9. Salida grupal
—¡Me muero de ganas de plantarle un beso a Luciano! —exclamó Sole. Se ruborizó de inmediato al darse cuenta de que mi mamá se encontraba parada en la puerta de mi habitación.
Era sábado, ya pasadas las nueve de la noche, y teníamos nuestra cita triple con Marcelo, Luciano, y el hermano de este. Las tres nos estábamos preparando en mi cuarto. Papá se había ofrecido a llevarnos al resto-bar donde cenaríamos antes de ir a bailar.
Mamá sabía que nos veríamos con estos chicos, pero estaba contenta de que escoltásemos a Claudia «hasta que sepamos las verdaderas intenciones de ese chico». Sí, esas habían sido sus palabras; y sí, esta vez yo le daba la razón.
—Un labial más claro, Florencia... —me dijo mamá, frunciendo el ceño al ver que había escogido uno rojo de su colección. Yo no tenía maquillaje propio a esa edad; siempre usaba el de mamá. «Qué tonta», pensé. Había mañas de mujer de veintiocho años que me costaba mucho dejar atrás.
—No me había dado cuenta —dije, y lo devolví al nessesair que contenía todo el arsenal de mi madre. Era una cartuchera enorme. La vecina vendía Avon, y mamá le compraba maquillaje todos los meses. Papá solía llevarla al teatro, a comer, al cine, y a veces incluso a bailes para mayores de treinta... A mamá le gustaba verse linda.
—Agarrá este —dijo, tomando uno de un tono rosa perlado. Había sido mi favorito en esa época—. ¿Les falta mucho? Yo también necesito la planchita... Y las pinturas. —Mamá ya había comenzado a prepararse, y se había puesto la ropa para salir. Llevaba un vestido marrón que le sentaba muy bien, y se había puesto tacos altos del mismo color. Cuando se pusiera maquillaje, luciría mucho mejor que yo a mis veintiocho años. Ella era delgada, y su principal fuente de estrés era yo, lo que hacía y lo que dejaba de hacer. Tenía casi cuarenta años, pero no los aparentaba. Cualquiera le hubiera dado solo treinta si hubiese tenido que adivinar su edad.
—Solo un ratito más —le dijo Claudia, quien ya estaba maquillada, pero se estaba alisando su cabello rosado. Se le estaba empezando a desteñir un poco, fatal desventaja de estos tonos de tinte, y Claudia había expresado su intención de teñírselo de color chocolate durante la semana siguiente. Al parecer, Marcelo le había dicho que le gustaban las mujeres castañas.
—Bueno... Diez minutos más —dijo mamá, y se fue. Papá la iba a llevar al cine en Santa Fe esa noche. Ahora que tenían más dinero, parecía que iban a salir con mayor frecuencia.
En cierta forma, creo que papá la quería mimar porque, en el fondo, se sentía culpable por haber ido a ver a Antoinette y Amelie a la tarde del viernes y tener que mantener el encuentro en secreto. Aún no había tenido la ocasión para contarme cómo le había ido, pero estaba segura de que lo haría ni bien pudiera.
—Volviendo a Luciano... —dijo Sole—. ¿Vieron lo fuerte que está?
—Yo no sé, todavía no lo vi —dije. Era cierto, en esas fechas aún no lo había conocido. Pero sí, era muy apuesto (solo que también muy gay, pero eso mi pobre e ilusa amiga aún no lo sabía). El traerlo a mi memoria me hizo darme cuenta de que Lucho se parecía a alguien que yo conocía, pero no pude establecer la conexión en ese momento.
—Yo le hubiera echado el ojo también si no fuera que Sole lo vio primero —comentó Claudia.
—Marcelo también está muy bueno —comentó Sole, y le dio un codazo a Claudia para que no hiciera más comentarios sobre «su chico».
«Marcelo es mierda envuelta en papel de regalo», pensé. Por suerte para Claudia, la relación no llegaría lejos. Yo me iba a encargar de eso.
