Capítulo 11

Astrid POV

La noche anterior había pulido tanto mi hacha que solo rozarla cortaba. Aunque no era de extrañar. Desde que me la habían regalado, se había convertido en mi método predilecto para controlar las emociones desbordantes, tanto las buenas como las malas. Y la noche anterior había estado plagada de emociones, definitivamente. Angustia, asombro, alivio, confusión, excitación, inseguridad, irritación, timidez, vergüenza... Era como si Loki hubiera decidido jugar con mis nervios para pasar el rato.

Muchas de esas sensaciones habían venido a mí debido al ataque de Dana. Me había preocupado y asustado ante su reacción, sinceramente. Sin embargo, una parte de mí no pudo evitar alegrarse ante lo que sucedió. Porque pude sentir como mis dudas, tan enfermizas, se esfumaban como las nubes en un caluroso día de verano. No obstante, una vez pasada la emoción inicial, me empecé a sentir terrible. Un malestar que me acompañaba hasta esa mañana. Que en un momento tan nefasto, yo me sintiera feliz por una trivialidad así, provocada por mis propias inseguridades, me hacía sentir repugnante.

Si no fuera suficiente, había estado el incidente con Hipo. Realmente, mi cuerpo dejó de pertenecerme durante la noche, porque hice que cosas que, normalmente, no haría. Mucho menos en público. Me dejé llevar por la suave cadencia de la nana de Hipo. Con ello, permití que mis restricciones cayeran con facilidad. Los límites que me imponía a mí misma todo el tiempo se difuminaron, volviéndose fácilmente salvables, sencillamente franqueables y débiles.

Mis ojos, primeramente concentrados en las suaves y fraternales caricias que aportaba Hipo sobre la piel y el cabello de Dana, pasaron a detenerse en el armonioso movimiento de sus dedos. En la forma en que se arqueaban y flexionaban, como si el agua fluyera entre ellos. En los pequeños cortes y delgadas cicatrices que los adornaban, producto del trabajo. Seguí el recorrido de su anatomía, encontrándome con su pecho. Ascendía y descendía en una cadencia que se podría definir incluso como tierna. Era tan lenta y acompasada que, probablemente, sería como sumirse en una tibia nube. Y seguramente, el sonido de su corazón, con su compás particular, resultaba aún más relajante que la propia voz de Hipo. En mi mente, casi podía escucharlo. Realmente, deseaba escucharlo.

Probablemente tuve un pequeño lapsus en ese momento, comencé a soñar despierta. Sentí, con una claridad irracional, sus brazos rodeándome en un abrazo cálido y reconfortante. Lleno de afabilidad y ternura. Lleno de Hipo. Me invadieron las fosas nasales los aromas de la tierra, de la madera, del carbón, la hierbabuena y la ceniza. Casi podía sentir como el perfume caliente me caldeaba con velocidad el cuerpo.

De repente, el verde intenso del bosque, completamente vivo, me despertó de mi ensueño. Los ojos de Hipo, esas esmeraldas tan llenas de vida, me observaban fijamente. La sorpresa y la duda me invadieron. ¿Se habría dado cuenta? ¿Habrían sido obvios mis pensamientos? Por regla general, mis reflexiones y sentimientos estaban muy bien guardados en mi interior, bajo mi eterna expresión impertérrita. Sin embargo, dudaba de mi capacidad de mantenerla en semejante sopor.

Como respondiendo a mis dudas, Hipo me sonrió pícaramente, con un brillo sagaz en sus ojos que jamás había visto. Temerosa de cometer una locura o sonrojarme hasta adquirir el color rubí brillante de las escamas de Garfios, tomé mi hacha y empecé a afilarla. Probablemente fui demasiado impulsiva y obvia, una reacción anormal en mí, pero, francamente, nunca me había encontrado en una encrucijada así.

Mientras recogía nuestro campamento, ayudada por el resto de jinetes, sentí la vergüenza invadirme de nuevo. Cuadré los hombros y me obligué a serenarme, a centrarme en mis tareas. No tenía tiempo ni espacio para morirme de vergüenza. Ya lo haría luego, al volver a casa, o, en su defecto, al encontrar un paraje desierto plagado de árboles entre los que esconderme y desahogar mi frustración. Afinar mi hacha tenía que servir para algo productivo, al fin y al cabo.

Una vez estuvo todo recogido, Hipo nos agrupó a todos en un círculo.

