16.- Remedios caseros

Cuando el Rey Ben se enfermó todo el reino estaba expectante a su salud. Recibió miles de correos ofreciéndole fuerzas y buenos deseos para su pronta recuperación. Ben dijo que exageraban por un catarro, aún así se quedó tumbado en cama todo el fin de semana y con el cambio de clima constante parecía que se quedaría ahí otro par de días.

Mal lo miró desde el marcó de la puerta apoyada en él con los brazos cruzados. Parecía divertida con la vista que tenía, el rey de Auradon rendido en su cama con un puñado de pañuelos con mocos y tres médicos a los pies del colchón.

—Sí, exageran —soltó una risita —. Me sorprende que no hablen de la sucesión. Por el modo en que hablan de tu catarro parece que tienes un pie en el inframundo.

—¿Sucesión? Es un resfriado, no hay por qué pensar en sucesores —Ben estornudó y uno de los médicos de inmediato se paró para revisar su fiebre.

—¿Y tener tres médicos a tu disposición no hace parecer que te vas al otro lado? —ella alzó una ceja. Ben reflexionó que tal vez él mismo también estaba exagerando la situación.

—Sí, bien, tal vez si estoy actuando igual de ridículo —con un gesto de su mano hizo que los médicos se fueran. Aún con la nariz tapada logró respirar profundo. Mal se acercó a él con una cantimplora verde sucia por fuera —¿Qué traes ahí?

—Un remedio de la Isla de los Perdidos. Créeme, te hará sentir mejor, en la isla no puedes ir con la nariz goteando así que esto te salvaba la vida —dijo con un toque de melancolía —. Vivir en la Isla de los Perdidos es sobrevivir. Un resfriado puede hacer la diferencia entre un día más o menos. Cuando los niños se enfermaban algunos de los chicos mayores les daban esto para que tuvieran fuerza suficiente hasta que lo peor pasara, pero te lo advierto, tiene un sabor muy fuerte y desagradable. Lo mejor es que lo bebas todo de un solo trago y evites vomitarlo, si sabe mal al beberlo escupirlo será peor.

Ben tomó la cantimplora y olfateó el líquido, no percibió nada extraño, incluso su olor era ligero a dulce.

—Hasta el fondo —repitió Mal más cerca de él. Tenía los ojos fijos en él como un dragón acechando al príncipe de los cuentos antes de atacar.

Ben acercó a sus labios el remedio, pero dudó un instante y miró a Mal.

—Solo dime que no hay nada asqueroso en él, por favor —suplicó. Sabía que nada proveniente de la Isla de los Perdidos podía ser un producto completamente salubre, pero confiaba en que Mal había usado ingredientes de Auradon y no ido hasta la isla para seguir la receta.

—¿Quién diría que el rey sería tan quisquilloso? —sonrió mostrando los dientes, alzando una ceja y notablemente desesperada porque diera el trago.

El joven rey suspiró e inclinó la cantimplora para dar por fin el gran trago, tan pronto como el líquido tocó la superficie de su lengua sintió un ardor incontrolable además del peor sabor que pudiera imaginarse. Los ojos se le pusieron llorosos y el rostro rojo, antes de que pudiera escupir, Mal lo tomó del rostro y le cubrió la boca hasta que bebiera cada asquerosa gota. Ben tosió después de dejar que la bebida pasara por su garganta, conservaba la sensación de ardor y casi podía sentir su estomago quemarse. Mal se limpió lo que Ben escupió sobre su mano y él la miraba con ojos de bestia hambrienta a punto de arrancarle el corazón.

—Puedes odiarme lo que quieras —le dijo ella recogiendo la cantimplora del suelo —. Prometo que te lo voy a compensar.

—Esa cosa era horrible —respondió con la voz áspera como la de un anciano.

—Lo sé —Mal tiró al suelo la pila de pañuelos sucios junto a Ben y se sentó a su lado para tomarlo de la mano —. Y este es el efecto secundario. Te quedarás con esa voz un par de horas, pero ¿no te sientes mejor acaso?

Ben se dio cuenta de que su nariz congestionada ahora parecía ser de nuevo la nariz funcional de siempre, respiró profundo como nunca lo había hecho antes.

—Sí, tienes razón —volvió a respirar más aliviado. Mal le revolvió el cabello con su mano y encendió la enorme pantalla de la televisión por él. Preparó la película favorita del chico y bajo a la cocina por sus snacks favoritos —. Gracias... Aún no te perdonó por darme esa cosa, pero esto ayuda bastante —se devoró una de las galletas de la Señora Potts. Mal suspiró.

—Sí, sé que me odiarás el resto de tu vida por eso, yo tampoco puedo perdonar a Hadie por darme el mismo remedio. Y nuestros hijos nos odiaran por lo mismo, después los hijos de nuestros hijos y así por el resto de la eternidad —pensó Mal en voz alta. Ben se rió un poco por eso.

—No, no permitiré que le des esa cosa a nuestros hijos —su voz se suavizó un poco, pero seguía sonando rasposa —. Ya me siento mejor de verdad, tal vez deba volver al trabajo, he descuidado mis labores mucho.

—No, no, no, deja que yo me encargué de eso. Tú quédate a ver la tele y dormir —le respondió ella abandonando el espacio junto a él.

—No, por favor. Tú eres quien me ayuda a sentir mejor —murmuró. Mal se enterneció, aún así había trabajo que hacer, pero Ben tenía esa mirada...

—Tú ganas —suspiró. Ella podía encargarse del trabajo más tarde, por ahora podía dedicarle toda su atención a Ben. Ambos se acomodaron en la cama para ver una película aún cuando él le advirtió qué la podía contagiar, Mal ignoró su comentario y dijo que confiaba en sus defensas de la Isla de los Perdidos para protegerla de un resfriado de Auradon. Para cuando se dieron cuenta ambos estaban acurrucados en la cama mientras los créditos de la película saltaban en la pantalla. Ben se habría burlado de Mal por roncar al dormir si él mismo no estuviera roncando más fuerte que ella. Al día siguiente cuando el resfriado fuera cosa del pasado ambos volverían a sus vidas con normalidad. 

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