Capítulo 3
Hipo POV
Reímos allí, en el suelo del puerto, hasta que nos quedamos sin aire.
—Buenos días, Hipo—saludó con una enorme sonrisa, cómo si cosas como esas sucedieran todos los días.
Estuve a punto de responderle, cuando escuché un carraspeo a nuestras espaldas. Todo el puerto nos observaba, paralizado. Nos habíamos quedado tan inmersos en nuestra pequeña burbuja que no habíamos sido conscientes de que estábamos rodeados de gente. El sonido provenía de Astrid que, al igual que el resto de la pandilla, se había acercado a nosotros. Hice el amago de levantarme, ayudando a la pequeña saltarina a enderezarse en el proceso. Una vez nos sacudimos la suciedad del suelo del puerto que se había impregnado en nuestra ropa, nos acercamos al grupo.
—¡Vaya recibimiento! ¿Hacéis estas cosas cada vez que os veis?—preguntó Chusco antes de que alguno de nosotros tuviera tiempo de hablar.
—Hemos cometido tantas locuras cada vez que Hipo venía a Kahr...—contestó ella aire dubitativo, totalmente natural.
—Chicos, os presento a Dana Asgerdur, hija del jefe de Kahr, Ulf Asgerdur, más conocido como Ulf El Viajero—la presenté haciendo un gesto con la mano entre ellos y ella—. Y ellos son...
—Espera, espera, espera—interrumpió rápidamente—. A ver si lo adivino. Tú debes de ser Chusco Thorston, y tú su hermana gemela Brusca.
Los fue señalando según los nombraba. Fruncía el ceño tratando de recordar correctamente los nombres. Seguramente no quería meter la pata y errar con algo como eso en el primer encuentro.
—Ustedes dos debéis ser Patapez Ingerman y Patán Mocoso—añadió, antes de colocarse frente a Astrid—. Y tú debes ser la famosa Astrid Hofferson.
Era bastante curiosa la escena. Los cinco observaban sorprendidos a Dana, mientras ella permanecía con una sonrisa alegre e imperturbable en los labios.
Supongo que no solo la personalidad chispeante de la joven los asombraba, sino también su apariencia. Físicamente, Dana no era el tipo de chica que acostumbraba verse en Mema. Era pequeña para su edad, se cabeza alcanzaba mi hombro de milagro, y además tenía la delgadez de una hoja. Destacaban especialmente sus enormes y cristalinos ojos azul marino y el larguísimo cabello rubio platino, flotando suelto por su espalda. Podía ver como, pese a que era liso, las puntas se le seguían ondulando como cuando era pequeña. Su voz era una cadencia muy suave y melódica.
Vestía pulcramente, como siempre. Una cinta blanca se entrelazaba con una trenza que recogía parte de su cabello como una diadema. Llevaba una suave capa blanca anudada en su cuello con un lazo beigeque prácticamente le llegaba hasta los tobillos, dejando entrever únicamente unas relucientes botas de cuero marrón. Obviando el hecho del perfecto vestuario de princesa, probablemente Dana tenía muchas más similitudes físicas conmigo que con el resto de la isla vikinga.
—¿Famosa?—inquirió Astrid, confundida.
—¿Cómo es que nos conoces a todos? —preguntó Brusca, acercándose a Dana.
—¡Oh! Bueno, es una larga historia que, si estáis dispuestos, os contaré más tarde, pero básicamente Hipo me habló de todos ustedes.
—Estaríamos encantados de escuchar cualquiera de vuestras anécdotas—comentó Patán en voz baja, mirando el barco, sin atreverse a hablarle a Dana cara a cara.
Crucé miradas con Astrid, extrañado, y pude ver como ella tenía la misma expresión que yo ¿Patán Mocoso estaba actuando con timidez? ¿Frente a una chica? Jamás había imaginado que un día así llegaría.
—¡Hipo! ¡Por Odín! Realmente perdiste la pierna en ese combate—exclamó Dana repentinamente, percatándose por primera vez de mi pie protético.
—¿Creías que te engañaba? —interrogé, cruzándome de brazos.
—No, pero era un poco difícil de creer. En realidad, todo esto resultaba un poco utópico, teniendo en cuenta por qué era conocida isla Mema—defendió, encongiéndose de hombros—¿Puedo? —preguntó, señalando la prótesis.
—Sí, ya, la isla donde los más fieros guerreros crecen como setas—contesté con sorna a la par que levantaba la pierna para que pudiera ver el implante con más claridad.
—Pues debe ser verdad, porque siempre creí que tú eras el vikingo más sensible que conocía. Ahora resulta que eres el primer jinete de dragones y que fuiste capaz de destruir a la Muerte Roja.
