26. 2003 otra vez
Llegó la hora que habíamos esperado por tanto tiempo. Era el veintiuno de septiembre, solo que un año más tarde. Al estar pensando en los seis meses que debían pasar para poder volver a Paraná habíamos viajado ese mismo tiempo, pero al futuro. Habíamos esperado ese mismo lapso para poder usar nuestros poderes de forma segura, y ahora debíamos volver un año en el tiempo, a la Paraná tal cual la habíamos dejado... Solo que unas horas antes, para poder evitar que los encapuchados dieran con Adrián.
Papá y yo acabábamos de cenar. Los nervios nos habían cerrado un poco el estómago, pero necesitábamos tener energías para lidiar con lo que nos esperaba en nuestro tiempo. Podía ser que nuestra buena planificación diera resultados inmediatos y pronto pudiéramos respirar tranquilos de nuevo, o podía ocurrir que hubiese complicaciones que no habíamos previsto. Debíamos estar listos para asumir cualquier reto.
Respiré hondo y tomé a mi papá de las manos. Nos miramos a los ojos y nos sonreímos. Estábamos listos. Nos abrazamos como aquel día en el que su poder me salvó la vida. Él se concentraría en pensar en el lugar al cual nos moveríamos, y yo me concentraría en pensar en el día y la hora correctos. Claro que debíamos actuar de modo en que no nos cruzáramos con nuestras versiones anteriores. ¿Qué pasaría si lo hacíamos?
«Quizás una enorme y terrible paradoja resultando en la disolución de mi presente actual», pensé. Si alteraba mi pasado, este presente ya no existiría. ¿A dónde iría a parar mi consciencia? ¿Tendría recuerdos de lo vivido y aprendido estos meses?
Era preferible no modificar nada, me sentía más segura dejando mi pasado intacto.
Me concentré en el veintiuno de diciembre a la hora en la que papá y yo estábamos cenando en casa de Lucas, y así, cuando abrimos los ojos, tras haber sentido las mismas sensaciones provocadas en el viaje anterior, nos encontrábamos en la cochera de nuestra casa.
Papá y yo no habíamos reparado en ella después de volver de la cena aquella noche, así que no nos percataríamos de la desaparición de nuestro auto, que tan útil nos sería para movernos por la ciudad. Solo debíamos procurar no cruzar delante de nuestra calle en ningún momento, por si acaso. Buscaríamos vías alternas.
Solo nos llevaríamos el auto, aunque nos había tentado la idea de poder tomar objetos personales que odiaríamos perder. Nos resistimos porque si entrábamos y nos llevábamos cosas era muy probable que dejáramos rastros. Debíamos despedirnos de todos aquellos recuerdos que quedarían en esa casa que los encapuchados terminarían destruyendo en pocas horas.
La cochera tenía su llave adentro, así que salimos enseguida y volvimos a cerrarla. No quedaba ningún indicio de que habíamos estado allí. Salimos de inmediato rumbo a la casa de Adrián. Conocíamos la dirección porque papá una vez se había ofrecido a llevarlo después del trabajo, uno de esos días en los que Adrián había estado un poco engripado. Supusimos que sería fácil encontrarlo.
Bajé yo sola del auto y golpeé a la puerta. Me sentía ansiosa porque lo vería nuevamente después de seis meses y debía disimular lo mucho que lo había extrañado. Puse mi mejor sonrisa para cuando me abriera, y me preparé para darle el motivo por el cual me encontraba allí; pero no fue Adrián quien apareció en la puerta, sino su madre.
—Hola. ¿Sí? ¿A quién buscás? —preguntó, de bastante mala gana por alguna razón. «O tuvo un mal día, o es así por naturaleza», pensé, aunque no recordaba que Adri se hubiera quejado nunca de su mamá.
—A Adrián —le dije—. Soy Florencia.
—¿Qué Florencia? —quiso saber, mirándome de arriba abajo.
—La novia... —respondí, aunque al ver su expresión al oír esto supe que quizás no había sido una buena idea decirlo. Adrián era un chico honesto y transparente, ¿por qué le habría ocultado a su madre que estaba saliendo conmigo cuando se había empeñado en conseguir el permiso de la mía para poder verme?