―Bien, chicos, ahora que tenemos todo listo, creo que es hora de empezar el ejercicio de hoy. Las cuestiones a resolver hoy se centran en la compenetración jinete-dragón y en desarrollar y potenciar las habilidades de rastreo de nuestro compañero.

―Eso suena difícil ―farfulló Chusco con cara de hastío.

―En ningún momento dije que fuera fácil ―contestó Hipo con una sonrisa de oreja a oreja, tratando de insuflar ánimos―. Pero parece más complejo de lo que es. En realidad, es simplemente una forma de conocer la forma de rastrear de nuestro dragón. Sobre todo, las claves y trucos necesarios para ayudarle.

Chusco y Brusca resoplaron a la vez, poniendo la misma expresión huraña.

―Dejad de quejaros ―reprendí, lanzándoles una mirada furibunda antes de volver a centrarme en Hipo ―¿Qué hay que hacer?

Al momento en el que nuestros ojos se cruzaron, una batalla interna volvió a desatarse en mi interior. Tardé tres segundos en darle fin. Perdí. Desprendí mi mirada de la suya y me fijé en Tormenta, que me observaba atenta.

―Sí, claro, ahora os lo explico ―comenzó a decir, nerviosamente―. Patapez, ¿trajiste lo que te pedí?

―Sí, un momento ―asintió él, mientras rebuscaba en su morral.

Sacó un fajo de pergaminos, muy rígidos y gruesos, con las puntas ligeramente dobladas. Tenían una apariencia tan pesada que ni siquiera se plegaban sobre sí mismos. Se los tendió a Hipo, que les echó un rápido vistazo hasta volver a fijarse en nosotros.

―Bien, en estas tarjetas hay una serie de plantas medicinales muy interesantes y útiles. Están ilustradas y descritas, tanto sus características como sus cualidades medicinales.

»Os voy a entregar una a cada uno. Tenemos que volver hoy a Mema, así que tenéis hasta el mediodía para encontrar vuestra tarea.

―¡Tienes que estar de broma! ―exclamó Mocoso, boquiabierto ―¿En serio pretendes que encontremos una mata que no hemos visto en nuestra vida, en una isla en la que no hemos estado nunca, en menos de un día?

―Sí ―afirmó Hipo, sencillamente, ganándose un resoplido frustrado de Mocoso que nos hizo reír a todos―. Parece más difícil de lo que realmente es. Puede que nosotros no sepamos cómo encontrarlas, pero nuestros dragones sí. Aprovechad sus habilidades para conseguirlo.

Siendo sincera, entendía la aprensión y el recelo que mostraban Mocoso y los gemelos. Quizás en Mema, que, se quiera o no, era terreno conocido, la búsqueda resultaría mucho más sencilla. Su flora y fauna era relativamente conocida para todos sus habitantes. Sin ser experto, era fácil que te sonara una flor o un animal por haberlo visto en alguna ocasión. Con todo, podía ser complicado.

En ese momento nos encontrábamos en una isla totalmente desconocida para nosotros, con un follaje tan espeso que imposibilitaba un reconocimiento aéreo efectivo. Las tareas de búsqueda serían lentas, pues supondrían un reconocimiento del terreno adherido a su posterior análisis.

Quizás para Hipo y Patapez podía resultar más sencillo. Patapez adoraba investigar la vegetación. Cada dos por tres aparecía con una planta nueva y corría desesperado a preguntarle a Gothi sobre sus funciones. En cuanto a Hipo, había pasado tanto tiempo en el bosque que se había convertido en un explorador nato.

―¡Vaya! ―exclamó Hipo, leyendo las expresiones de aprensión de algunos jinetes―. Supongo que os estoy pidiendo demasiado. Supongo que, si no sois capaces de hacerlo, tendremos que...

―¿Disculpa? ―interrumpió Mocoso, con el ceño fruncido―¿Qué has dicho?

―Nada ―contestó Hipo con su mejor expresión de niño bueno―. Solo que, si tan difícil os parece, quizás es mejor hacer otra cosa. Pensé que erais lo suficientemente buenos para estar a la altura de las circunstancias, pero, en fin. Supongo que tendré que bajar un poco el nivel hasta que estéis preparados.

Me mordí la mejilla por dentro, tratando de controlar la sonrisa, viendo la trampa. Crucé una mirada divertida con Dana, que estaba conteniendo los mismos deseos que yo.

