22. Encapuchados

—¿Qué? ¿Los encapuchados? No. No puede ser —dije con el corazón a punto de escaparse por mi boca—. No tendría por qué estar pasando esto. «¿Por qué a mí?».

—Fue igual cuando vinieron por mí —dijo, su semblante serio y preocupado—. ¿Estás segura de que no abusaste alguno de tus poderes? —me preguntó.

—Ehm... No sé si tengo tiempo para contarte —dije. Por el vidrio blanco que cubría parte de la puerta, en forma decorativa, podía ver cómo se extendían unas sombras amenazantes en el patio delantero de casa. Era evidente que eran ellos. El resplandor azul aún no había desaparecido, pero se iba atenuando a medida que las figuras se iban acercando.

—Ya me parecía —dijo tras exhalar un suspiro—. El sábado te noté diferente de un momento al otro, estabas como ida. Falló tu primer plan para salvar a Adrián y decidiste arriesgarte a volver enseguida, ¿no? —Asentí. Papá no era ningún tonto. Agradecí que no estuviera dándome un sermón sobre lo que debería haber hecho. Yo sabía que debería haber esperado, y más aún ahora. Pero estaba segura de que no iba a pasarme nada. ¿Cuántas veces habían abusado de sus poderes papá y Lucas y no habían sufrido ninguna consecuencia?

—¿Qué van a hacer? —pregunté, aterrada. Ya podía oír múltiples pasos y murmullos en el exterior. ¿Cuántos serían? Aparentaban ser al menos una docena—. ¿Van a entrar a buscarme? —Tragué saliva. Tenía miedo y me sentía paralizada ante esta situación. ¿Qué podía hacer? Sabía que el uso de mis poderes no me serviría de nada. Necesitaba hacer las paces conmigo misma y prepararme para enfrentar la inminente muerte.

—No. Por algún motivo no pueden entrar en las casas a no ser que uno les abra la puerta. Así que por ahora estamos seguros —respondió—. Sin embargo, tienen trucos varios para lograr lo que se proponen, y en cualquier momento empezarán a ponerlos en práctica. Gracias a Dios tu madre no está en casa.

—¿Por qué? —quise saber, aunque me lo imaginaba. Estar a punto de ser atacados con ella presente no haría más que complicar las cosas.

—Porque sería más difícil para nosotros y ella no entendería la naturaleza del peligro que estás corriendo. Vamos, vayamos más adentro —dijo, tomándome del brazo.

—¿Qué vamos a hacer? —quise saber. Estaba entrando cada vez más en pánico a medida que me concientizaba del peligro que había ahí fuera. Me costaba mantener la calma. La presencia de papá me ayudaba mucho, ¿pero sería suficiente como para sobrevivir?

—Tengo una idea —dijo entre un suspiro—. No te va a gustar a vos, ni tampoco me gusta a mí. Pero otra no nos queda. Tenemos que ser rápidos antes de que empiecen a acosarnos.

—¿Acosarnos? —pregunté. Papá me llevó hasta la cocina. Imaginé que la idea era alejarnos lo máximo posible de todas las puertas y ventanas.

—Como te dije... Ellos tienen sus métodos, y harán lo que sea para que los dejemos entrar, o para hacernos salir. Cuando me pasó a mí justo estaba junto a mi hermano. Ellos hicieron de todo, empezando una media hora después de haber rodeado la casa; y cuando ya no daba más y estaba por darme por vencido y salir, mi hermano se sacrificó por mí. No me vieron ni supieron que otra persona más en la casa podía tener el poder, porque ellos al parecer ubican la energía liberada en el sitio donde esto ocurrió. Si cuando abusaste de tu poder estabas acá, la energía quedó en el aire y se hizo visible para ellos. Y creéme, tu poder debe liberar un montón.

—Cuando volví la última vez me dolía todo el cuerpo... —dije— Y la cabeza.

—Claro. Ese es un síntoma claro de que te pasaste de la raya. A mí también me pasaba que cada vez me dolía más la cabeza. Creo que lo que me salvó por tanto tiempo fue que mi poder es la teletransportación, y viajaba a otro continente. Creo que eso los confundió bastante, además que pocas veces salía desde mi propia casa o volvía ahí. Por lo general me metía en baños públicos u otros lugares de los cuales pudiera desaparecer fácilmente. Con eso los despisté por mucho tiempo. Pero era cuestión de tiempo para que me encontraran. Ese día había vuelto de Francia y había regresado directo a mi habitación ya que no había nadie en casa. Entonces pudieron dar conmigo.

—Entiendo —dije. Ahora todo tenía sentido—. Lucas también abusó su poder hace unos días. Había venido a visitarme... ¿Puede tener eso que ver también?

—Y... Es posible —dijo papá—. Como sea, tenemos que salir de acá y ya.

—¿Cómo vamos a salir de acá? Están rodeando la casa... —dije, una lágrima rodando por mi mejilla.

—Nos puedo teletransportar lejos de acá. Aún no usé mi poder desde que me dijiste que era seguro hacerlo cada seis meses, así que no van a poder rastrearme. Tampoco van a poder rastrearte a vos a no ser que vuelvas a usar tus poderes dentro de poco.

