Capítulo 15

Astrid POV

Francamente, desde que había aprendido el hecho de que los vikingos debíamos ser fuertes y valientes, los guerreros más poderosos del mundo, blindé mi corazón. Aunque se removiera bajo su coraza, intranquilo y agitado, siempre lo contenía en ese lugar olvidado. No podía permitirme, con todas las responsabilidades que cargaba sobre mis hombros, perder la cabeza en esas estupideces. Tenía que ser práctica e inteligente. No merecía la pena perderse en sentimientos inútiles. Por ello el matrimonio nunca había sido una meta urgente en mi mente. Me casaría cuando llegara el momento, con el propósito de otorgarle más poder a mi familia y traer al mundo unos descendientes más fuertes. Como no había ningún vikingo varón que me igualara o superara, esa idea había quedado relegada a un rincón.

Sin embargo, Hipo había hecho lo imposible por fundir el escudo de hierro que escudaba a mi corazón. Había sido siempre algo desconcertante. Hipo era débil y extraño. No era el perfecto vikingo con el que traería valiosos descendientes al mundo. Era... Hipo. No obstante, desde pequeños, era el único que había logrado colarse por mi perfecto escudo con una sencilla sonrisa en los labios. Eso me ponía furiosa. Que estuviera aprendiendo el oficio de la herrería no quería decir que pudiera ir desestabilizando y moldeando mis aceradas barreras a su antojo. Detestaba esos pensamientos inútiles en mi mente y esos latidos extraños en mi pecho.

Había tardado mucho tiempo en aprender el porqué de mi alteración y mi desconcierto. Mucho más en aceptarlo y admitirme a mí misma que Hipo era lo que necesitaba. El valiente herrero que se colaba en mis barreras era el que me ayudaría a quitármelas todas de encima y permitirme ver el mundo siendo yo misma.

Era desconcertante, pero enamorarme de Hipo había supuesto quererme a mí misma tal cual era. Había sido un apoyo para aquella sofocante presión. Se había convertido en una compañía cálida. Estar a su lado hacía los recuerdos menos tenebrosos, los días más claros y el futuro más brillante. Lograba que mi corazón infantil, inmaduro por estar por primera vez a la vista del mundo, aleteara frenético.

Por eso, por primera vez en mi vida, se me rompió el corazón. Ese corazón inocente e infantil, demasiado puro y débil para la hostilidad del mundo, se destrozó en mi pecho como una espada rota, desgarrando mis pulmones a su paso. Me ardía respirar y los ojos escocían. La mirada comenzó a nublárseme, a causa de las lágrimas, pero me negué a verter siquiera una. No podía permitirme algo como eso. No podía hacerme eso a mí misma. Tampoco a Hipo. Mi pequeño corazón debía aprender la lección, aceptar las cicatrices y seguir adelante.

Crucé una mirada con él. A diferencia de mí, él sí lloraba. Sus ojos y sus mejillas estaban llenos de lágrimas. Me observaba en silencio. Sus ojos brillaban por el dolor y la angustia. Su corazón estaba roto, como el mío. Sin embargo, no había duda en ellos. Estaba totalmente seguro de su decisión. Le apoyaba. Sabía que estaba haciendo lo correcto.

Sentí una repentina presión en mis hombros. La sensación era diferente, por lo que me desconcertó. Alcé el rostro, encontrándome con Chusca, que sonreía muy débilmente, no porque le divirtiera, sino porque intentaba insuflarme ánimos; y con Mocoso, que observaba la escena con una gravedad extraña en él. Sospechaba que, para él, también era el primer corazón rozo que sufría y que esa mueca seria y fantasmal le acompañaría durante un tiempo. Aun así, al igual que Chusca, se había acercado a apoyarme en silencio. Agradecida, apreté el agarre de sus manos en un gesto afectuoso.

Salí al exterior, esperando que el frío nocturno secara las resistentes lágrimas que se negaban a desaparecer de mis ojos. Nadie me siguió. Me observaron preocupados, sobre todo porque no debía hacerles gracia dejarme caminar sola con mis heridas, pero no dijeron nada. Supongo que todos aceptaron que necesitaba mi espacio.

