(4) El valor de los pequeños momentos
Siento como me arde la nuca.— ¿Está mirándome todavía?.— Le pregunto impaciente a mi amiga que está tomando apuntes a mi lado.
Emma se gira disimuladamente y vuelve a mirar hacia delante sonriendo.— Afirmativo soldado, no te quita los ojos de encima.— Dice en voz baja sin apartar la vista de la pizarra.— No puedo evitar pensar que le caes un mal. ¿No crees?.— En ese momento nuestra pequeña charla es interrumpida por la profesora.
—Antes de continuar con la clase, me gustaría hacer una pausa por qué parece que tenemos caras nuevas.— Toda el aula dirige su atención hacia la nueva alumna.— ¿Te importaría presentarte para que todos sepamos quién eres?
Al principio la intento ignorar, pero como todos, al final la curiosidad se apodera de mí. Al girarme, nuestras miradas se cruzan unas milésimas de segundo, tiempo suficiente para erizarme la piel.
Con su característica mirada fría se levanta y se dirige a toda la clase.— Bueno, mi nombre es Daniela Martínez.— En ese momento la gente empieza a murmurar.— Sí, como muchos os estaréis preguntando, soy la hija de Leo Martínez y Erika Weiss.— Es en ese momento cuando Emma me susurra: "Yo ya lo sabía". Daniela continúa hablando.— Espero que quienes sean mis padres no influya en nuestra relación y podamos compartir el curso con normalidad. Quiero dejar claro que, ante todo, soy una alumna más en este grado.— Después de esa fugaz presentación, se sienta otra vez en su mesa.
Apenas puedo reconocer a la chica que me encontré ayer después de la reunión. Esta Daniela parece más madura. Más calmada. A pesar de eso, decido ignorarla, como si no hubiera nadie importante sentada detrás de mí.
Después de esa pequeña pausa, la clase sigue fluyendo con normalidad. Emma jugando en el ordenador. Yo preparándome los apuntes. El pesado de turno haciendo alguna broma. Ante la sorpresa de algunos e indiferencia de otros, la maestra empieza a preguntar aleatoriamente para ver quien ha estado prestando atención.
—Emma Silva, podrías decirme qué se refiere el autor cuando habla del concepto de unidades de cuidados paliativos.— Veo como mi amiga se sobresalta y cierra el Candy Crush de su pantalla al instante que oye su nombre.
Pobre Em, no ha prestado atención en toda la explicación de la profesora. Estoy a punto de chivarle la respuesta cuando, de repente, empieza a contestar a la pregunta.—El autor hace referencia con ese término a todos aquellos pacientes con alguna enfermedad que, independientemente de su causa, no responden al tratamiento curativo, los cuales después de unos meses son destinados a la Unidad de Atención Especializada.— Miro a mi amiga completamente en shock. Increíble lo de esta chica, no sé como lo hace, definitivamente tiene un don excepcional de esos.
—Muy bien, señorita Silva.—La felicita la profesora.— ¿Alguien me podría decir que es la ultrasonografía endoscópica a la que se refiere el texto en la página 34?.— Esa sí me la sé, estuve ayer revisando ese párrafo. Levanto la mano lo más rápido que puedo para contestar. Veo como la profesora me mira y señala hacia mí. Voy a levantarme para contestar cuando, para mi sorpresa, alguien se me anticipa.
—Es una técnica que combina la endoscopia y el ultrasonido, obteniendo de esta forma imágenes de los órganos internos.— Oigo decir a Daniela rápidamente. Esa chica tiene una falta de respeto por los demás inmensa.
La profesora sonríe ante su respuesta.— Excelente señorita Martínez, pero fue Lía la que había levantado la mano primero.— Es en ese momento cuando sus ojos verdes conectan con los míos.
—Espero que puedas perdonarme.— Dice ella disculpándose, su respuesta no sonando muy sincera.—Desconocía que tenías la mano levantada.— Ya, seguro que no lo sabías, estoy delante de ti, desde el inicio de la clase que no me quitas la mirada de encima y no habías visto que tenía la mano levantada. Qué niñata más repelente.