—¿Irnos? ¿A dónde? —pregunté mientras tomaba asiento.

—Ni idea. Algún lugar al azar que se me ocurra cuando estemos por hacerlo. Si lo pienso con antelación, podría ocurrir que alguno de esos bastardos lea los pensamientos y sepa dónde deben ir para encontrarnos.

—¿Leen pensamientos?

—Ni idea. Pero no puedo arriesgarme, Flor —respondió—. Andá, cámbiate. Agarrá tu mochila, meté algo de ropa como para unos días y dejá lugar que voy a necesitar que pongas nuestra plata y documentos ahí.

Asentí y corrí a mi habitación a hacer lo que me pedía. Me puse ropa cómoda, zapatillas deportivas y un abrigo; vacié la mochila de la escuela y puse algo de ropa adentro. Después corrí a la pieza de papá, donde ya cambiado se encontraba aprontando varios fajos de billetes. Supuse que era el dinero que había retirado del banco para hacer un adelanto a los albañiles. Papá lo puso dentro de mi mochila y luego hizo lo mismo con nuestros documentos.

—¿Lista? —preguntó. Asentí.

—Bueno. Quedate quieta acá y no hagas nada pase lo que pase. Voy a dejarle una nota a tu madre y nos vamos.

—¿Qué le vas a decir?

—No mucho. Que tuvimos que irnos por motivos de extrema urgencia pero que ya va a saber de nosotros, que no se preocupe.

—¿No creés que nos va a odiar? —Conocía a mi madre. Iba a pensar que la habíamos sacado del camino ese fin de semana a propósito, para poder huir y dejarla abandonada. Se me estrujaba el corazón al pensar en todo lo que se le podría cruzar por la cabeza. ¿Cómo lidiaría con la soledad?

—No lo sé. Tal vez sí —dijo papá—, pero no puedo preocuparme por eso ahora. Ahora lo importante es salvar tu vida. Si nos quedamos acá no vas a pasar la noche.

—¿Y Adrián? ¿Claudia y Sole? ¿Cómo les aviso?

—No les vas a avisar nada. Más adelante si es seguro te ponés en contacto con ellos. Ahora lo que debe preocuparnos es irnos lo más lejos que podamos para que no te puedan ubicar.

Irnos. Qué horrible que sonaba eso. Acababa de acostumbrarme a mi vida como adolescente en el 2003, y ahora tenía que abandonar a mi madre, mis amigas y mi novio a quien acababa de salvarle la vida. No era justo. ¿Pero qué otra cosa podía hacer? No se me ocurría nada.

Me senté en la cama mientras esperaba a papá. La noche estaba silenciosa, pero pronto pude oír pasos al costado de la casa, junto a la ventana. Primero fueron pasos, luego un par de respiraciones profundas, y después unos murmullos incomprensibles.

Sabemos que estás ahí —una voz profunda sonó en mi cabeza—. Sal. Hagámoslo rápido. No tiene por qué ser doloroso.

«Sí, claro», pensé. Y me pregunté cómo habría ocurrido el ataque al conde y su mujer en el Palacio San Carlos. ¿Los habrían acosado una sola noche o habrían sobrevivido la primera? Al parecer, tuvieron tiempo para salvar a sus niños y luego huyeron por un túnel subterráneo y tomaron su barco. Eso al parecer no les sirvió de mucho. Lucia no tenía más recuerdos, por lo que seguramente la pareja y su hija perecieron en el río. «Qué fin más horrible».

Me quedé quieta como papá me había pedido, a pesar de que al menos dos de los encapuchados se encontraban detrás de la ventana de esa habitación.

—Listo —dijo papá al regresar minutos después. Noté sus ojos rojos. Se mostraba fuerte, por mí, pero tener que hacer esto lo destrozaba por dentro. ¿Entendería mamá nuestras razones? Papá no tendría otra opción que contarle toda la verdad y demostrarle lo que somos capaces de hacer para que nos creyera y perdonara. Sería eso o perderla. A pesar de que lo amaba, mamá era una mujer orgullosa y no perdonaría jamás una supuesta traición.

—¿Hiciste esto antes? —pregunté—. Llevar a otra persona con vos...

—No —respondió—, pero sí he llevado objetos de toda clase y tamaño conmigo. Debería funcionar sin ningún problema...

«Y aparte, ¿qué otra opción tenemos?», me dije, mencionando para mí misma lo que él no había alcanzado a decir.

—Volveremos... —dije y sonreí, intentando infundirle confianza.

—No en menos de seis meses... —replicó—. Ponete esa mochila y después abrazame.

Eso hice. Me calcé la mochila y me ubiqué entre sus brazos, apoyando mi cabeza sobre su pecho, lista para ir donde quiera que fuera a llevarme.

En ese momento nuestra casa empezó a temblar. Parecía un terremoto, pero yo bien sabía qué era lo que lo provocaba. ¿Serían capaces de destruir la casa para hacernos salir?