Minutos más tarde ya estábamos listas. Me resultaba algo extraño estar vestida de esa forma: Llevaba una remera de color verde manzana más escotada de lo que me resultaba cómodo y con la espalda al aire (seleccionada por Claudia). Era de esas que se ataban al cuello, muy de moda en esa época. Me había puesto una pollera corta de color verde bosque («para combinar con la remera», había dicho Sole), medias de nylon y botas negras de caña alta. Las tres habíamos salido de compras esa tarde, junto a mi madre, así que las cuatro estábamos de estreno esa noche. Claudia tenía una remera similar a la mía, pero de color fucsia; y la de Sole era de color camel. Las tres combinábamos con nuestras polleras y llevábamos botas altas. Las tres nos habíamos planchado el cabello y nos habíamos aplicado sombras de ojos que iban a tono con nuestra ropa.
—Somos todas unas pro —comentó Claudia.
—Aunque creo que vamos a pasar algo de frío —comentó Sole. Pero éramos adolescentes, y estábamos acostumbradas a salir desabrigadas en cualquier época del año. Siempre nos quejábamos, pero lo volvíamos a hacer cada vez que salíamos. Recién comenzaba septiembre y las noches aún eran frescas, pero en el interior del resto-bar, y luego en el boliche estaríamos bien. Allí no pasaríamos nada de frío.
***
Papá nos dejó a la puerta del resto-bar, el cual estaba ubicado en la zona del puerto. Allí era donde se encontraban la mayor parte de los bares, restaurantes y discotecas. La zona céntrica solía estar bastante muerta durante la noche, mientras que la zona del puerto y del Parque Urquiza se volvía muy activa.
—Portense bien, chicas —nos dijo cuando nos bajábamos. Yo me bajé último. Papá me dejó algo de dinero adicional, por si lo necesitaba, y me guiñó el ojo.
Esa era la señal que estaba esperando. Quería decir que todo marcharía bien.
Caminamos hasta el bar. Claudia entró primera, seguida por Soledad, y yo por detrás. La música sonaba muy alta. Estaban pasando It's my Life de Bon Jovi.
Me había preparado mental y emocionalmente para encontrarme con Marcelo y tener que fingir que no lo conocía, que no lo odiaba, que me era indiferente... Tendría que guardarme muy dentro de mí las ganas de saltarle encima y arrancarle los ojos... O peor. Y pensar que alguna vez lo había amado...
«Puedo hacerlo. Puedo hacerlo», era la frase que no dejaba de repetirme desde el jueves, cuando Claudia nos había confirmado que tendríamos nuestra cita triple.
Los chicos aún no habían llegado, así que buscamos una mesa para seis y nos sentamos a esperarlos. Miré mi reloj pulsera. Habíamos llegado temprano, aún faltaban unos cinco minutos para las diez, horario en el que habíamos quedado. Marcelo no era siempre puntual, pero yo creía que esta vez sí lo sería; debía impresionar a una chica, y él sabía esforzarse y ser caballeroso cuando la situación lo requería.
Ellos aparecieron cuando el mozo ya nos había dejado la carta de comidas y bebidas.
Mi corazón dio un salto, y no precisamente porque estaba viendo a Marcelo caminar hacia nosotras. No... La razón muy distinta.
No me había imaginado quién podía ser el tercero, el hermano de Luciano. Había imaginado que debería lidiar con un posible idiota toda la noche, pero en cambio...
En cambio, quien venía junto a Marcelo y Luciano era Adrián. Sí, Adrián.
—Es... Ese es Adrián —les dije a mis amigas antes de que ellos se acercaran lo suficiente a la mesa como para oírme.
—¡¿Qué?! ¡Qué loco! —exclamó Claudia.
—Ohhh... ¡Con que era ese Adrián! —dijo Sole entre risas.
El destino trabaja en formas extrañas. Al final terminaba teniendo una cita con Adrián. ¡Quién iba a creerlo!
