16. Sorpresas
Adriserini: Quisiera verte otra vez... Volver a besarte.
FlorLo: Yo también. Pero no queremos que mi vieja se arrepienta...
Adriserini: No, tenés razón. Mejor vernos una vez entre semana y otra el fin de semana como nos sugirió.
FlorLo: Sí. O se va a poner quisquillosa. Se supone que tengo que estudiar.
Adriserini: ¿Pero al menos podemos hablar por teléfono?
FlorLo: Claro, eso sí. :D
Adriserini: ¿Te llamo ahora?
FlorLo: Mejor mañana. Son las doce de la noche y ya tendría que estar durmiendo.
Adriserini. Uh, sí. Vayase a dormir señorita. Mañana tenés que ir a la escuela.
FlorLo: Mañana hablamos. Besito.
Adriserini: Beso. Te quiero.
FlorLo: Y yo a vos.
Terminaba de apagar la computadora cuando oí unos suaves golpes en la ventana. Mi corazón dio un salto, pero al instante supe quién podía ser... Lucas. ¿Quién más?
—¿Qué hacés acá, idiota? —le pregunté cuando abrí el postigo y lo encontré afuera.
—¿Ni un «hola» siquiera a tu nuevo novio? —dijo con ironía mientras entraba a mi cuarto. Enseguida se echó en mi cama como si fuera lo más normal del mundo. Fruncí el ceño.
—Póngase cómodo señor —dije—. No me respondiste. ¿Qué hacés acá?
—Hace dos horas salí de casa y dije que venía a verte. Me cansé de dar vueltas y antes de volver quise preguntarte cuándo querés arreglar la cena en casa.
—Todavía no hablé con mi viejo —respondí mientras cerraba la ventana con cuidado para no hacer ruido—. Mañana le dejo una notita que no va a llegar a ver mi vieja y ni bien hable con él arreglamos.
—Pero necesito responderle a mi viejo... Quiere ir organizándose. Necesita conseguir algo para mostrarle al tuyo, dijo.
—¿Y vos no sabés qué es? —pregunté y me senté en la silla de la computadora.
—No. Justo no podía leerle los pensamientos. Además, hago lo que puedo para darle privacidad. Le molesta si ando hurgando en su cabeza.
—¿Y a quién no le molestaría? —espeté—. Tu poder es lo más insoportable que pueda haber. Yo no soportaría vivir con alguien con tus poderes —No me importaba si mis palabras eran hirientes. Lucas se las merecía.
Quizás había hablado demasiado alto, o había hecho un poco de ruido al cerrar los postigos, porque en ese momento la puerta de mi cuarto se abrió, y mi madre entró a la habitación. Abrió los ojos grandes como platos al ver un desconocido en mi cama. Seguro había esperado encontrarme junto a Adrián. ¿Pero ver a otro echado en mi cama? Eso jamás se lo hubiera esperado.
—Florencia... ¿Quién es este chico? —dijo. Me quedé muda, no sabía qué decirle. «No es lo que parece» no sería una explicación válida.
—No te preocupes —dijo Lucas—. Acá no pasó nada.
Mi madre lo miró extrañada, su rostro poniéndose cada vez más duro. Pero luego Lucas cerró los ojos, y la mirada de mi madre se tornó vidriosa a medida que entraba en estado de trance. Se dio la vuelta y se fue caminando. Supuse que volvería a la cama.
—¿Qué le hiciste? —le pregunté a mi visitante.
—Nada —respondió—. Solo creé una ilusión para hacerla regresar a la cama. No recordará nada. Y si lo hace, pensará que todo fue un sueño. Tranquila.
—Pero... Lucas... ¿Con esto no habrás abusado tu poder? —quise saber. Si podía usar su poder para generar ilusiones con la frecuencia que me había dicho Amelie, Lucas ahora podría estar en problemas.
—Ya lo hice una vez, hace un par de años, y no pasó nada. Mientras no vuelva a hacerlo todo estará bien —me aseguró, pero yo no estaba del todo convencida. Si bien él no era de mi agrado, no quería que, si algo le ocurría, parte de eso fuera mi responsabilidad.
