8. Confesiones

Papá me estaba esperando a la salida de la escuela. Cuando lo vieron, Sole y Claudia me siguieron. Estaban acostumbradas a que cuando los padres de alguna de las tres nos buscaban, estos llevaran también a las otras a su casa. Yo no me atreví a decirles que pensaba que esta vez papá me llevaría a otra parte. Si papá estaba ahí, era porque había visto mi nota urgente y secreta. Como el salía del trabajo media hora antes de que yo saliera de la escuela, casi nunca me esperaba para llevarme. Me tocaba ir en el transporte público.

—Hola chicas, ¿cómo están? Disculpen, pero hoy la llevo a Flor sola. La voy a llevar a comer para festejar que aprobó matemática —les dijo y les sonrió. Yo amaba esa hermosa sonrisa. Siempre había adorado a mi padre, quizás porque era más compañero, porque no me retaba tanto como mi madre... porque en más de una ocasión me había salvado de recibir un castigo. Mi papá era lo más.

Mis amigas lo miraron un poco raro. Supuse que tal vez la excusa de mi papá no era demasiado creíble, pero no dijeron nada al respecto. Se despidieron de mí con un beso y se fueron caminando hasta la parada.

—¿A dónde vamos? —le pregunté a papá cuando subí al auto. Sería una de las últimas veces que me subiría a esa chatarra, ya que papá estaba en planes de venderlo y comprarse un modelo más nuevo. «Creo que un modelo dos mil», había dicho.

—Le dije a tu madre que te llevaría a comer, así que supongo que podemos hacer eso y hablar en el comedor... Aunque quizás quieras hablar dentro del auto, dependiendo de lo que tengas para decirme.

Papá sonaba un poco preocupado, pero yo dudaba de que tuviera la más remota idea de lo que le iba a decir. Quizás intuyera que algo estaba mal conmigo y pensara que existía la posibilidad de que le contase que mi poder había despertado; o tal vez pensaba que le iba a contar sobre algún novio que tenía escondido, o quién sabe. Los adultos a veces no saben qué esperar de sus hijos adolescentes. No sabía bien qué hubiera pensado yo en su lugar si se tratase de mi propia hija.

—Vayamos al puerto y nos estacionamos por ahí mientras hablamos. Después vamos a comer algo. ¿Te parece? —sugerí.

Papá accedió. La zona del puerto me encantaba. Mirar el río siempre tenía un efecto calmante en mí; era mejor que ir al spa. En el 2003 la mayor parte era diferente, ya que la Costanera nueva todavía no había sido construida. Sin embargo, seguía siendo un lugar muy bello.

Papá estacionó a la sombra de un árbol y puso la radio en una emisora en la que estaban pasando música tranquila. Sonaba una canción de los 80' que a mi papá le encantaba: The Logical Song, de Supertamp. «Una canción de moda en la época en la que conoció a Madame Rougerie», pensé, y me la imaginé sonando en el bar cuando él iba a pedirle un trago con la excusa de verla.

—Bien... ¿Cuál es el tema urgente que tenías que hablar conmigo? —preguntó, sus ojos fijos en los míos. Realmente teníamos los ojos idénticos. Creo que era lo único que había heredado de él aparte de mi poder y el carácter tranquilo y despreocupado, porque en todo lo demás me parecía a mi madre.

—Bueno... No sé cómo empezar —dije y tragué saliva. Me ponía algo nerviosa el tener que hablar con él de este tema. Supuse que a él también lo ponía nervioso, porque nunca me lo había mencionado, ni me había advertido que algo así podría llegar a ocurrir. ¿Tanta fe tenía en que yo le contaría cuando mi poder se manifestase, o en que él mismo se percataría?

—Si estás embarazada, desde ya te digo que tu mamá te va a querer comer viva —dijo.

—¡¿Qué?! No, no. Nada de eso. Todavía soy virgen —le dije y sacudí la cabeza—. Es otra cosa que nada tiene que ver con eso... Pasó algo que seguro pensaste que podría llegar a ocurrir en algún momento, pero que jamás me advertiste que podría llegar a pasar.

Papá palideció en ese instante.

—No. Decime que no es lo que yo pienso... —No continuó, quizás esperando que lo que yo estaba por decir fuese otra cosa, alguna tontería de adolescentes.

—Papá... Al igual que vos, tengo poderes. Particularmente, yo puedo moverme a través del tiempo yendo y viniendo entre mis cuerpos de distintas épocas. Mi cuerpo actual tiene dieciséis años pero yo, en realidad, he vivido veintiocho...

—¿Y tu poder secundario? —preguntó, mirándome con atención.

—Soñar con el futuro... Supongo que con cosas que he de vivir. Quizás también puedo soñar con el pasado, es probable porque hace poco soñé con una escena que ya he vivido.