Decido ignorar ese acto de chulería, por qué, al parecer, soy más madura que ella, así que simplemente me limito a continuar la clase con normalidad volviendo a mis apuntes. Después de ese pequeño inconveniente, la mañana sigue con normalidad. El reloj marca las dos de la tarde, hora de comer.
Mientras Emma y yo buscábamos nuestro sitio de siempre en la cafetería, nos fijamos que hay un pelotón de gente acumulada en una de las mesas.— Increíble, la gente se está volviendo loca con la recién llegada.— Suelta mi amiga cuando apenas nos estamos sentando en nuestra mesa.—Si esto sigue así, parecerá Hollywood con paparazzi y no una facultad de medicina.
No puedo evitar mirar hacia Daniela. Veo que está rodeada de su reciente club de fans, hablando tranquilamente, como si fuera la persona más feliz de estar aquí. Si ellos supieran que ni siquiera quiere estar aquí...—A mí solo me da rabia, que quieres que diga.— Suelto apartando la vista de ahí cansada de contemplar esa escena.— Espero que esta "novedad" dure poco.
Emma seguidamente me da golpecitos en la cabeza haciéndome sentir como cuando un amo habla con su perro.—Querida Lía, ¿Por qué tengo el presentimiento que estás celosa?.— Dice mi amiga mirándome. Yo tan solo la miro extrañada.— No me mires así, ya sabes a lo que me refiero.—Sigo sin pillar por dónde me va a salir.— Tía, que estás celosa porque te ha "quitado" el puesto de la más popular.
—¿Yo celosa por esa niñata? No digas estupideces Em, sabes de sobras que, a mí, eso de la popularidad me da completamente igual.— Vuelvo a mirar hacia Daniela, veo como sigue rodeada de gente.— Es más, es fácil hacerte amiga de personas que son así. Creen que comprando tu amistad ya pueden usarte para lo que quieran.— Mi amiga tan solo me mira pensativa. No intento averiguar lo que le pasa por su cabeza porque es Emma de quien hablamos, nunca sé lo que está pensando. Sigo comiendo al ver que no parece que vaya a decir nada.
—¿Por qué no intentas hacerte su amiga?.— Dice ella después de unos segundos en silencio. Eso me coge completamente desprevenida, haciendo que lo que estoy intentando tragar se vaya por el otro lado. En consecuencia, eso me provoca un ataque de tos y empiezo a luchar por mi vida.
Después de unos instantes de sufrimiento, puedo recuperarme del todo. Seguidamente, bebo un poco de agua antes de poder hablar con Emma.— ¿Qué me propones exactamente?.— Le pregunto llena de curiosidad.
Parece que se lo piensa durante unos segundos más.— Debes intentar hacerte amiga de ella y averiguar que es ese gran escándalo que solo saben ella y su familia.— Dice Emma contestándome finalmente.—Tienes de límite hasta final de exámenes en junio. Tiempo de sobra, pero lo vas a tener difícil si decides apostar. Ya sabes que, por el momento, o te tiene tirria, o te odia, todavía estoy intentando averiguar esa última parte...
—Fácil.— La interrumpo sin dejarle terminar.— ¿Qué quieres apostar?.— La miro fijamente demostrando que no temo perder.
— Que te parece...— Veo como su cabeza echa humo pensando en esa gran apuesta.— Si ganas tú, voy a hacerte los apuntes de todas las asignaturas durante el año que viene. Si gano yo, vas a tener que aceptar la beca que hace tanto tiempo están intentando ofrecerte.— Emma sabe lo de la beca de la universidad, pero desconoce porque siempre la rechazo ni la situación que hay en mi casa. Cada año dan la posibilidad de ir al extranjero becado al mejor alumno. El año pasado me la volvieron a ofrecer, pero siempre la rechazo para quedarme cerca de mi hermano y de mi abuela. En el fondo no hay cosa que me duela más que rechazar mi sueño una y otra vez, pero, cuando se trata de ellos dos, no hay recompensa mayor que permanecer a su lado.