—Sí, bueno, no podría haberlo hecho solo—contesté, lanzando una mirada a nuestro alrededor.
—Hablando de eso, ¿no crees que todavía falta que me presentes a alguien más?—cuestionó Dana, alzando las cejas elocuentemente.
—¡Oh, sí! —clamé, colocando una mano en su cintura para guiarla—. Acompáñame.
Los chicos se apartaron de nuestro camino, de manera que pudimos ver a Desdentao esperándonos sentado sobre sus patas traseras. Miré de soslayo a Dana mientras avanzábamos con tranquilidad. Su reacción no me sorprendió. No tenía temor ni miedo. Simplemente tenía curiosidad. Le hice una indicación a Desdentao para que permaneciera quieto mientras nos acercábamos. Una vez estuvimos a un par de pasos del furia nocturna, acaricié con suavidad su frente durante unos instantes, antes de hacerme a un lado para que ella se aproximara. Pude apreciar como los demás estudiaban la escena con interés, esperando saber que reacción iba a tener una chica tan pequeña frente a un dragón.
Dana extendió la mano, con cuidado. Pude ver cómo le temblaba un poco, pero sus ojos brillaban de la emoción, así que siguió adelante. Cuando tocó su frente y lo acarició soltó todo el aire que había estado reteniendo en los pulmones de un tirón.
—Tú debes de ser Desdentao, ¿no?—le saludó, al momento de separarse de él—. Hipo me ha hablado mucho de ti.
Desdentao me estudió con los ojos entrecerrados para luego mirar a Dana.
—¿Qué? Ya sé que no te había hablado de ella, pero simplemente no surgió—alegué, ante lo que gané un empujón ligero de su parte y que se volviera, evitando cualquier contacto visual conmigo—. Vamos campeón, ¿no te irás a enfadar por una nimiedad así? Ten en cuenta que a ella le he hablado maravillas de ti—Como respuesta, Desdentao se volvió de repente y sopló sobre mi frente, alborotando todo mi cabello.
Iba a decir algo, una queja ante su repentino ataque de aliento de dragón, pero de repente sentí como mi equilibrio se insetabilizaba, haciéndome olvidar totalmente lo que tenía en mente. Antes de darme cuenta ya tenía a Desdentao haciendo de apoyo por un lado y a Astrid por el otro.
—Bueno, creo que el comité de bienvenida debe disolverse. Es hora de almorzar y de que tú regreses a casa a descansar —dictaminó Astrid, mientras me ayudaba a sentarme en la silla de montar.
—Hipo, ¿es posible que estés enfermo? Tenía la esperanza de que estuvieras así de sonrojado por la emoción...—comentó Dana con pesar.
—No es nada serio, simplemente un resfriado. Pronto se me pasará.
—¿Y tu padre te ha dejado venir hasta aquí a recibirme estando así? —cuestionó, enarcando una ceja.
—No—negó Astrid con rudeza—. Hipo es tan inteligente que no se le ocurrió otra cosa que engañar a su padre para que fuera a hacer su trabajo de jefe mientras él se quedaba solo—informó con sarcasmo.
—¡Hipo! Eso es una completa irresponsabilidad.
—¡Ya lo sé, ya lo sé! Astrid ya me lo dijo antes, no te enfades conmigo tú también. Lo prometo, he captado el mensaje.
Astrid suspiró profundamente, mientras Dana me observaba fijamente con los ojos entrecerrados. Como siguiera enfermo mucho tiempo, esas dos iban a matarme. Solo podía esperar que los dioses se apiadaran de mí.
—Astrid, ya que tú hablaste con él, ¿es posible que lo estés cuidando? —preguntó Dana con curiosidad.
—Vaya si lo estaba cuidando. Si tenían un nidito de amor de lo más romántico montado en su habitación —respondió Chusco con una sonrisa pícara en la cara, ganándose el segundo golpe marca Hofferson del día.
—Entonces, ¿te importaría seguir haciéndolo el día de hoy? Tenía pensado quedarme en su casa durante mi estancia aquí, pero después de tan extenuante viaje no creo poder cuidarle apropiadamente. Si hacemos eso seguro que este vikingo tan loco mañana estará muchísimo mejor —explicó con voz alegre—. Al menos lo suficiente como para llevarme con ustedes de turismo por Mema—organizó sin perder en ningún momento la sonrisa.
—Sí, por supuesto—aseguró Astrid, pestañeando varias veces, confusa, debido a la efusividad de Dana.
Dana me lanzó una mirada llena de significado ante lo que acababa de organizar. Casi podía escuchar los engranajes funcionar a toda velocidad en esa pequeña cabecita rubia.
