Capítulo 37
Me despierto al escuchar unos ladridos y un estruendo. Abro los ojos y mis fosas nasales son penetradas por un olor bastante peculiar, a quemado.
Me pongo en pie, sigo el olor hasta la cocina y me encuentro con una escena un poco perturbadora, hay humo por todos lados.
—¿Qué se supone qué es esto? —pregunto un poco desconcertada.
Julián tiene un delantal blanco puesto (que ya no parece blanco de tanta suciedad), tiene una espátula en la mano derecha y un pedazo de tela en la mano izquierda. Camina por toda la cocina en busca de algo para ahuyentar el humo y acabar con el fuego. Primrose está ladrando alarmada por el calor.
La alarma de incendios comienza a sonar y antes que empiece a caer agua logro cerrar la llave del gas y el fuego desaparece. Abro las ventanas.
Primrose corre hasta mí y yo la tranquilizo.
—Todo está bien, bonita, tranquila —la acaricio.
Me pongo en pie, miro a Julián con una expresión de seriedad y con los brazos cruzados.
—Estoy esperando una respuesta. Si no llego a tiempo podía ocurrir un incendio —deja la espátula y la tela en el mesón.
—Intentaba llevarte el desayuno a la cama, pero parece que fracasé, lo siento. Acabo de descubrir que soy un desastre en la cocina, nunca me dejes entrar, por favor —suspira derrotado.
Ruedo los ojos y sonrío, me acerco a él.
—¿Qué se supone que estabas preparando? —miro el satén con comida quemada.
—Unos panqueques —lo miro a los ojos.
No puedo contener la risa y estallo en carcajadas. Me mira mal.
—Lo siento, es que, esto tiene forma de todo menos de un panqueque, mi amor —hace puchero.
—Solo me distraje un momento tratando de exprimir unas naranjas y le dije a Primrose que me avisara. Cuando me di cuenta ya estaban quemados y traté de despegarlo, pero primero buscaba la llave para apagar la llama y llegaste tú —suelto otra carcajada.
—Por Dios, Julián. Primrose es un perro. ¿Cómo te iba a avisar? Ella es muy inteligente, pero no entiende hasta ese punto —sonríe y se razca la cabeza.
—Que torpe soy, ¿verdad? —asiento.
—Muy torpe en la cocina. Pero valoro tu intención —me toma de la cintura.
Beso su nariz.
—No pude llevarte el desayuno a la cama —hace una mueca.
—Tengo que darte unas clases de cocina, primero. Ahora ve a darte un baño, mientras yo soluciono esto y preparo algo rápido para comer —sonrío.
—Gracias, florecita. Algún día te haré un desayuno sorpresa —acaricia mi mejilla.
—Primero aprendes a cocinar. ¿Nunca se te dio por decirle a Azucena que te enseñara?
—La verdad, nunca me preocupé por eso. Podría contratar personas para que me ayudaran —ruedo los ojos y me separo de él.
—Increíble. No puedo creer que pensaras así... Mejor ve a bañarte y bañas a Primrose de paso, está toda llena de harina. Y desde mañana comenzamos con las clases de cocina —le advierto.
Hace un ademán de militar.
—Como ordene, mi florecita —sonrío.
Me da un beso y se va corriendo. Luego regresa y hace que Primrose lo siga.
Ruedo los ojos y me pongo a hacer el desayuno.
* * *
Arreglo la mesa y Julián llega completamente cambiado y perfumado. Viene en compañía de Primrose.
—Que rico hueles, estás más provocativo que el desayuno —me muerdo el labio.
Alza una ceja.
—¿Te parece? —se acerca a mí.
—Estoy completamente segura —besa mis labios con pasión.
—¿Quieres ir a la habitación? —me pregunta cuando nos separamos.
Sonrío con picardía.
—Es una propuesta tentadora, pero la comida nos está esperando y tengo que aprovechar mi apetito, porque es un avance.
—Tienes toda la razón, es muy importante que te alimentes y me pone feliz que tengas apetito —nos sentamos en el comedor.
—A mí también me alegra.
Comenzamos a comer.
—Ah, que sepas que me debes un desayuno —le guiño un ojo.
Él sonríe y me lanza un beso.
—¿Iremos ahora en la mañana a ver al doctor? —asiento.
—Apenas termine de desayunar me cambio y nos vamos.
Terminamos de comer y yo subo a la habitación, me doy un baño y al salir me cambio lo más rápido que puedo. Siento un leve mareo pero respiro hondo y se me pasa. Bajo las escaleras y salimos de la casa.
Nos subimos al auto y él maneja. El hospital no queda muy lejos de la casa, por mi condición Julián lo consideró apropiado.
Llegamos en pocos minutos. Contamos con la suerte de que el doctor Riquelme está desocupado y nos puede atender de inmediato.
—Jazmín, Julián, es un gusto verlos. Díganme, ¿qué los trae por aquí? ¿Te has sentido bien? —nos sentamos frente a él.
—Sí, yo estoy bien. Queríamos preguntarle, ¿es arriesgado que yo quede embarazada? —nos mira seriamente.
Suspira.
—La verdad, sí es un riesgo, pero también existe la posibilidad de que un embarazo si pueda darse.
—Podría ser más claro, por favor —pide Julián.
—Claro... Es un riesgo por la enfermedad de Jazmín, el embarazo sería inmediatamente de alto riesgo y los cuidados serían mayores. Además, en el caso de Jazmín, se reduciría el tiempo de vida que le queda —mis ojos comienzan a picar.
—O sea, no es aconsejable que yo pueda tener un bebé —niega con la cabeza.
Julián toma mi mano.
—Lo siento mucho. Pero sería un riesgo muy alto para ti. Podrías morir antes de parir a tu hijo —suspiro.
Salimos del consultorio y nos subimos al auto.
—Todo está bien, florecita. No pasa nada, sabíamos que nos podía decir eso.
—Lo sé, vámonos a casa —besa mi frente y enciende el auto.
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