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La casa se encontraba bajo un silencio inmutable, algo que sucedía todas las mañanas cuando Evans y Simpson salían a trabajar, dejando al menor sólo. El resto del día, todo el espacio era ocupado por los tres amigos que no dejaban de gritar y bromear. Los fines de semana, que el par de amigos sólo trabajaban por la mañana, la casa era un total descontrol.

Solían recibir muchas quejas de sus vecinos y algunas multas, aun así seguían haciendo lo que ellos querían. Eso justifica que las casas alrededor de las suyas siempre estén en venta.

Las manos del castaño levantaron las ropas del suelo y las metían en la canasta encestando en todas. Para no aburrirse tanto en sus tareas, inventaba juegos al azar con cada limpieza que tuviera que hacer. Así podía pasar la mañana más rápido, nunca le gusto las mañanas. Y ahora, que pasaba todas esas horas solo, las detestaban.

Tiró la última prenda, encestando a la perfección mientras gritaba y levantaba los brazos como si acabara de marcar el punto decisivo en un partido de basquet. Levantó el canasto y lo dejó en el corredor, cerró la puerta de la habitación de Tristan y se encaminó a la de Bradley cuando unos golpeteos en la superficie de madera le llamaron la atención.

Bajo con rapidez los escalones, saltando algunos y evadiendo los balones de fútbol, propiedad del único rubio de la casa, llegó a la primera planta. Se acercó a la entrada y al abrir la puerta, se mordió la lengua.

Un ramo de gardenias estaba frente a él.

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