—Tranquila, cerrá los ojos —dijo papá, y me sostuvo con fuerza. El único pensamiento que mantuve durante esos segundos fue el de regresar lo antes posible, y que esos seis meses pasaran volando. Aunque quizás hubiese muchos inconvenientes para hacerlo... Aunque quizás tuviésemos que mudarnos de casa.

Sentí que nos movíamos a una velocidad extrema, y tuve la sensación de estar montada en una montaña rusa, o algo parecido. Cuando el movimiento se detuvo, papá me soltó. Me sentía algo mareada, y en el lugar donde ahora estábamos sentía algo de frío.

—Podés abrir los ojos —me dijo.

Y eso hice. Nos encontrábamos dentro de una habitación oscura. No alcanzaba a ver nada de lo que había adentro. A través de un gran ventanal sin persianas podía ver la luz de la luna colándose entre los árboles. ¿Estábamos en un bosque? Suspiré aliviada porque su plan había funcionado y ahora estábamos lejos de los encapuchados. ¿Pero a dónde habíamos ido a parar?

—¿Dónde estamos? —quise saber.

—En Bariloche, en la cabaña de Juan Cáceres, el gerente del banco.

—¡¿Qué?! ¿Estamos invadiendo propiedad privada? —Bueno, eso ya me había quedado más que evidente. Solo esperaba que no estuviéramos metiéndonos en problemas a causa de esto.

—Tranquila —dijo—. Juan solo viene con su familia en el invierno, de vacaciones de ski. Y muy rara vez en verano. A lo sumo a la mañana podría venir la señora que limpia una vez a la semana, pero creo haber escuchado que solo viene los viernes. Hay un cuidador rondando el predio, pero si no llamamos la atención no va a percatarse de nuestra presencia. Estamos a varios kilómetros de la ciudad. Mañana nos vamos caminando hasta la ruta y desde ahí hacemos dedo.

—¿Por qué Bariloche? —quise saber—. ¿Qué te hizo decidirte por este lugar?

—Fue lo que se me ocurrió a último momento; tenía que pensar rápido. Hace unos días Juan nos mostró fotos de sus vacaciones así que tenía este lugar visto y sería fácil venir. No queremos aparecer en medio de un lugar lleno de gente.

—No. Claro que no —respondí. No me imaginaba apareciendo en plena calle Florida en Buenos Aires, por ejemplo. Aunque quizás la gente no nos prestaría atención de todos modos.

Cuando mis ojos se acostumbraron a la oscuridad, noté que estábamos en la sala de estar. Buscamos una habitación que tuviera las persianas cerradas, para poder encender la luz y prepararnos para descansar. Elegimos una que tenía dos camas de una plaza y media y un baño privado. Seguro aquí dormían los hijos del jefe de papá.

Se sentía raro estar metida en una casa ajena, pero en tiempos desesperados hay que recurrir a medidas desesperadas.

—¿Qué vamos a hacer ahora? —pregunté, ya relajada dentro de la tibia cama que me había tocado.

—Para empezar, no usar ninguno de nuestros poderes por el plazo de seis meses para que no puedan rastrearnos. Mañana vamos a Bariloche y alquilamos algún departamento por un par de meses. Con un monoambiente nos alcanza. Compramos ropa y lo que haga falta.

—¿Y después? ¿Nos ponemos en contacto con mamá? ¿Con Adrián y las chicas?

—No. Hay que esperar. Los encapuchados podrían seguir rondando sabiendo que en cualquier momento podríamos regresar. No sé qué tan grande es su capacidad para obtener información por parte de los humanos sin poderes ni cómo harían para contactarlos, pero si existe la posibilidad de que lo hagan hay que evitarla. Y cuando volvamos, no sé si vamos a poder seguir viviendo en esa casa. Ellos podrían mantenerla vigilada a la espera de que alguno de nosotros se manifieste. Ya entró en su radar. —Papá tenía razón. Había mucho que necesitábamos tener en cuenta. Sin embargo, no podía dejar que todos pensaran que simplemente habíamos desaparecido del mapa sin más.

—¿Al menos puedo escribirles un mail para decirles que estoy bien?

—Sí, eso podría ser —aceptó papá. Eso me dejaba un poco más tranquila.

—¿Podré seguir la escuela acá en Bariloche? —quise saber.

—No sé. Necesitarías un pase de la otra escuela y otros papeles. Puede que pierdas el año. Lo siento. Por ahí puedas rendir el año libre... Lo vemos cuando llegue el momento de regresar a Paraná.

—Oh... Lo vemos entonces —respondí, y me acurruqué entre las cobijas.

Iba a pasar al menos seis meses lejos de mamá, mi novio y mis amigas. Teníamos mucho que pensar para hacer que esto funcionara. ¿Qué excusas íbamos a inventar? ¿Podríamos recuperar el tiempo perdido? Lamentablemente no podría viajar en el tiempo para arreglarlo, porque directamente yo no podía estar en Paraná, y mi cuerpo de esas fechas tendría encima las evidencias de abuso de poder que los encapuchados podrían ver.

Ya tendría tiempo para pensar qué hacer. Por el momento, solo necesitaba descansar. Me aguardaba un largo día, pero estaba muy agradecida de encontrarme a salvo.

Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top