—Eso espero —respondí—. Ahora... Deberías irte.
—¿Por qué? —dijo, trepándose por la ventana para meterse en mi cuarto—. Si recién llegué y tu madre no se va a volver a despertar. Vamos a organizar la cena en mi casa.
—Ay, no sé... —dije y suspiré—. ¿No se puede cancelar? Decile a tu viejo que tengo muchos planes estos días.
—No. No me va a creer... Decidite. Mañana tengo que darle respuestas a papá. ¿Qué tal el sábado?
—No. El sábado no puedo. Tengo algo importante que hacer y quiero prepararme para ello.
—Bueno... ¿El domingo, entonces? Que tu viejo invente alguna excusa para salir solo con vos. No sé, algún evento al que tengan que ir y no pueda llevar a tu mamá.
—Va a estar difícil, pero mi viejo tiene ingenio —respondí—. Algo se le va a ocurrir. Y ahora... ¿Podés irte? —Lo miré con insistencia. Necesitaba acostarme a dormir, y no tenía ganas de seguir soportándolo por más tiempo. Jamás una persona me había resultado tan pesada e insoportable.
—No. Tengo algunas preguntas que hacerte —dijo—. Por si mi viejo me pide más información sobre vos.
—¿Es necesario? —pregunté, moviéndome más cerca de la cama con mi silla.
—Sí. De casualidad leí sus intenciones de averiguar más sobre vos y tu familia mañana, así que me va a llenar de preguntas y quiero estar preparado.
—Ugh... qué pesado. —Suspiré—. Bueno, está bien. Preguntá lo que quieras.
Lucas me hizo unas cuantas preguntas sobre mí, sobre mi pasado y el futuro que viví pero que ya no existiría. También quiso saber sobre mis padres, y sobre mi abuela, de quien poca información tenía. Para cuando se fue era la una y media de la mañana. Esa noche dormiría poco, y al otro día me acordaría de Lucas toda la mañana, y no de la mejor manera.
—El sábado me lo encontré a Marcelo en el boliche —me contó Claudia en el recreo. No se la veía para nada feliz. Me preocupé cuando oí sus palabras. ¿Acaso ese idiota seguiría intentando hacerla caer en sus redes? Mi amiga no era tan tonta como para sucubir una segunda vez.
—¿Y? ¿Qué pasó? —quise saber.
—Hizo como si no me vio... —respondió, molesta—. Me ignoró por completo.
—Estaba con otra chica —acotó Soledad—. Se los veía muy juntitos y enamorados. Parecía menor que nosotras, raro que sus padres la dejaran salir. Por ahí se escapó, como hicimos nosotras la primera vez que salimos.
Me dio pena por esa chica, pero me dije que no iba a meterme. Mientras dejara a mis amigas y a mí en paz, dejaría que Marcelo siguiera con su vida. No había nada más que yo pudiera hacer. Ese capítulo estaba cerrado.
—Quise advertirle que va a tener un hijo y que no se está haciendo cargo —dijo Claudia, molesta—. Esa chica parece buena y no se merece una basura así.
—Pero yo la detuve —dijo Soledad—. Le dije que no podría salvar a cada chica con la que el estúpido se metiera...
—Y tuviste razón —le dije a Soledad—. Es hora de dejarlo ir, Clau.
Ambas debíamos dejarlo ir. Claro que eso Claudia jamás lo sabría.
Los albañiles habían comenzado a trabajar en el terreno de al lado y estaban haciendo los cimientos del que sería nuestro supermercado. Además, ya hacía varios días que papá había cambiado el auto. El elegido había sido un Mégane gasolero modelo 2000 de color azul. Todos estábamos contentos con la nueva adquisición, y papá había prometido llevarnos a Córdoba en el auto en el verano para pasar las vacaciones allí. Papá y mamá no dejaban de hablar de sus planes futuros, y se los veía siempre contentos. Discutían poco y eso me alegraba mucho. Supuse que el buen estado de ánimo general que reinaba en casa había ayudado a que mamá aceptar a Adrián. Estaba muy agradecida por eso.
—Necesito que esta tarde Flor me acompañe a un lugar —dijo papá el martes a la hora del almuerzo. haciéndose el misterioso.
