18. Arriesgarse
Fueron los minutos más largos de mi vida. Quería largarme ya de esa horrible realidad, pero no podría hacerlo hasta encontrarme en algún lugar seguro en el cual pudiera relajarme lo suficiente como para utilizar mi técnica del pasillo y regresar al momento más oportuno para llevar a cabo mi plan B.
Mientras esperaba, decidí que sería a la hora de la siesta. Después de que mi mamá se marchara al mediodía, había almorzado con papá y me había acostado a dormir un rato para estar descansada por la noche. Ese sería el mejor momento, porque quería que todo pasara lo más rápido posible, además de que no sabía qué podría ocurrir si volvía en un momento en el que me encontrase despierta —y tampoco quería comprobarlo. Tendría toda la tarde para conseguir que Adrián no atendiese jamás esa llamada. Eso sería suficiente.
Pero para eso necesitaba un aliado, y ya tenía uno en mente. Ahora tan solo necesitaba poner mi plan en marcha.
—Veo que estás más tranquila ahora —dijo uno de los dos jóvenes oficiales que subieron al patrullero unos minutos más tarde, después de que la ambulancia se hubiera retirado del lugar, llevándose el cuerpo sin vida de Adrián.
No emití palabra. Solo lo miré y pestañeé. No tenía ganas de hablar. Mucho menos con un desconocido que me juzgaba con su mirada.
—Pobre, debe estar muy conmocionada —dijo el otro—. No necesitás hablar todavía, nena. Pero cuando lleguemos a la comisaría vas a tener que estar lista para dar tus datos. Al parecer sos menor, así que vamos a tener que llamar a tus padres para que presencien tu declaración. —Asentí en silencio y agradecí que mi madre no se encontrara en casa. Armaría un escándalo si se enterase de lo ocurrido. Si lugar a dudas no la quería involucrada en todo esto.
¿Qué les iba a decir cuando me preguntaran por qué estaba ahí esa noche? No sabía aún, pero tampoco era demasiado importante. Iba a volver en pocas horas. Todo lo que hiciera o dijera desaparecería de la historia. Ya se me iba a ocurrir algo para salir del paso.
Cuando llegamos, me pidieron mis datos y el número de teléfono de casa para llamar a mis padres. Luego me indicaron que tomara asiento mientras esperábamos que mi padre llegara. Por suerte no tardó mucho. «No debe haber dormido», pensé al ver sus largas ojeras. «¿Habrá estado esperando a que yo volviera y le diera las buenas noticias?».
Papá me miró con tristeza. No podía leer sus pensamientos, pero si nos hubiéramos podido comunicar libremente en esos momentos estaba segura de que me hubiera dicho que me quedara tranquila, que esperara el tiempo suficiente y volviera intentarlo, que seis meses pasan volando. Supuse que lo expresaría más tarde. Ya me lo veía venir.
Pero en esos momentos, lo único que le daba tranquilidad a mi alma perturbada era la idea de regresar doce horas en el pasado a tiempo para intentar evitarlo todo otra vez. No me creía capaz de tolerar todo lo que tendría que pasar para poder volver a verlo a Adrián a los ojos y tenerlo a salvo si decidía esperar seis meses más para hacerlo. El dolor me mataría.
El comisario sería el encargado de tomar mi declaración. Nos sentamos frente a su escritorio. Comenzó a apretar sus dedos sobre las ruidosas teclas una máquina de escribir que parecía tener un millón de años. Primero tomó mis datos y los de mi padre, luego comenzaron las preguntas.
—¿Cuál era su relación con el difunto Adrián Serini? —preguntó.
Difunto. Me dieron ganas de vomitar. Mantener la compostura requería de mí un esfuerzo sobrenatural.
—Soy... Era la novia —repondí.
—¿Cuánto tiempo llevaban juntos? —quiso saber.
—No hace mucho que empezamos a salir. Un par de semanas.
—¿Sus padres estaban de acuerdo con la relación?
—Sí. Incluso empezamos a salir en serio recién después de que mi madre nos diera el visto bueno. Adrián siempre quiso hacer las cosas bien.
—¿Han tenido relaciones sexuales? —Me tensé. «¿Para qué mierda quiere saber eso?». Me enojó la pregunta, pero seguí respondiendo con el rostro inamovible.
