Capítulo 27. El final de un sueño, el principio de otro.
Me despierto con un tremendo dolor de cabeza cuando a la mañana siguiente abro uno de mis ojos y veo que me encuentro en un lugar que no reconozco. Siento la suave respiración de alguien bajo mi cabeza y cuando me levanto, veo a Zack. Sé que no ha pasado nada entre nosotros porque ambos llevamos la ropa de la noche anterior, pero no recuerdo mucho más de lo que pasó e intuyo que el fuerte olor a alcohol que ambos desprendemos, tiene mucho que ver con eso.
Me levanto de la cama y analizo el lugar que parece una habitación de hotel. Al mirar por la enorme cristalera, puedo ver la ciudad y me doy cuenta de que seguimos en Las Vegas. Me llevo una mano a la cabeza y decido ir a darme una ducha de agua fría, que espero que me ayude a aliviar el dolor.
Cuando salgo de la ducha, me vuelvo a poner el vestido de la noche anterior porque es lo único que tengo y recuerdo que tanto mi anterior ropa como la de Zack, se la dejamos a la mujer de la tienda de disfraces. Y una vez que salgo del cuarto de baño, veo a Zack sentado en la cama con ambas manos en su cabeza. Él no siente mi presencia hasta que el teléfono de la habitación comienza a sonar.
—Buenos días —le digo en un susurro. Pero él solo me sonríe. No tiene muy buena cara, por lo que intuyo que está llevando la resaca peor que yo, así que cuando el teléfono suena y veo que tiene intención de levantarse a cogerlo, yo me adelante y le hago una señal para que vuelva a sentarse—. No te preocupes, yo lo cojo. —Zack asiente y yo agarro el teléfono para contestar—: Hola, buenos días.
—Buenos días, señora Black, el desayuno está listo. ¿Se lo llevemos a la habitación o prefieren bajar a desayunar con los demás?
Yo abro mis ojos en sorpresa porque si me ha llamado «señora Black», es porque, de alguna forma, el hecho de que estemos en este hotel está relacionado con la fiesta de anoche.
—Preguntan si bajamos a desayunar o nos lo suben aquí —le susurro a Zack.
—Mejor vámonos de aquí antes de que alguien empiece a sospechar que no somos el señor y la señora Black —contesta él, también entre susurros.
—Está bien —respondo y vuelvo a colocar el teléfono en mi oído para contestar—: Preferimos desayunar fuera, hace un día estupendo para ir de compras... —digo, intentando disimular.
—De acuerdo, señora —responde la voz tras el teléfono—. Por cierto, también llamaba para recordarles que la reserva a su nombre de la habitación está disponible hasta esta misma tarde. Por lo que tendrán que abandonarla antes de las 6:30, a no ser que quieran volver a realizar una nueva reserva a su cuenta.
—Está bien, no se preocupe. Estaremos fuera antes de esa hora.
—Genial, espero que hayan tenido una feliz estancia en el hotel Island y esperamos volver a verles muy pronto —finaliza, diciendo antes de colgar.
Yo suspiro y suelto el teléfono, sentándome en la enorme cama de matrimonio al lado de Zack.
—Me va a explotar la cabeza —dice él—. Pero aún así tengo muchas preguntas.
—¿Qué preguntas?
—Sobre anoche. Tengo como... lagunas. Hay cosas que recuerdo y otras que no.
—A mí me pasa lo mismo. Tal vez podamos ayudarnos mutuamente con eso. Puede que yo recuerde cosas que tú no y tú recuerdes otras que yo he olvidado. Como por ejemplo... recuerdo que le dejamos nuestra ropa a la mujer de la tienda de disfraces, que nos hicimos pasar por los señores Black usando los nombres de tus padres... recuerdo que conocimos a algunas personas y recuerdo que me tiraste una copa de champagne encima. Pero nada más.
Zack aparta una mano de su cabeza, pensativo.
—Yo también recuerdo lo de la tienda de disfraces y como nos colamos en la fiesta. Se me ha olvidado la parte en la que empezamos a beber, pero más o menos recuerdo como llegamos aquí; al acabar la fiesta, el matrimonio con el que estuvimos toda la noche nos comentó que el Island es un hotel-casino y la invitación a la fiesta del casino incluía la reserva de una noche en el hotel.
—Eso tiene mucho sentido... pero tenemos que dejar la habitación antes de las 6:30 de esta misma tarde, así que será mejor que nos vayamos de aquí lo antes posible.
—Sí, pero antes... —Zack se huele la camisa y pone cara de horror. Yo suelto una risa—. Creo que debería darme una ducha.
