4. Madame Rougerie


El miércoles recién tendría clases con Adrián a las siete de la tarde porque iba a educación física a las tres, y luego a la Cultural Inglesa, donde sabía que me aburriría como una nutria. Por desgracia, y a pesar de ya saber inglés, no podía dejar de lado mi rutina de siempre. Tendría que a fingir ser una alumna más en la Cultural y en la escuela también, aunque la profesora Romina ya tenía sus sospechas. Muy lejos de la realidad, pero sospechas, al fin y al cabo.

—Este texto está demasiado bien escrito, Florencia —me dijo esa mañana cuando me devolvió la evaluación del lunes— De hecho, está perfecto. ¿Dónde aprendiste todas esas palabras?

—Recuerde que voy a la Cultural —le dije y le sonreí. Intenté no sonar como una niña creída, pero no estoy segura de haberlo logrado. La profesora frunció el ceño.

—De todos modos, te bajé la nota a un siete —me dijo.

—¿Y eso por qué? —quise saber. Estaba dando lo mejor de mí para no mostrarme enfadada. Con profesoras injustas como Romina, eso no haría más que perjudicarme. Mejor era mantener el control sobre mí misma.

—Porque acá dice que en las vacaciones te fuiste a Bariloche con tu prometido... ¡y que fuiste en avión! —exclamó, indignada—. ¡¿Prometido?! Flor... Yo sé que no tenés novio siquiera. ¿Te memorizaste el texto de alguna parte? Es la única explicación que le puedo encontrar a esto.

Era en vano discutir con la profesora porque había pocas excusas que podrían servirme, así que no lo hice. Había sido una tonta al describir mis vacaciones del 2015. Aunque, en mi defensa, en esos momentos creía que estaba soñando y no se me había ocurrido hacer algo más acorde a mis capacidades de aquel entonces.

Al menos Alejandra, mi profesora de la Cultural Inglesa, era mucho más simpática. Yo siempre la había adorado, y creo que era la única razón que podía encontrar para tolerar tener clases de inglés en un nivel tan bajo. Para mi sorpresa, sus clases me resultaron divertidas a pesar de todo, y no me fue tan complicado fingir que era una alumna más.

Salí de la Cultural a las seis en punto. Me quedaba una hora para mi clase particular de matemática, así que no tenía tanto apuro para llegar a casa. Decidí caminar unas cuadras y tomar el colectivo urbano en otra parada. Paraná en aquella época era una ciudad mucho más segura y tranquila. Daba gusto caminar por la calle. Respiré el aire fresco y sonreí. Me sentía contenta de estar allí y de tener todas las nuevas oportunidades que ahora se me presentaban.

¡Podría llegar a lograr tantas cosas! Mi padre estaba pensando en buenas formas para invertir el dinero que había ganado en la lotería, pero ya no nos iba a faltar nada. Estaba segura de que podría estudiar lo que yo quisiera, donde quisiera. La carrera de arqueología ya no era un sueño inalcanzable. «UBA allá vamos», pensé, llena de optimismo. La idea de irme a vivir a Buenos Aires me encantaba. Y mucho más todavía el pensar en lo mucho que podría viajar por el mundo una vez que lograse ser una arqueóloga reconocida.

A media cuadra de la parada encontré algo que me llamó mucho la atención. Había un cartel en blanco y negro pegado en la pared de una casa, a metros de la puerta. En este se leía: Madame Rougerie. Videncia natural de nacimiento. Consulta todo lo que quieras por $20.

«Ven. Entra aquí», una voz femenina sonó dentro de mi cabeza. Pensé que quizás me estaba volviendo loca pero, siendo que había regresado doce años en el tiempo, ya nada me parecía imposible.

Miré la dirección en el cartel: era la misma que la de esa casona antigua frente a la cual estaba parada. Lo pensé un par de segundos, pero supuse que no perdía nada con intentarlo. Veinte pesos eran un poco mucho para la época, pero por suerte los tenía conmigo.