—Estupendo—dijo Dana antes de tomar del brazo a Astrid—. Entonces, es momento de conocer el hogar de Hipo Horrendo Abadejo III.
Astrid Pov
¿Cansada? Era mucho más fácil que Hipo diera un discurso para toda la aldea antes de lograr agotar las energías de Dana. Nada más llegar, mientras yo acompañaba a Hipo a su habitación, ella había explorado toda la casa. Una vez se encontró con nosotros, analizó hasta el más escondido y remoto de los dibujos que Hipo tenía desperdigados por su cuarto, tanto en su escritorio como los que adornaban algunas de sus paredes. Según ella continuaba con su inspección, yo obligué a Hipo a tomar su medicina y a recostarse. Al final, mientras yo humedecía un trapo limpio en una fuente llena de agua con nieve, por fin, Dana se sentó en la cama de Hipo, frente a mí, en el otro extremo.
—¿Has terminado el análisis?—preguntó Hipo con una sonrisa divertida.
—Sí, creo que ya tengo un esquema más o menos claro de cómo es tu casa.
—¿Más o menos claro? ¡Si no has dejado una esquina sin mirar!—farfulló, soltando un bufido.
En respuesta, Dana tomó el paño que aún permanecía entre mis manos y se lo estampó en la frente al joven vikingo.
—¡Oye! —comenzó a protestar Hipo.
—No seas quejica—le cortó Dana, sin inmutarse—. Bueno Astrid, ¿qué le pasó exactamente a este cabeza de chorlito? ¿Cómo es eso de que engañó a su padre?
Le relaté lo sucedido. Desde el terror terrible en mi ventana hasta la abrupta intrusión de los gemelos. Eso sí, guardándome para mí los detalles más, podría decirse, comprometedores. Cuando terminé de contarle lo sucedido nos dimos cuenta de que Hipo se había quedado completamente dormido.
—Le sigue dando palo comprometer a los demás por su causa, ¿eh? —cuestionó, antes de soltar un suspiro. No respondí, porque parecía más bien una pregunta retórica—. Astrid, ¿qué te parece si me cuentas algo de ti?
—¿Algo de mí? Antes tendría que saber que conoces de mí—contesté, recordando lo que había dicho en el muelle.
—Todo está relacionado con cómo conocí a Hipo.- Dijo, sabiendo por qué caminos había ido mi comentario—. Es una historia un poco larga, ¿segura de que quieres que continúe?
Asentí, tratando con todas mis fuerzas de que en mi expresión no fuera visible la intensa intriga que me invadía. Entre ellos dos no existía una amistad normal. En apenas unas horas había conocido una parte de Hipo que era nueva para mí, más fresca y natural. Ellos mantenían una cercanía física y emocional cuya magnitud desconocía. Una muestra clara era que Dana parecía conocer cada uno de los secretos de isla Mema, pero nadie, siquiera Desdentao, había oído hablar de ella jamás. Por lo menos no desde los labios del joven.
Me obligué a mí misma a ser realista. Mientras que mi amistad con Hipo era reciente, la de ellos ya contaba con años repletos de historias. No podía evitar sentir un nudo en el estómago ante esa realidad.
—Nací con una salud muy delicada. Pasaba los días encerrada en casa, en cama.
«Un día, aprovechando que mi padre no estaba, mi madre trajo a casa a un mercader que hablaba maravillas de una isla, no muy lejana de Kahr, llena de fieros vikingos capaces de luchar contra cientos de dragones durante generaciones y permanecer vivos. Se trataba de Johan Trueque, creo que lo conoces. Ante tal misteriosa tierra, tan diferente de la nuestra, no pude evitar sentirme maravillada. Los vikingos de los historias de Johan eran fuertes, valerosos, y podían resistir contra viento y marea sin rendirse.
«Entonces, en un impulso, escribí una carta en la que decía mi nombre, quién era, y trataba de describirme lo más acertadamente posible. Tenía cinco años, así que no fue muy larga. La introduje en una botella y le pedí a Johan que la llevara consigo. En el momento en que alguien le preguntara por la botella él debía decir: "Esta carta la escribió una niña muy lejos de aquí, ¿qué crees que sintió cuando me la entregó?" Si daba la respuesta correcta, la botella con el mensaje sería suya. Muchas personas la vieron, pero nadie contestó correctamente. Hasta que un día, un pequeño niño acertó. ¿Tú sabes que respondió?
Negué rápidamente, totalmente inmersa en su historia, deseando que continuara.
—"Soledad". Un niño de 5 años fue la única persona capaz de descubrir mis sentimientos en meses. Sé que estaba realizando una petición extraña, pero creía que, si alguien era capaz de comprenderme con ese acertijo, era porque emocionalmente podría conectar conmigo. Pensé que podría entenderme. Y no me equivoqué.