Y cuando entra en el baño, yo agarro mi teléfono y me encuentro con unos 50 mensajes de Kelly. Se ve muy preocupada y me da miedo como puede reaccionar cuando lleguemos a Los Ángeles. Le contesto para que deje de preocuparse, le digo que estoy bien y que llegaré en un par de horas, seguramente antes de la hora de comer, pero ella responde indignada y no me extraña, puesto que me fui sin avisar, solo dejándole un mensaje y ninguna explicación a mi desaparición.
Zack sale del baño pasados unos 20 minutos y tiene otra cara. Sus ojos están más brillantes y la camisa blanca que llevaba la noche pasada con el esmoquin (del cual, no tenemos ni idea de que ha pasado con la chaqueta) le queda tan bien, que a ratos siento que me cuesta apartar la mirada de él.
Salimos de la habitación y Zack me ofrece su brazo para que lo agarre.
—Señora Black —dice sonriendo y luego se acerca a mi oído para susurrar—: Solo nos quedan unos pocos minutos para que se acabe el sueño y volvamos a la realidad.
Yo solo me río y le respondo también al oído:
—Ha sido todo un placer ser tu esposa esta noche, Zack Valley.
—Lo mismo digo, Eveline Harvey. —Él sonríe y yo le devuelvo el gesto. Su rostro está muy cerca del mío, y mis ganas de besarle se desvanecen cuando escucho a alguien hablar a nuestro lado.
—Me encanta la forma en la que se miran los enamorados...
Su voz me suena y estoy segura de que he hablado con ella esta noche.
«¡Ay! ¿Cómo se llamaba? ¿Ángela? ¿Isabella?... ¡Ya lo tengo! ¡Leonor!»
La chica es alta, rubia y tiene unos ojos verdes muy bonitos. Ella mira encantada al chico a su lado que creo recordar que es su marido, pero tampoco recuerdo el nombre de él a pesar de que sé que anoche pasamos mucho rato con ellos. Ellos son probablemente rondan la misma edad que nosotros y eso es lo que seguramente nos acercó la noche pasada.
—¿Tú crees que nosotros nos veremos así también cuando nos miramos, cariño? —le pregunta al muchacho a su lado.
—Estoy seguro de que sí. —Le sonríe él, mirándola embobado.
—Me alegro de volver a veros antes de marcharnos —digo con una sonrisa.
—¡Lo mismo digo, Katherine! —responde la muchacha, emocionada. Ahora que estoy más cuerda que anoche, me parece de lo más extraño que alguien me llame por otro nombre.
—Esperamos poder volver a quedar con vosotros en otro momento —dice él—. Podéis venir a visitarnos cuando queráis a nuestra casa en Prescott. Tal vez antes de que nazca vuestro hijo.
Oh, mierda.
Ni si quiera yo me acordaba de esa mentira, por lo que tanto Zack como yo nos ponemos un poco nerviosos, pero él sabe disimularlo mucho mejor.
—Estaremos encantados de ir a visitaros cuando queráis, Pablo —responde Zack, que al parecer si se acuerda del nombre del chico—. Pero no sé si vamos a tener tiempo en las próximas semanas. Ya sabes; entre los negocios familiares de nuestros padres, la búsqueda de un nuevo hogar y la preparación del recibimiento de la criatura... vamos a estar muy ocupados.
No le ha temblado la voz y me extraña que haya mentido tan bien, pero eso me ayuda a mantener la calma.
—Eso mismo, chicos. Lo sentimos, pero la escapada de esta noche ha sido ocasional y probablemente haya sido la última fiesta de nuestras vidas... —dramatizo, en tono cabizbajo.
—Oh, querida, no te preocupes. Piensa que llegan tiempos mejores para vosotros. Ahora todo sera paz y felicidad. Y aunque no podáis ahora, tal vez en un futuro podáis venir a vernos. ¡Suerte que anoche os dimos nuestro teléfono!
—Sí... es una suerte —dice Zack, algo incómodo—. Y es una pena, pero ahora tenemos que irnos antes de que nuestros padres nos echen la bronca por habernos escapado.
—¡Oh, cielos! ¡Sentimos haberos entretenido!
—No os preocupéis, ya nos veremos... algún día —termina Zack, agarrando mi mano para salir corriendo de allí.
Nos despedimos de Leonor y Pablo y mientras nos acercamos a la salida del lugar, siento como dejamos atrás a Avery y Katherine Black para volver a ser Zack Valley y Eveline Harvey.
—Ha sido una noche... entretenida —digo, soltando una risa—. Aunque ahora haya sido un poco incómodo tener que seguir disimulando delante de estos dos, que por cierto, ¿cuándo nos dieron su teléfono?
Zack saca una tarjeta del bolsillo de su pantalón y me la pasa. En la tarjeta pone «Leonor y Pablo Winslet» junto a un número de teléfono.
