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Rocío, eras igual a un capullo cerrado. Te faltó calidez por mucho tiempo, un gran mural estaba opacándote. ¿Quién podría verte?

Caminabas hacia la escuela, enterrándote cada vez más en la nieve con cada paso que dabas, cuando de la nada, una piedra oculta provocó que te resbalaras. Suspiraste, mirando las grandes nubes. Tus ojos picaban, descubriendo entonces que estabas llorando. No lo entendiste, quisiste parar. Recordaste aquella copla que Martín entonaba con su guitarra, esa que siempre te tranquilizaba. Tenías que verlo, no podías perderle. Te levantaste junto a tus precipitados sentimientos.

Todos tus pétalos brillaron al compás del sol.


«Geranio, como tu
brillo en ascenso».

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