Me senté en una roca al tiempo que Tormenta y Desdentao se acercaban a mí. Emitieron un gruñido amistoso, intentando romper mi semblante deprimido, pero no tardaron en aceptar que no se me iba a pasar tan fácilmente. Ambos se recostaron a mi lado, apoyando sus cabezas junto a mis pies, haciéndome compañía. Agradecía el gesto y al calor que me brindaban con su proximidad. No era que tuviera frío. Era más sentimental. Atenuaba un poco la fatiga de mi interior.

Un rato después, Desdentao se movió. No me hizo falta girarme para saber quién se acercaba. Era reacción solo podía preceder a una persona.

― ¿Cómo te encuentras? ―preguntó.

―Bien.

― ¿Las heridas te están molestando?

―No. Mientras no haga mucho ejercicio, estarán bien.

Nos quedamos sumidos en un silencio incómodo y tenso. Ninguno parecía estar muy seguro de qué decir ni de cómo. Parecía que el aire se estaba volviendo espeso a nuestro alrededor, dificultándome inspirar.

―Yo... ―empezó a decir. Estaba nervioso y le tembló la voz. Se aclaró la garganta antes de continuar―. Yo sé que no debería decirte esto porque me acabo de comprometer, pero sé que si no te lo digo ahora, no podré hacerlo nunca.

Los restos desmigajados de mi corazón roto palpitaron en mi pecho, abriendo más las heridas.

―Desde que tengo uso de razón, desde la primera vez que te vi, he estado enamorado de ti, Astrid.

Los latidos doblaron su fuerza y su velocidad. El dolor era tan fuerte que las lágrimas retornaron a mis ojos. Una vez más, las retuve.

―Es egoísta decirte esto, pero necesitaba hacerlo. Temo que si lo guardo en mi corazón, se convierta en un sentimiento oscuro. He vivido experiencias demasiado bonitas contigo como para permitir que eso suceda.

Inspiré hondo y me armé de valor, alzando el rostro en su dirección. Él, en pie, mantenía sus ojos fijos en el mismo punto que yo había contemplado antes: el horizonte. Sus mejillas estaban enrojecidas por las lágrimas, al igual que sus ojos inflamados. Parecía que en cualquier momento iba a romper a llorar, pero estaba poniendo todo su esfuerzo en contenerse. Al igual que yo, estaba forzando a su corazón inocente a crecer y a cicatrizar a la fuerza.

Al sentir la fijeza de mis ojos en él, giró hacia mí. Forzándome a no mirar a otro lugar, cuadré los hombros y me dispuse a hablar.

―Siempre has sido una persona fascinante para mí. Para bien y para mal.

A Hipo se le escapó una risita nerviosa ante mi comentario. No pude evitar sonreír tristemente.

―Eras totalmente lo opuesto a mí. Ver cómo intentabas tan afanosamente que te aceptaran siendo tal cual eras... Para mí, que me había visto obligada a esconder mis sentimientos por la fuerza de las responsabilidades, resultaba fascinante. Esos pequeños momentos que compartíamos juntos se convirtieron en pequeños tesoros en mi mente. Recuerdos maravillosos que guardaba celosamente para mí, donde nadie podía criticarme por tenerles tanto cariño.

»Luego, comenzamos a conocernos de verdad. Esa fascinación se convirtió, sin darme cuenta, en algo mucho más importante. Mucho más fuerte y confuso. Para mí que me había mantenido centrada en las obligaciones y había dejado relegadas las emociones, fue algo extraño. Sin embargo, una vez reconocí lo que era, me hizo extraordinariamente feliz ―tomé aire, fuertemente, pese al dolor punzante de mis heridas, buscando encontrar las fuerzas necesarias para ser totalmente sincera―. Sin darme cuenta, me había enamorado de ti, y ha sido el sentimiento más bonito y preciado que he sentido en mi vida.

No pude decir nada más. Repentinamente, Hipo hincó una rodilla en la piedra sobre la que yo estaba sentada y me abrazó. Lo hizo con mucho cuidado de no lastimarme, pero envolviéndome por completo. Gracias a la cercanía, sentí su cuerpo temblar.

―Sin importar qué pase ―continué diciendo, correspondiendo el abrazo―, siempre recordaré con felicidad lo que hemos compartido; y siempre estaré feliz porque tu hayas sido mi primer amor.

Una de las lágrimas de Hipo se deslizó por su mejilla y alcanzó la mía, rodando por ella. En ese momento, incapaz de aguantar más, empecé a llorar. El temblor de mi cuerpo se unió al de Hipo. Cerramos con más fuerza el abrazo.