—¿Novia? No sabía que Adri estuviera de novio —respondió—... Y menos con una mocosa. ¿Cuántos años tenés, querida?
«¿Perdón?», pensé, pero decidí guardarme mis pensamientos y no ser maleducada como ella. Ahí estaba el motivo por el que él aún no le había dicho nada. Seguro no sabía cómo contarle que estaba saliendo con una adolescente. Apreté mi puño derecho para contener el enojo que comenzaba a sentir.
—Dieciséis, señora. ¿Adrián se encuentra en casa?
—No. No está. Salió hace un rato.
—¿Tiene idea de dónde lo puedo encontrar?
—Ni idea. Probá venir otro día —dijo, y se la veía dispuesta a cerrarme la puerta en la cara cuando Luciano apareció por detrás de ella.
—Mamá. No seas maleducada, invita a Flor a entrar.
—Lucho. ¿Vos sabías que Adri está saliendo con esta chica? —le reprochó ella.
—Sí, má. Pero hace muy poco, ya él te iba a contar en cualquier momento.
—Hola Lucho —lo saludé—. ¿Tenés idea de dónde puedo encontrar a Adrián?
—Sí —respondió—. Hace un rato se fue a la casa de Marcelo.
—¡¿De Marcelo?! —exclamé, perpleja. Hasta donde yo sabía, no tenían más relación.
—Sí, él lo llamó y al parecer le dijo algo que lo alteró bastante. No sé qué habrá sido, pero Adri enseguida se aprontó y tomó el primer urbano para ir a casa de Marce.
Primero me resultó extraño que se hubiera ido en bus, pero luego recordé que la policía tendría su moto por unos días y que por eso debería moverse en el transporte público. Había detalles que, al haber pasado tanto tiempo, se me escapaban.
—Oh... Lo buscaré allá entonces —dije, apurada por irme.
—¿Necesitás la dirección?
—No, no. Yo sé dónde es —respondí, y seguro Lucho se quedó sorprendido porque se suponía que yo no tenía cómo saberla, pero estaba demasiado nerviosa y apurada como para detenerme a pensar en todo.
Me despedí de ambos y regresé al auto, donde papá me esperaba con una expresión preocupada al ver que no había dado con mi novio.
—A casa de Marcelo —le dije, y su expresión se tornó más sombría aún.
—Oh no... —me dijo, y suspiró. Me dio la impresión de que acababa de recordar algo muy importante que se le había pasado por alto.
—¿Qué pasa? —quise saber, más nerviosa aun ante esa respuesta.
—Lucrecia, la actriz que habíamos contratado para montar una escena, dejó un mensaje en el contestador cuando fuimos a comprar vino ese día. Llegamos, nos preparamos y nos fuimos así que no llegué a llamarla para preguntarle qué pasaba. Estábamos apurados. Después con todo lo del salto temporal se me pasó por completo...
—¿Qué te había dicho?
—No recuerdo muy bien, pero creo que dijo que tenía que hablar conmigo lo antes posible. No le di importancia, quizás debería haberlo hecho.
—Oh no... ¿Puede que Marcelo haya dado con ella y descubierto que le pagamos?
—Quizás. Si la amenazó o algo puede ser que haya hablado. Me pareció una chica de confianza, pero nunca se sabe.
—Dios... Estamos en problemas. ¿Qué hacemos entonces? ¿La llamamos primero o vamos a casa de Marcelo?
—Mejor la llamo así nos aseguramos. Acá cerca hay un locutorio. No me acuerdo su número de teléfono, pero sé que aparece en la guía.
Papá condujo unas cuadras y llegamos al locutorio. Yo me quedé en el auto mientras él se internaba en una cabina telefónica. Me tenté a comerme las uñas. Me preocupaba más que todo esto saliera a la luz que la posibilidad de cruzarme con los encapuchados otra vez.
Si bien nos íbamos a ir de la ciudad, no quería que Adrián se quedara con una mala imagen mía, ni mucho menos que Marcelo fuera capaz de volver a conquistar a Claudia durante mi ausencia y que ella me odiara al enterarse de lo que había hecho. Quizás él ya tenía novia y se quedaría conforme con ella, pero era posible que volviese con mi mejor amiga a propósito, a modo de venganza.