—No.
—¿Por qué motivo lo estaba siguiendo en la ruta, señorita? —preguntó tras haber callado unos segundos para terminar de tipear algunos detalles.
—Lo esperaba en el baile. Su hermano me avisó que se había ido a ver a su ex y que hacía pocos minutos que había salido... Me entró un ataque de celos, me cegué y decidí seguirlo —mentí, porque mientras esperaba a mi padre había decidido que esa sería la versión más creíble.
—¿Y por qué se detuvo en la ruta? ¿Cómo supo que algo le había ocurrido a Adrián y que el accidentado no era otro muchacho? —Esa pregunta me hizo volver a pensar en el cuerpo de Adrián desparramado sobre la ruta y en todo lo que en ese sitio había presentado. Mantenerme inamovible ya se me hacía imposible.
—La ruta estaba cortada debido al accidente y tuvimos que detenernos... Lo vi y temí lo peor —dije—. Entonces, me pareció ver la moto de Adrián a la distancia, y ya segura de que era él salí corriendo. Quizás aún... aún lo... aún... lo en-encon-tra-ría con vida —tartamudeé. No podía hablar bien porque me costaba respirar, y el llanto amenazaba con regresar.
—Está bien. No te voy a hacer más preguntas. Andá a lavarte la cara —dijo el comisario. Cuando estuve en el baño suspiré aliviada.
Mi versión había resultado convincente y ya no tendría que hablar más sobre el accidente. Pero aun así ya no podía tolerarlo más. Necesitaba salir de ese lugar.
Necesitaba salir de esa realidad.
Cuando volví papá ya estaba esperando parado. Nos dejaban irnos, aunque habían dicho que nos llamarían si necesitaban más información.
Mientras salíamos de la comisaría, los dos oficiales que me habían traído justo bajaban otra vez de su patrullero. Ellos no nos veían y los pude oír hablando.
—Avisaron que la chica que él iba a ver en Diamante intentó suicidarse —decía uno—. Al parecer lo llamó al ex para decirle que se iba a matar. Es la única explicación que le puedo encontrar.
—Uh... Con razón —dijo el otro. Pronto se dieron vuelta para dirigirse a la puerta de la comisaría, se percataron de mi presencia y callaron.
La información que ellos tenían me podía servir de mucha ayuda. Decidí tomar el riesgo y caminé hacia ellos para preguntarles lo que sabían.
—Perdón, pero no pude evitar escuchar... ¿Laura quiso suicidarse? —pregunté.
Los oficiales se miraron entre sí, consultándose en silencio si podían darme o no esos datos. Supusieron que de todos modos me enteraría tarde o temprano porque esa información no era secreta, así que me hablaron.
—Sí. Se cortó las venas en la bañera de su casa poco después del accidente de Adrián, y nos consta que no estaba enterada de lo que le había ocurrido. Suponemos que él salió hacia Diamante para intentar evitarlo.
—Uy... ¿Y cómo está? —quise saber. Si soy honesta, no puedo decir que me preocupara demasiado. Sin embargo, no quería que en la realidad en la que Adrián estuviese vivo él se sintiera culpable por no haber logrado evitar la muerte de su ex.
—Va a estar bien —dijo el otro oficial—. La agarraron a tiempo. Está internada en el hospital de Diamante, pero va a estar bien. No llegó a perder mucha sangre. Suponemos que fue más una forma de llamar la atención que una tentativa real de suicidio.
—Gracias —les dije. Me despedí y seguí a papá hasta el auto. Ahora me quedaba claro por qué Adrián saldría en la moto a Diamante a pesar de tener una cita conmigo. La solución sería incomunicarlos y evitar que él se enterase de lo que ella pensaba hacer. De ese modo no saldría a la ruta.
Los primeros minutos transcurrieron en silencio. Quizás él no sabía qué decir, y yo estaba demasiado conmocionada por todo lo ocurrido, además de que me parecía en vano gastar esfuerzos en esta realidad que iba a dejar atrás en breve. Tampoco quería que mi padre se enterase de lo que yo pensaba hacer. Sabía que intentaría evitarlo a como diera lugar.
—Flor... ¿Cómo estás? —preguntó. Tragué saliva.