Golpeé a la puerta con un poco de inseguridad. Esta se abrió casi de inmediato. Una mujer de unos cuarenta años fue quien me recibió. Tenía el cabello oscuro y enrulado. Un pañuelo de color rojo y dorado lo sostenía. Sus ojos eran grises y sabios. Era muy bella. Me sonrió con dulzura, como si fuese una tía que había estado anhelando mi visita desde hacía mucho tiempo.

—Buenas tardes, querida —me dijo con un marcado acento francés—. Te he estado esperando.

«Seguro le dice eso a todo el mundo», pensé. «Seguro me quiere impresionar».

—Hola... ¿Es usted Madame Rougerie? —pregunté.

—Oui —respondió—. Y tú debes ser... —se mostró pensativa por unos segundos antes de decir mi nombre—. Florencia, ¿cierto?

Pestañeé sorprendida y asentí. ¿Cómo era posible que supiera mi nombre y que hubiera sabido que iba a venir, cuando ni yo misma me lo había planeado? Lo que menos se me habría cruzado por la cabeza, ni ahora ni nunca, habría sido visitar a una vidente. Consideraba que todas ellas, o al menos la gran mayoría, eran impostoras. Lo que esta mujer acababa de decirme me sacaba de toda duda.

—Ven —me dijo—. Tengo algo importante que decirte, y tu consulta será gratis.

—¿Segura? —pregunté. Cada vez me costaba más creer lo que estaba ocurriendo.

—Oui, oui —respondió en francés.

Madame Rougerie me llevó hasta una pequeña habitación. Cerca de la puerta tenía una pequeña mesa redonda cubierta con un mantel azul. Había dos sillas a sus costados, enfrentadas, y en el centro de la mesa se erigía una enorme bola de cristal antigua, al lado de un mazo de cartas de tarot. Alrededor, en la pared, había varios objetos decorativos colgados, aunque yo no sabía bien de qué tipo de arte se trataba. Supuse que debía ser algo francés, como esta señora. Había un fuerte aroma a incienso que mi yo de dieciséis años jamás había olido con anterioridad.

En una esquina oscura, casi pasando desapercibida, se encontraba una joven en silla de ruedas. Se notaba que estaba paralizada, porque no se movió, ni estableció contacto visual conmigo. Me preguntaba qué problema tendría y qué la había llevado a ese estado, pero no me atreví a preguntar.

—Espero que no te moleste su presencia —me dijo la adivina—. Es mi hija, Amelie. Me gusta tenerla siempre cerca.

—Está bien —respondí—. No me molesta para nada.

—Bien. Sé que estás algo apurada así que voy a ser concisa... —me dijo—. Sé que no eres de aquí. Bueno, sí eres de esta ciudad... pero vienes de otra época. Lo noto de solo verte. Tu cuerpo y tu espíritu no tienen la misma edad.

—¿Qué sabe usted de eso? —le pregunté. ¿Esta mujer sabía que yo había regresado en el tiempo? ¿Sería capaz de explicarme cómo lo había logrado?

—Eres poseedora de un don muy grande que hasta ahora desconocías... Eso es lo que te trajo aquí. No fue algo aislado, ni algo causado por una entidad externa que quiso ayudarte. Tú misma lo provocaste, y ese poder sigue vivo en ti ahora que se ha despertado.

—¿Yo? ¿Cómo? No entiendo. ¿Eso quiere decir que podría repetir la hazaña?

—Eso mismo, querida. Podrías volver a tu realidad, cosa que no recomendaría porque tu futuro ya ha cambiado y no recordarás nada de lo ocurrido en los años que te separan de tu presente si tu conciencia regresa a esa época... También podrías volver unas horas, o unos días, como quisieras... Siempre y cuando vuelvas siempre en momentos diferentes. Pero no lo recomiendo. No uses tu don, quédate como estás, donde estás. Es muy peligroso. Así ya estás bien.

—¿Peligroso cómo? —quise saber, pero la vidente comenzaba a mostrarse nerviosa.

—Ya no puedo decirte más nada. Debes irte —me dijo, de repente poniéndose de pie. Miraba hacia donde estaba su hija—. Intenta no pensar en tu poder, es importante que tus pensamientos sean normales. ¿Me escuchas? —Asentí. La mujer comenzaba a darme miedo, tan bien que había estado caminando por la calle. Ahora estaba asustada y no podría quitarme ese mal presentimiento de encima con facilidad.