―Me alegro de que mi primer corazón roto haya sido por una causa tan justa. No te habría perdonado si hubieras dejado a Dana a su suerte por mantenerte a mi lado ―dije, intentando sonreír.

―Siempre, sin importar el tiempo que pase, te querré. Nunca he amado a nadie más que tú y nunca lo haré. Siempre te amaré.

Sus palabras, que deberían haber sido el inicio de una vida juntos, eran el final. El sabor a la despedida era salado, como mis lágrimas. Había luchado porque mi llanto fuera silencioso, para que todo fuera lo más fácil posible. No pude hacerlo más. Los gemidos de dolor escaparon de mis labios sin contención. Los mismos que salieron de los labios de Hipo, inundando mis oídos.

No pude evitar preguntarme si el ataque del Skrill y su dolor lacerante no habían sido más que un preparativo para aquel momento. El dolor agónico de mi pecho parecía reírse del sufrimiento que había sentido semanas antes.

No sé cuánto tiempo estuvimos así. Aunque nos calmamos, seguimos sollozando, en silencio, apoyados el uno en el otro. Los dragones se habían alejado hacía tiempo, observándonos desde la distancia, entendiendo que necesitábamos un tiempo para nosotros dos. Un repentino carraspeo nos sobresaltó, obligándonos a separarnos.

Nos encontramos con las miradas de Estoico y de Bocón, que nos observaban sorprendidos. Me limpié rápidamente las lágrimas con el dorso de la mano, intentando disimilar mi momento de debilidad.

― ¿Se puede saber qué está pasando aquí?

Hipo POV

Era difícil creer que, apenas unos minutos antes, Astrid y yo estuviéramos fuera, despidiéndonos de un futuro imposible. En ese momento, nos encontrábamos todos en el interior de la casa, con la clara expectación de papá y de Bocón.

― ¿Y bien? ―preguntó mi padre, cruzándose de brazos.

― ¿Vais a decirnos de una vez que sucede aquí o tenemos que ir a buscar un par de Gronckles que os aplasten hasta sacaros la verdad? ―inquirió Bocón, con una sonrisa de oreja a oreja y alzando su peluda ceja rubia.

Entrelacé mis dedos con los de Dana y coloqué nuestras manos sobre la mesa, con seguridad.

―Dana Asgerdur y yo, Hipo Horrendo Abadejo III, deseamos realizar los rituales de compromiso marital.

― ¿¡QUÉ!? ―exclamaron ambos a la vez, con los ojos abiertos de par en par.

― ¡Pero Hipo! ―exclamó Bocón, desconcertado―. ¿¡Cómo dices eso ahora!? Siempre hemos creído que te ibas a casar con... ―cortó la frase a la mitad por el fuerte codazo que le dio mi padre, aunque no hizo falta que dijera más. El elocuente aspaviento de manos que lanzó a Astrid fue más que suficiente.

―Siempre habéis mantenido que no tenéis esa clase de relación, ¿qué ha sucedido para semejante cambio? ―cuestionó papá, estudiándonos a ambos.

Con un suspiro profundo, decidimos contarle la historia. Todos nos escucharon atentos, incluido el grupo de jinetes. En sus aportaciones, Dana relató sucesos que solo podían conocer las personas que habían vivido en Kahr. Como la ferviente desesperación de Ulf el Viajero por conseguir un heredero varón, o el desprecio que sentía hacia su hija por ser tan diferente a sus expectativas, considerándola débil e incompetente. Terminamos con las noticias del próximo compromiso de Dana con el desquiciado de Dagur. Las señales de alarma surgieron en Bocón y en mi padre, que compartieron una mirada preocupada.

―Ante la situación, probablemente la opción más práctica sería la que sugerís ―admitió mi padre, mesándose la barba, pensativo―. Sin embargo...

― ¿Qué? ―preguntamos Dana y yo a la vez.

―No creo que os haga felices ―admitió.

―A ninguno de los dos ―aseveró Bocón.

―La felicidad no importa ahora mismo ―reclamé, frunciendo el ceño―. Lo primordial es la vida de Dana.