—No... No sé —dije—. Estoy desconsolada. Pero también sé que puedo reintentarlo, así que esto pronto solo habrá sido un muy mal trago.
—Espero que no estés pensando hacer nada estúpido, Flor. Hace muy poco que usaste tu poder. Podría ser muy riesgoso que lo usaras ahora. Mejor es esperar a que pasen los seis meses para estar seguros de que no va a pasar nada.
«¿Y cómo me enfrento al mundo en estos seis meses? ¿Cómo lidio con la lástima de todo el mundo? ¿Cómo calmo el dolor?».
—Papá... ¿Se te ocurrió preguntarte por qué viajaste como veinte veces antes de que te atacaran? Quizás el límite es más alto de lo que pensamos... —dije—. Por ahí Amelie lo subió solo por las dudas.
—Si Amelie te dijo seis meses, tenés que esperar seis meses —dijo, con seriedad en su voz—. Quizás no pase nada esta vez, por ahí tampoco la siguiente, si llegara a haber una siguiente. Pero no hay que tentar a la suerte. Además, una vez que empezás a usar tu poder con libertad se vuelve difícil controlarlo; empezás a tomarlo como algo normal a lo que podés recurrir todo el tiempo. No podés dejar que eso pase. Tenés que limitarte, y dejarlo para cuando realmente lo necesites. Los seis meses que tenés por delante no van a ser fáciles, pero yo voy a estar acá para apoyarte. Sé que podés lograrlo. Solo tenés que convencerte de que después todo eso ya no habrá existido.
Apreté los labios a modo de sonrisa y asentí. No dije nada, no iba a prometerle nada. Papá me creía más fuerte de lo que realmente era. Sabía que el dolor estaba nublando mi mente, pero no estaba dispuesta a seguir tolerándolo. Yo no viviría en una realidad en la que Adrián no estuviera vivo. Me negaba a hacerlo.
Aún recordaba el día en el que murió mi perro, el que había tenido desde que era bebé hasta poco después de haber cumplido los catorce años; el único que tuve en mi vida. Lo sufrí tanto y por tanto tiempo que juré jamás volver a tener una mascota. Salía al patio y seguía esperando que viniera corriendo a saludarme y lamer mi mano. Y cuando me daba cuenta de que ya no estaba, volvía a apenarme una y otra vez.
Sus existencias son tan efímeras comparadas con las nuestras... Tenemos que estar dispuestos a perderlos si queremos tenerlos en nuestras vidas. Yo preferí no tener que pasar por esa experiencia otra vez porque me había dolido demasiado. Perderlo a Adrián dolía mil veces más.
Podrán entender por qué no podía aceptar vivir seis meses de duelo.
No era alguien que supiera lidiar con el dolor, y ese era el peor de mis defectos. Me sentía muerta por dentro, todo se volvía opaco, ya no podía ver la vida de color y perdía gran parte de mi capacidad de razonamiento. Me daba cuenta, pero no podía luchar contra ello.
Cuando llegué a casa le dije a papá que estaba muy cansada y que me acostaría a dormir de inmediato.
—Mañana hablamos mejor —dije para tranquilizarlo y que pensara que no haría nada aún. Luego me fui a mi cuarto.
Puse un CD de Evanescence que me había comprado unos días atrás y dejé sonando My inmortal mientras me quitaba la ropa y me preparaba para ponerme lo más cómoda posible en mi cama. Otra lágrima corrió por mi mejilla al escuchar la canción.
«Cuando abra los ojos ya no habrá más dolor. No más lágrimas», me dije, mientras volvía a mi largo pasillo, aquel que había visitado cuando viajé al 2001.
La puerta que necesitaba estaba a un solo paso, a la espera de ser abierta.
20 de diciembre. 14:45 hs, decía.
No lo dudé. La abrí y entré de inmediato, cerrándola tras de mí. Ya me quedaba allí y no la necesitaba para regresar a ninguna parte. Quizás fui muy brusca al cerrarla, porque la caída dentro de mi cuerpo no fue tan suave como la vez anterior. Cuando abrí los ojos me sentía mareada, me dolían las articulaciones y se me partía la cabeza.
«Mierda», pensé. Tenía que deshacerme de ese dolor de cabeza si quería ser una persona mínimamente funcionante.