«La siguiente vez que Johan vino de visita a mi casa, trajo consigo una carta de Hipo, donde decía que estaba encantado de conocerme y se presentaba. A partir de ese momento, las cartas siguieron sucediéndose. Hablábamos de nuestras rutinas, cómo eran nuestras islas y, por supuesto, las personas que nos rodeaban. Hipo siempre os mencionaba en sus cartas y, dado que siempre ha sido muy diestro en el dibujo, continuamente las acompañaba con pequeñas ilustraciones para que me hiciera una idea más clara de todo.
Empezó a rebuscar en los bolsillos del interior de su capa, hasta sacar lo que parecía una cuidada cajita de madera. Era pequeña y ligera, con detalles grabados en la tapa. Buscó algo en su interior y me tendió un papel, mientras en su mano conservaba otro. Lo observe con atención.
—¿Soy yo? —demandé, sorprendida.
Ante mí había un dibujo de una niña de cinco años, con dos coletas rubias y un casco vikingo más grande que su cabeza. Jugueteaba con un hacha de madera.
—Ese fue el primer dibujo que Hipo me envió de ti—respondió, tendiéndome el segundo folio—. Y este es el último.
Una muchacha de quince años, con la trenza parcialmente desecha al viento y una sonrisa de oreja a oreja que hacía brillar sus ojos. Sobrevolaba los cielos a lomos de un nadder bellamente dibujado. Era un dibujo precioso que prácticamente brillaba con luz propia.
—Tú eres, probablemente, la persona a la que Hipo más ha retratado. Luego están Bocón y Estoico, pero hay una diferencia bastante amplia. Si soy franca contigo, al principio pensé que, cómo te estaba viendo a través de los ojos de Hipo, la ilustración no era del todo fiable. Pero cuando llegué aquí os vi a todos tal como él os dibujó.
—¿A través de los ojos de Hipo?—interrogué, tomando sus propias palabras.
—Él siempre te describe como la vikinga más fuerte, feroz e inteligente de toda Mema. Y la más hermosa, por supuesto.
Añadió esa última frase como si hablara del tiempo, pero yo sentí en calor ardiente ascender por mis mejillas. Al animarme a mirarla a la cara pude ver cómo tenía una traviesa sonrisa en los labios.
—¿Cómo fue que decidiste venir aquí?—cuestioné, tratando de cambiar de tema.
—Eso fue porque, dos años después de todo esto, Hipo y yo teníamos una amistad bastante firme. Hasta el punto de contarnos cosas que no le decíamos a nadie más. En su caso, como ya sabrás, eran sus preocupaciones acerca de los deseos de su padre y el aislamiento al que estaba sometido.
Dana dijo esas palabras sin cambiar el ritmo ni el tono de su voz, pero igualmente fueron como una daga en mi pecho.
—Hipo había logrado que yo mirara la vida con otros ojos, que me recuperara. En ese momento, era él el que estaba en el borde del precipicio, a punto de caer, así que decidí invitarlo a Kahr para que cambiara de aires.
«Tuvimos que hablar durante mucho tiempo con nuestros padres, convencerles de que hacer eso podía suponer pactos de paz y comercio entre ambas islas. Tras mucho esfuerzo, logramos que viniera a pasar unos meses con nosotros. Como resultado del encuentro, decidimos repetir la experiencia todos los años. Hasta éste, en el que este loco está demasiado ocupado como para atreverse a estar mucho tiempo fuera.
«Decidí que, como las aguas ya estaban tranquilas en Mema, ya era hora de conocer su hogar.
Escuchamos un murmullo y nos volvimos a la vez, descubriendo a Hipo estregándose los ojos con una de sus manos y tratando de erguirse.
—¿Le has desvelado ya mis oscuros y temibles secretos? —preguntó Hipo con voz soñolienta.
—Solo he tenido tiempo de sacar algunos de tus trapos sucios a la luz, pero dame tiempo—respondió con sorna.
—¿Te ha aburrido mucho?—me preguntó, haciendo caso omiso de la respuesta de la joven.
—No, que va. Hemos pasado un rato bastante agradable—contesté, ganándome una sonrisa sincera por parte de los dos.
—Y yo creo que es momento de empezar a hacer el almuerzo—informó, levantándose de su asiento junto a Hipo—. Astrid, a ti se te da mejor que a mí cuidar y domar a esta pequeña fiera castaña, así que lo dejo en tus manos. Os avisaré cuando todo esté listo.
Con esas palabras, como si se tratara de un torbellino, salió de la habitación, dejándonos nuevamente solos.
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