmente, Astrid y yo éramos los primeros, solíamos llegar juntos al coincidir en nuestro primer vuelo del día; Patapez era siempre puntual, no llegaba a la Academia ni antes ni después, siempre en el momento justo; los gemelos eran completamente impredecibles, dependía su puntualidad de las gamberradas que tuvieran entre manos; y Mocoso... Bueno, solía llegar justo antes de que empezáramos la clase, unos diez o quince minutos después de la hora de reunión. No sé si lo hacía para no tener que ayudar en la preparación o porque quería darse importancia. Después de todo, su saludo favorito era "lo bueno se hace esperar". Por eso, verlos a los cuatro juntos era una imagen bastante curiosa.

— ¡Qué madrugadores todos hoy! —exclamó Astrid, sorprendida.

—Sí, bueno, simplemente me he despertado antes—contestó Mocoso, desviando la mirada y rascándose nerviosamente la mejilla.

—Eso dice ahora, pero nos obligó a levantarnos dando porrazos en nuestra ventana —comentó Chusco, evidentemente soñoliento.

—Creo que tenía miedo de venir solo hoy—añadió Brusca con una sonrisa socarrona.

— ¿Cómo me va a asustar a mí, el gran Patán Mocoso Jorgenson, venir solo?—preguntó irónicamente, con aires pedantes—. Solamente me pillaba de camino vuestra casa.

Vi a Chusco abrir la boca, a punto de soltar algún comentario mordaz. Aunque me estaba divirtiendo de lo lindo con la reacción nerviosa de Mocoso, decidí detener la cosa ahí. Si los dejaba seguir ese rumbo, acabarían siendo peores que un dragón con dolor de muelas, con las bromitas y destrozos que eso suponía. Carraspeé lo más fuertemente que pude, tratando de llamar su atención.

—Muy bien chicos. Como ya estamos todos reunidos, ¿qué os parece si empezamos la lección de hoy? —pregunté, intentando desviarnos del tema.

— ¿En qué consistirá la clase de hoy?—preguntó Patapez con ademán nervioso—. ¿Analizaremos nuevas formas de tranquilizar a los dragones? ¿O quizás estudiaremos los diferentes aspectos de nivel que tienen los nuestros? Estoy seguro de que en resistencia, la mejor eres tú, chica—dijo Patapez, acariciándole el mentón a Barrilete, la cual gruñó feliz.

Como le sucedía siempre que se emocionaba con algo, empezó a hablar cada vez más deprisa, hasta el punto en que tenía que hacer un verdadero esfuerzo para captarlo todo. Escuché a Astrid carraspear a mi lado. Observaba fijamente a Patapez con la ceja enarcada. El enorme y bonachón vikingo enmudeció al instante.

—Pues el plan de hoy será una sesión doble—continué, agradeciendo internamente que el arrebato de Patapez había cesado—.   Me gustaría que Dana viera, un poco resumido, lo que hacemos aquí. Por ello, la primera parte consistirá en entrenamiento de combate, y la segunda, con nuestros dragones. Así que, Astrid, te dejo al mando.

La rubia vikinga no necesitó más. Ante la divertida mirada de Dana nos hizo tragar tierra a todos como nunca en nuestras vidas. Cuánto peores eran mis golpes, más fuerte era la risa de Dana. La muy malvada ni siquiera se contenía, al igual que el dragón traidor de Desdentao, que se mofaba de mí junto con ella.

Según avanzaba el tiempo, me fui dando cuenta de un factor muy interesante. Mocoso se estaba tomando el tema muy en serio. Y no me refiero a que en las otras clases no practicara como es debido, sino que había algo diferente en él. Por regla general, cada vez que triunfaba en algo, se elogiaba a sí mismo durante un buen rato, y si Astrid estaba presente, filtreaba con ella a la menor oportunidad. Sin embargo, en esta ocasión, nada más terminar un reto, se sumergía rápidamente en otro. Chusco no pudo disimular la sorpresa cuando lo ayudó a levantarse del suelo después de derribarlo en el combate cuerpo a cuerpo.

Crucé miradas con Astrid y Patapez. Mientras que este último se mostraba perplejo, la joven vikinga tenía un brillo especial en los ojos. No pude distinguir el porqué. No pude evitar fruncir el ceño ante el incómodo dolor que me atenazó el pecho. Traté de mover los hombros, para aligerar la tensión, pero no mejoró nada.

Me dirigí, incómodo, hacia la banca improvisada en la que estaba Dana y me senté a su lado.

—¿Qué te está pareciendo nuestro desempeño en la Academia?—pregunté nada más acomodarme en mi asiento.

—Bastante divertido. Nunca creí que fueras tan mal luchador—La última palabra se cortó gracias a la risa. Era fresca y sincera. Probablemente por eso no podía sentir ni un ápice de enojo.

