Quinta Espina: Corazón de papel

La línea del horizonte era visible ya, la división entre océano y cielo tan peculiar en su ficticio límite. Las pocas nubes presentes se encontraban perdidas en el azul oscuro ilimitado. La suave brisa llevaba su aliento salado a los espectadores del lienzo de infinitos colores, en el que se había convertido el cielo de ese nuevo amanecer.

—Nozomi. —El rostro de mujer giró apenas en dirección a la voz masculina.

No se había movido de su puesto en la cubierta desde la cena, muchas horas atrás. Ni siquiera para refugiarse, cuando una fuerte lluvia arreció cerca de la costa del Golfo coreano. Estática, pasó las horas navegando en desconocidos pensamientos.

Sus ojos quietos en dirección al lejano puerto de las tierras japonesas.

Su piel blanca plagada de cicatrices brillaba en el naranjo de la hora, mientras que sus manos suaves y diminutas se encontraban cruzadas en el regazo. Sin hacer ruido, el hombre se acercó a tomar una, sosteniéndola con extremo cuidado.

Nozomi no hizo gesto alguno al sentir el toque. Había superado la repulsión que le causaba la ausencia de apéndices. Era el precio que había pagado el joven oficial por sobrevivir. Ella bien podía entenderlo.

En silencio, volvieron a contemplar el mar.

—Arthur. —llamó ella tras un rato, elevando la mirada al fuerte rostro. Los rasgos occidentales, marcados por las huellas de cansancios y horrores, revelaban la ascendencia de una tierra completamente desconocida. Un mundo nuevo que se abriría en su futuro, cuando desembarcaran como marido y mujer en Hong Kong, sitio dominado por los compatriotas del hombre.

Arthur rodeó con un brazo los hombros ajenos, acarició su brazo y besó su frente. No se hablaron más por el resto del viaje.

¿Era amor lo que los unía? ¿Quizás gusto? Los pasajeros murmuraban cuestiones sobre su arreglo, tratado entre toques, sugerencias y gestos con objetos. Ni Nozomi conocía a Arthur, ni él encontraba comprensivas muchas acciones de ella. Eran dos desconocidos, unidos por una de las desgracias más grandes del mundo.

Ella tomando esa oportunidad de huir de un ataque que la había destrozado, él buscando limpiarse la sangre de las manos.

Sin embargo, en ese instante, Nozomi y Arthur conectaron. Dulzura, cariño, pasión. La ausencia de todo ello no importaba porque, al menos en esas horas que dormitaron juntos, encontraron un lugar donde el defecto del otro era olvidado. Quizás fue en ese momento donde nacería el amor, la primera chispa de dos desfigurados condenados a la desgracia.

—Nozomi —susurró Arthur—. I love you.

—Arthur —jadeó Nozomi— 私はきみを愛してる*.

Ninguno de los dos comprendió lo que decía el otro. Algún día, quizás, podrían decirse lo mucho que significaban para el otro. En medio de las burlas, la ignorancia y el rechazo de la sociedad, se reencontrarían repitiendo: A, E, I, O, U o あえいおう.

El puerto los esperaba a lo lejos. Apretaron el agarre uno del otro. Estaban listos.

*N. Del autor: la frase en japonés dice «Te amo»

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