Me acompañó hasta la salida. Justo se iba el colectivo que debía tomar, así que tuve que esperar unos veinte minutos hasta que llegó el próximo. Iba a llegar tarde a mi clase con Adrián. Esperaba que no se hubiese ido ya.

Mi cabeza estaba tan abrumada por todo lo que la vidente me había dicho y por estar llegando tarde, que me olvidé de hacerle caso. No dejé de pensar en todo lo que me había dicho en el transcurso del viaje.

***

Cuando bajé del colectivo, encontré a Adrián en la parada. Ya eran las siete y cuarto. Estaba a punto de subirse al mismo del cual yo me estaba bajando, así que tuve que correr y gritar para que no se fuera.

—¡Adrián! ¡Pará! —le grité. Me oyó justo a tiempo antes de subirse al transporte.

—Florencia. Pensé que me habías dejado plantado —me dijo, cual novio ofendido porque llegas tarde para una cita.

—Perdón... —respondí, ruborizándome—. Tenía tiempo de sobra cuando salí de inglés así que me puse a mirar vidrieras. Me distraje, perdí el colectivo y se me hizo tarde. Espero que puedas darme clases igual. —Le puse mi mejor mirada de cachorrito triste para que accediera. Terminó diciéndome que sí.

—Bueno, vamos. Pero que no vuelva a pasar —dijo, y me acompañó hasta casa.

Cuando abrí la puerta, mi madre estaba esperándome ahí, lista para regañarme. Su mirada se suavizo cuando vio que Adrián venía detrás de mí.

—Florencia... Te demoraste. ¿Qué pasó? —quiso saber. Le dije lo mismo que le había dicho a Adrián, y me prohibió volver a distraerme en el centro. Por suerte estaba acompañada, o el discurso hubiera sido mucho más largo. Me hubiera preguntado si me estaba viendo con algún chico, y me hubiera dicho que no descuidara mis responsabilidades, entre otras cosas más. Quizás incluso me hubiera castigado. Una semana sin poder usar el teléfono o mirar la tele hubiera sido el castigo habitual.

Nos sentamos a estudiar. Adrián siguió un poco molesto conmigo por un rato, e incluso me reprochó que iba a llegar tarde al gimnasio por mi culpa, pero luego se le pasó, y tuvo la misma paciencia al explicarme que el día anterior.

A los minutos mamá nos trajo café con leche y medialunas para los dos. Luego regresó a la cocina, pero tuve la impresión de que estaba atenta a nuestras conversaciones. Ella no estaba muy contenta con papá por haberme conseguido un profesor tan joven y apuesto. La noche anterior los había oído hablar al respecto. «—Pensé que era un hombre más grande. Con este dudo que pueda concentrarse», le había dicho. Y en parte tenía razón, pero Adrián era tan paciente e insistente que, para el final de esa segunda clase, ya no necesitaba más de su ayuda. Entendía bien todo. La matemática había regresado a mí mente. ¡Al fin!

—Si te parece, mañana no vengo —me dijo cuando se cumplió la hora—. No creo que necesites más ayuda, y aparte estoy bastante ocupado. Tengo final que preparar.

Se me hizo un nudo en el estómago. Yo quería que Adrián siguiera viniendo a enseñarme. Pasaba un buen rato con él, me relajaba, y durante una hora me olvidaba de pensar en el 2015, en Marcelo, y en los esfuerzos que debía realizar para encajar en el 2003 y no hacer más papelones, como había hecho con la profesora de inglés y la de matemática. Adrián era un soplo de aire fresco, algo nuevo, alguien con quien no debía esforzarme para actuar normal, porque él no me conocía de antes y no sabía lo que era normal en mí.