―Sí, hijo. Lo sé, pero la felicidad también es importante. Hace poco, si me hubieras planteado esta situación, te hubiera dicho que sí. Es la opción más práctica y cómoda. Sin embargo, desde que lograste demostrarnos otra forma de ver el mundo, hemos cambiado. Ahora mismo, creo que vuestra felicidad también hay que tenerla en cuenta. También es importante.

―Yo soy totalmente incapaz de ver otra salida que mantenga todo en orden ―admití, derrotado.

―Bueno ―comenzó a decir Bocón, dubitativo―, existe una opción que puede salvar a Dana y mantener vuestra felicidad a salvo. Aunque no sabría decirte sobre mantener las cosas en orden.

― ¿Qué quieres decir? ―interrogó Dana, irguiéndose levemente, de forma inconsciente, de su asiento.

―Dana, tengo una pregunta que hacerte ―dijo mi padre, centrándose en ella―. ¿Qué tan fuerte es tu vínculo con Kahr?

Dana parpadeó confusa durante unos instantes, desconcertada.

― ¿A qué se refiere? ―preguntó a modo de respuesta, confundida.

―Al ser Hipo el futuro jefe de Mema, con las cualidades que esta aldea tiene, supondría que tendrías que vivir aquí en caso de que contrajerais matrimonio. Por lo que supongo que no tienes un vínculo tan fuerte con tu isla natal como para desear vivir allí, pese a todo.

―Aprecio a mi madre y a mis amigos, pero sé que ellos podrían seguir sin mí. Mi madre siempre ha luchado contra los deseos de mi padre, deseando darme libertad a la hora de escoger mi futuro. Para ella ha sido un regalo de los dioses el haber sobrevivido a mi infancia, así que siempre ha sido feliz al verme retomar una vida normal. Ella aceptaría lo que fuera que me mantuviera a salvo.

Apreté el agarre de Dana al ver cómo su rostro se contraía de la pena al pensar en su madre. Ella lo respondió con otro apretón, agradeciendo el apoyo.

―Entonces supongo que es más que una posibilidad remota... ―meditó mi padre.

― ¿El qué? ¡Decidlo de una vez! ―insté, molesto con tantos rodeos.

― ¡Tu padre está pensando en adoptar a Dana! ―exclamó Bocón, a todo grito.

― ¡Bocón! ―reclamó mi padre, fulminándole con la mirada.

― ¿¡Cómo!? ―cuestionamos todos, anonadados.

Dana y yo nos levantamos del asiento, completamente, de la impresión. Las sillas rebotaron contra el suelo, debido al impulso. Mi padre se masajeó la cara, buscando la manera de responder a las ansiosas miradas que le dirigíamos.

―Ustedes dos siempre se han presentado al mundo como hermanos. Así que se me ha pasado por la mente la idea de adoptarte. Al formar parte de mi familia, cualquier deseo que tenga tu padre sobre ti desaparecerá. No podrá obligarte a nada ―explicó mi padre.

―Y al ser hija del jefe de la aldea, reclamarte sería como atacar a la aldea entera. Como les superamos en recursos y fuerza armada, sin siquiera contar con los dragones, no se replanteará hacer nada ―continuó Bocón, con una sonrisa amistosa comenzando a surgir bajo su bigote.

― ¿De verdad... ―empezó a preguntar Dana, aunque la voz se le cortó debido a los nervios― quieres que sea tu hija?

―Estaría más que encantado ―contestó mi padre, con una sonrisa afectuosa―. Sé que serás una hija tan maravilla como Hipo ―afirmó, mirándonos a ambos―. Sin embargo, antes de tomar cualquier decisión, quiero que tengas claro algo. Yo seré tu padre e Hipo será tu hermano. Nosotros seremos tu familia. Tus padres biológicos, a ojos del mundo, dejarán de serlo. No tendrás ningún vínculo con ellos ni con Kahr. Es muy probable que siquiera puedas volver. ¿Estás preparada para eso?

Dana se mantuvo en silencio un minuto. Cerró los ojos y meditó para sí misma. Ninguno la interrumpió. Todas las miradas estaban clavadas en ella. Cuando abrió los ojos, había una determinación férrea y resplandeciente en ellos. Era como contemplar el mar en calma antes de la tormenta.

Dana se inclinó suavemente, haciendo una reverencia hacia mi padre.

―Si me acogéis en su familia, aceptaré gustosa su apellido y todo lo que ello conlleva.