—Astrid es la mejor guerrera de todo Mema. Haría falta un ejército entero para vencerla.

— ¿Y tu primo? —cuestionó, divertida.

—Ya de por si me supera en fuerza, con creces.

—Eso es obvio—afirmó ella.

—Pero—continué—, también tiene técnica. Aunque, en mi opinión, muchas veces abusa demasiado de su fuerza, sabe cómo moverse para aprovecharla.

—Me lo habías definido como un ególatra, pero no me ha dado esa impresión.

—Eso es porque se está comportando inusitadamente serio y modesto. Por lo menos, para ser Mocoso.

—¿Y eso? —preguntó, poniendo especial atención al nuevo combate que recién comenzaba.

Astrid y Mocoso se situaron frente a frente. Cuando Patapez dio el aviso, comenzó la pelea.

—Pues, no lo sé. Solo puedo hacer suposiciones.

—¿Y cuáles son? —interrogó, sin desviar la vista de los combatientes.

—Bueno, creo que hay algo que ha llamado su atención. Puede que quiera causar una buena impresión—contesté, manteniendo el tono jovial, retándole importancia al asunto.

Pese a mi expresión desinteresada, analicé su reacción con interés, observándola de soslayo. No me contestó, pero una diminuta sonrisa, la cual había intentado retener sin éxito, invadió sus labios. Bien podía estar sonriendo por la forma tan rotunda en la que Mocoso había caído al suelo gracias a una experta llave marca Hofferson o, quizás, mis palabras le habían provocado una satisfacción que ni siquiera sabía que existía.

Astrid POV

Había que admitir que el día había resultado más ajetreado de lo esperado. En un primer momento imaginé que haríamos un entrenamiento breve para poder enseñarle a Dana todo Mema y sus alrededores. Pero, como no, Hipo decidió hacer todo lo contrario a mis elucubraciones.

Tuvimos un entrenamiento intenso, uno doble ni más ni menos, en el que conseguí que Hipo reconociera que necesitábamos lecciones de lucha en la Academia de forma obligatoria. Me lo confirmó con un suspiro resignado que me arrebató una sonrisa. Después de eso, realizamos una sesión de rastreo dragonil. Con la ayuda de los Terrores Terribles, Hipo escondió una serie de objetos en una pequeña isla cercana, la cual destacaba por su densidad forestal y la cantidad de leñadores que vivían ahí. No sabíamos que objetos eran ni a quienes pertenecían. Ahí estaba la dificultad de la clase. Teníamos que guiar a nuestros dragones, esperando que hallaran un rastro sospechoso, y estar lo suficientemente sincronizados con ellos para captar sus cambios.

Hipo y Dana, a lomos de Desdentao, ejercieron de jueces mientras los demás realizábamos la búsqueda. Al final, únicamente Patapez y yo encontramos algo: una bota vieja y una jarra de hidromiel. Mocoso acabó lleno de babas de Garfios y los gemelos casi incendian media isla en una de sus geniales ideas.

Teníamos demasiada hambre para volver a Mema, así que decidimos encender una fogata y asar unos cuantos pescados para comer. Ya empezaban a desprender un agradable olor a pez asado cuando vimos a nuestros dragones juguetear de un lado a otro de la playa.

—¿Siempre son así? —preguntó Dana mientras Hipo le tendía uno de los peces.

—¿Ellos? —cuestionó a su vez Mocoso haciendo una seña a los dragones—. La mayor parte del tiempo.

—Les encanta juguetear a la menor oportunidad. Sobre todo a Vómito y Eructo, aunque muchas veces tienden a ser... —comentó Patapez, haciendo una pausa en busca de la palabra correcta— problemáticos.

—¡Oye! ¿Y eso a qué viene? —inquirió Chusco, cruzándose de brazos.

—A que han aprendido estupendamente de sus jinetes. Por eso disfrutan explotando cosas cada dos por tres.

—Nos halagas demasiado —contestó Brusca, riéndose.

Los demás enarcamos una ceja, decidiendo cómo debíamos tomarnos su reacción, pero terminamos confinándola en el incógnito espacio que teníamos para sus comportamientos y pasamos del tema.

—Y, ¿cómo decidís las lecciones de la Academia? —preguntó Dana, tratando de buscar otro tema de conversación.

—Por regla general, los decide Hipo —respondió Mocoso, señalándole con la cabeza.

Ya había perdido la cuenta de las veces que me había sorprendido ese nuevo Mocoso, más modesto y tranquilo. Esta habría sido la oportunidad ideal para uno de sus típicos comentarios petulantes. Sin embargo... Por la expresión perpleja de Hipo, él estaba igual.

—Al principio les enseñé los conceptos básicos que todo jinete debe conocer. Ahora intento centrarles en temas específicos del desarrollo de los dragones y métodos para que un jinete y su dragón se sincronicen. Investigamos a los diferentes tipos de dragones. También organizo las clases según las dudas de los chicos.