Si todo salía a la luz, me quedarían dos opciones: contarles la verdad a Adrián y mis amigas, o dejar que pensaran mal de mí hasta que tuviera la oportunidad de aclarar todo en el futuro, cuando fuera seguro volver a radicarme en mi ciudad. Eso sería horrible pero, para seguridad de ellos mientras yo estaba fuera, deberían seguir sin saber nada.
No me cabía duda alguna de que, si Adrián se había enterado de todo por boca de Marcelo, iría a casa a preguntarme si todo lo que él le había dicho era verdad, y cuáles habían sido mis motivos para actuar de forma tan deshonesta. Si llegaba justo cuando los encapuchados estaban en mi patio, intentando entrar, eso no podía ser nada bueno.
Deberíamos interceptarlo cuando saliera de casa de Marcelo. Sí, eso haríamos. No quería tener que cruzarme con él.
«Qué útiles me vendrían los poderes de Lucas en esta situación», pensé. Él podría generar una ilusión para que tanto Adrián como Marcelo se quitasen de la cabeza la idea de que papá y yo habíamos contratado a esa actriz. Sería sencillo. Pero no pensaba volver a ver a Lucas en mucho, mucho tiempo. Y cuando lo viera, de ninguna manera dejaría que tuviese contacto físico alguno conmigo.
Papá regresó. Era evidente que traía las malas noticias que tanto me había temido. Hizo arrancar el auto antes de empezar a contarme todo.
—Tal como lo imaginamos —dijo—. Dice Lucrecia que él se la cruzó a la salida del teatro y empezó a decirle de todo, más al ver que no está embarazada. La obligó a ir con él a su casa, a la rastra, prácticamente secuestrada, y como condición para dejarla ir le hizo confesar toda la verdad mientras él la filmaba.
—Oh...
—Sí. Así que Adrián se va a enterar de todo, si es que no se enteró ya, y seguramente Claudia y Soledad lo harán muy pronto también.
—¿Cuándo fue todo eso?
—La interceptó anoche, y la dejó ir por la madrugada.
«Con razón no se lo vio en la fiesta del estudiante», pensé. Jamás me había imaginado que quien una vez estuvo a punto de convertirse en mi marido era capaz de prácticamente secuestrar a una mujer para conseguir un objetivo. Me daba cuenta de que no lo conocía en verdad, que solo había llegado a conocer una careta.
Pero eso ya no importaba. Solo quería mantenerlo lo más lejos posible de mí y de las personas que quería.
—Ya debe ser demasiado tarde para impedir que ese estúpido le muestre el video —dije—, pero si paramos a Adrián cuando salga de la casa y lo llevamos con nosotros a alguna parte, al menos vamos a impedir que vaya a casa y se cruce con los encapuchados.
Era un buen plan. Estacionamos a varios metros de la casa de Marcelo, de modo que este no nos vería al abrir la puerta para despedirse de Adrián, pero nosotros sí veríamos cuando esto sucediera. Mientras esperábamos, inventaríamos qué decirle a Adrián para explicar nuestro actuar.
Pasó bastante tiempo sin que hubiera movimiento alguno. En un momento miré la hora en el estéreo del auto y noté que se aproximaba la hora en la que mi otro yo estaría volviendo a casa. Noté un resplandor azul en el cielo, el que marcaba la llegada de los encapuchados, junto en el momento en que estacionaba un taxi frente a la casa de Marcelo y Adrián salía rápidamente y se metía en él, quitándonos la posibilidad de actuar en aquel sitio.
Mi corazón dio un vuelco. No alcanzaría a verme desde donde él estaba si yo bajaba del auto y hacía señas, o gritaba. Había sido demasiado rápido en subirse al taxi, el cual comenzaba a marcharse, y se iría en dirección contraria a la que estábamos.
—¡Rápido! ¡Sigámoslos! —exclamé. Papá actuó de inmediato, pero el taxi ya se estaba alejando.
Y estaba yendo en dirección a mi casa.
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