No lo voy a negar. Adrián me gustaba, y mucho. Sin embargo, no como para aspirar a tener una relación con él. Yo quería ser su amiga y tenerlo cerca. No estaba lista para perseguir una relación amorosa de ninguna clase. Mi corazón aún estaba sanando las heridas profundas que Marcelo había dejado. Aunque, si de algo estaba segura era de que hacía tiempo que ya no amaba a ese patán. Había seguido con él por miedo a estar sola, por costumbre... pero no por amor. Mi corazón necesitaba volver a latir, pero no era el momento oportuno. No quería enamorarme. No todavía. Tenía mucho miedo de volver a equivocarme.

—Bueno —accedí, aceptando que no tenía sentido hacer que Adrián siguiera dándome clases particulares cuando ya lo entendía todo—, pero por ahí te llamo para que vengas un rato el lunes si tengo dudas. ¿Te parece?

—Ok, me parece bien. Igual, yo te veo preparada para un diez. No te preocupés. Relajate y vas a ver que el examen fluye.

—Dale. Gracias por el consejo. Otra cosa... —dije, y me pausé, mordiéndome el labio. Me daba un poco de vergüenza pedirle lo que le iba a pedir.

—¿Qué?

—¿Me darías tu MSN?... Por si quiero hacerte alguna consulta chiquita —mentí. Mis intenciones eran otras. Pronto tendría una computadora y conexión a internet. Chatear por MSN era lo que estaba de moda en esa época, y yo necesitaba alguien interesante con quien hablar.

—Bueno —respondió—. Te lo anoto en esta hoja. Agregame y yo después te acepto.

***

Después de que Adrián se fuera, llamé a Claudia por teléfono. Se había estado quejando porque yo estaba demasiado enfrascada en el estudio y ya no la llamaba. Soledad también dijo algo al respecto, pero ella no quería que la llamara; tenía que estudiar muchísimo y no podía perder tiempo hablando por teléfono. Al menos eso había dicho.

La verdad era que ya no acostumbraba hablar por teléfono, no como antes. Usar el teléfono fijo era una costumbre que hace tiempo había perdido. Ni siquiera tenía uno en mi propia casa. ¿Para qué?

—¿Y? ¿Qué tal tu profesor particular? —preguntó Claudia, a quien ya le había comentado que este estaba más bueno que el pan. «Y como para comerlo con dulce de leche», fue un pensamiento que me guardé.

—Bien. Pero no va a venir más... Piensa que ya no necesito que me explique más nada.

—Yo sabía que lo tuyo era un caso de amnesia selectiva, o algo así creo que se llama —me dijo—. Necesitabas un papucho para que te devolviera los recuerdos. ¿A qué no?

—Tal vez eso ayudó —le dije entre risas—. Lo bueno es que me pasó su MSN...

—¡Bien! ¡Genial! ¡Punto para Flor!

—Tan tonta no soy, ¿ves?

—¿Me lo pasás? —me preguntó—. Por ahí necesito que me explique algo.

—Ni loca —respondí. Ambas no reímos.

***

Esa noche tuve una pesadilla.

—Yo te dije que no usaras tu poder —me advertía Madame Rougerie—. Ahora corre si quieres seguir con vida. Ellos te harán lo mismo que le hicieron a Amelie... Y no tendrás la misma suerte que ella.

La oscuridad me rodeaba. Me encontraba en un callejón sin salida; era una emboscada. Unas figuras encapuchadas aparecían y me perseguían. Yo cerraba los ojos y volvía a mi futuro, al año 2015. Lo hacía con facilidad, ya me había memorizado el método para hacerlo. Sin embargo, al llegar allí no estaba en mi cuerpo, sino que ahora era un fantasma parado a los pies de mi tumba.

Florencia López. 1987 – 2003.

Desesperada intentaba volver a utilizar mi poder para regresar al momento oportuno para evitar mi muerte. Pero no podía. Ya no estaba anclada a mi cuerpo, y mi poder se había muerto conmigo.

—Ten mucho cuidado, Florencia —volvió a advertirme Madame Rougerie, su rostro apareciendo de la nada, antes de que me despertara sobresaltada, decidida a hacerle caso a sus advertencias: no intentaría volver a usar mi poder... Ni siquiera pensaría en él. O al menos lo intentaría. 




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