Pero había algo que estaba mal. ¿Por qué no lo había conocido antes? Habíamos estado en fiestas en la que la familia de Luciano había estado invitada, y en muchas ocasiones Marcelo había invitado a sus amigos a comer. ¿Por qué nunca había visto a Adrián entre ellos? No podía comprenderlo.
«Ya me voy a tener que acordar», me dije. «Por lo menos, la presencia de Adrián me ayudará a mantenerme sonriente». Y así era. No tendría que esforzarme tanto para mostrarme alegre.
—¡No te puedo creer! —exclamó Adrián al verme—. Luciano, no me dijiste que me estabas citando con una chica que conocía...
—¿Cuál es la que conocés? —preguntó Luciano mostrándose algo confundido.
—Ella... Florencia. No me digas que ella viene por vos...
—No, no. Yo estoy con ella, con Soledad —dijo, señalando a mi amiga, quien estaba sentada en el medio, entre Claudia y yo—. Florencia está con Marcelo...
Adrián se puso pálido.
—¡Mentira, tonto! —le dijo Luciano—. Es broma. Marce está con Claudia, la de pelo rosado.
—Hola hermosa —la saludó Marcelo, quien venía detrás de los dos hermanos, y le dio un beso discreto en los labios a mi amiga.
«¡Puaj!», pensé, pero logré mantener un rostro sereno. Los chicos se sentaron, cada uno delante de su cita.
—Qué extraña casualidad... —me dijo Adrián—. ¿O vos sabías que soy el hermano de este tonto?
—No. Para nada... —le dije—. Estoy tan sorprendida como vos.
Pedimos pizza y cerveza para los seis. La comida no demoró en llegar.
De a ratos charlábamos en parejas, y en otros momentos los seis juntos, pero yo intentaba no intercambiar palabras con Marcelo. Era un suplicio tener que escucharlo. Si bien mantenía conversaciones normales, y se comportaba de la forma en que lo hacía cuando me había conquistado, yo ya sabía lo que se encontraba detrás de ese disfraz de chico decente, y lo que más deseaba en el mundo era tenerlo lo más lejos posible. «Un rato más», me convencí. «Es solo un rato más».
—¿Así que con Flor se han dado clases particulares el uno al otro? —dijo Marcelo—. A mí me parece que acá hay algo... Qué quieren que les diga...
Adrián se ruborizó, y yo también.
—Ya era hora que te empezara a gustar otra chica, hermano... —le dijo Luciano. Yo pestañeé y escuché con atención—. Ya era hora de que te olvidaras de esa Laura...
«¿Quién mierda es Laura?», me pregunté.
—Oh, parece que metí la pata. Perdón —dijo Luciano al ver mi expresión confundida y lo molesto que se ponía Adrián.
—Ya les dije que Flor y yo solo somos amigos —dijo Adrián en tono cortante—. Y Laura está en el pasado... Aún no surgió la ocasión para hablar de ella con Flor. Solo charlamos de cosas alegres en nuestras clases particulares.
No volvió a salir el tema, pero era obvio que Laura era un tema delicado. Una ex de Adrián a la cual él había querido mucho, más que seguro. «Pero eso no tiene por qué importarme. Solo es mi amigo», me dije.
Y fue cuando estábamos comiendo un helado de postre que llegó lo que había estado esperando toda la noche... «Al fin», pensé. Ya estaba a punto de clavarle un cuchillo en el ojo a mi ex.
Una mujer embarazada con el ceño fruncido vino caminando hacia nosotros. Se puso a hablar a los gritos una vez que llegó a nuestra mesa.
—¡Al fin te encuentro, desgraciado! —le dijo a Marcelo, tomándolo de su camisa para luego darle una cachetada. Claudia lo miraba sorprendida. No sabía que estaba ocurriendo, pero decidió quedarse quieta y ver qué ocurría. Soledad y yo hicimos lo mismo, y no intervinimos en ningún momento.
