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Rocío, las memorias de Martín te partían más el alma. Debías olvidarle por un tiempo, no hacerte más daño. Fue imposible por una simple cuestión.

Tus suegros estaban contentos con tu embarazo, no dudaron que no era reciente o que no era de su hijo. Este iba a heredar un pequeño terreno con un molino que venía desde tiempos muy remotos, no obstante, esas tierras tendrían un gran valor en un futuro y necesitaban asegurarse de tener un linaje. Ustedes nunca consumaron, él lo entendió. Al final de cuentas, no tenía culpa de lo que ocurría, también era un apresado por su familia. Ernesto tenía su propia historia, igual que el resto; no era otro villano que debías vencer. Fue gentil, como pocos.

Ocho meses después, diste a luz una preciosa niña con cabello como el sol.

«Acacias, como tus
caricias devotas».

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