Nunca he roto una promesa, es por ese motivo que debo pensármelo bien antes de aceptar. Accediendo a esta tonta apuesta, asumo el riesgo de perder. Sé todo lo que eso puede conllevar. Contarle mi secreto a Emma o que se termine enterando de la verdad. Lo que sí sé, es que en el fondo, la idea de conocer a Daniela me intriga, hay algo que me impide no aceptar esta oportunidad. Dudo que pierda, las personas así de egocéntricas son fáciles de acaramelar.—Acepto.—Digo sin pensármelo más.—Prepárate para perder Emma.
—Pues cuando quieras puedes empezar Lía, el tiempo corre.— Dice Em en tono burlón. Su atenta mirada se posa en la mesa de la recién llegada.— Parece que si vas ahora vas a poder hablar con tu apuesta, el pelotón se ha despejado ya.
Sin pensármelo dos veces, pongo rumbo a su mesa. El destino parece que quiere jugarme una mala pasada, ya que cuando estoy a punto de llegar, Daniela se levanta rápidamente. Veo como se despide desapareciendo al instante del lugar, como si nunca hubiera estado ahí. Me quedo plantada pensando si debería seguirla y saber hacia donde se dirige, la curiosidad me mata, pero finalmente dejo que se vaya, todavía tengo mucho tiempo por delante. Para disimular mi derrota, voy hacia la cafetería a por un postre.
Rezo para que mi amiga no hubiera contemplado toda la escena. Cuando vuelvo a mi mesa, veo como Emma está casi llorando. Parece que no he tenido tanta suerte.—Dios-mío-Lía.— Apenas puede hablar entre risas y carcajadas.— Eso si es tener mala suerte en la vida.— Con el dedo índice se seca la lágrima que le cae por la mejilla de tanta risa. Yo, por mi parte, empiezo a comer como si nada hubiera pasado. Al cabo de unos largos minutos puedo oír como, por fin deja de reírse y podemos mantener una conversación normal.
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El resto del día transcurre sin nada que destacar. Decido dejar por hoy lo de la apuesta porque suficiente vergüenza he pasado. La risa de Emma no es muy disimulada que digamos. Eso ha causado que toda la cafetería se haya volteado en algún momento para mirarnos.
Después de clases voy caminando hasta la parada del bus para ir a la residencia. Cuando estoy de camino, recibo un mensaje de mi hermano que me informa que él ya está allí y que va a entrar primero, recordándome también, que luego debe ir a apuntarse a la autoescuela.
Luego de 15 minutos estoy entrando por la puerta de la residencia. Saludo a Emilia, la recepcionista y voy hacia la habitación 214, la de mi abuela.
Estoy a punto de posar mi mano sobre el picaporte cuando se abre la puerta ante mis narices. Lo primero que veo al levantar la vista es a mi hermano con los ojos humedecidos.— Alex, ¿Qué ha pasado?.— Le pregunto mientras lo envuelvo en un cálido abrazo. Él enseguida me corresponde y empieza a llorar.— Tranquilo, cálmate, tomate el tiempo que necesites.— Trato de tranquilizarlo.
Nos abrazamos durante unos segundos más hasta que finalmente se calma y empieza a contarme por qué está así.— La abuela apenas me reconoce. Se ha asustado cuando he entrado. Estaba empeñada en llamar a mamá para que la sacara de ahí. No intentaba hacerle daño, te lo juro, solo quería estar cerca de ella.—Me cuenta entre sollozos.— No he podido hablar como hacíamos antes. La estamos perdiendo, cada día va a peor, ya no es como antes.
Pobre Alex, ojalá pudiera hacer alguna cosa con esta amarga situación. Me siento impotente porque esto que está pasando, por más que me duela, no tiene solución.— Tranquilo Alex, voy a intentar hablar con ella, tú solo intenta calmarte, lávate la cara. Mira.—Él levanta la vista.— Allí hay un baño, puedes ir a refrescarte, te vas a sentir mejor. Esta noche, cuando nos veamos te cuento como ha ido ¿Vale?.— Parece pensárselo un poco.— Venga hermanito, alegra esa cara que tienes que ir a la autoescuela a cumplir tu sueño.— Veo como eso le ilumina la cara.