—¿Qué?... ¿qué es esto? —dijo él, mirando confundido a la mujer, intentando en vano reconocerla—. ¿Quién sos vos?
—¡Que quién soy! ¡Vos sabés muy bien quién soy! —gritó esta—. ¡Andrea, la minita caliente que conociste en Coyote y cogiste sin protección porque te había olvidado de comprar forros! La que te encontró de vuelta ahí y le diste plata para hacerse un aborto cuando te dijo que esperaba un hijo tuyo... ¡No volviste a aparecer más por ahí, desgraciado! ¡Te estuve buscando por todas partes! ¡Hacete cargo de tus cagadas!
Marcelo una vez me había contado que solía ir a ese boliche tiempo antes de conocerme, pero había dejado de ir porque era frecuentado por mujeres con las que había tenido malas experiencias. Era el lugar donde buscaba chicas cuando aún no quería tener una relación seria... Él quería una chica virgen y pura para que fuera su mujer; una que pudiera moldear a su antojo. Había pensado que era chica era yo... Y ahora pensaba que era Claudia.
—¡Tenés que estar equivocada! —le gritó él. Estaba perdiendo la compostura, sus ojos se estaban llenando de odio y no podía ocultarlo.
—Sí, claro... ¿Entonces cómo sé que tu nombre completo es Marcelo Leonel Cáceres y que naciste el doce de junio del ochenta y uno? ¿Cómo puedo saber que tenés un lunar grande en el medio de la espalda, y otro en el cachete derecho del culo?
Luciano comenzó a reírse.
—Creo que está diciendo la verdad... ¿En serio fuiste tan tonto como para dejar una mina embarazada? —dijo—. Tenés que haber estado borracho, amigo. Parece que ni te acordás.
—¡Que no la conozco, dije! —exclamó Marcelo, lleno de enojo. En un instante se puso de pie y estaba agarrando a la mujer embarazada del cuello con la intención de sacudirla. Adrián se puso de pie justo a tiempo para evitarlo.
—¡¿Qué hacés, pelotudo?! —exclamó, tomándolo de los hombros. Luciano tuvo que ayudarlo para mantenerlo en el molde. Marcelo parecía capaz de asesinar a la pobre mujer, quien comenzaba a mostrarse asustada.
—¡Las vas a pagar, hijo de puta! —dijo, y se retiró lo más rápido que pudo, mientras los hermanos sostenían a Marcelo para que no fuera corriendo tras de ella.
—¡Mentirosa! ¡Te voy a matar! —gritó.
Claudia, quien había estado muda, en estado de shock, se puso de pie. Me di cuenta de que le costaba respirar porque, cuando habló, su discurso salió todo entrecortado.
—Vamos. Vamonos chicas... Yo no quiero tener nada que ver con tipos como este —dijo. Nos levantamos y empezamos a salir juntas.
—¡No! ¡No te vayas, Claudia! ¡Vení acá! —gritó Marcelo—. ¡Esa tipa estaba mintiendo!
—Dejala —le dijo Adrián, sin aflojar su agarre—. No se merece una basura como vos.
«Qué bueno», pensé mientras salíamos del resto-bar. «Además de lograr que Claudia no quiera saber más nada con Marcelo, también logré que Adrián lo desprecie».
Claudia rompió en llanto mientras íbamos en taxi rumbo a mi casa. Las había invitado a quedarse a dormir conmigo, para que junto a Sole pudiéramos ofrecerle consuelo a nuestra amiga. Claudia no toleraría un tipo que dejaba una mujer embarazada y la abandonaba. Y a pesar de que ahora sufriría, estábamos evitando un mal mayor. Marcelo se buscaría otra y nos dejaría en paz. Claudia estaría bien dentro de unos días, y actuaría como si nada hubiera ocurrido.
