Yo era una persona muy feliz. Vivía en un sitio pequeño, con pocas ropas y alimentos, pero el viento y el mar eran mis amigos. Los colores del amanecer llenaban cada rincón del dormitorio. La risa de mi familia era la música de nuestras horas, las manos amigas siempre pendientes de ofrecernos apoyo.

Sin embargo, ese día llegó.

En la noche del cumpleaños de una amiga falsa, me fue arrebatado un algo especial por alguien a quién me negué aceptar. El monocromático horizonte sustituyó el color que pintaba los paisajes de mis ojos. Mi cuerpo era sucio ahora, ajeno a los tiernos amores de las gentes a mi alrededor.

Poco a poco, la venda en mis ojos cayó. Buscando alguna mano en la oscuridad, solo encontré burlas y negaciones. Culpabilidades, señalamientos: "No debiste coquetear" "¿Qué esperabas, riendo así?" "Agradece que no te hizo más daño". La casita disminuyó el tamaño hasta volverse solo mi habitación, las amistades desvaneciéndose en el aire.

A quienes yo creí tan buenos, pronto los vi transformados en máscaras de sonrisas y sentimientos huecos. Las manos que antes me decían "todo estará bien", me empujaron más al abismo, hundiéndome en el profundo océano. Sin oxígeno, sin luz, solo flotando en la inmensidad de una noche sin estrellas.

Dos años después aún sigo aquí, esperando que alguien me ayude a respirar y quite de mis pies estos pesos. O, por lo menos, pueda sujetar mi mano herida y jalarme con él hasta un sitio seguro, donde mi peso se disminuya hasta extinguirse por completo.