—Espero que ellos no esperen una llamada de Katherine y Avery que jamás va a llegar...
—Pobrecitos... tal vez seamos los primeros amigos que han hecho desde que se casaron.
—Harán muchos más. Todavía son una pareja joven de recién casados. Tienen muchas más fiestas pijas a las que asistir y muchos eventos que celebrar en su majestuosa casa de Prescott.
—Sí. —Me río—. Supongo que tienes razón. —Zack sonríe y entonces, al volver a ver sus preciosos ojos azules ante la luz del día, recuerdo un pequeño detalle de la noche anterior—. Por cierto, ¿te has olvidado las lentillas en la habitación?
—Lo dudo —dice, soltando una risa. Yo ladeo la cabeza, sin entender—. Me he despertado sin ellas, así que debí de sacármelas anoche y dejarlas en alguno de lo baños del casino.
Yo suelto una carcajada.
—¿Y nadie se extrañó de que al comenzar la fiesta tuvieras los ojos marrones y luego azules?
—Creo... que cuando salí del baño me encontré a alguien que me dijo: «he bebido tanto que me parece que te ha cambiado el color de los ojos». Recuerdo que solo me reí y fui a buscarte porque Leonor, que era la que estaba menos bebida, te estaba atosigando a preguntas sobre como estabas bebiendo estando embarazada. Tú estabas nerviosa y fue entonces cuando decidí sacarte de allí... Entonces Pablo comentó lo de la reserva de las habitaciones.
—Guao... —musito porque yo no recuerdo nada de eso. Pero ahora lo entiendo todo y gracias a los recuerdos de Zack y los míos, las piezas van encajando poco a poco.
Cruzamos la cera y llegamos a la tienda de disfraces, donde la mujer de anoche nos devuelve unas bolsas con nuestra ropa. Zack la abraza y le da las gracias por ayudarnos con los disfraces y guardarnos la ropa durante toda la noche.
Yo no puedo evitar preguntarme; «Dios, sí es así con todo el mundo, ¿cómo no quererlo?»
Y tras despedirnos de Kaitlyn, pasamos por el casino en el que dejamos a Henry, que no responde al teléfono, por lo que, después de comprar algo para desayunar, vamos a buscarlo directamente al avión privado, que es donde quedamos con él en caso de no localizarlo, y cuando llegamos allí, lo encontramos durmiendo de forma incómoda en el sofá de cuero blanco del avión.
—¡Henry! —Zack lo llama y da una palmada. Henry se despierta de un susto y se cae del sofá. Luego se queja y mira a su alrededor.
—Oh, ya estáis aquí —responde, tocándose la cabeza y levantándose del suelo del avión.
—Ahora cuéntanos, ¿somos millonarios o estás arruinado?
—Pues no te lo vas a creer, pero a pesar de haberme dejado todo el dinero que traía, también conseguí ganar suficiente como para pagar el alquiler del avión completo.
En ese momento, recuerdo que anoche Zack me contó que Henry y él tienen el avión alquilado entre los dos. Al parecer, ellos solo se conocen desde hace unos meses, ya que, cuando a Zack se le ocurrió la idea de huir de la próxima fiesta de Lennox en avión privado sin un destino completamente planificado, se lo comentó a Ron, y fue entonces cuando él le habló de su hermano Henry y de como él llevaba años y años ahorrando para poder hacer una escapada similar. Incluso se sacó el carnet de piloto de avión.
—De eso nada, tío, dijimos de pagar el alquiler entre los dos.
—En estos meses hemos hablado de muchas cosas, pero jamás planteamos que pudiera ganar tanto dinero en un casino. Te puedo asegurar que puedo pagar el alquiler de avión, comprar un apartamento e irme de viaje un par de veces. Así que, ¿qué te parece si yo pago el alquiler completo esta vez y tú (que eres un músico famoso y estoy seguro de que no te falta dinero) lo pagas la próxima?
Zack entrecierra los ojos, pensativo, como si estuviera haciendo cálculos en su cabeza, y finalmente contesta:
—Trato hecho.
Ambos estrechan la mano cerrando el pacto, y cuando Henry se espabila un poco y los tres desayunamos, tomamos rumbo de nuevo a Los Ángeles.
LOS ÁNGELES, UNAS HORAS MÁS TARDE.
Cuando llego al hotel y abro la puerta de la habitación L96 del piso número 12, lo primero que encuentro es a Kelly cruzada de brazos, esperándome, pero trato de ignorarla mientras suelto a un lado de mi cama la bolsa con mi ropa.
—Espero que te hayas divertido esta noche —dice en tono indignado.
—Oh, créeme que lo he hecho.
Entonces, me giro para mirarla y abro mis ojos en expectante sorpresa.
—¿Se puede saber dónde has estado?
—Eh...