― ¿Cómo has dicho? ―cuestionaron los gemelos a dúo.

―Nosotros somos capaces de hacer cualquier cosa que nos propongamos ―afirmó Brusca.

―Incluso sin proponérnoslo, somos capaces de todo ―terminó Chusco.

―Dame esa tarjeta, vas a ver de lo que es capaz un Jorgenson ―reclamó Mocoso, acercándose a Hipo y estirando la mano en su dirección―. Es más, lo haré tan bien y tan rápido que ni te darás cuenta de que me he ido.

―Por supuesto ―respondió Hipo con una radiante sonrisa, entregándole su tarjeta.

En breves minutos, cada uno tenía la suya. Como bien había dicho Hipo previamente, era un documento simple y práctico. Fácil de comprender y de leer. Encabezada por el título de la planta, se dividía en dos secciones. El lateral izquierdo lo dominaba una ilustración detallada de la flor o planta en cuestión, mientras que el derecho se seccionaba en diferentes informaciones relevantes sobre ella. Observé con detenimiento la mía.

Achicoria

Uso: Dolencias. Malestares estomacales. Problemáticas en el corazón.

Sección útil: Raíces.

Temporada: Primavera y otoño.

Método de uso: Infusión y cataplasma.

Ubicación: Zonas húmedas. Prados.

Probablemente los libros de los que Patapez había sustraído esta información estaban plagados de aún más datos, pero, como información breve, debía ser suficiente.

En ese momento, centré mi atención en el dibujo, que, en esas circunstancias, podía resultarme tanto o más útil que lo leído. Consistía en unas pequeñas flores, con el núcleo frondoso, en fuerte contraste con los delicados y sencillos pétalos, de forma casi rectangular y llenos de finos pliegues. Tenían apariencia de caracterizarse por un color claro, porque no había ningún tipo de sombreado a base de carboncillo sobre ellos.

Todos nos acercamos a nuestros dragones, decididos a emprender la búsqueda. Ya estaba sentada a lomos de Tormenta, palmeando suavemente su cuello, cuando me fijé nuevamente en Dana. Un pinchazo de culpabilidad volvió a inundarme de forma inconsciente. Estaba junto a Hipo y Desdentao, hablando de algo que no alcanzaba a escuchar a esa distancia. Antes de darme cuenta, ya había alzado la voz.

―¡Dana! ―exclamé, logrando que se girara en mi dirección― ¿Te apetece hacer esta incursión con nosotras?

Como respaldando mis palabras, Tormenta emitió un gorjeo. Dana me miró con curiosidad.

―No sé si Hipo te lo ha dicho ―comencé a explicar ―, pero, en esta clase de tareas, el no participa activamente. Se limita a supervisar que nadie haga trampas. Como durante la práctica de ayer.

»Entonces, ¿prefieres ver cómo lo hacemos los demás o quieres participar?

Dana nos miró, alternativamente, a Hipo y a mí en numerosas ocasiones, mordiéndose el labio nerviosamente. Al final, le dirigió a Hipo un mohín de disculpa, que él correspondió con una risa divertida. Al momento, Dana corrió en mi dirección. Cuando estuvo lo suficientemente cerca, alargué la mano y la ayudé a subir. No pude evitar la sonrisa que me inundó los labios al percibir su tamborileo ansioso.

―¡Ey, Mocoso! ―exclamó, Dana, llamando la atención de Patán, que la observó perplejo―. Antes hablabas sobre lo rápidos que sois los Jogerson, ¿no es verdad?

―Sí, ¿por qué? ―interrogó, hinchando el pecho con orgullo.

―Porque te vamos a demostrar que dos Hofferson y una Asgerdur somos el triple de rápidas.

La primera risa que invadió el lugar fue la de Hipo, que comenzó a carcajearse de la situación, nada sorprendido con la resolución de la joven. Sin embargo, lo que nos embargó al resto fue una fuerte impresión de arrojo y entusiasmo. Las sonrisas retadoras nos inundaron.

―Eso es porque Mocoso es como una tortuga ―sentenció Chusco.

―Nosotros seremos el doble de rápidos ―terminó Brusca.

―Ya lo veremos ―respondió Mocoso, pero no estaba haciéndonos caso ni a los gemelos ni a mí. Estaba con la vista fija en Dana, respondiendo a su afronta, a su reto, con una expresión sagaz y osada.


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