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Fue después que mis labios tocaron tu piel cuando pronunciamos el adiós.

Poco después de vernos a los ojos e intercambiar la sonrisa más encantadora que pudiste darme.

Y luego, en medio de los caminos de gente, desapareciste de mi vista  en menos de lo que imaginé.

Pero aunque había perdido tu rastro, podía sentir cómo tu luz seguía iluminando mi vida.

Aquí dejo las cien bellas flores para ti.
Con amor,
Marcos.

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