—¿Y las lecciones de combate? —cuestionó Dana, sumida en la conversación.

Hipo suspiró, resignado, así que, divertida, tomé la palabra.

—No hemos tenido muchas. Hipo mantenía que, después de todos estos años viviendo el estilo de vida vikingo, debíamos dedicar todo el tiempo posible a aprender sobre los dragones. De esa forma garantizaríamos la alianza pacífica. La primera parte de la clase de hoy fue porque, por fin, me había concedido la oportunidad de dar una clase solo para los jinetes, pero se puso enfermo y no la realizamos.

Vi como Hipo se sonrojaba al darse cuenta de que había sido pillado. En ocasiones era demasiado previsible.

—B-bueno —comenzó a decir, tartamudeando ligeramente—, ya he admitido mi error. Ya más tarde organizaremos mejor el horario.

—No creas que lo olvidaré —aseguré sin perder la sonrisa.

—Yo también creo que deberíais incorporar las enseñanzas de combate en vuestras rutinas. Porque, salvo Astrid y Mocoso, los demás estáis un poco flojos —comentó Dana, tratando de decirlo con tacto.

—¿Crees que soy bueno? —preguntó Mocoso, intrigado.

—Sí, eres bastante bueno en la lucha cuerpo a cuerpo. No solo cultivas tu cuerpo, sino que sabes cómo utilizarlo, sabes cómo moverte. Y tienes buenos reflejos.

En ese momento, juraría que la sonrisa de Patán Mocoso estaría grabada en su cara para siempre. También diría que escuché a Hipo reírse para sí, pero los gruñidos amistosos de los dragones ocultaron el sonido.

—Por cierto, ¿cómo están los chicos? —cuestionó Hipo mientras se levantaba en busca de su morral, el cual estaba junto a todas nuestras cosas, en un cúmulo de rocas a un par de metros de nosotros.

—Bastante bien, haciendo el idiota, como siempre —respondió, restándole importancia—. ¡Hipo, detente un momento!

El pecoso vikingo se encontraba de espaldas, con el morral en la mano, cuando Dana gritó. Con los pies aún plantados en el sitio, se viró para verle la cara. Sus ojos brillaban, alerta.

—Un pensamiento acaba de inundar mi mente —informó Dana con la voz un poco más grave, más seria de lo normal—. ¿Podrías dar un par de pasos al frente, por favor?

Hipo, totalmente perplejo y en tensión, hizo lo que le pidió. Después de caminar un par de metros se volvió en nuestra dirección.

—¿Qué ocurre? —interrogó el vikingo con seriedad.

—De repente, mi imaginación comparó la forma de tu trasero con la de una manzana —respondió en el mismo tono.

No tardamos ni tres segundos en estallar en carcajadas. Todos salvo Hipo, claro, que estaba pálido de la tensión previa y totalmente desubicado.

—¿Cómo has dicho? —indagó Hipo, desconcertado.

—Sí, que resulta que bastó que te levantaras y comenzaras a caminar para que mi imaginación se pusiera en marcha. Resultado: Asociarte con una manzana.

—No sé... Si tuviéramos que comparar yo le encontraría más parecido a un melocotón.

Nada más decir esas palabras, todo el mundo se volvió en mi dirección. Sus expresiones eran bastante variadas, pero básicamente iban de la perplejidad a la diversión. Mientras, la mía la mantenía serena, como si acabara de hacer un comentario sobre el clima. Aunque por dentro estaba deseando con todas mis fuerzas una roca bajo la que esconderme hasta que el bochorno pasara y, sobre todo, rogándole a los dioses que mis mejillas no se sonrojaran.

—Bueno, solo hay una forma de averiguarlo —admitió Brusca con voz traviesa.

Fue terminar de decir esa frase cuando se escuchó un fuerte chasquido. Lo siguiente que llamó la atención del grupo fue la expresión atónita y cada vez más pálida de Hipo y la pícara de Brusca.

—¿Me acabas de cachetear el culo? —interrogó, casi sin habla. Como sucedía siempre que las emociones le embargaban, el tono de su voz cambió varias veces, provocando que desafinara.

—Más bien te agarré —respondió, levantando la mano derecha en el aire, la cual mantenía en una posición arqueada, como si estuviera sosteniendo algo—. Tenía que quedarme con la forma. Por cierto, Astrid tenía razón.

El grupo estalló nuevamente en carcajadas. Aumentaban su fuerza según el rostro de Hipo enrojecía. Llegó a un punto en que creí que las pecas le desaparecerían por combustión.

Aunque parte de mí estaba encantada de verle así, adorable y tierno, seguía teniendo una lucha interna. No podía evitar envidiar a la gemela Thorton, me gustara o no.

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