—Tiene sentido —dijo mi padre—. Supongo que estás hablando conmigo porque descubriste que lo heredaste de mí, ¿no es cierto?

—Así es. De otro modo, es probable que lo hubiera mantenido en secreto, así como vos mantuviste los tuyos guardados...

—Tuve mis razones —comentó—. ¿Y sabés cuáles son mis poderes?

—No con absoluta certeza, pero estoy segura de que uno es la teletransportación. —Papá asintió.

—Ese es mi poder principal, y el secundario es el desdoblamiento astral. Mientras duermo, mi espíritu se separa de mi cuerpo y puedo ir donde yo quiera... Pero nadie puede verme. Es como si fuera un fantasma.

—Oh... Wow. ¿Eso quiere decir que podrías ir a espiarme a cualquier parte?

—Actualmente no practico ninguno de mis poderes. Y si no puedo evitar desdoblarme, simplemente me quedo dentro de casa. Pero sí, alguna vez te he visto dormir, o leer en tu cama...

Papá se mordió los labios. Supuse que para evitar divulgar más información que no quería que yo supiera.

—¿Has usado mucho tu poder? —preguntó—. Es importante saberlo. —Sacudí la cabeza.

—Solo viajé en el tiempo una sola vez... Entré en una crisis y mi poder se activó. He soñado dos o tres veces, que yo recuerde, pero eso ya es involuntario.

—Es importante que no uses tus poderes de forma voluntaria. Hay quienes pueden rastrearte si lo haces... Y tu vida estaría en riesgo. Yo en una época los usaba siempre que podía, al menos una vez a la semana, cuando nadie se percataría de mi ausencia. Pero cuando comprendí que no debía usarlos... Ya era demasiado tarde. —Su rostro se llenó de tristeza y arrepentimiento cuando pronunció estas palabras.

—¿Te encontraron? ¿Te atacaron? —pregunté. Esto explicaba por qué había dejado de ver a su novia francesa.

—Me rastrearon, sí. Pero no sabían quién era, solo la casa donde vivía... Tu tío Eugenio también podía soñar con el futuro, así como vos, aunque su poder principal era diferente al tuyo. Y bueno, involuntariamente soñó que me atacaban. Ya era tarde para evitarlo porque ellos venían en camino, y entonces Eugenio usó sus poderes voluntariamente para hacerles pensar que era él a quien buscaban... Y me salvó. Después de eso, jamás usé mis poderes en forma voluntaria. Debí haberle hecho caso a tu abuela cuando tenía doce años y me advirtió que mis poderes podían manifestarse, y que no debía usarlos jamás porque estaría en riesgo. Pero fui cabeza dura, y cuando se manifestaron no le dije a nadie... Y los usé igual. Si no fuera por mí, Eugenio estaría vivo.

Había oído hablar mucho de ese tío. Era el único hermano de papá, cinco años mayor que él. Me habían dicho que había muerto en un accidente de tránsito. Al parecer, eso no era verdad. «¡Qué horrible!», pensé, llena de tristeza. Mi tío debía haberlo amado demasiado a mi papá como para dar su vida por la suya. «O quizás pensó que podía enfrentárseles», pensé. Pero como fuera, había dado su vida por la de mi padre. Me prometí visitarlo al cementerio para llevarle flores y darle mi más sincero agradecimiento. Una lágrima comenzó a rodar por mi mejilla.

—¿A la abuela también la agarraron? —quise saber. Por algún motivo sabía que no debían usar sus poderes.

—No. Tu abuela murió de cáncer. Eso no tuvo nada que ver con su poder... Pero ella si conocía sobre la amenaza de estos sujetos porque fueron los responsables de la muerte de su propio abuelo, el cual yo nunca conocí.

«Pero cáncer tendrás vos también en el futuro», pensé. ¿Sería el cáncer una consecuencia de tener esos poderes? ¿O de reprimirlos? ¿Será que, de alguna manera u otra, yo también iba a terminar muriéndome joven?

—No sé, papá... —dije, decidiendo ser honesta con él—. En el futuro del cual vengo vos contraés un tumor cerebral... Al igual que la abuela.

—Oh... Tal vez esa sea la consecuencia de no usar nuestros poderes —dijo, reafirmando mi hipótesis—. Es posible, hija. ¿Cuánto tiempo más voy a durar con vida, entonces? —quiso saber.

—No lo sé. A mis veintiocho años recién te lo diagnosticaban, estabas en la mitad de un tratamiento, y los médicos te daban buenas chances de sobrevivir la operación. Faltaban varios meses todavía, así que no sé el resultado... De todos modos, ahora quizás podamos encontrar alguna forma de evitar que eso ocurra... —La verdad era que la salud de mi padre me tenía muy preocupada en la época de la cual venía. Si bien los médicos eran optimistas, yo era testigo del deterioro en mi padre. Se lo veía más cansado, y había perdido el cabello como consecuencia de someterse a sesiones de quimioterapia. Por eso me había alegrado tanto cuando había llegado a esta realidad, y podía verlo rejuvenecido y lleno de vida.