—Vale Lía, pero esta noche hablamos de todo esto. Necesito desahogarme, hablar contigo, eso siempre me calma y me hace ver las cosas desde otra perspectiva.—Yo acepto sin rechistar. Él por fin sonríe.—Voy a irme ahora, que Santi me está esperando, nos vemos en unas horas.— Me da un beso en la mejilla y nos despedimos.
Me encuentro plantada inmóvil delante de su puerta. Mi mente me invita a entrar, pero mi corazón no está nunca preparado. Siempre es muy difícil venir aquí, ya que por un momento, esperas que todo se haya arreglado, pero sabes que no va a ser así. Duele mucho, pero, simplemente, te limitas a vivir tu vida. Solo tú sabes sobre tu propio sufrimiento.
Finalmente abro la puerta. Allí está ella, como si los años no hubieran pasado, sentada en el sofá con la mirada clavada en el televisor. Me aproximo y me siento en el sofá junto a ella, respetando su espacio. Tarda unos pocos segundos en percatarse de mi presencia. Sus ojos vidriosos del agotamiento buscan a los míos. Nos quedamos unos segundos mirándonos la una con la otra, hasta que ella decide iniciar la conversación.—María, hija mía, ¿Cómo estás?.— Desde hace unos meses había empezado a confundirme con mi madre. Mi parecido con ella no ayudaba a la situación.— ¿Cómo es que hoy no has ido a trabajar?.
Sabiendo que ahora viene una de las partes más difíciles, me armo de valor antes de continuar.— Abuela, María ya no está. Soy Lía, tu nieta.— Ella empieza a mover la cabeza negándolo repetidamente.—No, yo no tengo ninguna nieta ¿Dónde está mi hija?.—Dice ella empezándose a asustar.— ¿Qué has hecho con ella? Esta mañana me ha dicho que iríamos a visitar a mi marido.—Mi abuelo murió cuando yo apenas era un bebé. No tuve el placer de conocerlo, pero el tiempo que pasamos con mi abuela aproveché para conocer más sobre él.
—Abuela, María no está, murió hace años. Soy su hija, Lía, tu nieta.—Ella sigue negándolo con la cabeza.—¿No recuerdas cuando yo y mi hermano Alex vivíamos contigo? ¿Esas maravillosas tardes que pasábamos los tres? Siempre nos cantabas la misma canción antes de que nos fuéramos a dormir, la misma que le cantabas a mamá cuando era pequeña, siempre decías que yo era su vivo retrato.— Empiezo a tararear esa canción, la melodía se me atora en la garganta, me trae muchos recuerdos y me entran ganas de llorar. Sin embargo, no pierdo la esperanza de que le venga algún recuerdo. Poco a poco para de mover la cabeza y me mira atentamente. Su mirada se ilumina y se llena de vida. Parece que tiene un momento de lucidez.
—¿Lía?.— Dice ella con dificultad.— Yo solo asiento con la cabeza.— Lía, qué grande estás.—Me coge de la mano y la aprieta con fuerza. No puedo evitar sonreír. Empiezo a notar como las lágrimas empiezan a descender por mis mejillas.— ¿Por qué lloras?.—Pregunta ella preocupada.
—Nada abu.— Digo yo secándome las lágrimas.— Me alegro de verte abuela, te he echado mucho de menos. Alex y yo notamos tu ausencia cada día en casa.—Por desgracia, esos momentos de lucidez duran apenas segundos. Su mirada de calidez cambia enseguida a una de frialdad. De desconocimiento.
—¿Dónde está María? ¿Quién eres tú y que haces en mi habitación?.— Dice empezando a agitarse otra vez.— Vete de mi habitación o llamaré a la policía.
Antes de que se altere decido marcharme de su habitación. Como odio que los pequeños momentos de felicidad duren tan poco, pero durante el tiempo, he aprendido a valorarlos. Es por ese motivo que no me voy con un mal recuerdo. Me voy pensando que mi abuela por unos instantes, al menos, me ha reconocido.
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¡Holaaa queri@s Lectores!
Solo decir que me encanta que leáis esta bonita historia.
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Muchas Gracias, espero que os quedéis hasta el final <3
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