—¿Y yo no puedo ir? —preguntó mamá, mirándonos con curiosidad.
—No... Es una sorpresa —le dijo. Había encontrado la mejor excusa para sacarme de casa y que mamá no se quejara. Lo malo era que realmente deberíamos conseguirle una sorpresa, pero era lo de menos. Papá podría pagarla.
Salimos después de la siesta y nos fuimos a nuestro lugar preferido en el parque. Papá confesó que no había vuelto a ver a Antoinette y Amelie porque necesitaba un poco de tiempo para procesar todo lo ocurrido.
—Todo lo que ha pasado me hace pensar que no puedo seguir ocultándole cosas a tu madre —dijo. Le oculté mi poder porque no pensaba jamás volver a usarlo... Pero ahora que descubrí que tengo otra hija, no sé si pueda seguir ocultándole cosas.
—No creo que vaya a ser fácil —dije—, pero es tu decisión y yo voy a apoyarte en lo que decidas —le dije y sonreí—. Además, hay algo que necesitaba decirte.
Le exliqué lo que Amelie me había dicho respecto a las limitaciones de nuestros poderes, y que él podría usar el suyo un par de veces al año. En vez de ser contraproducente, eso lo ayudaría a no enfermar.
El rostro de mi padre se iluminó. Pude ver la felicidad que sintió al descubrir que no había perdido del todo la posibilidad de usar su poder.
—Lo voy a guardar para un momento especial —dijo.
Después le conté todo lo que había ocurrido y que no había tenido ocasión de contarle. Así se enteró de Lucas, de mi viaje al 2001, y de los secretos que su padre me había contado.
—No había imaginado que el origen de nuestros poderes pudiera estar en nuestro país, y mucho menos en nuestra provincia —explicó—. Todo lo importante ocurre siempre en el viejo mundo. ¿Él te dijo que tenía más para decirnos? Siempre quise saber, pero tu abuela no me contó mucho sobre sus familiares. Sé que estaba peleada con gran parte de ellos, y me había dicho que con algunos no se podía tratar. Ella prefería estar aislada, y como la mayoría se ha dispersado por toda la provincia, y en provincias vecinas, nunca pude dar con ellos...
—Eso se solucionaría si tuviéramos Facebook... —dije.
—¿Feis qué? —preguntó, confundido.
—No lo entenderías —dije—, pero es un sitio web en el que en el futuro vas a poder encontrar prácticamente a todo el mundo y le vas a poder hablar...
—Yo no soy muy al Intenet —dijo, pestañeando. Papá sabía de computadoras, pero lo básico. Las podía instalar, pero prefería no usarlas.
—En el futuro vas a usar el Facebook seguido, te lo aseguro. Pero bueno, esto no va al caso. Roberto dice haber hablado con una tía Lucía que tiene el poder de guardar la memoria de la familia. Gracias a ella se enteró de nuestros orígenes. Lucas acordó la cena para el domingo.
—¿Y qué le decimos a tu mamá?
—No sé... —Y fue allí que se me ocurrió—. Sorprendámosla. Matemos dos pájaros de un tiro. Otro día, si te decidís, le contaremos la verdad. Por ahora, será cuestión de hacerla salir ese día... Vamos a mandarla a un hotel y spa. Va a estar feliz, hace rato que dice que eso estaría genial
Y así fue. Cuando mamá vio el voucher para internarse el fin de semana en un hotel lujoso con spa y solárium no cabía en sí de la felicidad. Por suerte, no sospechó que estábamos tramando algo.
Una vez que tuve todo bajo control, me dediqué a Adrián y a mis amigas toda la semana. Hablé con ellos por teléfono y chateamos a cada rato. Lucas me dio mi espacio y le dijo a su padre que no me vería en la semana porque yo tenía mucho que estudiar. Estuve optimista y entusiasmada, por más que el veinte de septiembre era una fecha de me ponía nerviosa. Nada podía salir mal.
«Nada va a salir mal», me repetía. La salida estaba arreglada.
Las cartas estaban echadas.
El sábado se decidiría el destino de Adrián.
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