Fui hasta la cocina y me tomé dos pastillas de ibuprofeno. Tendría que bastar.
Después me vestí, y fijándome primero que mi padre siguiera dormido para que no notara que algo extraño estaba ocurriendo, salí de la casa.
Iba a hacerle una visita a Lucas. Consideraba que era la única persona que podría llegar a ayudarme.
Cuando llegué a las puertas de la mansión de los Martínez, Roberto me atendió. Tenía el auto afuera y llevaba su bata de médico puesta. Supuse que recién volvía del hospital, o que estaba a punto de marcharse.
—Hola, Florencia. ¿Cómo estás? —dijo—. No te esperaba hoy. ¿Todo bien? Te noto rara.
—Eh... Quise hacerle una visita sorpresa a Lucas —mentí—, pero todo bien.
—¿Segura? Te noto rara —insistió. Supuse que sería su instinto de médico.
—Me duele mucho la cabeza... Y las articulaciones. Puede que sea eso —dije, y le sonreí levemente.
—Eso se soluciona fácil —Antes de que pudiera decirle que ya había tomado ibuprofeno, frotó sus manos y las apoyó sobre mi cabeza.
El dolor desapareció como por arte de magia.
—Wow. Eso fue rápido. Muchas gracias —le dije y sonreí.
—De nada, querida —dijo—. Pasá. Lucas debe estar estudiando en su pieza.
La puerta estaba abierta así que entré sin golpear y me dirigí a las escaleras. No me lo imaginaba a Lucas estudiando porque jamás lo había visto ni me había contado nada sobre sus estudios. Pero iba a ser abogado, por lo que supuse que debería estudiar bastante para llevar bien su materia. «O asegurarse de leerle los pensamientos a la persona indicada durante los exámenes», pensé.
Antes de que pudiera golpear la puerta, Lucas la había abierto. Me puse roja. Seguro había alcanzado a leer mis últimos pensamientos. Y me equivocaba al pensar que no estudiaba, porque en su cuarto se podían ver varios libros de Derecho desparramados y un Código civil que parecía tener como cinco mil páginas de lo gordo que era. Pedí una disculpa mental por si me estaba escuchando.
—Florencia... Qué milagro vos por acá y por tu propia cuenta —dijo—. Tu presencia me alegra, pero al mismo tiempo me preocupa. ¿Te ha pasado algo? —Asentí. No le iba a mentir, no tenía sentido hacerlo.
—Necesito que me ayudes... Por favor —solté. Lucas me hizo pasar a su cuarto y cerró la puerta para asegurarse de que tuviéramos privacidad. Me miró de forma indagatoria, esperando que le contara toda mi historia—. Necesito que me ayudes a salvar a mi novio —le expliqué—. Acabo de venir de un futuro en el que muere, y creo que sos el indicado para ayudarme a evitarlo. ¿Puedo confiar en vos para esto? Sé que no estás obligado a ayudarme y que considerás que estamos a mano... Pero... Pero si necesitás que te haga algún otro favor, estoy dispuesta a hacerlo... Lo que sea —agregué y lo mire en forma suplicante.
—¿Qué es lo que tengo que hacer? —preguntó mientras tomaba asiento y me invitaba a hacer lo mismo.
—Tenés que ir a la casa de mi novio Adrián esta noche. Va a recibir una llamada a eso de las doce y es importante que no la atienda... Necesito que cortes su línea telefónica o, en su defecto, que dejes su moto inutilizable. No sé cuál de las dos opciones es más fácil. —Lucas se rascó su cabeza, pensativo.
—Creo que puedo hacer ambas cosas —respondió—. Pero todo tiene un precio, por supuesto.
—¿Qué es lo que tengo que hacer? —pregunté, poniéndome tensa. Si Lucas decidía pedirme un favor, no sería simple ni sería cualquier cosa. Sabía que no me iba a gustar lo que iba a escuchar.
Y no me gustó. Pero no tenía otra opción, así que acepté el trato.
Volví a casa antes de que papá se levantara de su siesta. Seguiría con toda la rutina de ese día, como si la muerte de Adrián jamás hubiera ocurrido porque, esta vez, sí estaba segura de que lograría evitarla.
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