Papá se levantó de su asiento y caminó en nuestra dirección. Dana se irguió, siguiéndole con la mirada. Cuando estuvieron frente a frente, él extendió los brazos en su dirección, dispuesto a darle un abrazo.

―Bienvenida a la familia, Dana Horrendo Abadejo.

Lo dijo simplemente, con su voz grave y profunda, pero bastó para conseguir que Dana sollozara una vez más. Ella respondió el abrazo con efusividad, sin darse cuenta de que aún manteníamos nuestras manos entrelazadas, tirando de mí. Papá, con sus enormes brazos, nos rodeó a ambos con fuerza. Sin darme cuenta, yo también empecé a llorar.

― ¿Quién iba a decir que a estas alturas de la vida tendrías una hija, Estoico? ―preguntó Bocón, estallando en carcajadas.

―Cállate, Bocón ―ordenó mi padre, rompiendo el abrazo, liquidando a su mejor amigo con la mirada. Sin embargo, la sonrisa que había en sus labios era demasiado reveladora para tomarle en serio. Aunque tampoco es que Bocón se tomara demasiado en serio esas cosas...

Dana y yo teníamos la misma expresión tonta. Al mirar a nuestro alrededor, me sorprendí ante semejante espectáculo. Aunque se habían mantenido de una pieza en ese día tan problemático, al final habían acabado sucumbiendo. Los gemelos lloraban abrazados, de una forma ensordecedora, como bebés dragón; Patapez se limpiaba cuidadosamente con la manga de su túnica; Mocoso miraba al techo, como si fuera muy interesante, intentando no revelar que sus ojos estaban mucho más acuosos de lo usual; y Astrid sonreía de oreja a oreja. También lloraba, como todos, pero su sonrisa era tan genuina que estaba preciosa.

Quizás porque escucharon el jolgorio o se percataron del cambio de ambiente, Desdentao y Tormenta se las ingeniaron para colarse en la casa. El resto de dragones presenció la situación desde fuera. Se estiraron, haciendo crujir sus huesos, como si la tensa situación los hubiera tenido en vilo.

―Bienvenida a la familia, hermana. Espero que te guste el apellido familiar ―la felicité, abrazándola fuertemente durante un segundo, lo que causó que riera.

―Es un placer, hermano ―contestó con humor―. Y creo que es hora de que tú vuelvas a poner las cosas en su sitio.

La miré sin comprender, aunque no tuve tiempo de preguntarle nada. Me dio un empujón tan fuerte que solo pude pensar en frenar. Me detuve justo frente a Astrid. Tragué fuertemente, inquieto. Si antes había creído que estaba preciosa, ahora, tan cerca que podía ver el centelleo de sus ojos azules, el tenue sonrojo de sus mejillas y sus labios radiantes, era celestial. Ahora que el compromiso era un tema olvidado, la conversación que habíamos mantenido antes me inundó con una fuerza arrolladora. Quizás porque antes, lo habíamos dicho todo pensando en que era una despedida, y ahora parecía un comienzo. Astrid pareció pensar lo mismo que yo, porque el sonrojo de sus mejillas aumentó. Esa visión me quebró.

Siguiendo un impulso y sin importarme la gente a nuestro alrededor, pasé un brazo por sus caderas, con cuidado de no abrirle las heridas, alzándola del suelo. Al parecer le sorprendió, porque se agarró a mis hombros como acto reflejo y me miró con los ojos abiertos de par en par. Paseé mi otra mano por su cuello, acariciándolo suavemente, y la atraje hacia mí.

Sus labios estaban fríos, probablemente por todo el tiempo que había pasado antes fuera, pero jamás nada me había parecido tan dulce ni tan cálido. Por primera vez en mi vida, yo besé a Astrid Hofferson, pero estaba seguro de que no iba a ser la última.

FIN

¡Hola a todos!

Antes que nada, muchas gracias a todos los que habéis leído, comentado o votado esta historia. ¡Muchas gracias! Espero que os haya gustado. Me gustaría decir que, aunque este es el capítulo final, aún hay un epílogo. Lo publicaré en unos días. 

Os recomiendo leer otras historias del universo de HTTYD que tengo publicadas, como He mele no Astrid o Mortal Night

Pues, con esto y un bizcocho, ¡nos leemos en el epílogo!

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