—¿Y de dónde has sacado esa ropa?
—Kelly, pareces mi madre.
—Eve, tienes realmente suerte de que tu madre no esté aquí, porque entonces sí que tendrías un problema.
—Estoy completamente segura de eso.
—Has estado con Zack, ¿verdad? —pregunta y yo alzo una ceja, ¿cómo lo sabe? Ella parece notar la duda en mi cara y responde—; era obvio. Demasiada casualidad que los dos desapareciérais de la fiesta del desfile.
—¿Estuvisteis en la fiesta? —pregunto yo y Kelly asiente con su cabeza—. ¿Es allí dónde te has hecho eso en el pelo?
Kelly tenía una larga melena de cabello negro que resaltaba con sus ojos grises, sin embargo, ahora lleva el pelo corto sobre los hombros, un flequillo sobre su frente y unas mechas de color gris a cada lado de su cara. Y a pesar del cambio de look tan inesperado para mí, debo admitir que le queda de maravilla.
—¡Estás increíble!
Ella suspira y ambas nos sentamos en la cama.
Kelly y yo nos contamos todo lo que nos ocurrió por separado la noche pasada y, mientras yo le cuento la aventura de película que vivimos Zack, Henry y yo, ella me cuenta que se hizo eso en el pelo porque una reconocida estilista que había en la fiesta del desfile, hizo tres peinados gratis en sorteo y uno de esos le tocó a ella. La única condición, era que no podían elegir ellos el look final y, aunque Kelly no estaba muy convencida de querer hacerse algo en el pelo que no pudiera elegir ella misma, Madison y Marlin la convencieron de que «nada de lo que haga una estilista profesional puede salir mal».
Un momento después de acabar la charla con Kelly, ella se va a la ducha a prepararse porque ha quedado con Zeta por la noche y es cuando yo me tumbo en la cama y sin esperarlo, me quedo dormida.
Abro los ojos en un lugar cálido. Los rayos de sol sobre mi piel se sienten bien junto a la suave brisa que aparece de vez en cuando.
Estoy sentada en un banco, pero estoy sola. No hay nadie más conmigo a parte de la enorme fuente a mi lado que emana grandes cantidades de agua y los pajarillos que canturrean al rededor. Justo delante de mí, hay un parque lleno de niños de corretean, juegan y se ríen a carcajadas.
Saco mi teléfono para mirar la hora y veo que tengo un montón de mensajes de Kelly, Adam y mis padres. Estamos todos en un grupo familiar y están preguntando que cuando voy a ir a cenar. Yo les respondo que estoy en el parque y que cuando Eddie acabe de jugar, volveremos.
Guardo el teléfono y una mujer se acerca a mí para sentarse a mi lado. Ella y yo nos conocemos y nos ponemos a hablar de nuestras cosas. Poco después, un pequeño de cabello rubio un poco largo y ojos claritos se acerca a nosotras. El niño lleva una camiseta amarilla con unas letras en las que puede leerse "Los Ángeles" junto con un pantalón corto de rayas de colores.
—Me he caído —dice con ojos llorosos, mostrándonos su rodilla herida.
—Aw, ¿quieres un tirita de dinosaurios? —le dice la mujer sentada a mi lado.
El pequeño asiente con la cabeza y yo lo agarro en brazos y lo siento sobre mi regazo. Entonces saco una botella de agua que llevo en el bolso y trato de limpiarle la herida para que luego, ella le coloque la tirita.
—¿Mejor? —le pregunto y él asiente—. ¿Quieres volver a casa ya, Eddie? —El niño asiente de nuevo con la cabeza y se pone en pie para tomar mi mano.
Es entonces cuando escucho el sonido de unos golpes que me hacen volver a la realidad.
—Eve, ¿tienes ropa para lavar? —pregunta Kelly, saliendo del baño con su cabello corto mojado y un cesto de la ropa. Seguramente piensa bajar a al piso número 7, que es donde se encuentra la lavandería del hotel.
—¿Has escuchado algo? —le pregunto, frotándome los ojos con ambas manos, mientras el sueño extraño que acabo de tener sigue dando vueltas en mi cabeza, haciéndome tener sentimientos confusos.
—No, ¿a qué te refieres?
Los golpes vuelven a sonar y la vista de ambas se dirige a la puerta de la habitación.
—Debe de ser Zeta —digo yo—, deberías abrir.
—No, abre tú. No he quedado con Zeta hasta dentro de media hora y tengo que terminar de sacar ropa para bajarla a la lavandería.
Ella se acerca al armario y yo me levanto para abrir la puerta y cuando lo hago, la sorpresa se hace evidente en mi cara y me paraliza completamente.
—Hola, Eve —dice con una sonrisa la persona delante de mí.
—Adam...
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