Claro que Marcelo no conocía a esa mujer. Era una actriz que mi papá había contactado el jueves después de que le contara toda mi historia durante nuestro almuezo: la causa de mi regreso al futuro, la preocupación que tenía porque él ahora estaba saliendo con Claudia, y mi sueño que los tenía como protagonistas. Y a pesar de que yo ya tenía un plan en mente, el que me había propuesto papá me había parecido mucho más rápido y efectivo.
Mi papá se había convertido en mi mejor aliado, y yo lo adoraba más que nunca.
***
Tiré dos colchones en mi cuarto para que mis amigas durmieran allí. Estuvimos hasta tarde hablando con Claudia y consolándola. Creo que se quedó seca de tanto llorar.
—Incluso si la mina estaba mintiendo... ¿Vos viste lo violento que se puso? —dijo en un momento. Era la conclusión a la que esperaba que llegase—. Yo no puedo tener más mala suerte con los hombres... ¡A mí me meó un elefante!
—Tranquila, Clau... Ya va a venir uno mejor —la consolé, acariciándole el cabello.
Nos quedamos dormidas a eso de las tres de la madrugada. Me di cuenta de que estaba soñando porque estaba reviviendo una escena de mi pasado... Una que debería haber rememorado más temprano, pero que mi cerebro se había empeñado en ocultarme.
Era el veintiuno de septiembre del 2003 y había ido a la fiesta del estudiante junto a Marcelo. Él había ido con Luciano y un amigo más que se llamaba Nacho. En un momento a la madrugada, Marcelo y yo nos habíamos ido a un lugar apartado para besarnos y acariciarnos sin tapujos. Pude sentir sus labios tibios en los míos, lo cual ahora me causaba asco, como espectadora del sueño, pero no podía controlar nada de lo que hacía, y la Flor de ese entonces estaba muy entusiasmada correspondiendo ese beso, dejando que las manos de su novio trepasen por debajo de su pollera, mientras que las suyas acariciaban la espalda de este.
—¡Marce, Marce! —gritó Nacho, interrumpiendo nuestra sesión acalorada.
—¿Qué pasa? ¿No ves que estoy ocupado? —Se molestó.
—Pasó algo horrible... —dijo Nacho.
—¿Le pasó algo a Lucho? ¿Dónde está? —Ahora Marcelo sonaba preocupado.
—No a él no... Al hermano. Su papá lo vino a buscar y recién se fueron.
—¿Le pasó algo al Adri? —quiso saber mi novio—. ¿Está bien?
—No, no lo está... —dijo Nacho, su cabeza gacha.
—¿Qué? ¿Qué pasó?
—Se mató... Tuvo un accidente en su moto en la ruta a Diamante, pasando Oro Verde... Chocó contra un camión brasilero. Vamos, tenemos que apoyarlo a Lucho en este momento tan difícil...
Desperté agitada. Eso era lo que mi mente se negaba a recordar. No lo conocía a Adrián porque jamás lo había visto en mi pasado... Y no lo había visto porque, para cuando se me diera la ocasión de conocerlo, él ya estaba muerto.
Las lágrimas inundaban mi rostro. Me senté en mi cama y me abracé las piernas. Estaba desconsolada. ¿Cómo podía ser que el destino me presentase a un chico tan bueno para que luego tuviera que sufrir su pérdida?
«No, no, no. Adrián no. Esto no puede ocurrir», me dije. «Tengo que impedir esto... Tengo que impedirlo. Yo puedo. Tengo que poder».
Le tenía demasiado cariño como para dejarlo morir. Y no me importaba una mierda si ese era su destino. Faltaban dos semanas para la fecha, y tenía tiempo para hacer algo. Saldría con él, haría lo que él quisiera... Pero no lo dejaría morir. Por nada del mundo. Sabía que podía impedirlo.
«Ni siquiera tengo que usar mi poder para salvarlo», me dije. «Solo mi encanto. Puedo hacerlo. Yo sí puedo».
Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top