—Tal vez sí sea evitable —dijo papá, y se quedó pensativo—. Pero prefiero contraer cáncer pasados los cincuenta a morir de la forma en que murió mi hermano —dijo, sin dar más detalles.

—¿Quiénes son esos encapuchados? —pregunté. Conocer a tu enemigo es la clave para derrotarlo.

Mi sueño no me había dado claves para descifrar qué eran, y Madame Rougerie tampoco parecía saber demasiado sobre ellos. Aparentemente, el usar tus poderes de forma voluntaria te hace «apetecible» para ellos. ¿Pero por qué?

«Y qué sádico aquél dios que decidió otorgar poderes a algunos seres humanos selectos para luego impedir que los usen», pensé.

—No tengo la menor idea —respondió papá—. Solo sé que tienen poderes también... Entre ellos el poder de absorbernos a nosotros. Quizás ni siquiera sean humanos. ¿Cómo saberlo? Y vos... ¿Cómo sabés sobre ellos? Enseguida asumiste que me habían atacado cuando te dije que era demasiado tarde cuando supe que no debía usar mi poder... Y ahora los llamaste encapuchados. ¿Cómo lo sabés?

—Porque soñé con ellos, para empezar... —dije—. Y porque conozco a una sobreviviente de sus ataques.

—¿Quién? —preguntó. Creo que no se imaginaba para nada lo que estaba por venir.

—Mi media hermana... —le dije—. Papá. Sé que estuviste en Francia... Y lo que vos no sabés es que allá dejaste a una mujer embarazada. Tanto ella como esa mujer están ahora en Paraná. Vinieron a buscarte.

Papá palideció por segunda vez. Parecía que se había quedado sin aire. Tardó unos segundos en reaccionar.

—¡¿Qué?! No lo puedo creer... ¿Y cómo te encontraron a vos?

—Las encontré yo... sin querer. Pasé por una casa en la que había publicidad de una vidente, y una voz me llamó a entrar. Pero no fue hasta la segunda vez que fui que me contaron la verdad y me dijeron que creían que yo era hija del hombre que buscaban...

—Wow... —dijo papá, un tanto avergonzado—. En la época en la que la conocía estaba yendo a Francia una vez por semana para investigar. Sabía de dónde habían llegado nuestros antepasados... Pero no logré encontrar nada que explicara el origen de nuestros poderes. Ni un rastro... En cambio, encontré a quien fue mi primer amor. Pero tuve que dejarla. Cuando pasó lo de Eugenio, no pude viajar más... Y no tenía un peso. No podía pensar siquiera en viajar a Buenos Aires, mucho menos volar a Francia. Perderla fue mi castigo por ser tan descuidado, castigo que asumí estoicamente. Luego conocí a tu madre y volví a enamorarme. Me olvidé de Antoinette y Francia. Era lo mejor...

—¿Te hubieras olvidado tan fácil de ella si hubieras sabido que estaba embarazada? —pregunté.

—No lo sé... Quizás no me hubiera rendido tan fácilmente, supongo.

«Y entonces yo no hubiera nacido», pensé. Si papá se hubiera puesto a trabajar duro para conseguir el dinero para irse a Francia para estar junto a su hija y su amada, no hubiera conocido a mi madre, y yo no estaría aquí.

—Voy a tener que ir a verlas —me dijo papá—, pero que tu madre no se entere jamás de esto. Ella no lo entendería.

—Está bien —acepté. Coincidía con él—. Pero hay una cosa que necesitás saber...

—¿Qué?

—Amelie, tu hija... Sobrevivió al ataque de los encapuchados, pero no quedó bien. Está postrada... en silla de ruedas. Su mente está activa y puede usar su poder ahora sin resultar atractiva para ellos, pero jamás volverá a ser la misma...

—Oh... —dijo. Se había quedado sin palabras.

—Lo sé... Es horrible. ¿Querés que te lleve con ellas? —pregunté.

—No. Lo siento, pero esto es algo que tengo que hacer yo solo —me dijo—. Pasame su dirección, y a la tarde voy a verlas.

—Está bien —accedí. Sabía que mi padre tenía mucho que hablar con Antoinette, y esa charla debía ser privada. Por un lado temía que eso cambiara su relación con mamá, pero yo ya no podía meterme en eso. Él era un hombre adulto y sabía lo que hacía. Confiaba en que nada cambiara. Mi madre era una mujer algo inestable, y sufriría mucho si lo perdía.

Esperaba que eso no sucediera.





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